Cornelio y Cipriano, Santos
Mártires, 16 de septiembre
Martirologio Romano: Memoria de los santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258).
Breve Biografía
Víctimas ilustres de la persecución de Valeriano, respectivamente en junio del 253 y el 14 de septiembre del 258, son el Papa Cornelio y Cipriano el obispo de Cartago, cuyas memorias aparecen unidas en los antiguos libros litúrgicos de Roma desde mediados del siglo IV. Su historia, en efecto, se entrelaza, aunque sobresale más la imagen del gran obispo africano.
San Cipriano Nacido en el año 200 en Cartago (Africa), se convirtió al cristianismo cuando era mayor de 40 años. Su mayor inspiración fue un sacerdote llamado Cecilio. Una vez bautizado descubrió la fuerza del Espíritu Santo capacitándolo para ser un hombre nuevo. Se consagró al celibato.
Tuvo un gran amor al estudio de las Sagradas Escrituras por lo que renunció a libros mundanos que antes le eran de gran agrado.
Es famoso su comentario del Padrenuestro.
Fue ordenado obispo por aclamación popular, el año 248, al morir el obispo de Cartago. Quiso resistir pero reconoció que Dios le llamaba. «Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes». Fue gran maestro y predicador.
En el año 251, el emperador Decio decreta una persecución contra los cristianos, sobre todo contra los obispos y libros sagrados. Muchos cristianos, para evitar la muerte, ofrecen incienso a los dioses, lo cual representa caer en apostasía.
Cipriano se esconde pero no deja de gobernar, enviando frecuentes cartas a los creyentes, exhortándoles a no apostatar. Cuando cesó la persecución y volvió a la ciudad se opuso a que permitieran regresar a la Iglesia a los que habían apostatado sin exigirles penitencia. Todo apóstata debía hacer un tiempo de penitencia antes de volver a los sacramentos. Esta práctica era para el bien del penitente que de esta forma profundizaba su arrepentimiento y fortalecía su propósito de mantenerse fiel en futuras pruebas. Esto ayudó mucho a fortalecer la fe y prepararse ya que pronto comenzaron de nuevo las persecuciones.
El año 252, Cartago sufre la peste de tifo y mueren centenares de cristianos. El obispo Cipriano organiza la ayuda a los sobrevivientes. Vende sus posesiones y predica con gran unción la importancia de la limosna.
El año 257 el emperador Valeriano decreta otra persecución aun mas intensa. Todo creyente que asistiera a la Santa Misa corre peligro de destierro. Los obispos y sacerdotes tienen pena de muerte celebrar una ceremonia religiosa. El año 257 decretan el destierro de Cipriano pero el sigue celebrando la misa, por lo que en el año 258 lo condenan a muerte.
Actas del juicio:
Juez: «El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Ud. Qué responde?»
Cipriano: «Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos».
El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó a Cipriano: «¿Es usted el responsable de toda esta gente?»
Cipriano: «Si, lo soy».
El juez: «El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses».
Cipriano: «No lo haré nunca».
El juez: «Píenselo bien».
Cipriano: «Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar».
El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: «Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada».
Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: «¡Gracias sean dadas a Dios!»
Toda la inmensa multitud gritaba: «Que nos maten también a nosotros, junto con él», y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.
Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.
El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.
A los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.
San Cornelio habia sido elegido Papa en el 251, después de un largo periodo de sede vacante, a causa de la terrible persecución de Decio. Su elección no fue aceptada por Novaciano, que acusaba al Papa de ser un libelático. Cipriano, y con él los obispos africanos, se puso de parte de Cornelio.
El emperador Galo confinó al Papa en Civitavecchia, en donde murió. Fue enterrado en las catacumbas de Calixto. Cipriano, a su vez, fue relegado en Capo Bon, pero cuando supo que habia sido condenado a la pena capital, regresó a Cartago, porque quería dar su testimonio de amor a Cristo frente a toda su grey. Fue decapitado el 14 de septiembre del 258. Los cristianos de Cartago pusieron pañuelos blancos sobre su cabeza para conservarlos, así manchados de sangre, como reliquias preciosas. El emperador Valeriano, al hacer decapitar al obispo Cipriano y al Papa Esteban, inconscientemente puso fin a una disputa entre los dos sobre la validez del bautismo administrado por herejes, no aceptada por Cipriano y afirmada por el pontífice.
Ve, tu fe te ha salvado
Santo Evangelio según san Lucas 7, 36-50. Jueves XXIV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, te agradezco de todo corazón por todo lo que Tú me has dado. Creo en ti, pero aumenta mi fe para que realmente te trate como la persona más importante de mi vida. Espero en ti, pero ayúdame a abandonarme a tus brazos amorosos. Te amo, pero ayúdame a que mi amor se traduzca en obras concretas a fin de establecer tu reino y hacer que más personas te conozcan.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 7, 36-50
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús, fue a la casa del fariseo, y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas le bañaba los pies, los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: «Si éste hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando: sabría que es una pecadora».
Entonces Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». El fariseo contestó: «Dímelo, maestro». Él le dijo: «Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?». Simón le respondió: «Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Entonces Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama». Luego le dijo a la mujer: «Tus pecados te han quedado perdonados».
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: «¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?». Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado; vete en paz».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy, Jesús, veo el caso de la pecadora que te lava los pies con sus lágrimas y el fariseo que juzga este gesto. Tus palabras para con el fariseo me parecen duras… y, sin embargo, detrás de esa aparente dureza, se esconde un profundo amor y una ternura incalculables.
Le haces ver a Simón, que esa mujer te ama muchísimo, pero no se lo dices para echarle en cara su actitud, como un juez inmisericorde. No. Le haces ver que Tú perdonas mucho a quien mucho ama, y sabes que, tanto Simón como la pecadora, tienen mucho de qué ser perdonados.
Es una invitación implícita a amarte más, a no tener miedo de abrirte la puertas del corazón de par en par, para dejarte entrar y permitir, así, sanar los corazones. No importa si es la soberbia, la lujuria o el egoísmo. Al final, lo único que cuenta es el amor y la confianza con la que nos acercamos a ti.
Quizá pueda ser difícil de creer, pero amas infinitamente tanto a la pecadora como a Simón. Las puertas de tu perdón no están cerradas para nadie… tampoco para mí. Sabes que muchas veces he tenido caídas y errores humillantes que me han hecho sufrir y que incluso he llegado a habituarme a ellos pensando en que, o no tengo solución, o que no la necesito. ¡Y sin embargo tu amor jamás me ha dejado solo! Me haces ver que si me acerco con confianza a ti, estás dispuesto a perdonarme no mucho o poco, ¡sino TODO!
