Ser cristiano no consiste sólo en la repetición de unos rituales o de unas costumbres, o en venir a Misa cada domingo. Ser cristiano es una manera de hacer el camino de la vida, una manera de ser hombre y mujer: consiste en vivir la vida sirviendo, siguiendo el ejemplo de Jesús. Ser cristiano es encontrar en el servicio a los demás el sentido de la propia existencia, dándose y dándolo todo por amor. Y por eso los puso el ejemplo de un chico: parece ser que en el arameo que hablaban Jesús y los discípulos podía haber un juego de palabras, ya que la misma palabra o una muy parecida servía para en ese tiempo, el sirviente era el encargado de acoger al que llegaba: «El que acoge uno de estos chicos porque lleva mi nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me envió ». Al final, se trata de acoger a Dios a través de su palabra que ponemos en práctica. Por ello cabe preguntarse hoy si entendemos la vida como un servicio, o como una escalada que nos debe hacer llegar a alguna parte, o ser «alguien» … Trabajo para ganar dinero, o para servir mejor a los demás? De la respuesta que damos en dependerán muchas cosas, pero al final lo que cuenta es que sepamos convertir todo lo que hacemos en la mejor manera de servir a los demás. Ojalá que, si un día nos preguntan quién es el que menos lo ha intentado, podamos responder diciendo: «Servidor».
COMO SE PRESENTA LA FELICIDAD
Regrese a usted mismo como a su hogar. Obsérvese. Por eso dije antes, que la autoobservación es algo sumamente agradable y extraordinario. Después de un tiempo, usted no tiene que hacer ningún esfuerzo, porque, a medida que las ilusiones empiezan a derrumbarse, usted empieza a conocer cosas que no pueden describirse. Eso se llama felicidad. Todo cambia, y usted se vuelve adicto a la consciencia.
Hay una historia sobre el discípulo que fue a donde el maestro y le dijo: «¿Podría darme una palabra de sabiduría?» «¿Podría darme algo que me guiara a través de mis días?» Era el día de silencio del maestro, de manera que tomó un bloc. Escribió: «Consciencia». Cuando el discípulo lo vio, dijo: «Es demasiado breve. ¿Puede ampliarlo un poco?» Entonces el maestro tomó el bloc y escribió: «Consciencia, consciencia, consciencia». el discípulo dijo: «Sí, pero ¿qué significa?» El maestro volvió a tomar el bloc y escribió: «Consciencia, consciencia, consciencia significa: consciencia».
Eso es lo que significa autoobservarse. Nadie puede mostrarle a usted cómo hacerlo, porque estaría dándole una técnica, estaría programándolo. Pero obsérvese a usted mismo. Cuando habla con alguien, ¿está consciente de ello o sencillamente se identifica con ello? Cuando se disgustó con alguien ¿estaba consciente de que estaba furioso, o sencillamente se identificó con su cólera? Más tarde, cuando tuvo tiempo, ¿estudió su experiencia y trató de comprenderla? ¿De dónde procedía? ¿Qué la causó? No conozco ninguna otra vía hacia la consciencia. Usted sólo hace cambiar lo que comprende. Usted reprime lo que no comprende y aquello de lo cual no es consciente. Usted no cambia, pero cuando usted lo comprende, eso cambia.
A veces me preguntan: «¿Es este tránsito hacia la consciencia algo gradual, o es algo súbito?» Algunas personas afortunadas lo logran en un instante. Sencillamente, toman consciencia. Otra van avanzando lentamente, gradualmente, progresivamente. Empiezan a ver las cosas. Las ilusiones se acaban, las fantasías desaparecen, y empiezan a ponerse en contacto con los hechos. No hay una regla general. Hay una famosa historia de un león que encontró un rebaño de ovejas, y, con asombro, descubrió un león entre las ovejas. Era un león que había crecido entre las ovejas desde que era cachorro. Balaba como oveja y corría como una oveja. El león se le acercó, y cuando la oveja- león estuvo frente al león real, empezó a temblar. El león dijo:
-¿Qué estás haciendo entre estas ovejas?
La oveja – león le contestó:
– Yo soy una oveja
– No, tú no eres una oveja – le replicó el león – Ven conmigo. Entonces llevó a la oveja – león a un estanque y le dijo: -¡Mira!
Cuando la oveja – león vio su reflejo en el agua, dio un gran rugido, y en ese momento se transformó. Nunca volvió a ser como antes.
Si usted tiene suerte y los dioses son benévolos, o si usted recibe la gracia divina (use cualquier expresión teológica que desee), repentinamente podría comprender quién es «yo», y nunca volvería a ser el mismo de antes, nunca, Nada podrá volver a afectarlo, y nadie podrá volver a herirlo.
Usted no temerá a nadie y no tendrá miedo de nada. ¿No es eso extraordinario? Usted vivirá como un rey, como una reina. Esto es lo que significa vivir como la realeza. Nada de esa basura de que su retrato salga en el periódico o de tener mucho dinero. Eso es paja. Usted no teme a nadie porque está completamente satisfecho de no ser nadie. No le interesan el éxito ni el fracaso. No significan nada. Los honores, la desgracia, ¡no significan nada! Si usted se comporta como un estúpido, esto tampoco significa nada. ¡Qué estado tan maravilloso!.
Algunas personas llegan a esta meta con dificultad, paso a paso, después de meses y semanas de autoconsciencia. Pero les prometo que no he conocido una sola persona que haya dedicado tiempo a ser consciente que no haya visto una diferencia en cuestión de semanas. La calidad de su vida cambia, de manera que ya no tiene que aceptarlo como cuestión de fe. Lo ve: ella es diferente. Reacciona de manera diferente. En realidad, reacciona menos y actúa más. Ve cosas que nunca ha visto.
Usted tendrá mucha más energía, estará mucho más vivo. La gente cree que si ella no tiene deseos es como leña seca, pero, en realidad, dejaría de estar tensa. Libérese de su temor al fracaso, de sus tensiones acerca del éxito; usted será usted mismo. Relajado. No conducirá con los frenos puestos. Eso será lo que sucederá.
Hay un hermoso dicho de Tranxu, un sabio chino, que me tomé el trabajo de aprender de memoria. Dice: «Cuando el arquero dispara sin buscar un premio, tiene toda su destreza; cuando dispara para ganar una medalla de bronce, se pone nervioso; cuando dispara para ganar una presa de oro, enceguece, ve dos blancos, y está fuera de sí. Su destreza no ha cambiado, pero el premio lo divide, ¡Le importa! Piensa más en ganar que en disparar, y la necesidad de ganar le quita su poder». ¿No es ésa una imagen de lo que es la mayoría de la gente? Cuando usted no está viviendo por algo, tiene toda su habilidad, tiene toda su energía, está relajado, no le importa, porque no le importa que pierda o que gane.
Ésa es una vida humana. De eso se trata la vida. Eso puede venir solamente de la consciencia. Y en la consciencia usted se dará cuenta de que el honor no significa nada. Es un convencionalismo social, eso es todo. Por esa razón los místicos y los profetas no se preocupaban por eso en absoluto. El honor o el deshonor no significan nada para ellos. vivían en otro mundo, el mundo de los despiertos. El éxito o el fracaso no significaba nada para ellos. Tenían la actitud: «Yo soy estúpido, usted es estúpido, de modo que, ¿Cuál es el problema?».
Alguien dijo: «Las tres cosas más difíciles para un ser humano no son las hazañas físicas ni los logros intelectuales, son, en primer lugar, retornar amor por odio; en segundo lugar, incluir a los excluidos; en tercer lugar, admitir que está equivocado». Pero éstas son las cosas más fáciles del mundo si usted no se ha identificado con el «mi». Usted es capaz de decir cosas como: «¡Me equivoqué! Si usted me conociera mejor, vería con cuanta frecuencia me equivoco. ¿Qué podría esperarse de un estúpido? Si no me he identificado con estos aspectos del «mi», usted no puede herirme. Al principio, los viejos condicionamientos protestarán y usted estará deprimido y ansioso. Usted se afligirá, llorará, etc. «Antes del despertar, estaba deprimido: después del despertar, sigo deprimido». Pero hay una diferencia: ya no me identifico con la depresión. ¿Sabe usted cuán grande es la diferencia?
Usted sale de usted mismo y mira la depresión, y no se identifica con ella. No hace nada para que se acabe; está perfectamente dispuesto a seguir su vida mientras ella pasa por usted y desaparece. Si usted no sabe lo que esto significa, realmente tiene algo por descubrir. ¿ Y la ansiedad? Ahí está y usted no se preocupa. ¡que extraño! Está ansioso pero no preocupado.
¿No es eso una paradoja? Y usted está dispuesto a permitir que esta nube lo invada, porque cuanto más luche contra ella, mayor poder tendrá sobre usted. Usted está dispuesto a observarla mientras pasa. Usted puede ser feliz en medio de su ansiedad. ¿No es eso locura? Usted puede ser feliz en su depresión. Pero no puede tener un concepto equivocado de la felicidad. ¿Creía que la felicidad eran las emociones o la excitación? Eso es lo que causa la depresión. ¿Nadie se lo dijo? Usted está emocionado, bueno, está bien; pero sólo está preparando el camino para la próxima depresión. Usted está emocionado pero siente ansiedad tras eso: ¿Cómo puedo lograr que dure? Eso no es felicidad, eso es adicción.
¿Me pregunto cuántos no adictos están leyendo este libro? Si usted se parece al grupo promedio, hay muy pocos, muy pocos. No desprecie a los alcohólicos y a los drogadictos: tal vez usted sea tan adicto como ellos. La primera vez que vislumbré este nuevo mundo, fue aterrador. Comprendí lo que significa estar solo, sin un lugar donde apoyar la cabeza, dejar que todos sean libres y ser libre, no ser especial para nadie y amarlos a todos – porque el amor hace eso. Brilla sobre los buenos y los malos por igual; hace que llueva sobre los santos y los pecadores por igual. ¿Es posible que la rosa diga: «Les daré mi perfume a los buenos que quieran olerme, pero no a los malos? ¿O es posible que la lámpara diga: «Iluminaré a los buenos que están en esta sala, pero no iluminaré a los malos»? ¿O puede el árbol decir: «les daré mi sombra a los buenos que descansen junto a mí, pero no a los malos»? estas son imágenes de lo que es el amor.
Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo
Memoria Litúrgicao, 23 de septiembe
Un humilde fraile que ora
Martirologio Romano: San Pío de Pietrelcina (Francisco) Forgione, presbítero de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, que en el convento de San Giovanni Rotondo, en Apulia, se dedicó a la dirección espiritual de los fieles y a la reconciliación de los penitentes, mostrando una atención particular hacia los pobres y necesitados, terminando en este día su peregrinación terrena y configurándose con Cristo crucificado († 1968)
Fecha de beatificación: 2 de mayo de 1999 por S.S. Juan Pablo II
Fecha de canonización: 16 de junio de 2002 por S.S. Juan Pablo II
Breve Biografía
“En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14)
Padre Pío de Pietrelcina, al igual que el apóstol Pablo, puso en la cumbre de su vida y de su apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su sabiduría y su gloria. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se conformó a Él por medio de la inmolación de sí mismo por la salvación del mundo. En el seguimiento y la imitación de Cristo Crucificado fue tan generoso y perfecto que hubiera podido decir “con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19). Derramó sin parar los tesoros de la gracia que Dios le había concedido con especial generosidad a través de su ministerio, sirviendo a los hombres y mujeres que se acercaban a él, cada vez más numerosos, y engendrado una inmensa multitud de hijos e hijas espirituales.
Este dignísimo seguidor de San Francisco de Asís nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, archidiócesis de Benevento, hijo de Grazio Forgione y de María Giuseppa De Nunzio. Fue bautizado al día siguiente recibiendo el nombre de Francisco. A los 12 años recibió el Sacramento de la Confirmación y la Primera Comunión.
El 6 de enero de 1903, cuando contaba 16 años, entró en el noviciado de la orden de los Frailes Menores Capuchinos en Morcone, donde el 22 del mismo mes vistió el hábito franciscano y recibió el nombre de Fray Pío. Acabado el año de noviciado, emitió la profesión de los votos simples y el 27 de enero de 1907 la profesión solemne.
Después de la ordenación sacerdotal, recibida el 10 de agosto de 1910 en Benevento, por motivos de salud permaneció en su familia hasta 1916. En septiembre del mismo año fue enviado al Convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte.
Enardecido por el amor a Dios y al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud la vocación de colaborar en la redención del hombre, según la misión especial que caracterizó toda su vida y que llevó a cabo mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. El momento cumbre de su actividad apostólica era aquél en el que celebraba la Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la altura y profundidad de su espiritualidad.
En el orden de la caridad social se comprometió en aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la “Casa del Alivio del Sufrimiento”, inaugurada el 5de mayo de 1956.
Para el Padre Pío la fe era la vida: quería y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en coloquio con Dios. Decía: “En los libros buscamos a Dios, en la oración lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios”. La fe lo llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.
Estuvo siempre inmerso en las realidades sobrenaturales. No era solamente el hombre de la esperanza y de la confianza total en Dios, sino que infundía, con las palabras y el ejemplo, estas virtudes en todos aquellos que se le acercaban.
El amor de Dios le llenaba totalmente, colmando todas sus esperanzas; la caridad era el principio inspirador de su jornada: amar a Dios y hacerlo amar. Su preocupación particular: crecer y hacer crecer en la caridad.
Expresó el máximo de su caridad hacia el prójimo acogiendo, por más de 50 años, a muchísimas personas que acudían a su ministerio y a su confesionario, recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio: lo buscaban en la iglesia, en la sacristía y en el convento. Y él se daba a todos, haciendo renacer la fe, distribuyendo la gracia y llevando luz. Pero especialmente en los pobres, en quienes sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de Cristo y se entregaba especialmente a ellos.
Ejerció de modo ejemplar la virtud de la prudencia, obraba y aconsejaba a la luz de Dios.
Su preocupación era la gloria de Dios y el bien de las almas. Trató a todos con justicia, con lealtad y gran respeto.
Brilló en él la luz de la fortaleza. Comprendió bien pronto que su camino era el de la Cruz y lo aceptó inmediatamente con valor y por amor. Experimentó durante muchos años los sufrimientos del alma. Durante años soportó los dolores de sus llagas con admirable serenidad.
Cuando tuvo que sufrir investigaciones y restricciones en su servicio sacerdotal, todo lo aceptó con profunda humildad y resignación. Ante acusaciones injustificadas y calumnias, siempre calló confiando en el juicio de Dios, de sus directores espírituales y de la propia conciencia.
Recurrió habitualmente a la mortificación para conseguir la virtud de la templanza, de acuerdo con el estilo franciscano. Era templado en la mentalidad y en el modo de vivir.
Consciente de los compromisos adquiridos con la vida consagrada, observó con generosidad los votos profesados. Obedeció en todo las órdenes de sus superiores, incluso cuando eran difíciles. Su obediencia era sobrenatural en la intención, universal en la extensión e integral en su realización. Vivió el espíritu de pobreza con total desprendimiento de sí mismo, de los bienes terrenos, de las comodidades y de los honores. Tuvo siempre una gran predilección por la virtud de la castidad. Su comportamiento fue modesto en todas partes y con todos.
Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de miserias y a la vez de favores divinos. En medio a tanta admiración del mundo, repetía: “Quiero ser sólo un pobre fraile que reza”.
Su salud, desde la juventud, no fue muy robusta y, especialmente en los últimos años de su vida, empeoró rápidamente. La hermana muerte lo sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. Sus funerales se caracterizaron por una extraordinaria concurrencia de personas.
El 20 de febrero de 1971, apenas tres años después de su muerte, Pablo VI, dirigiéndose a los Superiores de la orden Capuchina, dijo de él: “¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Porqué era un sabio? ¿Porqué tenía medios a su disposición? Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.
Ya durante su vida gozó de notable fama de santidad, debida a sus virtudes, a su espíritu de oración, de sacrificio y de entrega total al bien de las almas.
En los años siguientes a su muerte, la fama de santidad y de milagros creció constantemente, llegando a ser un fenómeno eclesial extendido por todo el mundo y en toda clase de personas.
De este modo, Dios manifestaba a la Iglesia su voluntad de glorificar en la tierra a su Siervo fiel. No pasó mucho tiempo hasta que la Orden de los Frailes Menores Capuchinos realizó los pasos previstos por la ley canónica para iniciar la causa de beatificación y canonización. Examinadas todas las circunstancias, la Santa Sede, a tenor del Motu Proprio “Sanctitas Clarior” concedió el nulla osta el 29 de noviembre de 1982. El Arzobispo de Manfredonia pudo así proceder a la introducción de la Causa y a la celebración del proceso de conocimiento (1983-1990). El 7 de diciembre de 1990 la Congregación para las Causas de los Santos reconoció la validez jurídica. Acabada la Positio, se discutió, como es costumbre, si el Siervo de Dios había ejercitado las virtudes en grado heroico. El 13 de junio de 1997 tuvo lugar el Congreso peculiar de Consultores teólogos con resultado positivo. En la Sesión ordinaria del 21 de octubre siguiente, siendo ponente de la Causa Mons. Andrea María Erba, Obispo de Velletri-Segni, los Padres Cardenales y obispos reconocieron que el Padre Pío ejerció en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y las relacionadas con las mismas.
El 18 de diciembre de 1997, en presencia de Juan Pablo II, fue promulgado el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes.
Para la beatificación del Padre Pío, la Postulación presentó al Dicasterio competente la curación de la Señora Consiglia De Martino de Salerno (Italia). Sobre este caso se celebró el preceptivo proceso canónico ante el Tribunal Eclesiástico de la Archidiócesis de Salerno-Campagna-Acerno de julio de 1996 a junio de 1997. El 30 de abril de 1998 tuvo lugar, en la Congregación para las Causas de los Santos, el examen de la Consulta Médica y, el 22 de junio del mismo año, el Congreso peculiar de Consultores teólogos. El 20 de octubre siguiente, en el Vaticano, se reunió la Congregación ordinaria de Cardenales y obispos, miembros del Dicasterio y el 21 de diciembre de 1998 se promulgó, en presencia de Juan Pablo II, el Decreto sobre el milagro.
El 2 de mayo de 1999 a lo largo de una solemne Concelebración Eucarística en la plaza de San Pedro Su Santidad Juan Pablo II, con su autoridad apostólica declaró Beato al Venerable Siervo de Dios Pío de Pietrelcina, estableciendo el 23 de septiembre como fecha de su fiesta litúrgica.
Para la canonización del Beato Pío de Pietrelcina, la Postulación ha presentado al Dicasterio competente la curación del pequeño Mateo Pio Colella de San Giovanni Rotondo. Sobre el caso se ha celebrado el regular Proceso canónico ante el Tribunal eclesiástico de la archidiócesis de Manfredonia. Vieste del 11 de junio al 17 de octubre del 2000. El 23 de octubre siguiente la documentación se entregó en la Congregación de las Causas de los Santos. El 22 de noviembre del 2001 tuvo lugar, en la Congregación de las Causas de los Santos, el examen médico. El 11 de diciembre se celebró el Congreso Particular de los Consultores Teólogos y el 18 del mismo mes la Sesión Ordinaria de Cardenales y Obispos. El 20 de diciembre, en presencia de Juan Pablo II, se ha promulgado el Decreto sobre el milagro y el 26 de febrero del 2002 se promulgó el Decreto sobre la canonización.
Quiero ver a Jesús
Santo Evangelio según san Lucas 9, 7-9. Jueves XXV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Mi corazón te busca, Señor, Dios mío. Quiero conocerte más y mejor. Quiero ser tu amigo incondicional, tu discípulo fiel y tu apóstol incansable. Muéstrame tu rostro y permíteme sentir tu mano que actúa realmente en mi vida. Forma en mí las actitudes de humildad, docilidad y escucha para dejar que el Espíritu Santo me mueva en este rato de oración. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 7-9
En aquel tiempo, el rey Herodes se enteró de todos los prodigios que Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Pero Herodes decía: “A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?”. Y tenía curiosidad de ver a Jesús.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús estaba provocando mucho ruido en la zona. Nada menos que el jefe de la sinagoga le había convencido de atender a su hija, aquella que estaba a punto de morir. Además, en el camino, Jesús había curado a la mujer que desde hacía tantos años sufría de una enfermedad incurable. Y, por si fuera poco, unos días después envió a los discípulos por toda Judea para que predicaran la salvación y realizaran los mismos milagros. Todas estas noticias llegaron rápido al palacio. La reacción de Herodes fue inmediata.
