Fuente: divulciencia.blogspot.com
Que el hombre tiene mente y consciencia es algo que sabemos por experiencia propia. Que los animales parecen tener más actividades mentales cuanto más próximos están a nosotros, también resulta evidente. Así, los mamíferos tienen más mente que los reptiles, los reptiles más que los peces, los peces más que los invertebrados (con la posible excepción de los cefalópodos). Todos los animales menos las esponjas tienen sistema nervioso, aunque algunos tengan muy poco: el nematodo Caenorhabditis elegans tiene sólo 300 neuronas. Las plantas no tienen sistema nervioso, pero sí alguna sensibilidad y son capaces de realizar movimientos lentos. Y cuando Antonie van Leeuwenhoek descubrió los microorganismos en el siglo XVII, al ver su actividad nadie dudó de que estos seres diminutos están vivos. Sólo con los virus, seres aún más pequeños, los biólogos aún no se han puesto de acuerdo sobre si están vivos o no. Sobre esto he hablado en otro artículo de este blog.
Ante esta situación, los pensadores suelen tomar una de las dos posturas contradictorias siguientes:
- La mente es un epifenómeno sin interés alguno. Como mucho, es un factor secundario que ayuda a la supervivencia de algunas especies.
- La mente es el fenómeno fundamental del universo. Cualquier explicación cósmica que la pase por alto es una explicación inválida, pues deja fuera el factor más importante.
El paleontólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin adoptó la segunda alternativa, pero dio un paso más: si la mente es el fenómeno más importante del universo, cualquier forma de materia debe poseerla en algún grado. Por eso, además de asignar a los microorganismos una actividad mental incipiente, propuso que toda la materia, incluso en los niveles más elementales, como átomos o electrones, tiene que tener actividad mental de algún tipo, aunque en el caso de la materia inerte esa actividad sea indetectable. No podemos constatarla, pero está ahí.
En 2015 se cumplen 60 años de la muerte de Teilhard de Chardin, uno de los personajes clave del siglo XX. Su figura ha sido fuente de inspiración para los novelistas, que a veces han basado en él alguno de sus personajes. Citemos como ejemplo al padre Telemond en Las sandalias del pescador de Morris West, o al exorcista de la novela del mismo nombre de William Peter Blatty. Las dos novelas han sido adaptadas con éxito al cine.
Teilhard chocó con sus superiores jesuitas debido a dos notas breves que escribió en 1920 y 1922, en las que describía sus ideas sobre el pecado original, que entraban en conflicto con la doctrina de la Iglesia Católica. Esas notas no fueron publicadas hasta 1969 en la colección de artículos Cómo yo creo, pero fueron suficientes para que se le prohibiera la docencia y la publicación de sus libros. No se le prohibió, en cambio, publicar decenas de artículos científicos y filosóficos en revistas especializadas, que luego se recogieron en ocho colecciones editadas entre 1956 y 1973.
Aunque Teilhard, por obediencia a sus superiores, no publicó ninguno de sus libros en vida, dejó prevista la publicación después de su muerte. En 1955, el mismo año de su muerte, salió el primero, El fenómeno humano, en el que describe sus ideas desde el punto de vista científico y filosófico. En este libro explica con detalle, no sólo su teoría de la mente como propiedad universal de la materia, sino sus predicciones hacia el porvenir: la evolución, a partir del hombre actual, dejará de ser divergente y entrará en convergencia (hoy quizá la llamaríamos globalización) hacia un punto crítico final: el punto Omega.
Dos años después apareció su segundo libro, El medio divino, sin leer el cual es difícil entender el primero. Como he indicado en otro artículo de este blog, quienes sólo leen El fenómeno humano suelen interpretar que Teilhard creía que el punto Omega sería una especie de paso del hombre al superhombre, algo así como Dios creado por la naturaleza. Sus ideas, sin embargo, eran precisamente opuestas, y en El medio divino las deja claras: para Teilhard, el punto Omega será el encuentro de Dios con el hombre, la segunda venida de Cristo, el fin de este mundo y el paso a la salvación, no gracias a la acción del hombre, sino por la atracción de un Dios preexistente y creador.
Aparte de sus ideas dudosas sobre el pecado original que, salvo por las dos notas breves mencionadas, no volvieron a aparecer en sus escritos, las ideas de Teilhard nunca fueron oficialmente condenadas por la Iglesia Católica (sus libros no estuvieron en el índice de libros prohibidos), y fueron reivindicadas, ya en 1968, en el libro Introducción al cristianismo de Joseph Ratzinger, que después fue cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y más tarde papa Benedicto XVI.
En uno de mis libros, del que hablé en otro artículo en este blog, he descrito con más detalle la vida y la obra de Pierre Teilhard de Chardin, junto con mi propia versión de sus ideas.