Gracias, Jesús, por jamás cansarte de perdonarme. Ayúdame a nunca cansarme de pedir perdón y a saber que siempre, pase lo que pase, tendrás un lugar para mí en tu corazón.
«La mujer pecadora es juzgada y marginada, mientras Jesús la acoge y la defiende: “Porque tiene mucho amor”. Es esta la conclusión de Jesús, atento al sufrimiento y al llanto de aquella persona. Su ternura es signo del amor que Dios reserva para los que sufren y son excluidos. No existe sólo el sufrimiento físico; hoy, una de las patologías más frecuentes son las que afectan al espíritu. Es un sufrimiento que afecta al ánimo y hace que esté triste porque está privado de amor». (Homilía de S.S. Francisco, 12 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy intentaré responder con generosidad a todas las llamadas que Jesús me haga.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Confesarse, ¿por qué? La reconciliación es la belleza de Dios
Si lo comprendes verdaderamente, con la mente y con el corazón, sentirás la necesidad y la alegría de hacer experiencia de este encuentro.
Confesarse, ¿por qué?
Tratemos de comprender juntos qué es la confesión: si lo comprendes verdaderamente, con la mente y con el corazón, sentirás la necesidad y la alegría de hacer experiencia de este encuentro, en el que Dios, dándote su perdón mediante el ministro de la Iglesia, crea en tí un corazón nuevo, pone en ti un Espíritu nuevo, para que puedas vivir una existencia reconciliada con Él, contigo mismo y con los demás, llegando a ser tú también capaz de perdonar y amar, más allá de cualquier tentación de desconfianza y cansancio.
1. ¿Por qué confesarse?
Entre las preguntas que mi corazón de obispo se hace, elijo una que me hacen a menudo: ¿por qué hay que confesarse? Es una pregunta que vuelve a plantearse de muchas formas: ¿por qué ir a un sacerdote a decir los propios pecados y no se puede hacer directamente con Dios, que nos conoce y comprende mucho mejor que cualquier interlocutor humano? Y, de manera más radical: ¿por qué hablar de mis cosas, especialmente de aquellas de las que me avergüenzo incluso conmigo mismo, a alguien que es pecador como yo, y que quizá valora de modo completamente diferente al mío mi experiencia, o no la comprende en absoluto? ¿Qué sabe él de lo que es pecado para mí? Alguno añade: y además, ¿existe verdaderamente el pecado, o es sólo un invento de los sacerdotes para que nos portemos bien?
A esta última pregunta creo que puedo responder enseguida y sin temor a que se me desmienta: el pecado existe, y no sólo está mal sino que hace mal. Basta mirar la escena cotidiana del mundo, donde se derrochan violencia, guerras, injusticias, abusos, egoísmos, celos y venganzas (un ejemplo de este «boletín de guerra» no los dan hoy las noticias en los periódicos, radio, televisión e Internet). Quien cree en el amor de Dios, además, percibe que el pecado es amor replegado sobre sí mismo («amor curvus», «amor cerrado», decían los medievales), ingratitud de quien responde al amor con la indiferencia y el rechazo. Este rechazo tiene consecuencias no sólo en quien lo vive, sino también en toda la sociedad, hasta producir condicionamientos y entrelazamientos de egoísmos y de violencias que se constituyen en auténticas «estructuras de pecado» (pensemos en las injusticias sociales, en la desigualdad entre países ricos y pobres, en el escándalo del hambre en el mundo…). Justo por esto no se debe dudar en subrayar lo enorme que es la tragedia del pecado y cómo la pérdida de sentido del pecado –muy diversa de esa enfermedad del alma que llamamos «sentimiento de culpa»– debilita el corazón ante el espectáculo del mal y las seducciones de Satanás, el adversario que trata de separarnos de Dios.
2. La experiencia del perdón
A pesar de todo, sin embargo, no creo poder afirmar que el mundo es malo y que hacer el bien es inútil. Por el contrario, estoy convencido de que el bien existe y es mucho mayor que el mal, que la vida es hermosa y que vivir rectamente, por amor y con amor, vale verdaderamente la pena. La razón profunda que me lleva a pensar así es la experiencia de la misericordia de Dios que hago en mí mismo y que veo resplandecer en tantas personas humildes: es una experiencia que he vivido muchas veces, tanto dando el perdón como ministro de la Iglesia, como recibiéndolo. Hace años que me confieso con regularidad, varias veces al mes y con la alegría de hacerlo. La alegría nace del sentirme amado de modo nuevo por Dios, cada vez que su perdón me alcanza a través del sacerdote que me lo da en su nombre. Es la alegría que he visto muy a menudo en el rostro de quien venía a confesarse: no el fútil sentido de alivio de quien «ha vaciado el saco» (la confesión no es un desahogo psicológico ni un encuentro consolador, o no lo es principalmente), sino la paz de sentirse bien «dentro», tocados en el corazón por un amor que cura, que viene de arriba y nos transforma. Pedir con convicción el perdón, recibirlo con gratitud y darlo con generosidad es fuente de una paz impagable: por ello, es justo y es hermoso confesarse. Querría compartir las razones de esta alegría a todos aquellos a los que logre llegar con esta carta.
3. ¿Confesarse con un sacerdote?
Me preguntas entonces: ¿por qué hay que confesar a un sacerdote los propios pecados y no se puede hacer directamente a Dios? Ciertamente, uno se dirige siempre a Dios cuando confiesa los propios pecados. Que sea, sin embargo, necesario hacerlo también ante un sacerdote nos lo hace comprender el mismo Dios: al enviar a su Hijo con nuestra carne, demuestra querer encontrarse con nosotros mediante un contacto directo, que pasa a través de los signos y los lenguajes de nuestra condición humana. Así como Él ha salido de sí mismo por amor nuestro y ha venido a «tocarnos» con su carne, también nosotros estamos llamados a salir de nosotros mismos por amor suyo e ir con humildad y fe a quien puede darnos el perdón en su nombre con la palabra y con el gesto. Sólo la absolución de los pecados que el sacerdote te da en el sacramento puede comunicarte la certeza interior de haber sido verdaderamente perdonado y acogido por el Padre que está en los cielos, porque Cristo ha confiado al ministerio de la Iglesia el poder de atar y desatar, de excluir y de admitir en la comunidad de la alianza (Cf. Mateo 18,17). Es Él quien, resucitado de la muerte, ha dicho a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Juan 20,22-23). Por lo tanto, confesarse con un sacerdote es muy diferente de hacerlo en el secreto del corazón, expuesto a tantas inseguridades y ambigüedades que llenan la vida y la historia. Tu solo no sabrás nunca verdaderamente si quien te ha tocado es la gracia de Dios o tu emoción, si quien te ha perdonado has sido tú o ha sido Él por la vía que Él ha elegido. Absuelto por quien el Señor ha elegido y enviado como ministro del perdón, podrás experimentar la libertad que sólo Dios da y comprenderás por qué confesarse es fuente de paz.