Al igual que muchos otros, Herodes tenía ganas de ver a Jesús. Pero la actitud de uno y de otros era muy distinta. El rey tenía un deseo superficial, motivado sólo por la curiosidad y el afán de novedades. Otros, en cambio, querían verlo porque sentían en el fondo una necesidad de Jesús. Juan y Andrés buscaban conocer mejor aquel que tocó su corazón. Bartimeo le seguía por el camino, profundamente agradecido por el regalo de la vista. Ellos habían convertido el interés del momento en un deseo profundo y por eso se encontraron con Jesús, cuando llegó la oportunidad.
Cristo tenía también ganas de ver a Herodes. El tiempo adecuado para el encuentro fue en la humillación de la cruz. Y no hubo encuentro… Lamentablemente, Herodes no fue capaz de superar las capas que bloqueaban su corazón. La ambición de poder, el egoísmo y las convicciones débiles ahogaron esa posibilidad de descubrir a un Jesús que sufría para salvarle…
Cristo también tiene muchas ganas de verme a mí. Muchas más de lo que puedo imaginar…. Tal vez en mi caso no hay mantos lujosos y coronas de oro bloqueando la puerta para el encuentro con Él. Pero siempre es bueno que renovemos nuestro deseo de verlo. Pidámosle al Señor que nos ayude a quitar cualquier obstáculo y que nuestro encuentro con Él sea así cada vez más profundo.
«En nuestra alma está la posibilidad de tener dos inquietudes: una buena, que es la inquietud del Espíritu Santo, que nos da el Espíritu Santo, y hace que el alma esté inquieta por hacer cosas buenas, por seguir adelante; y está también la mala inquietud, aquella que nace de una conciencia sucia. Precisamente esta última caracterizaba a los dos soberanos contemporáneos de Jesús: tenían la conciencia sucia y por eso estaban inquietos, porque habían hecho cosas malas y no tenían paz, y cada acontecimiento a ellos les parecía una amenaza». (Homilía de S.S. Francisco 22 de septiembre de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré hacer alguna visita o comunión espiritual en una iglesia cercana.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén. ¡Cristo, Rey nuestro ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El castigo al crimen en las Escrituras
Ya es Moisés quien sienta las primeras bases punitivas para el crimen.
Así como la Escritura santa no constituía un código civil, sistemáticamente ordenado, del tipo del Código llamado Napoleón, tampoco era un código penal; pero, en esta materia, proporcionaba gran número de preceptos, también diseminados en varios libros bíblicos, con los que era fácil formar un todo.
Entre crímenes y delitos, la diferencia no era siempre muy neta: ¿acaso lo es en nuestros días? Una clasificación sumaria podía colocarlos a todos en cinco grandes categorías: los atentados contra la vida humana, donde se distingue perfectamente entre el homicidio voluntario y el homicidio por imprudencia; los golpes y heridas, cuya gravedad estaba cuidadosamente catalogada; los atentados a la familia y a la moral, considerados como particularmente graves en una sociedad donde la familia ocupaba el papel primordial, y cuya lista iba de los casamientos consanguíneos a las costumbres contra natura y a la bestialidad, de la violación de una novia a la maldición pública de un hijo contra el padre; los daños a la propiedad ajena, considerados también como crímenes cuando se trataba de robo a mano armada, o cometido de noche, o empleo de pesas falseadas. En todas esas materias los preceptos bíblicos y las decisiones de los rabíes revelaban mucho cuidado, sentido jurídico y espíritu de equidad. Por ejemplo, matar a un ladrón que entró de noche en la casa no era homicidio, pero sí lo era matarlo si se le sorprendía en pleno día, pues en este caso se le podía detener.
Pero de todas las categorías de crímenes, los más graves ante la Ley, los más irremisibles, eran los que se cometían contra la religión. Lo que es natural, si se tiene en cuenta el carácter sagrado de todas las instituciones judías; para el «Pueblo de Dios» no hay peor falta que rebelarse contra Dios; en un sentido es cometer un crimen muy próximo al que nuestras reglamentaciones laicas califican de atentado a la seguridad del Estado.
La represión de esas horrorosas faltas existió desde siempre en Israel: ya los castigaba el Código de la Alianza. Pero debe reconocerse que en el curso de los siglos la lista se había alargado considerablemente, y que, en los últimos tiempos, los doctores de la Ley, como especialistas, multiplicaron los casos en que podían cometerse esos crímenes. De modo que era crimen la idolatría, crimen la magia, la necromancia y hasta la adivinación, crimen la blasfemia, y se entiende por blasfemia el hecho de invocar en vano el nombre sagrado. Violar el Sabat era también un crimen que merecía la muerte; negarse a circuncidar a su hijo, o abstenerse de celebrar la Pascua eran delitos tan graves que el culpable tenía que ser proscrito. En tiempos remotos, interdictos heredados de viejos «tabús» mandaban tratar como criminales a los que tenían relaciones con una mujer indispuesta. Pero en los tiempos recientes la tendencia de los sacerdotes y de los escribas era considerar como ateos y rebeldes a los que desobedecían las menores leyes eclesiásticas, sobre todo las que se referían al pago del impuesto del Templo y los diezmos… Está fuera de duda que en los momentos en que vivía Jesús, puesto que la influencia de los fariseos había aumentado mucho, el judío fiel – diríamos el ciudadano judío – había de tener oportunidades de cometer crímenes y delitos en número considerable.
La represión era severa. Para todos los crímenes cometidos contra la religión, la única pena prevista era la muerte: por ese cargo indagaron a Nuestro Señor hasta lograr culparlo de una pretendida blasfemia por la cual lo condenaron. Lo mismo ocurría con otros muchos que la legislación moderna castiga menos pesadamente, por ejemplo, en las condiciones que hemos visto, el adulterio. También estaba prevista la muerte para todo el que redujera a esclavitud a un judío libre, para todo el que falseara las pesas, para la hija de sacerdote que se prostituía, para la mujer que se casaba ocultando su inconducta… Pero, en el momento en que vivía Jesús, esa severidad de la Ley estaba moderada por la decisión que poco antes tomaron los romanos. «Cuarenta años antes de la destrucción del Templo – dice el tratado Sanedrín del Talmud -, las causas que comportaba la pena de muerte fueron retiradas al tribunal. Otros autores pensaban que las autoridades judías conservaban el derecho de instruir esas causas, pero que en todo caso el procurador se reservaba el derecho de autorizar o no la ejecución.
Para todo lo que se refería a crímenes, golpes y heridas, los muy viejos principios del tiempo e las tribus seguían siempre teóricamente válidos. El más célebre es la ley del talión, que la Biblia formulaba en tres oportunidades: «ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, contusión por contusión, herida por herida» y, naturalmente, «vida por vida». El precepto parece horroroso: en realidad, quizás apuntara, en tiempos remotos, a limitar los excesos de la venganza privada, a impedir que se matara a un hombre por una herida a y un niño por una contusión. Con los siglos habían atenuado la severidad, admitiendo que el talión sólo se aplicara en caso de muerte intencional o herida acarreando incapacidad permanente de trabajo. Es muy dudoso que en la época de Jesús estuviera muy en uso el talión: se atenían al «talión pecuniario». Lo que no quiere decir, lejos de eso, que eran capaces de admitir la gran lección evangélica que, condenando formalmente la vieja costumbre de «ojo por ojo, diente por diente», pedirá a los hombres que perdonen todo y «si alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra».
A esa ley del talión se vinculaba el principio de la venganza. Venganza en la comunidad, venganza en la familia, para decir todo, venganza de Dios. El crimen quebranta el orden querido por la divinidad: una pena proporcional restablece ese orden. La Biblia era, pues, formal: «El que derramare la sangre humana, por mano de hombre será derramada la suya». La venganza es un deber sagrado para toda la familia. El más cercano pariente de un hombre muerto debe alzarse en goel, en «vengador de la sangre». Aquí también parece que la Ley hizo lo mejor que pudo para limitar los efectos de ese desastroso principio: la venganza no debía ejercerse del mismo modo si se trataba de una muerte involuntaria o de un crimen; no había de alcanzar los miembros inocentes de la familia culpable. ¿Existía, como más tarde en el derecho germánico, un «precio de la sangre», es decir, una tarifa de indemnizaciones que el criminal o los suyos tenían que pagar para evitar el castigo? Esto es seguro en materia de golpes y heridas; también es seguro cuando se trataba de la muerte de un esclavo, en este caso la cantidad que debía pagarse era treinta denarios: los famosos treinta dineros que Judas recibió por entregar a Jesús… pero cuando la víctima era un hombre libre, es muy dudoso. En todo caso, parece sumamente improbable que los romanos, amigos del orden, dejaran desarrollar, en un país ocupado por ellos, la «vendetta» en cadena.
El derecho penal, severo, contenía evidentemente sanciones y penalidades pesadas. Las multas por golpes y heridas, por negligencias culpables – por ejemplo, por haber abierto una zanja o cavado una cisterna sin avisar -, por difamación y calumnias, por corrupción de virgen, por robos, estaban cuidadosamente fijadas: por ejemplo, el que robaba un buey tenía que entregar cinco. Las penas físicas infligidas en virtud del talión no estaban precisadas en la Biblia, pero los rabíes indicaban cierto número. La única mutilación prevista en el texto sagrado era la ablación de la mano de la mujer que, en el curso de una reyerta, prestó a su hombre una ayuda demasiado eficaz haciendo al adversario una cogedura de carácter bastante escabroso…. La varea debía practicarse, quizás hasta como simple medida de policía, como se hacía en Egipto con los contribuyentes recalcitrantes, sin decisión judicial, lo que la distinguía de la terrible flagelación. La prisión, que los antiguos hebreos sólo conocieron como preventiva, destinada a asegurarse de un acusado, o como medida política en tiempo de los Reyes, llegó a ser, en la época de Esdras y de Nehemías, una pena represiva, a la que alude constantemente el Nuevo Testamento, aplicada sobre todo a los deudores insolventes. A veces se reforzaba la severidad poniendo cepos en los pies del preso, cosa que ocurrió a Pablo y a su discípulo Silas cuando fueron encarcelados en Filipos. También parece que una forma que muy a menudo se repite en la Biblia: «será borrado de en medio de su pueblo», no significaba la muerte, sino la expulsión, lo que, ipso facto, incluye la excomunión religiosa.