4. Un Dios cercano a nuestra debilidad
La confesión es por tanto el encuentro con el perdón divino, que se nos ofrece en Jesús y que se nos transmite mediante el ministerio de la Iglesia. En este signo eficaz de la gracia, cita con la misericordia sin fin, se nos ofrece el rostro de un Dios que conoce como nadie nuestra condición humana y se le hace cercano con tiernísimo amor. Nos lo demuestran innumerables episodios de la vida de Jesús, desde el encuentro con la Samaritana a la curación del paralítico, desde el perdón a la adúltera a las lágrimas ante la muerte del amigo Lázaro… De esta cercanía tierna y compasiva de Dios tenemos inmensa necesidad, como lo demuestra también una simple mirada a nuestra existencia: cada uno de nosotros convive con la propia debilidad, atraviesa la enfermedad, se asoma a la muerte, advierte el desafío de las preguntas que todo esto plantea el corazón. Por mucho que luego podamos desear hacer el bien, la fragilidad que nos caracteriza a todos, nos expone continuamente al riesgo de caer en la tentación.
El Apóstol Pablo describió con precisión esta experiencia: «Hay en mí el deseo del bien, pero no la capacidad de realizarlo; en efecto, yo no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Romanos 7,18s). Es el conflicto interior del que nace la invocación: «Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?» (Romanos 7, 24). A ella responde de modo especial el sacramento del perdón, que viene a socorrernos siempre de nuevo en nuestra condición de pecado, alcanzándonos con la potencia sanadora de la gracia divina y transformando nuestro corazón y nuestros comportamientos. Por ello, la Iglesia no se cansa de proponernos la gracia de este sacramento durante todo el camino de nuestra vida: a través de ella Jesús, verdadero médico celestial, se hace cargo de nuestros pecados y nos acompaña, continuando su obra de curación y de salvación. Como sucede en cada historia de amor, también la alianza con el Señor hay que renovarla sin descanso: la fidelidad y el empeño siempre nuevo del corazón que se entrega y acoge el amor que se le ofrece, hasta el día en que Dios será todo en todos.
5. Las etapas del encuentro con el perdón.
Justo porque fue deseado por un Dios profundamente «humano», el encuentro con la misericordia que nos ofrece Jesús se produce en varias etapas, que respetan los tiempos de la vida y del corazón. Al inicio, está la escucha de la buena noticia, en la que te alcanza la llamada del Amado: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Marcos 1,15). A través de esta voz el Espíritu Santo actúa en ti, dándote dulzura para consentir y creer en la Verdad. Cuando te vuelves dócil a esta voz y decides responder con todo el corazón a Quien te llama, emprendes el camino que te lleva al regalo más grande, un don tan valioso que le lleva a Pablo a decir: «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con
Dios! » (2 Corintios 5, 20).
La reconciliación es precisamente el sacramento del encuentro con Cristo que, mediante el ministerio de la Iglesia, viene a socorrer la debilidad de quien ha traicionado o rechazado la alianza con Dios, lo reconcilia con el Padre y con la Iglesia, lo recrea como criatura nueva en la fuerza del Espíritu Santo. Este sacramento es llamado también de la penitencia, porque en él se expresa la conversión del hombre, el camino del corazón que se arrepiente y viene a invocar el perdón de Dios. El término confesión –usado normalmente– se refiere en cambio al acto de confesar las propias culpas ante el sacerdote pero recuerda también la triple confesión que hay que hacer para vivir en plenitud la celebración de la reconciliación: la confesión de alabanza («confessio laudis»), con la que hacemos memoria del amor divino que nos precede y nos acompaña, reconociendo sus signos en nuestra vida y comprendiendo mejor así la gravedad de nuestra culpa; la confesión del pecado, con la que presentamos al Padre nuestro corazón humilde y arrepentido, reconociendo nuestros pecados («confessio peccati»); la confesión de fe, por último, con la que nos abrimos al perdón que libera y salva, que se nos ofrece con la absolución («confessio fidei»). A su vez, los gestos y las palabras en las que expresaremos el don que hemos recibido confesarán en la vida las maravillas realizadas en nosotros por la misericordia de Dios.
6. La fiesta del encuentro
En la historia de la Iglesia, la penitencia ha sido vivida en una gran variedad de formas, comunitarias e individuales, que sin embargo han mantenido todas la estructura fundamental del encuentro personal entre el pecador arrepentido y el Dios vivo, a través de la mediación del ministerio del obispo o del sacerdote. A través de las palabras de la absolución, pronunciadas por un hombre pecador que, sin embargo, ha sido elegido y consagrado para el ministerio, es Cristo mismo el que acoge al pecador arrepentido y lo reconcilia con el Padre y en el don del Espíritu Santo, lo renueva como miembro vivo de la Iglesia. Reconciliados con Dios, somos acogidos en la comunión vivificante de la Trinidad y recibimos en nosotros la vida nueva de la gracia, el amor que sólo Dios puede infundir en nuestros corazones: el sacramento del perdón renueva, así, nuestra relación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, en cuyo nombre se nos da la absolución de las culpas. Como muestra la parábola del Padre y los dos hijos, el encuentro de la reconciliación culmina en un banquete de platos sabrosos, en el que se participa con el traje nuevo, el anillo y los pies bien calzados (Cf. Lucas15,22s): imágenes que expresan todas la alegría y la belleza del regalo ofrecido y recibido. Verdaderamente, para usar las palabras del padre de la parábola, «comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado» (Lucas 15, 24). ¡Qué hermoso pensar que aquél hijo podemos ser cada uno de nosotros!
7. La vuelta a la casa del Padre
En relación a Dios Padre, la penitencia se presenta como una «vuelta a casa» (este es propiamente el sentido de la palabra «teshuvá», que el hebreo usa para decir «conversión»). Mediante la toma de conciencia de tus culpas, te das cuenta de estar en el exilio, lejano de la patria del amor: adviertes malestar, dolor, porque comprendes que la culpa es una ruptura de la alianza con el Señor, un rechazo de su amor, es «amor no amado», y por ello es también fuente de alienación, porque el pecado nos desarraiga de nuestra verdadera morada, el corazón del Padre. Es entonces cuando hace falta recordar la casa en la que nos esperan: sin esta memoria del amor no podríamos nunca tener la confianza y la esperanza necesarias para tomar la decisión de volver a Dios. Con la humildad de quien sabe que no es digno de ser llamado «hijo», podemos decidirnos a ir a llamar a la puerta de la casa del Padre: ¡qué sorpresa descubrir que está en la ventana escrutando el horizonte porque espera desde hace mucho tiempo nuestro retorno! A nuestras manos abiertas, al corazón humilde y arrepentido responde la oferta gratuita del perdón con el que el Padre nos reconcilia consigo, «convirtiéndonos» de alguna manera a nosotros mismos: « Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lucas 15,20). Con extraordinaria ternura, Dios nos introduce de modo renovado en la condición de hijos, ofrecida por la alianza establecida en Jesús.