Los suplicios propiamente dichos eran numerosos y variados. El tratado Sanedrín enumera cuatro: la lapidación, la muerte por el fuego, la decapitación y la estrangulación. Este orden de gravedad parecería sorprendente, sobre todo si se piensa que el suplicio del fuego transcurría así: el condenado estaba semienterrado en estiércol, con el busto rodeado de estopas; dos verdugos le abrían la boca a la fuerza, para meterle en ella una mecha encendida; así perecía el hombre que había tenido comercio con madre e hija, o la hija de un sacerdote que se había vendido… La estrangulación infligida a un hijo que había golpeado a su padre, o a un «falso profeta», se hacía con el garrote.
Las penas más usuales, las más célebres, eran la flagelación y la lapidación. La primera constituía, en principio, ya sea un castigo considerado en sí como suficiente, ya sea una pena suplementaria agregada a la de muerte.
Parece cierto que los romanos introdujeron en Palestina la costumbre de flagelar a los condenados a muerte antes de ejecutarlos. Pero debía ocurrir a veces que el desdichado muriese por los golpes: por lo cual la Ley judía fijó un número máximo de azotes, cuarenta, y ordenó que se detuvieran al llegar a treinta y nueve, temiendo que el cuadragésimo fuese precisamente fatal, medida humana que la ley romana ignoraba. Sin embargo, los azotes que usaban los verdugos judíos, formados de simples tiras de cuero, triples o cuádruples, eran mucho menos crueles que los de los romanos, que estaban guarnecidos de bolitas de plomo o tabas de carnero que, a cada golpe, se llevaban el pellejo. Este último tipo de suplicio fue sin duda el que sufrió Jesús, atado a una columna baja, entregado al arbitrio de los lictores…
La lapidación era perfectamente un suplicio capital. Era el suplicio israelita típico, clásico, aquel de que sin cesar se trata en la Biblia, el que los acusadores de la mujer adúltera quieren infligirle, el suplicio infligido por la Comunidad; los acusadores y los testigos de cargo tenían que tirar la primera piedra y luego tiraba todo el pueblo. El tratado Sanedrín da una precisión que hace un poco menos bárbara esta ejecución de muerte: el condenado debía ser conducido a un lugar escarpado «de la altura de dos hombres»; uno de los acusadores lo empujaba hacia atrás, evidentemente para matarlo en la caída o romperle los riñones: tras lo cual se le arrojaban piedras, la primera apuntando al corazón.
En cuanto a la crucifixión, que se caería en la tentación de creer que constituía un suplicio normal en Israel, pensando en la muerte de Jesús, era en realidad un suplicio importado por los griegos y los romanos. Originalmente los israelitas no crucificaban ni ahorcaban a los condenados: «suspendían en el madero» los cuerpos de los ejecutados. Originario probablemente de Fenicia, y sin duda reservado primero a los esclavos rebeldes, ese horroroso suplicio – crudellissimum teterrimumque, dice Cicerón – se difundió por todo el mundo antiguo. En Roma se atribuía su introducción a Tarquino el Soberbio. En Judea, Alejandro Janio lo utilizó en grande contra los fariseos por él vencidos.
Llevado al lugar de la ejecución fuera de las puertas de la ciudad, donde se hallaban permanentemente maderos levantados, se ataba al condenado por las manos o se las clavaban a un travesaño más pequeño que se izaba con cuerdas hasta que llegase ya sea al tope del palo vertical, ya sea en una muesca prevista para ese fin. Los hombres eran crucificados de cara al público; las mujeres con el vientre pegado al palo. Una especie de cuerno colocado entre las piernas impedía que el cuerpo se desplomara y la muerte llegara demasiado pronto. En realidad ésta tardaba horas y horas en producirse, determinada por la asfixia creciente, la tetanización de los músculos, el hambre y sobre todo la sed, sin hablar de las heridas que le producían los pájaros lúgubres que en aquellos lugares volaban sin cesar. Si tardaba demasiado, como no debía violarse la regla del Deuteronomio que prohibía dejar los cuerpos colgados por la noche, quebraban las piernas al condenado o bien le hundían en los costados una espada o una lanza.
Había en la opinión judía una corriente hostil a estas penas de muerte. El Talmud alude a ello. La ley judía llegaba a prever atenciones como ordenar que cerca del lugar del suplicio se colocara un sistema de guardia a caballo, con relevos, para que si las autoridades judiciales querían detener la ejecución, pudiesen hacerlo hasta el último segundo. También era obligatorio dar al condenado un «licor fuerte», como decía el libro de los Proverbios, verosímilmente un hipnótico, incienso o mirra disuelto en vino o en vinagre, como se le ofreció a Jesús; existían cofradías de mujeres piadosas que se encargaban de ese cuidado, o en su defecto lo hacían las autoridades de la ciudad.
Nuestro Señor sufrió la pena más severa, reservada para escasísimos casos. Pasó por la flagelación, cargó su propia cruz, fue lastimado con espinas y clavado con clavos, y finalmente muerto en la ignominiosa cruz con que se castigaba a los más abyectos de los criminales. Todo esto lo soportó por amor de los hombres. Honremos ahora y reparemos por nuestros pecados. Bendito y alabado sea Su Santo Nombre.
El futuro será de esperanza si será juntos
Catequesis del Papa Francisco, 22 de septiembre de 2021
Una peregrinación de oración, una peregrinación a las raíces, una peregrinación de esperanza: así definió el Papa Francisco su reciente viaje apostólico a Budapest y Eslovaquia, terminado hace exactamente una semana, al que dedicó su catequesis de la audiencia general de este cuarto miércoles de septiembre.
Dirigiéndose a los fieles presentes en el Aula Pablo VI, el Santo Padre explicó los diversos aspectos de su peregrinación, que comenzó con la primera etapa en Budapest para la celebración de la Santa Misa conclusiva del Congreso Eucarístico Internacional, aplazada exactamente un año debido a la pandemia.
“La oración comenzó en Budapest, en la Misa de clausura del Congreso Eucarístico Internacional, con la adoración a Jesús Sacramentado, y se concluyó con la Fiesta de la Virgen Dolorosa en Šaštin”, dijo el Papa en nuestro idioma.
Explayándose en su catequesis en italiano, recordó la gran participación del pueblo santo de Dios, en el día del Señor, reunido ante el misterio de la Eucaristía en la Misa de Clausura del Congreso Eucarístico Internacional:
Era abrazado por la Cruz que sobresalía sobre el altar, mostrando la misma dirección indicada por la Eucaristía, es decir la vía del amor humilde y desinteresado, del amor generoso y respetuoso hacia todos, de la vía de la fe que purifica de la mundanidad y conduce a la esencialidad. Esta fe siempre nos purifica y nos aleja de la mundanidad que nos arruina, a todos: es una carcoma que nos arruina por dentro.
Una peregrinación de oración en el corazón de Europa
Fue una “peregrinación de oración en el corazón de Europa, iniciado con la adoración y concluido con la piedad popular”, afirmó el pontífice y añadiendo que su peregrinación de “escucha” concluyó en Eslovaquia en la Fiesta de María Dolorosa” en Šaštín, indicó: Rezar porque a esto es a lo que sobre todo está llamado el Pueblo de Dios: adorar, rezar, caminar, peregrinar, hacer penitencia, y en todo esto sentir la paz y la alegría que nos da el Señor. Nuestra vida debe ser así: adorar, rezar, caminar, peregrinar y hacer penitencia. Y esto tiene una particular importancia en el continente europeo, donde la presencia de Dios se diluye en el consumismo y en los “vapores” de un pensamiento único – algo extraño pero real- fruto de la mezcla de viejas y nuevas ideologías. Y esto nos aleja de la familiaridad con el Señor, de la familiaridad con Dios.También en tal contexto, la respuesta que sana viene de la oración, del testimonio y del amor humilde. Del amor humilde que sirve. Retomemos esta idea: es cristiano está para servir.
La importancia de la memoria
“No hay oración sin memoria”, afirmó a continuación el Santo Padre, recordando el encuentro con “un pueblo fiel, que sufrió la persecución ateísta. Lo vi también en los rostros de nuestros hermanos y hermanas judíos con los cuales recordamos la Shoah”.
No hay oración sin memoria. ¿Qué significa esto? Significa que cuando rezamos, debemos recordar nuestra propia vida, la vida de nuestro pueblo, la vida de tantas personas que nos acompañan en la ciudad, en el pueblo, cual ha sido la historia…
Una peregrinación a las raíces
El segundo aspecto subrayado por Francisco fue el “recuerdo agradecido de estas raíces de fe y de vida cristiana, vívido en el ejemplo luminoso de testigos de la fe, como los cardenales Mindszenty y Korec, como el beato obispo Pavel Peter Gojdi?. Raíces que descienden en profundidad hasta el siglo IX, hasta la obra evangelizadora de los santos hermanos Cirilo y Metodio, que han acompañado este viaje como una presencia constante”.
En más de una ocasión insistí en el hecho de que estas raíces están siempre vivas, llenas de la savia vital que es el Espíritu Santo, y que como tales deben ser custodiadas: no como exposiciones de museo, no ideologizadas e instrumentalizadas por intereses de prestigio y de poder, para consolidar una identidad cerrada. No. ¡Esto significaría traicionarlas y esterilizarlas! Cirilo y Metodio no son para nosotros personajes para conmemorar, sino modelos a imitar, maestros de los que aprender siempre el espíritu y el método de la evangelización, como también el compromiso civil – durante este viaje en el corazón de Europa pensé a menudo en los padres de la Unión Europea, como la soñaron: no como una agencia para distribuir las colonizaciones ideológicas de la moda, no. Como la soñaron ellos. Así entendidas y vividas, las raíces son garantía de futuro: de ellas brotan gruesas ramas de esperanza.
La esperanza de los jóvenes y de quienes se ocupan del prójimo
La esperanza es el tercer aspecto de este viaje, afirmó el Papa. Esperanza que Francisco encontró “en los ojos de los jóvenes, en el inolvidable encuentro en el estadio de Košice”. “Un signo fuerte y alentador, también gracias a la presencia de numerosas parejas jóvenes, con sus hijos”, en este tiempo de pandemia.
Como fuerte y profético es el testimonio de la beata Anna Kolesárová, joven eslovaca que a costa de su vida defendió la propia virginidad contra la violencia: un testimonio más actual que nunca, lamentablemente, porque la violencia sobre las mujeres es una llaga abierta.