8. El encuentro con Cristo, muerto y resucitado por nosotros
En relación al Hijo, el sacramento de la reconciliación nos ofrece la alegría del encuentro con Él, el Señor crucificado y resucitado, que, a través de su Pascua nos da la vida nueva, infundiendo su Espíritu en nuestros corazones. Este encuentro se realiza mediante el itinerario que lleva a cada uno de nosotros a confesar nuestras culpas con humildad y dolor de los pecados y a recibir con gratitud plena de estupor el perdón. Unidos a Jesús en su muerte de Cruz, morimos al pecado y al hombre viejo que en él ha triunfado. Su sangre, derramada por nosotros nos reconcilia con Dios y con los demás, abatiendo el muro de la enemistad que nos mantenía prisioneros de nuestra soledad sin esperanza y sin amor. La fuerza de su resurrección nos alcanza y transforma: el resucitado nos toca el corazón, lo hace arder con una fe nueva, que nos abre los ojos y nos hace capaces de reconocerle junto a nosotros y reconocer su voz en quien tiene necesidad de nosotros. Toda nuestra existencia de pecadores, unida a Cristo crucificado y resucitado, se ofrece a la misericordia de Dios para ser curada de la angustia, liberada del peso de la culpa, confirmada en los dones de Dios y renovada en la potencia de su Amor victorioso. Liberados por el Señor Jesús, estamos llamados a vivir como Él libres del miedo, de la culpa y de las seducciones del mal, para realizar obras de verdad, de justicia y de paz.
9. La vida nueva del Espíritu
Gracias al don del Espíritu que infunde en nosotros el amor de Dios (Cf. Romanos 5,5), el sacramento de la reconciliación es fuente de vida nueva, comunión renovada con Dios y con la Iglesia, de la que precisamente el Espíritu es el alma y la fuerza de cohesión. El Espíritu empuja al pecador perdonado a expresar en la vida la paz recibida, aceptando sobre todo las consecuencias de la culpa cometida, la llamada «pena», que es como el efecto de la enfermedad representada por el pecado, y que hay que considerarla como una herida que curar con el óleo de la gracia y la paciencia del amor que hemos de tener hacia nosotros mismos. El Espíritu, además, nos ayuda a madurar el firme propósito de vivir un camino de conversión hecho de empeños concretos de caridad y de oración: el signo penitencial requerido por el confesor sirve justamente para expresar esta elección. La vida nueva, a la que así renacemos, puede demostrar más que cualquier otra cosa la belleza y la fuerza del perdón invocado y recibido siempre de nuevo («perdón» quiere decir justamente don renovado: ¡perdonar es dar infinitamente!) Te pregunto entonces: ¿por qué prescindir de un regalo tan grande? Acércate a la confesión con corazón humilde y contrito y vívela con fe: te cambiará la vida y dará paz a tu corazón. Entonces, tus ojos se abrirán para reconocer los signos de la belleza de Dios presentes en la creación y en la historia y te surgirá del alma el canto de alabanza.
Y también a ti, sacerdote que me lees y que, como yo, eres ministro del perdón, querría dirigir una invitación que me nace del corazón: está siempre pronto –a tiempo y a destiempo–, a anunciar a todos la misericordia y a dar a quien te lo pide el perdón que necesita para vivir y morir. Para aquella persona, ¡podría tratarse de la hora de Dios en su vida!
10. ¡Dejémonos reconciliar con Dios!
La invitación del apóstol Pablo se convierte, así, también en la mía: lo expreso sirviéndome de dos voces distintas. La primera, es la de Friedrich Nietzsche, que, en su juventud, escribió palabras apasionadas, signo de la necesidad de misericordia divina que todos llevamos dentro: «Una vez más, antes de partir y dirigir mi mirada hacia lo alto, al quedarme solo, elevo mis manos a Ti, en quien me refugio, a quien desde lo profundo del corazón he consagrado altares, para que cada hora tu voz me vuelva a llamar… Quiero conocerte, a Ti, el Desconocido, que penetres hasta el fondo del alma y como tempestad sacudas mi vida, tú que eres inalcanzable y sin embargo semejante a mí! Quiero conocerte y también servirte» («Scritti giovanili», «Escritos Juveniles» I, 1, Milán 1998, 388). La otra voz es la que se atribuye a san Francisco de Asís, que expresa la verdad de una vida renovada por la gracia del perdón:
Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar.
Son éstos los frutos de la reconciliación, invocada y acogida por Dios, que auguro a todos vosotros que me leéis. Con este augurio, que se hace oración, os abrazo y bendigo uno a uno.
PARA EL EXAMEN DE CONCIENCIA
Prepárate a la confesión si es posible a plazos regulares y no demasiado lejanos en el tiempo, en un clima de oración, respondiendo a estas preguntas bajo la mirada de Dios, eventualmente verificándolo con quien pueda ayudarte a caminar más rápido en la vía del Señor:
1. «No tendrás otro Dios fuera de mí» (Dt 5,7). «Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt 22,37). ¿Amo así al Señor? ¿Le doy el primer lugar en mi vida? Me empeño en rechazar todo ídolo que puede interponerse entre El y yo, ya sea el dinero, el placer, la superstición o el poder? ¿Escucho con fe su Palabra? ¿Soy perseverante en la oración?
2. «No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios» (Dt 5,11). ¿Respeto el nombre santo de Dios? ¿Abuso al referirme a Él ofendiéndole o sirviéndome de Él en lugar de servirlo? ¿Bendigo a Dios en cada uno de mis actos? ¿Me remito sin reservas a su voluntad sobre mí, confiando totalmente en Él? ¿Me confío con humildad y confianza a la guía y a la enseñanza de los pastores que el Señor ha dado a su Iglesia? ¿Me empeño en profundizar y nutrir mi vida de fe?
3. «Santificarás las fiestas» (cf. Dt 5,12-15). ¿Vivo la centralidad del domingo, empezando por su centro que es la celebración de la eucaristía, y los otros días consagrados al Señor para alabarlo y darle gracias para confiarme a Él y reposar en Él? ¿Participo con fidelidad y empeño en la liturgia festiva, preparándome a ella con la oración y esforzándome en obtener fruto durante toda la semana? ¿Santifico el día de fiesta con algún gesto de amor hacia quien lo necesita?
4. «Honra a tu padre y a tu madre» (Dt 5,16). ¿Amo y respeto a quienes me han dado la vida? ¿Me esfuerzo por comprenderles y ayudarles, sobre todo en su debilidad y sus límites?
5. «No matar» (Dt 5,17). ¿Me esfuerzo por respetar y promover la vida en todas sus etapas y en todos sus aspectos? ¿Hago todo lo que está en mi poder por el bien de los demás? ¿He hecho mal a alguien con la intención explícita de hacerlo? «Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22,39). ¿Cómo vivo la caridad hacia el prójimo? ¿Estoy atento y disponible, sobre todo hacia los más pobres y los más débiles? ¿Me amo a mí mismo, sabiendo aceptar mis límites bajo la mirada de Dios?
6. «No cometerás actos impuros» (cf. Dt 5,18). «No desearás la mujer de tu prójimo» (Dt 5,21). ¿Soy casto en pensamientos y actos? ¿Me esfuerzo en amar con gratuidad, libre de la tentación de la posesión y de los celos? ¿Respeto siempre y en todo la dignidad de la persona humana? ¿Trato mi cuerpo y el cuerpo de los demás como templo del Espíritu Santo?
7. «No robar» (Dt 5,19). «No desear los bienes ajenos» (Dt 5,21). ¿Respeto los bienes de la creación? ¿Soy honesto en el trabajo y en mis relaciones con los demás? ¿Respeto el fruto de trabajo de los demás? ¿Soy envidioso del bien de los otros? ¿Me esfuerzo en hacer a los otros felices o pienso sólo en mi felicidad?
8. «No pronunciar falso testimonio» (Dt 5,20). ¿Soy sincero y leal en cada palabra y acción? ¿Testimonio siempre y sólo la verdad? ¿Trato de dar confianza y actúo en modo de merecerla?
9. ¿Me esfuerzo en seguir a Jesús en la vía de mi entrega a Dios y a los demás? ¿Trato de ser como Él humilde, pobre y casto?
10. ¿Encuentro al Señor fielmente en los sacramentos, en la comunión fraterna y en el servicio a los más pobres? ¿Vivo la esperanza en la vida eterna, mirando cada cosa a la luz del Dios que llega y confiando siempre en sus promesas.
La verdadera revolución es amarse para toda la vida
El Papa a jóvenes eslovacos.
“La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz”, lo dijo el Papa Francisco a los jóvenes de Eslovaquia, a quienes encontró la tarde de este martes, 14 de septiembre, en el Estadio Lokomotiva de Košice, en el marco del 34 Viaje Apostólico a Hungría y Eslovaquia.
El amor y el heroísmo siempre van juntos
Después de escuchar los testimonios de los jóvenes eslovacos, el Pontífice agradeció a Monseñor Bernard Bober, Arzobispo de Košice de los latinos, por las palabras que le dirigió, y pasó a responder a las preguntas que le dirigieron los jóvenes. El Papa comenzó respondiendo a la pregunta de Peter y Zuzka, que le habían preguntado acerca del amor en la pareja. “El amor es el sueño más grande de la vida, pero no es un sueño de bajo costo. Es el sueño, pero no es un sueño fácil de interpretar”. La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución es rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del instinto y del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser. Las grandes historias siempre hay dos ingredientes: uno es el amor, el otro es la aventura, el heroísmo. Siempre van juntos. Para hacer grande la vida se necesitan ambos: amor y heroísmo. Miremos a Jesús, miremos al Crucificado, están los dos: un amor sin límites y la valentía de dar la vida hasta el extremo, sin medias tintas. Aquí delante de nosotros está la beata Ana, una heroína del amor. Nos dice que apuntemos a metas altas. Por favor, no dejemos pasar los días de la vida como los episodios de una telenovela.
Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia
Por eso, cuando sueñen con el amor, no crean en los efectos especiales, sino en que cada uno de ustedes es especial. Cada uno es un don y puede hacer de la vida un don. Los otros, la sociedad, los pobres los esperan. Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá de las tendencias de la moda. Sueñen sin miedo de formar una familia, de procrear y educar unos hijos, de pasar una vida compartiendo todo con otra persona, sin avergonzarse de las propias fragilidades, porque está él, o ella, que los acoge y los ama, que te ama, así como eres. Los sueños que tenemos nos hablan de la vida que anhelamos. Los grandes sueños no son el coche potente, la ropa de moda o el viaje transgresor. No escuchen a quien les habla de sueños y en cambio les vende ilusiones, son manipuladores de felicidad.
Para que el amor dé frutos, no se olviden las raíces
El Papa Francisco dio otro consejo a los jóvenes: Los padres y sobre todo los abuelos, ellos les han preparado el terreno. Rieguen las raíces, vayan a ver a sus abuelos, les hará bien; háganles preguntas, dediquen tiempo a escuchar sus historias. Hoy se corre el peligro de crecer desarraigados, porque tendemos a correr, a hacerlo todo de prisa. Lo que vemos en internet nos puede llegar rápidamente a casa, basta un clic y personas y cosas aparecen en la pantalla. Llenos de mensajes virtuales, corremos el riesgo de perder las raíces reales. Desconectarnos de la vida, fantasear en el vacío no hace bien, es una tentación del maligno. Dios nos quiere bien plantados en la tierra, conectados a la vida, nunca cerrados sino siempre abiertos a todos.
No se dejen homologar
Queridos jóvenes, no se dejen condicionar por esto, por lo que no funciona, por el mal que hace estragos. No se dejen aprisionar por la tristeza o el desánimo resignado de quien dice que nunca cambiará nada. Si se cree en esto uno se enferma de pesimismo. Se envejece por dentro. Y se envejece siendo jóvenes. Hoy existen muchas fuerzas disgregadoras, muchos que culpan a todos y todo, amplificadores de negatividad, profesionales de las quejas. No los escuchen, porque la queja y el pesimismo no son cristianos, el Señor detesta la tristeza y el victimismo. No estamos hechos para ir mirando el piso, sino para elevar los ojos y contemplar el cielo.
Atesoren esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro
Respondiendo a la pregunta de Petra, sobre la confesión, sobre ¿cómo puede un joven superar los obstáculos del camino hacia la misericordia de Dios?, el Papa dijo que, también aquí es una cuestión de mirada, de mirar lo que importa. Si yo les pregunto: “¿En qué piensan cuando van a confesarse?”, estoy casi seguro de la respuesta: “En los pecados”. Pero —les pregunto—, ¿los pecados son verdaderamente el centro de la confesión? Les doy un pequeño consejo: después de cada confesión, quédense un momento recordando el perdón que han recibido. Atesoren esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro. No los pecados, que no están más, sino el perdón que Dios les ha regalado. Eso atesórenlo, no dejen que se lo roben. Y cuando vuelvan a confesarse, recuerden: voy a recibir una vez más ese abrazo que me hizo tanto bien. No voy a un juez a ajustar cuentas, voy a encontrarme con Jesús que me ama y me cura. Demos a Dios el primer lugar en la confesión.