Esperanza que el Santo Padre tuvo ocasión de ver también en tantas personas que “silenciosamente, se ocupan y se preocupan del prójimo”:
Pienso en las Hermanas Misioneras de la Caridad del Centro Belén en Bratislava, que acoge a personas sin hogar. Pienso en la comunidad gitana y en los que se comprometen con ellos por un camino de fraternidad y de inclusión. Fue conmovedor compartir la fiesta de la comunidad gitana: una fiesta sencilla, que sabía a Evangelio.
Una “esperanza” que se hace concreta “solo si se declina con otra palabra: juntos”, precisó el Obispo de Roma:
En Budapest y en Eslovaquia nos hemos encontrado juntos con los diferentes ritos de la Iglesia católica, juntos con los hermanos de otras confesiones cristianas, juntos con los hermanos judíos, juntos con los creyentes de otras religiones, juntos con los más débiles. Este es el camino, porque el futuro será de esperanza si será juntos.
El corazón colmo de agradecimiento del Papa
Después de este viaje, en mi corazón hay un gran “gracias”, concluyó el Papa. Un gracias que Francisco extiende a los obispos y a las autoridades civiles; al Presidente de Hungría y a la Presidenta de Eslovaquia, a todos los colaboradores en la organización; a los muchos voluntarios; a cada uno de los que han rezado. Con una petición final: Por favor, añadan aún una oración, para que las semillas esparcidas durante el viaje den buenos frutos.
¿Cómo hacer una buena confesión?
El P. José Luis nos regala una guía que nos ayudará muchísimo
Cuando nos damos cuenta de que tenemos pecados que no podemos vencer o que cometemos muy seguido, nos desanimamos y pensamos que es inútil confesarnos. Lo que sucede es que muchas veces no hacemos un buen examen de conciencia. Te comparto esta guía, basada en los 10 mandamientos y los 7 pecados capitales, que te ayudarán a preparar una buena confesión. No tengas miedo, Dios te espera con los brazos abiertos para regalarte su perdón.
A.- Los Diez Mandamientos
Examina tu conciencia. Se recuerdan los pecados preguntándose sin prisa lo que se ha hecho en contra de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, con plena advertencia y pleno consentimiento.
Primer Mandamiento – Amarás a Dios sobre todas las cosas
• ¿He admitido en serio alguna duda contra las verdades de la fe? ¿He llegado a negar la fe o algunas de sus verdades, en mi pensamiento o delante de los demás?
• ¿He desesperado de mi salvación o he abusado de la confianza en Dios, presumiendo que no me abandonaría, para pecar con mayor tranquilidad?
• ¿He murmurado interna o externamente contra el Señor cuando me ha acaecido alguna desgracia?
• ¿He abandonado los medios que son por sí mismos absolutamente necesarios para la salvación? ¿He procurado alcanzar la debida formación religiosa?
• ¿He hablado sin reverencia de las cosas santas, de los sacramentos, de la Iglesia, de sus ministros?
• ¿He abandonado el trato con Dios en la oración o en los sacramentos?
• ¿He practicado la superstición o el espiritismo? ¿Pertenezco a alguna sociedad o movimiento ideológico contrario a la religión?
• ¿Me he acercado indignamente a recibir algún sacramento?
• ¿He leído o retenido libros, revistas o periódicos que van contra la fe o la moral? ¿Los di a leer a otros?
• ¿Trato de aumentar mi fe y amor a Dios?
• ¿Pongo los medios para adquirir una cultura religiosa que me capacite para ser testimonio de Cristo con el ejemplo y la palabra?
• ¿He hecho con desgana las cosas que se refieren a Dios?
Segundo Mandamiento – No jurarás el nombre de Dios en vano
• ¿He blasfemado? ¿Lo he hecho delante de otros?
• ¿He hecho algún voto, juramento o promesa y he dejado de cumplirlo por mi culpa?
• ¿He honrado el santo nombre de Dios? ¿He pronunciado el nombre de Dios sin respeto, con enojo, burla o de alguna manera poco reverente?
• ¿He hecho un acto de desagravio, al menos interno, al oír alguna blasfemia o al ver que se ofende a Dios?
• ¿He jurado sin verdad? ¿Lo he hecho sin necesidad, sin prudencia o por cosa de poca importancia?
• ¿He jurado hacer algún mal? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse de mi acción?
Tercer Mandamiento – Santificarás las fiestas
• ¿Creo todo lo que enseña la Iglesia Católica? ¿Discuto sus mandatos olvidando que son mandatos de Cristo?
• ¿He faltado a Misa los domingos o fiestas de guardar? ¿Ha sido culpa mía? ¿Me he distraído voluntariamente o he llegado tan tarde que no he cumplido con el precepto?
• ¿He impedido que oigan la Santa Misa los que dependen de mí?
• ¿He guardado el ayuno una hora antes del momento de comulgar?
• ¿He trabajado corporalmente o he hecho trabajar sin necesidad urgente un día de precepto, por un tiempo considerable, por ejemplo, más de dos horas?
• ¿He observado la abstinencia durante los viernes de Cuaresma?
• ¿He rezado alguna oración o realizado algún acto de penitencia los demás viernes del año en los que no he guardado la abstinencia? ¿He ayunado y guardado abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo?
• ¿Cumplí la penitencia que me impuso el sacerdote en la última confesión? ¿He hecho penitencia por mis pecados? ¿Me he confesado al menos una vez al año?
• ¿Me he acercado a recibir la Comunión en el tiempo establecido para cumplir con el precepto pascual? ¿Me he confesado para hacerlo en estado de gracia?
• ¿Excuso o justifico mis pecados?
• ¿He callado en la confesión, por vergüenza, algún pecado grave? ¿He comulgado después alguna vez?
Cuarto Mandamiento – Honrarás a tu padre y a tu madre
(Hijos)
• ¿He desobedecido a mis padres o superiores en cosas importantes?
• ¿Tengo un desordenado afán de independencia que me lleva a recibir mal las indicaciones de mis padres simplemente porque me lo mandan? ¿Me doy cuenta de que esta reacción está ocasionada por la soberbia?
• ¿Les he entristecido con mi conducta?
• ¿Les he amenazado o maltratado de palabra o de obra, o les he deseado algún mal grave o leve?
• ¿Me he sentido responsable ante mis padres por el esfuerzo que hacen para que yo me forme, estudiando con intensidad?
• ¿He dejado de ayudarles en sus necesidades espirituales o materiales?
• ¿Me dejo llevar del mal genio y me enfado con frecuencia y sin motivo justificado?
• ¿Soy egoísta con las cosas que tengo, y me duele dejarlas a los demás hermanos?
• ¿He reñido con mis hermanos?
• ¿He dejado de hablarme con ellos y no he puesto los medios necesarios para la reconciliación?
• ¿Soy envidioso y me duele que otros destaquen más que yo en algún aspecto?
• ¿He dado mal ejemplo a mis hermanos?
(Padres)
• ¿Desobedezco a mis superiores en cosas importantes?
• ¿Permanezco indiferente ante las necesidades, problemas y sufrimientos de la gente que me rodea, singularmente de los que están cerca de mí por razones de convivencia o trabajo?
• ¿Soy causa de tristeza para mis compañeros de trabajo por negligencia, descortesía o mal carácter?
• ¿He dado mal ejemplo a mis hijos no cumpliendo con mis deberes religiosos, familiares o profesionales? ¿Les he entristecido con mi conducta?
• ¿Les he corregido con firmeza en sus defectos o se los he dejado pasar por comodidad? ¿Corrijo siempre a mis hijos con justicia y por amor a ellos, o me dejo llevar por motivos egoístas o de vanidad personal, porque me molestan, porque me dejan mal ante los demás o porque me interrumpen?
• ¿Les he amenazado o maltratado de palabra o de obra, o les he deseado algún mal grave o leve?
• ¿He descuidado mi obligación de ayudarles a cumplir sus deberes religiosos y de evitar las malas compañías?
• ¿He abusado de mi autoridad y ascendiente forzándoles a recibir los sacramentos, sin pensar que por vergüenza o excusa humana, podrían hacerlo sin las debidas disposiciones?
• ¿He impedido que mis hijos sigan la vocación con que Dios les llama a su servicio? ¿Les he puesto obstáculos o les he aconsejado mal?
• Al orientarles en su formación profesional, ¿me he guiado por razones objetivas de capacidad y medios, o he seguido más bien los dictados de mi vanidad o egoísmo?
• ¿Me preocupo de modo constante por su formación en el aspecto religioso?
• ¿Me he preocupado también de la formación religiosa y moral de las otras personas que viven en mi casa o que dependen de mí?
• ¿Me he opuesto a su matrimonio sin causa razonable?
• ¿Permito que trabajen o estudien en lugares donde corre peligro su alma o su cuerpo? ¿He descuidado la natural vigilancia en las reuniones de chicos y chicas que se tengan en casa evitando dejarles solos? ¿Soy prudente a la hora de orientar sus diversiones?
• ¿He tolerado escándalos o peligros morales o físicos entre las personas que viven en mi casa?
• ¿Sacrifico mis gustos, caprichos y diversiones para cumplir con mi deber de dedicación a la familia?
• ¿Procuro hacerme amigo de mis hijos? ¿He sabido crear un clima de familiaridad evitando la desconfianza y los modos que impiden la legítima libertad de los hijos?
• ¿Doy a conocer a mis hijos el origen de la vida, de un modo gradual, acomodándome a su mentalidad y capacidad de comprender, anticipándome ligeramente a su natural curiosidad?
• ¿Evito los conflictos con los hijos quitando importancia a pequeñeces que se superan con un poco de perspectiva y sentido del humor?
• ¿Hago lo posible por vencer la rutina en el cariño a mi esposo(a)?
• ¿Soy amable con los extraños y me falta esa amabilidad en la vida familiar?
• ¿He reñido con mi consorte? ¿Ha habido malos tratos de palabra o de obra? ¿He fortalecido la autoridad de mi cónyuge, evitando reprenderle, contradecirle o discutirle delante de los hijos?
• ¿Le he desobedecido o injuriado? ¿He dado con ello mal ejemplo?
• ¿Me quejo delante de la familia de la carga que suponen las obligaciones domésticas?
• ¿He dejado demasiado tiempo solo a mi consorte?