La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie
Finalmente, respondiendo a la pregunta de Peter y Lenka, el Papa Francisco dijo que, ellos en la vida han experimentado la cruz y han preguntado cómo «animar a los jóvenes para que no tengan miedo de abrazar la cruz. Abrazar: es un hermoso verbo. Abrazar ayuda a vencer el miedo. Cuando somos abrazados recuperamos la confianza en nosotros mismos y en la vida. Entonces dejémonos abrazar por Jesús. Porque cuando abrazamos a Jesús volvemos a abrazar la esperanza. La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz. Les deseo esta alegría, más fuerte que cualquier otra cosa. Quisiera que la lleven a sus amigos. No sermones, sino alegría. No palabras, sino sonrisas, cercanía fraterna.
Septiembre, mes de la Patria
Un México que ha destacado por su fe y fidelidad a Dios y a su Iglesia
Ya que iniciamos septiembre, me enfoqué en buscar la definición de una palabra que, como muchas, pareciera pasada de moda, sólo porque en los tiempos que vivimos ya no se da importancia a la tierra en la que nos ha tocado vivir y hasta hay quienes reniegan de su nacionalidad, por razones que desconozco pero que seguramente no serían lógicas. Buscando en internet, encontré lo siguiente:
“El término patria es originario del latín “patr?a” que alude al país de origen o lugar donde se encuentran las raíces de un individuo. El diccionario de la real academia española define la palabra patria como la tierra natal o adoptiva, estructurada como nación, a la que se siente ligado o unido el hombre ya sea por vínculos afectivos, jurídico e históricos. Es decir patria es aquel lugar, país, nación, pueblo, tierra o región en el que una determinada persona ha nacido o al que se siente vinculada por razones o motivos legales, sentimentales o históricos.
Por ende la patria puede ser el lugar de nacimiento, el pueblo de sus ancestros o la tierra donde un individuo se estableció desde un cierto momento de su vida, usualmente desde su niñez.” (https://conceptodefinicion.de/ patria).
Con esta definición podemos entender que el amor por la patria tiene unas raíces muy profundas. Se trata del agradecimiento que la persona siente por el lugar que le ha visto nacer, donde ha crecido, dado sus primeros pasos, donde habitan sus seres queridos y ha aprendido a ser útil a la sociedad. Por ello, el amor al país tiene mucho sentido cuando de defenderlo se trata.
Con el paso del tiempo, hemos constatado con tristeza que este valor ha venido decreciendo, quizá justificadamente, debido a los problemas en los que nuestro país se ha visto inmerso, tanto por la inseguridad, el narcotráfico, las personas desaparecidas, la situación económica y política, la emigración, el descontento social, el desprecio por la vida, y más aún, como lo dijo San Juan Pablo II, por la pérdida del sentido del pecado. Todo este panorama desolador, provoca en el ánimo de muchos la sensación de desapego por la tierra de origen.
Sin embargo, es necesario recuperarlo para que los mexicanos agradezcan por pertenecer a esta nación que no tiene igual. Debe trabajarse en todos los ámbitos de la sociedad para desarrollar en los niños el sentido de orgullo y pertenencia a este país que durante mucho tiempo fue ejemplo para los demás países latinoamericanos, tanto por su cultura, costumbre y tradiciones, como por su gente. Y en especial, por ser el lugar donde la Virgen de Guadalupe quiso que se le edificara su casa, uno de los santuarios marianos más importantes del mundo, donde a diario se puede contemplar el milagro de su bendita Imagen impresa en la tilma de San Juan Diego.
Un México que ha destacado por su fe y fidelidad a Dios y a su Iglesia, admiración del Papa Santo, que dejó su corazón en México, al punto de expresar que “ya era mexicano”. Es deber de todos rescatar nuestros valores y ayudar a los más jóvenes a comprender la grandeza del amor a la patria, y que para ser dignos representantes de México ante el mundo, deben también de superar sus limitaciones y obstáculos para convertirse en personas de bien.
Pero lo más importante, hay que recuperar el amor por México porque aquí fuimos hechos hijos de Dios por el bautismo, lugar donde nos toca trabajar por los hermanos para que alcancemos la salvación, porque, como dice la Escritura, “Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor”. (Fil 3, 20). Amemos a México, don de Dios para nosotros y nuestros hijos.
La situación actual de la iglesia en México.
Hemos realizado innumerables actos anticomunionales que han lesionado y afectado, en no pocos casos gravemente, la comunión de la iglesia que es la Gran Familia de Dios.
La situación actual de la iglesia en México delante de los planteamientos que nos hace la exhortación: La. Iglesia en América, acerca de la conversión y la comunión.
Al recorrer las situaciones en que ha vivido últimamente la iglesia en México, descubrimos actitudes y acciones que no han sido conformes al Evangelio y que debemos tener la valentía de reconocerlas humildemente como resultado de una sincera y continúas conversión, en orden a restaurar el tejido de la comunidad y sociedad eclesial lesionado por tales comportamientos.
Son principalmente cuatro áreas de la vida y misión de la iglesia que es necesario evaluar:
1. Los pecados que han «dañado la unidad querida por Dios para su pueblo; es decir la división entre cristianos desde el cisma de Oriente ocurrido en los albores del milenio que ahora está terminando.
2. Los métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio de la verdad, en alusión directa. Un juicio correcto sobre estos acontecimientos históricos, no puede prescindir de una en tu estudio de los acontecimientos culturales del momento, bajo cuyo influjo muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación. Pero la consideración de circunstancias atenuantes » no dispensa la iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que al decir jurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la Imagen de Señor Crucificado, testigo insuperable de amor paciente y humilde mansedumbre.»
3. La complicidad con regímenes totalitarios y sistemas sociales injustos. ¿Cómo no sentir dolor por la falta de discernimiento, que a veces llega ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticias y marginación social?
4. La deficiencia o nula recepción del Concilio Vaticano II en la vida de las iglesias locales, «¿En qué medida la palabra de Dios ha llegado a ser plenamente el alma de la teología y la inspiradora de toda la existencia cristiana como pedía la Dei Verbum?» ¿Se vive la liturgia como «fuente y culmen » de la vida eclesial, según las enseñanzas del SACROSANCTUM CONCILIUM? ¿Se consolida en la Iglesia Universal y en las iglesias de particulares, la eclesiología en la comunión de la Lumen Gentium, dando espacio a los carismas, los ministerios, las varias formas de participación del pueblo de Dios, aunque sin admitir un democratísimo y un sociologismo que no reflejan la visión católica de la Iglesia y el auténtico espíritu del Vaticano II.