• ¿He procurado avivar la fe en la Providencia y ganar lo suficiente para poder tener o educar a más hijos?
• ¿Pudiendo hacerlo he dejado de ayudar a mis parientes en sus necesidades espirituales o materiales?
Quinto Mandamiento – No matarás
• ¿Tengo enemistad, odio o rencor hacia alguien?
• ¿He dejado de hablarme con alguien y me niego a la reconciliación o no hago lo posible por conseguirla?
• ¿Evito que las diferencias políticas o profesionales degeneren en indisposición, malquerencia u odio hacia las personas?
• ¿He deseado un mal grave al prójimo? ¿Me he alegrado de los males que le han ocurrido?
• ¿Me he dejado dominar por la envidia?
• ¿Me he dejado llevar por la ira? ¿He causado con ello disgusto a otras personas?
• ¿He despreciado a mi prójimo? ¿Me he burlado de otros o les he criticado, molestado o ridiculizado?
• ¿He maltratado de palabra o de obra a los demás? ¿Pido las cosas con malos modales, faltando a la caridad?
• ¿He llegado a herir o quitar la vida al prójimo? ¿He sido imprudente en la conducción de vehículos?
• ¿He practicado o colaborado en la realización de algún aborto? ¿He abortado o inducido a alguien a abortar, sabiendo que constituye un pecado gravísimo que lleva consigo la excomunión?
• ¿He contribuido a adelantar la muerte a algún enfermo con pretextos de evitar sufrimientos o sacrificios, sabiendo que la eutanasia es un homicidio?
• Con mi conversación, mi modo de vestir, mi invitación a presenciar algún espectáculo o con el préstamo de algún libro o revista, ¿he sido la causa de que otros pecasen? ¿He tratado de reparar el escándalo?
• ¿He descuidado mi salud? ¿He atentado contra mi vida?
• ¿Me he embriagado, bebido con exceso o tomado drogas?
• ¿Me he dejado dominar por la gula, es decir, por el placer de comer y beber más allá de lo razonable?
• ¿Me he deseado la muerte sin someterme a la Providencia de Dios?
• ¿Me he preocupado del bien del prójimo, avisándole del peligro material o espiritual en que se encuentra o corrigiéndole como pide la caridad cristiana?
• ¿He descuidado mi trabajo, faltando a la justicia en cosas importantes? ¿Estoy dispuesto a reparar el daño que se haya seguido de mi negligencia?
• ¿Procuro acabar bien el trabajo pensando que a Dios no se le deben ofrecer cosas mal hechas? ¿Realizo el trabajo con la debida pericia y preparación?
• ¿He abusado de la confianza de mis superiores? ¿He perjudicado a mis superiores o subordinados o a otras personas haciéndoles un daño grave?
• ¿Facilito el trabajo o estudio de los demás, o lo entorpezco de algún modo, por ejemplo, con rencillas, derrotismos e interrupciones?
• ¿He sido perezoso en el cumplimiento de mis deberes?
• ¿Retraso con frecuencia el momento de ponerme a trabajar o estudiar?
• ¿Tolero abusos o injusticias que tengo obligación de impedir?
• ¿He dejado, por pereza, que se produzcan graves daños en mi trabajo? ¿He descuidado mi rendimiento en cosas importantes con perjuicio de aquellos para quienes trabajo? materiales?
Sexto y Noveno Mandamientos – No cometerás actos impuros (6) y No consentirás pensamientos ni deseos impuros (9)
• ¿Me he entretenido con pensamientos o recuerdos deshonestos?
• ¿He traído a mi memoria recuerdos o pensamientos impuros?
• ¿Me he dejado llevar de malos deseos contra la virtud de la pureza, aunque no los haya puesto por obra? ¿Había alguna circunstancia que los agravase: parentesco, matrimonio o consagración a Dios en las personas a quienes se dirigían?
• ¿He tenido conversaciones impuras? ¿Las he comenzado yo?
• ¿He asistido a diversiones que me ponían en ocasión próxima de pecar? (ciertos bailes, cines o espectáculos inmorales, malas lecturas o compañías). ¿Me doy cuenta de que ponerme en esas ocasiones es ya un pecado?
• ¿Guardo los detalles de modestia que son la salvaguardia de la pureza? ¿Considero esos detalles ñoñería?
• Antes de asistir a un espectáculo, o leer un libro, ¿me entero de su calificación moral para no ponerme en ocasión próxima de pecado evitando así las deformaciones de conciencia que pueda producirme?
• ¿Me he entretenido con miradas impuras?
• ¿He rechazado las sensaciones impuras?
• ¿He visto pornografía? ¿Me he masturbado?
• ¿He hecho acciones impuras? ¿Solo o con otras personas? ¿Cuántas veces? ¿Del mismo o distinto sexo? ¿Había alguna circunstancia de parentesco o afinidad que le diera especial gravedad? ¿Tuvieron consecuencias esas relaciones? ¿Hice algo para impedirlas? ¿Después de haberse formado la nueva vida? ¿He cometido algún otro pecado contra la pureza?
• ¿Tengo amistades que son ocasión habitual de pecado? ¿Estoy dispuesto a dejarlas?
• En el noviazgo, ¿es el amor verdadero la razón fundamental de esas relaciones? ¿Vivo el constante y alegre sacrificio de no convertir el cariño en ocasión de pecado? ¿Degrado el amor humano confundiéndolo con el egoísmo y con el placer?
• El noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento mutuo; ¿mis relaciones están inspiradas no por afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza?
• ¿Me acerco con más frecuencia al sacramento de la Penitencia durante el noviazgo para tener más gracia de Dios? ¿Me han alejado de Dios esas relaciones?
(Esposos)
• ¿He usado indebidamente el matrimonio? ¿He negado su derecho al otro cónyuge? ¿He faltado a la fidelidad conyugal con deseos o de obra?
• ¿Hago uso del matrimonio solamente en aquellos días en que no puede haber descendencia? ¿Sigo este modo de control de la natalidad sin razones graves?
• ¿He usado preservativos o tomado fármacos para evitar los hijos? ¿He inducido a otras personas a que los tomen? ¿He influido de alguna manera —consejos, bromas o actitudes— en crear un ambiente antinatalista?
Séptimo y Décimo Mandamientos – No robarás (7) y No codiciarás los bienes ajenos (10)
• ¿He robado algún objeto o alguna cantidad de dinero? ¿He reparado o restituido pudiendo hacerlo? ¿Estoy dispuesto a realizarlo? ¿He cooperado con otros en algún robo o hurto? ¿Había alguna circunstancia que lo agravase, por ejemplo, que se tratase de un objeto sagrado? ¿La cantidad o el valor de los apropiado era de importancia?
• ¿Retengo lo ajeno contra la voluntad de su dueño?
• ¿He perjudicado a los demás con engaños, trampas o coacciones en los contratos o relaciones comerciales?
• ¿He hecho daño de otro modo a sus bienes? ¿He engañado cobrando más de lo debido? ¿He reparado el daño causado o tengo la intención de hacerlo?
• ¿He gastado más de lo que me permite mi posición?
• ¿He cumplido debidamente con mi trabajo, ganándome el sueldo que me corresponde?
• ¿He dejado de dar lo conveniente para ayudar a la Iglesia?
• ¿Hago limosna según mi posición económica?
• ¿He llevado con sentido cristiano la carencia de cosas superfluas, o incluso necesarias?
• ¿He defraudado a mi consorte en los bienes?
• ¿Retengo o retraso indebidamente el pago de jornales o sueldos?
• ¿Retribuyo con justicia el trabajo de los demás?
• En el desempeño de cargos o funciones públicas, ¿me he dejado llevar del favoritismo, acepción de personas, faltando a la justicia?
• ¿Cumplo con exactitud los deberes sociales, v. gr., pago de seguros sociales, con mis empleados? ¿He abusado de la ley, con perjuicio de tercero, para evitar el pago de los seguros sociales?
• ¿He pagado los impuestos que son de justicia?
• ¿He evitado o procurado evitar, pudiendo hacerlo desde el cargo que ocupo, las injusticias, los escándalos, hurtos, venganzas, fraudes y demás abusos que dañan la convivencia social?
• ¿He prestado mi apoyo a programas inmorales y anticristianos de acción social y política?
Octavo Mandamiento – No levantarás falsos testimonios ni mentirás
• ¿He dicho mentiras? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse? ¿Miento habitualmente porque es en cosas de poca importancia?
• ¿He descubierto, sin justa causa, defectos graves de otra persona, aunque sean ciertos, pero no conocidos? ¿He reparado de alguna manera, v. gr., hablando de modo positivo de esa persona?
• ¿He calumniado atribuyendo a los demás lo que no era verdadero? ¿He reparado el daño o estoy dispuesto a hacerlo?
• ¿He dejado de defender al prójimo difamado o calumniado?
• ¿He hecho juicios temerarios contra el prójimo? ¿Los he comunicado a otras personas? ¿He rectificado ese juicio inexacto?
• ¿He revelado secretos importantes de otros, descubriéndolos sin justa causa? ¿He reparado el daño seguido?
• ¿He hablado mal de otros por frivolidad, envidia, o por dejarme llevar del mal genio?
• ¿He hablado mal de los demás —personas o instituciones— con el único fundamento de que “me contaron” o de que “se dice por ahí”? Es decir, ¿he cooperado de esta manera a la calumnia y a la murmuración?
• ¿Tengo en cuenta que las discrepancias políticas, profesionales o ideológicas no deben ofuscarme hasta el extremo de juzgar o hablar mal del prójimo, y que esas diferencias no me autorizan a descubrir sus defectos morales a menos que lo exija el bien común?
• ¿He revelado secretos sin justa causa? ¿He hecho uso en provecho personal de lo que sabía por silencio de oficio? ¿He reparado el daño que causé con mi actuación?
• ¿He abierto o leído correspondencia u otros escritos que por su modo de estar conservados, se desprende que sus dueños no quieren darlos a conocer?
• ¿He escuchado conversaciones contra la voluntad de los que las mantenían?
B.- Los siete Pecados Capitales
1.- La Soberbia:
Opinión demasiado buena que tiene uno de sí mismo. Admiración excesiva del propio yo. El orgullo hace que uno sea su propia ley, su propio juez en cuestiones de moral y su propio Dios. El orgullo engendra la censura, la maledicencia, las frases hirientes y la difamación de la personalidad de otros, que infla más nuestro “EGO”. El orgullo hace que califique uno de imbéciles a quienes no están de acuerdo con uno. Preguntémonos:
• ¿Asumo actitudes de jactancia o vanagloria?
• ¿Me produce engreimiento que se hable de mi?
• ¿Soy acaso hipócrita?
• ¿Pretendo ser lo que no soy?
• ¿Soy terco?
• ¿Rehúso renunciar a mi voluntad o capricho?
• ¿Nunca doy mi brazo a torcer?
• ¿Soy voluntarioso/a? ¿Me causa resentimiento todo lo que contraría mi voluntad?
• ¿Me peleo cada vez que mis deseos son amenazados?
• ¿Soy desobediente? ¿Soy renuente a someterme a las decisiones de quienes legítimamente son mis superiores?
• ¿Rehuso someterme a la Voluntad de Dios?
2.- La avaricia:
Apego desordenado a las riquezas. Perversión del derecho que Dios nos ha concedido de poseer cosas.
• ¿Quiero tener dinero como una finalidad en sí
• ¿Deseo tenerlo como un medio para lograr una finalidad, como satisfacer necesidades de mi espíritu y de mi organismo?
• ¿Carezco de honradez? ¿Hasta qué grado y en qué forma?
• ¿Correspondo con toda honradez, con mi trabajo al pago que por desempeñarlo se me da?
• ¿Cómo empleo el dinero que gano?
• ¿Soy tacaño (a) con mi familia?
• ¿Siento apego al dinero en sí?
• ¿Hasta qué grado llega mi amor al lujo?
• ¿En qué forma ahorro dinero?
• ¿Me valgo de trampas ó no me detiene el hecho de que un negocio no sea limpio con tal de hacer y ganar dinero?
• ¿Trato de engañarme a mí mismo (a) y cierro los ojos en casos como estos?
• ¿Le llamo ahorro a lo que sé que es tacañería?
• Cuando se trata de negocios que pueden dejarme utilidades considerables, pero que obviamente son de mala fe, ¿trato de justificarme diciendo que “son negocios de gran envergadura”?
• ¿Confundo lo que es un atesoramiento irrazonable, con lo que es asegurar el porvenir propio y de mi familia?
• Si en la actualidad no tengo dinero, ni ningún bien económico, ¿qué me propongo hacer para llegar a tenerlo?
• ¿Me valdría de medios poco limpios para lograrlo?
3.- La lujuria:
Afición desordenada a los placeres de la carne. Deseo excesivo de los placeres de la carne.
• ¿Soy culpable de Lujuria en cualquiera de sus formas?
• ¿Trato de justificarme cuando doy rienda suelta a mi apetito sexual, diciéndome que mis desmanes son “necesarios para la salud” o la expresión de mi individualidad?
• ¿Tengo relaciones sexuales extra-maritales?
• Si soy casado, ¿me conduzco como un hombre o como una bestia? ¿Realmente creo que la lujuria es amor?
• ¿Sé en el fondo de mí mismo que la lujuria no es amor y que el amor no se reduce al sexo?
• ¿Creo que la cuestión sexual no es mas que una parte del amor, una de las formas en que se manifiesta y que moralmente se limita al matrimonio?
• ¿He cometido excesos de lujuria que hayan afectado a mi razón en alguna de las siguientes formas:
a.- Pervirtiendo mi modo de ver y de entender, hasta hacer que no pueda discernir la verdad?
b.- Menguando mi prudencia y por consiguiente dañando mi sentido de los valores, con el resultado de cometer desatinos?
c.- Amando mi egoísmo y como consecuencia, falta de consideración de mi parte?
d.- Debilitando mi voluntad hasta llegar a perder la facultad para tomar una decisión y convertirme en un ser voluble?
• ¿Es posible que Dios, tal como lo concibo, le conceda lo que le pida a una persona relajada en sus costumbres sexuales, dentro o fuera del matrimonio?
• ¿Aprobaría Dios mis hábitos sexuales?
4.- La envidia:
Disgusto ó pesar del bien ajeno.
• ¿Me molesta que otros sean felices o tengan éxitos tal cómo si esa felicidad o ese éxito, fuese algo que me lo hubiesen quitado a mí?
• ¿Me causan resentimiento aquellos que son más inteligentes que yo, porque envidio que lo sean?
• ¿Censuro lo que hacen otros porque para mis adentros, quisiera haberlo hecho yo, por el honor o el prestigio que eso trae?
• ¿Soy envidioso al grado de tratar de menguar la personalidad de alguien intrigando insidiosamente contra él?
• ¿Propago chismes?
• ¿Creo que son envidiosos aquellos que llaman hipócritas a quienes aunque sujetos a error como todo ser humano, tratan de cumplir con los preceptos de su religión? ¿ Soy culpable en ese sentido?
• ¿Califico de presumidos a quienes son bien educados o instruidos, porque les envidio esas ventajas?
• ¿Es real el aprecio que manifiesto por otros?
• ¿Envidio a alguien por alguno de los motivos mencionados o por cualquier otro?
5.-La ira:
Cólera, enojo, apetito de venganza. Irritación, movimiento desordenado del alma ofendida. Molestia.
• ¿Me dejo llevar por la ira?
• ¿Tengo arranques de cólera?
• ¿Siento deseos de venganza?
• ¿Juro que: “esto me lo pagarán”?
• ¿Recurro a la violencia?
• ¿Soy susceptible, sensitivo o impaciente con exceso?
• ¿Me molesto por cualquier cosa?
• ¿Murmuro o refunfuño?
• ¿Ignoro que la ira es un obstáculo para el equilibrio de la personalidad y para el desarrollo espiritual?
• ¿Me doy cuenta de que la ira rompe el equilibrio mental y por consiguiente, impide juzgar acertadamente?
• ¿Dejo que me maneje la ira, cuando sé que me ciega a los derechos de los demás?
• ¿Como puedo justificarme ni el más insignificante berrinche, cuando sé que la ira rompe la concentración que necesito para poder cumplir con la voluntad de Dios?
• ¿Me contagia la ira de otros que por su debilidad se molestan conmigo?
• ¿Puedo esperar que la Serenidad de Dios llegue a mi alma, mientras ésta está sujeta a mis accesos de ira, motivados a veces por insignificancias?
6.- La gula:
Falta de moderación con la comida o en la bebida. Abuso del placer que Dios ha conferido de comer y beber lo que necesitamos para nuestra subsistencia.
• ¿Me debilito moral o intelectualmente debido a mis excesos con la comida o con la bebida?
• ¿Acostumbro a comer con exceso, esclavizándome así a los placeres de la mesa?
• ¿Creo que el hecho de comer o beber con exceso no afecta a la moral en mi vida?
• ¿He bebido o comido con tal exceso que haya vomitado, para luego seguir bebiendo o comiendo?
• ¿Bebo con tal exceso que esto llega a afectarme?
7.- La pereza:
Vicio que nos aleja del trabajo, del esfuerzo. Enfermedad de la voluntad que nos hace descuidar nuestro deber.
• ¿Soy perezoso (a)?
• ¿Soy dado a la holganza o indiferente cuando se trata de cosas de orden material?
• ¿Soy tibio o descuidado en mis oraciones?
• ¿Desprecio la disciplina?
• ¿Prefiero leer una novela que algo que requiera un esfuerzo mental?
• ¿Soy pusilánime para llevar a cabo lo que moral o espiritualmente es difícil?
• ¿Soy descuidado (a)?
• ¿Siento aversión por lo que signifique esfuerzo?
• ¿Me distraen fácilmente las cosas de orden temporal de las que son espirituales?
• ¿Llega mi indolencia al grado de desempeñar descuidadamente mi trabajo?
Benedicto XVI: ante el silencio de Dios, Jesús se abandona en sus manos
El papa centró meditación en la oración de Cristo en la cruz
Por: benedicto XVI
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 8 febrero 2012 (ZENIT.org).- La audiencia general de este miércoles tuvo lugar a las 10,30 de la mañana, en el Aula Pablo VI, en la que Benedicto XVI se encontró con grupos de fieles y peregrinos provenientes de Italia y del mundo. En su discurso, el papa siguió con el ciclo de catequesis sobre la oración y centró su meditación en la oración de Jesús ante la muerte (cfr Mc e Mt). Ofrecemos el texto de su discurso.
En la audiencia general de este miércoles, Benedicto XVI centró su discurso en la oración de Jesús en la cruz, ante la inminencia de la muerte.
El hecho de que las palabras transmitidas por los evangelistas sean una mezcla de hebrero ya arameo indica, dijo el papa, implica que“han transmitido no sólo el contenido sino incluso el sonido que esta oración ha tenido en los labios de Jesús: escuchamos realmente las palabras de Jesús tal como fueron”.
Según el papa, las seis horas que Jesús permaneció en la cruz se dividen en dos partes equivalentes cronológicamente.
En las primeras tres horas, desde las nueve hasta las doce, vienen las burlas de los diferentes grupos de personas que muestran su escepticismo, que dicen no creer. En las siguientes tres horas, desde el mediodía «hasta las tres de la tarde», el evangelista habla sólo de la oscuridad que descendió sobre toda la tierra.
“En la escena de la crucifixión de Jesús las tinieblas envuelven la tierra y son tinieblas de muerte en las que el Hijo de Dios se sumerge para dar vida, con su acto de amor”, dijo el papa.
Benedicto XVI se preguntó por el significado del grito que Jesús lanza al Padre: «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado».
No se trata, explicó de dudas sobre su misión o sobre la presencia del Padre: “ Jesús ora en el momento del último rechazo de los hombres, en el momento del abandono; ora, sin embargo, con el Salmo, conciente de la presencia de Dios Padre aún en esta hora, en la que se siente el drama humano de la muerte”.
En realidad Jesús sufre por todos los hombres que sufren la separación de Dios. Y citó el Catecismo de la Iglesia Católica: «En el amor redentor que le unía siempre al Padre, nos asumió en nuestra separación de Dios a causa del pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: ‘¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’».
“El suyo es un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que viene del amor y lleva en sí la redención, la victoria del amor”, explicó el papa.
Se puede leer el discurso completo en: aquí .
Al finalizar sus palabras, Benedicto XVI se dirigió en su idioma a cada uno de los grupos lingüísticos, haciéndoles un breve resumen de sus palabras.