Un serio examen sobre todos estos puntos, que nos presento la Carta Apostólica de San Juan Pablo II sobre el TERCER MILENIO, nos lleva a reconocer la gran responsabilidad que como miembros de la Iglesia Católica, hemos tenido, pues hemos alimentado actitudes egoístas y soberbias, ya sea personal o grupalmente, que han dañado la unidad de la Iglesia en México.
Hemos realizado innumerables actos anticomunionales que han lesionado y afectado, en no pocos casos gravemente, la comunión de la iglesia que es la Gran Familia de Dios.
Fácilmente emitimos juicios injustos sobre los diversos miembros de la comunidad, por no haberlos fundado en bases objetivas; con ligereza, sin conocer a fondo los acontecimientos y las circunstancias en que estos han sucedido, nos atrevemos a juzgarlos. Fácilmente somos presa de afirmaciones y de chismes que corren de boca en boca.
¡Cuántos miembros inclusive de la jerarquía, han sido víctimas de calumnias y difamaciones; ideologías extremistas tanto derecha como la izquierda! fundamentalísimos y radicalismos han afectado la unidad la comunión de la iglesia.
Se ha llegado, a consecuencia de estos extremismos, a pretender establecer en la iglesia adoctrinamientos y enseñanzas paralelas a las del magisterio de la Iglesia.
En no pocas iglesias particulares han tenido lugar en México un rechazo a las enseñanzas, lineamientos pastorales de Medellín, Puebla, Santo Domingo.
De acuerdo con parámetros equivocados y falsos hemos sido catalogados los Obispos como progresistas, conservadores.
Obispos del pueblo y obispos de los ricos, etc.
Y lo peor de todo, debido a esos radicalismos, se ha calificado la actividad pastoral de los obispos, dependiendo de las instituciones fundamentales de la iglesia. No siempre se ha respetado el diverso modo de pensar de los demás. No ha estado presente en no pocas ocasiones un sano pluralismo.
Muchísimos laicos, viven su cristianismo a su modo, no existe coherencia entre su fe y su vida y esto de manera especial acontece dos católicos que ocupan puestos públicos.
Cristianos que no tienen sensibilidad social y que por no actuar contra las violaciones de los derechos humanos son culpables, en una buena parte, del establecimiento de sistemas sociales injustos.
En todos estos casos ha faltado un diálogo sincero auténtico, en el que se aprende escuchar a los demás y exponer con sinceridad el punto de vista personal.
Con frecuencia se les otorga a los fieles laicos ministerios, pero no se les exhorta suficientemente para que estén presentes activamente en animación cristiana del orden temporal, que es el lugar en donde deben llevar acabo la actividad Evangelizadora.
En cuanto la difusión de las enseñanzas sociales, tanto obispos como fieles laicos, existiendo muchas excepciones, no han actuado con la diligencia debida y con el empeño necesario para que los fieles conozcan y profundicen.
Asimismo no siempre se han utilizado los medios de comunicación con eficiencia y competencia necesarias para transmitir la Buena Nueva con fuerza y con el poder del Espíritu Santo.
«América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas de la sociedad…..». Para ello es necesario que sean formados tanto en los principios y valores de la Doctrina Social de la iglesia, como es nociones fundamentales de la teología del laicado.
Hay quienes en la iglesia han pretendido establecer un régimen de cristiandad, tratando de revivir situaciones que en tiempos pasados se dieron entre la religión y la cultura, entre la sociedad civil y religiosa.
El concilio Vaticano con sus grandes textos en la «Gaudium et Spes» y la «dignitatis Humanae» ( (sobre la libertad religiosa ha dado en la iglesia grande viraje, definitivo en la concepción de las relaciones de la Iglesia y del mundo; de la sociedad civil y la sociedad religiosa).
Como conclusión de todo lo expuesto, se puede decir que ciertamente la iglesia a sido un signo verdadero de comunión el medio de la sociedad mexicana, aún cuando, como hemos visto, han sido también muchas las sombras que han impedido que lo haya sido en algunos momentos, pues han existido actitudes muy significativas menos conformes o contrarias al Evangelio.
Al revisar los principales documentos colectivos del Episcopado Mexicano, se sorprende lector de la variedad de importancia de los temas tratados que tiene como fin exhortar a los hombres para que actúen de acuerdo con los designios de Dios.
El dicho documento, los Obispos de México presenta pistas de solución para resolver los problemas y salir al encuentro de los desafíos; normas morales y principios de acción así como denuncias proféticas.
A fin de que la Iglesia en México sea un signo más evidente de comunión en medio de la sociedad mexicana deberá realizar una Evangelización realmente eficaz que alcance las raíces de la cultura, para transformar con la fuerza del Evangelio los Criterios de Juicio, y los Valores Determinantes. Los que puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras que estén en contraste con la palabra de Dios y con sus designios de salvación.
Es importante señalar que la Eclesiología, esto es, el concepto sobre la iglesia a sido renovado por el Concilio Vaticano II.
Ha tenido lugar un cambio muy importante sobre el modo de concebir a la iglesia, su constitución jerárquica y carismática, su dinámica interior, sus relaciones con la sociedad civil y con el mundo.
La concepción de una Iglesia peregrina y Escatológica, que se siente solidaria con toda la historia salvífica y con la historia humana, mantendrá la iglesia en una actitud fundamentalmente de humildad y no de triunfalismo.
Los gozos y las esperanzas las tristezas y las angustias de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y cuántos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.
5.- la Iglesia como sacramento de la encarnación del amor de Dios al mundo en Jesucristo deberá sentir la necesidad de ser fiel al mundo, a lo temporal, como el hijo lo fue al encarnarse. La iglesia sabrá valorar y respetar el orden temporal, lo humano como valor en sí y no sólo como medio e instrumento para cumplir su evangelio, el sentido transcendente de lo temporal. No identificará los bienes temporales con los bienes del Reino, pero si sabrá usar los bienes temporales (ciencia, técnica, dinero, organización) en orden el reino de Dios.
Será necesario tomar conciencia de que el quehacer de la jerarquía no agota el quehacer de la iglesia. Además, » la misión de la iglesia no es un anunciar el mensaje de Cristo y su gracia los hombres, sino también impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu del Evangelio. La actividad religiosa, que se realiza principalmente por el misterio de la palabra y de los sacramentos, encomendada especialmente al clero; los laicos deberán adquirir mayor conciencia de que «están llamados particularmente hacer presentes y operante a la iglesia en los lugares y condiciones donde ella no, puede ser sal de la tierra sino es a través de ellos».