A los peregrinos que hablan español, les dijo: “Nuestra reflexión de hoy se centra sobre la oración de Jesús en el momento de su muerte, según la narración de san Marcos y san Mateo. Las seis horas de Jesús sobre la cruz, con los insultos de diversos grupos y la oscuridad que cubrió toda la tierra, culminan con el grito de su oración: ´Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?´». Jesús reza usando las palabras del comienzo del salmo veintidós, en las que el salmista manifiesta no sólo el sentimiento de abandono por parte de Dios, sino también la seguridad de su presencia en medio de su pueblo. De esta manera, en el momento del sufrimiento y el abandono, manifiesta su confianza en la cercanía del Padre. Además, haciendo suyo este salmo del pueblo de Israel que sufre, Jesús carga sobre sí la pena de todos los hombres oprimidos por el mal, y los lleva hasta el corazón de Dios con la certeza de que su grito será escuchado en la resurrección.
Así, en el momento extremo, cuando parece que Dios está ausente y en silencio, Jesús reza abandonándose en sus manos”.
Después saludó a los peregrinos de lengua española, y “en particular a los sacerdotes del Colegio Sacerdotal Argentino en Roma, a los participantes en el curso promovido por el Centro Internacional de Animación Misionera, a los grupos venidos de España, México, Nicaragua y otros países latinoamericanos”.
Y concluyó sus palabras en español: “Que la oración de Jesús sobre la cruz nos enseñe a dirigirnos a Dios con la certeza de que él está siempre presente y nos escucha, y a rezar de modo especial por aquellos hermanos nuestros que sufren o pasan necesidad, para que también ellos sientan el amor de Dios que nunca los abandona”.
¿Qué quieres ser de mayor: niño o niña?
La ocurrencia de unos influencer brasileños abre el debate: ¿Se debe identificar sexualmente a los recién nacidos?
Bianca Andrade y Bruno Carneiro, son una pareja de influencer con 16 millones de seguidores. Son noticia en medio mundo porque han decidido que su bebé no sea ni chico, ni chica. Quieren que sea él o ella quien lo decida, dicen: «cuando tenga la madurez necesaria»
La iniciativa, más allá de la polémica que está suscitando en las redes y de la libertad que podrían tener padres, tienen una implicación profunda. ¿Se debe eliminar la identificación sexual de los certificados de nacimiento?
Debate encendido en los EE.UU
La Asociación Médica Católica (CMA) de Estados Unidos y Canadá ha manifestado su oposición a una resolución de la Asociación Médica Estadounidense (AMA) donde piden la eliminación del sexo de los bebés en los certificados de nacimiento.
En una declaración emitida hace una semana, la CMA, con sede en Filadelfia, declaró que respalda “una documentación apropiada en el momento del nacimiento”.
Además, la organización expresó que se está incrementando la confusión en torno a la realidad del sexo biológico, y que la ideología de género está distorsionando la realidad.
Certificados estandar de nacimiento
La declaración se produjo en respuesta a la resolución de la AMA de eliminar el sexo de los bebés de los certificados de nacimiento.
La resolución, por parte de la sección de estudiantes de medicina de la AMA, iba “destinada a proteger la privacidad individual y evitar la discriminación”.
Según afirmaron, la información sobre el sexo de un individuo se debería seguir recopilando y presentándose a través del formulario del certificado estándar de nacimiento con vida de Estados Unidos para uso médico, estadístico y de salud pública.
Sin embargo, según declara la presidenta del consejo de la AMA, la doctora en medicina Sandra Adamson Fryhofer, la designación del sexo en certificados de nacimiento como hombre o mujer y hacer esa información disponible en la sección pública del certificado “perpetúa una visión de que la designación es permanente y no logra reconocer el espectro médico de la identidad de género”.
A lo cual añade que “con este tipo de sistema de categorización también se corre el peligro de reprimir la autoexpresión y autoidentificación de un individuo y contribuye a la marginalización y la minorización”.
La AMA expresó que el nuevo reglamento se alinearía con la norma existente de la AMA que reconoce que todo individuo “tiene el derecho a determinar su identidad de género y su designación sexual en documentos gubernamentales”.
El sexo biológico no puede ser asignado
Sin embargo, la Asociación Médica Católica (CMA) sostiene que el sexo biológico “no es algo que pueda ser asignado por un médico o la sociedad. Más bien, solamente puede ser verificado y reconocido”.
“Los seres humanos se reproducen sexualmente”, afirmó la CMA. “Por definición, reproducirse sexualmente requiere la contribución por igual de individuos con diferenciación sexual complementaria, es decir, machos y hembras.
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Como compromiso con la profesionalidad, el personal médico tiene una responsabilidad hacia sus pacientes y sus responsables legítimos para presentar información con exactitud. Esta responsabilidad incluye verificar con precisión y luego registrar el sexo biológico de los individuos pacientes”.
“Dicha exactitud y honestidad es una parte necesaria clínicamente del fomento de la salud y el bienestar de los pacientes con igualdad, sin discriminación, porque la información precisa es esencial para un proceso de toma de decisiones informado”, continúa la declaración.
“La información precisa permite que los tratamientos se adapten a las condiciones biológicas, las necesidades sanitarias y los intereses específicos del paciente. Para los profesionales médicos, poder discutir sobre las condiciones anatómicas y biológicas objetivas del paciente con precisión y honestidad es un elemento fundamental de la integridad profesional y algo necesario para un cuidado de calidad elevado y centrado en la persona. Retener o malinterpretar información sanitaria básica daña la relación paciente-sanitario de una forma fundamental”.
Según comentarios de la doctora Kathleen Raviele, obstetra, ginecóloga, antigua presidenta de la CMA y miembro del comité que esbozó la declaración de la CMA: “Las implicaciones de esta resolución van más allá de la atención médica y la salud pública, por si faltaran elementos para empeorarla. Todos hemos leído noticias sobre escuelas, públicas y privadas, debatiendo sobre la competición de hombres biológicos en deportes de mujeres.
Las escuelas, diócesis y seminarios (sí, seminarios) católicos están en medio de un debate con la infiltración de la agenda LGBTQIA+ y están redactando normativas para proteger a sus estudiantes, sus familias y la identidad católica. Algunas normativas incluyen que las personas sean tratadas según su sexo biológico, tal y como se indica en su certificado de nacimiento.
Esta resolución eliminaría esa posibilidad o, como en el caso del Estado de Wisconsin, donde los padres tienen la opción de indicar ‘género neutro’ en los certificados de nacimiento, complicaría aún más la capacidad para elaborar una reglamento simple y fiable. Por ejemplo, alguien tendría que recurrir a una prueba de ADN para verificar el sexo de una persona, como fue el caso de un individuo admitido en un seminario”.
Según afirma la doctora Raviele: “Quién habría pensado que llegaríamos a una situación así”.
El Papa: Los remordimientos de conciencia son una gracia
Bauticemos la llaga, es decir darle un nombre, invita Francisco en su homilía en Santa Marta. ¿Dónde tienes la llaga? ¿Cómo hago, padre, para quitármela?
No tengan miedo de «decir la verdad sobre nuestra vida», tomando conciencia de nuestros pecados, confesarlos al Señor «para que nos perdone». Es la exhortación del Papa en la misa de la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta, al reflexionar sobre el Evangelio de Lucas dedicado a la reacción de Herodes en la predicación de Cristo. Francisco recuerda cómo algunos asociaron a Jesús con Juan Bautista y Elías, otros lo identificaron con un profeta. Herodes no sabía «qué pensar» pero «sentía dentro» algo, que «no era una curiosidad», era «un remordimiento en el alma», «en el corazón»: intentaba ver a Jesús «para tranquilizarse».
Quería ver los milagros realizados por Cristo pero Jesús -cuenta el Papa- no hizo «el circo frente a él», entonces lo entregó a Pilatos: y Jesús pagó, con la muerte.
El remordimiento, una llaga
Cubrió «un crimen con otro», «el remordimiento de conciencia con otro crimen», como quien «mata por temor». El remordimiento de conciencia no es «un simple recordar algo», sino más bien «una llaga»: «Una llaga que cuando en la vida hemos hecho mal, hace daño. Pero es una llaga escondida, no se ve; ni siquiera yo la veo, porque me acostumbro a llevarla y luego se anestesia. Está ahí, algunos la tocan, pero la llaga está dentro».
«Y cuando esa llaga duele, sentimos remordimiento. No sólo soy consciente de haber hecho mal, sino que lo siento: lo siento en el corazón, lo siento en el cuerpo, en el alma, lo siento en la vida. Y desde ahí la tentación de cubrir esto para ya no sentirlo».
Por lo tanto es «una gracia sentir que la conciencia nos acusa, nos dice algo». Por otra parte, repite Francisco, «ninguno de nosotros es un santo» y todos somos llevados a mirar los pecados «de los demás» y no los nuestros, compadeciendo quizá a quien sufre en la guerra o a causa de «dictadores que matan a la gente».
Pon nombres a tus pecados
«Nosotros debemos -permítanme decirlo- ‘bautizar’ la llaga, es decir darle un nombre. ¿Dónde tienes la llaga? ‘¿Cómo lo hago padre para quitármela?’ – ‘Primero que nada reza: Señor, ten piedad de mí que soy un pecador’. El Señor escucha tu oración. Luego examina tu vida. ‘Si no veo cómo y dónde está ese dolor, de dónde viene, de que es síntoma, ¿cómo lo hago?’ – ‘Pide ayuda a alguien que te ayude a salir; que salga la llaga y luego ponle un nombre’. Yo tengo este remordimiento de conciencia porque hice esto, concreto; la precisión. Y esta es la verdadera humildad frente a Dios y Dios se conmueve frente a la precisión».
Esta precisión, explica el Pontífice, es la expresada por los niños en confesión. Una precisión que dice lo que se ha hecho, para «sacar la verdad». «Así se cura»: «Aprender la ciencia, la sabiduría de acusarse a sí mismo. Yo me acuso a mí mismo, siento dolor por la llaga, hago de todo para saber de dónde viene este síntoma y luego me acuso a mí mismo.»
«No tengan miedo de los remordimientos de conciencia: son un síntoma de salvación. Tengan miedo de cubrirlos, de maquillarlos, de disimularlos, de esconderlos… Eso sí, pero ser claros. Y así el Señor nos cura».
La oración final es para que el Señor nos dé la gracia «de tener el valor de acusarnos a nosotros mismos» para encaminarnos hacia el perdón.