Ya, en concreto, la presencia moral de la iglesia en México en la sociedad civil, consiste ante todo en dialogar con el mundo sobre sus problemas actuales, para proyectar sobre ellos la luz del Evangelio. Así la iglesia en México trata de relacionarse con el México concreto, en su condición existencias hoy y ahora.
La iglesia ante todo invita el pueblo de México, a que confíe en Jesucristo, vida y esperanza de México: Los Obispos mexicanos hemos expresado que el contenido y anhelo más profundo de esta esperanza es anunciar a Jesucristo, ante el nuevo milenio que se acerca, promoviendo una iglesia misionera y una sociedad Misionada.
De este modo la iglesia está promoviendo la nueva evangelización, la promoción humana y la inculturación del Evangelio, que son parte esencial es del proyecto pastoral (1996 2000).
Ya desde el principio ha sido expresado lo que de manera especial preocupa la iglesia en México. Para responder a todos esos retos la iglesia en México, ha tratado de organizar y promover una evangelización, con promoción humana.
Nos dice él es el Episcopado Mexicano. «Ante la gravedad de los retos, con nuestro pueblo mexicano, queremos mostrarnos animados por la inquebrantable esperanza cristiana: queremos hacer una pública declaración de confianza en Dios; queremos irradiar la serena alegría de los verdaderos discípulos de Cristo; estamos convencidos que nuestra patria necesita testigos creíble y no los encontrará en «evangelizadores tristes y desalentados». Impacientes o ancianos».
La dimensión social de la conversión exige en una sociedad pluralista «tener un recto concepto de las relaciones entre la comunidad política en la iglesia, y distinguir claramente entre las acciones que los fieles, aisladamente o asociadamente, llevan a cabo a título personal como ciudadanos, de acuerdo con su conciencia cristiana, y las acciones, que realizan el nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores. La iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, en la ves signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana.
Ciertamente a tener presente esta indica estas indicaciones es absolutamente indispensable para la iglesia sea verdadero signo de unidad en México y en el mundo.
No cabe duda que el fomentar la espiritualidad de todo el pueblo de Dios es absolutamente indispensable para preservar y fomentar la unidad dentro de la comunidad eclesial. No debe, por lo tanto, oponerse la espiritualidad a la actividad misionera o evangelizadora de la iglesia «no la espiritualidad no se contrapone a la dimensión social del compromiso cristianos».
La conversión lleva aceptar y hacer propia la nueva mentalidad propuesta por el Evangelio, que consiste en dar muerte al hombre viejo para que nazca el nuevo. De ahí la importancia que tiene para los hombres, especialmente; el sacramento del perdón recibido el celebrados con las debidas disposiciones. Los sacerdotes deben dedicar, por ello, más tiempo a la celebración del sacramento de la penitencia.
La Virgen Maria ¿Prohibe la Biblia el venerarla?
Evidencia biblica para repetir con Santa Isabel
!Cuántas veces nos hemos escuchado a los evangélicos y demás grupos religiosos ¡ acusar a los católicos de adorar a » María » como si fuera una «Diosa»; desobedeciendo así el primer mandamiento de la ley de Dios dado a Moisés en el monte Sinaí, que dice: » Adorarás al señor tu Dios y sólo a él darás culto «. (Deuteronomio 6,13), » no tendrás otros Dioses a parte de mi» (Exodo 20, 3). Este ataque de las sectas no tiene fundamento, pues conociendo bien la Palabra se aclara cual es lugar de Maria en la Biblia. Conozcamoslo:
Hay que tener en cuenta que la Iglesia Católica ha aceptado fielmente este decreto divino de «adoracion» en la persona de » Dios Padre» y en «Jesucristo» quien » es la imagen visible de Dios, que es invisible «, ( colosenses 1, 15). » El es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que Dios es» ( Hebreos 1,3) . Los Católicos solamente a Dios Adoramos.
Que quede claro que los católicos no » adoramos» a María, sino que la «veneramos» (respeto especial), porque es ella la mujer escogida por el Padre Eterno, para que fuera la madre de su «hijo unigénito» pues » la mujer dio a luz un hijo varón,. El cual ha de gobernar a todas las naciones con cetro de hierro» ( Apocalipsis 12, 5), ( Lucas 1, 32- 33).
Evidencias biblicas de la veneracion a la Virgen
Por esta razón, el ángel San Gabriel recalca que María es «la favorecida de Dios» ( Lucas 1, 28); y su prima Santa Isabel la llama «Bendita entre todas las mujeres » ( Lucas 1, 42); es también la «nueva Eva» , anunciada desde el principio en el libro del Génesis después de la desobediencia de nuestros primeros padres en e paraíso, cuando «Dios el Señor» le dijo a la serpiente : » Haré que tu y la mujer sean enemigas, lo mismo que tu descendencia y su descendencia» ( 3, 15).
Por otra parte , de la vida de María sabemos que era una joven de raza Judía de unos 15 años de edad, que vivía en el pequeño pueblo de Nazaret ( Israel), y estaba comprometida en matrimonio con José, descendiente del rey David ( Lucas 1, 26 – 27), hombre » justo» o » santo» ( Mateo 1,19) . Igualmente, las Escrituras nos aportan una valiosa información sobre las virtudes en ella, como la obediencia absoluta al mandato de Dios, al responder al ángel «Hágase en mí según tu palabra «, y su humildad llamándose así misma como la » esclava del señor» ( Lucas 1, 38).
La concepción del Hijo de Dios, es fruto del Espíritu Santo y el poder del Dios Altísimo, que descansó sobre ella como una nube (Lucas 1,35); tal cómo sucedía cuando Yahvé descendía en la Tienda del Encuentro del Santuario, construido por Moisés (Exodo 40,35). Por eso, la Virgen María es llamada por los católicos como el «nuevo Santuario».
También se destaca La pobreza en que vivía con su esposo, ya que » sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su primer hijo, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón» (Lucas 2, 6 – 7). Su angustia al encontrar después de tres días de desaparecido a Jesús de doce años, sentado entre los doctores de la ley en el templo de Jerusalén ( Lucas 2, 48), guardando todas estas cosas en su corazón ( Lucas 2, 51).
La fidelidad a su Hijo en la bodas de Caná, al indicarle a los que estaban sirviendo el vino » Hagan todo lo que el les diga» (Juan 2,5); y en el Pentecostés, cuando recibe el Espíritu Santo en forma de llamas de fuego, en compañía de los once apóstoles , los parientes de Jesús y otras mujeres ( Hechos 1, 12 – 14).
Del mismo modo, el dolor de toda buena madre al ver a Cristo clavado en la cruz lleno de heridas y golpes en todo el cuerpo (Juan 19, 25; Isaías 52, 13 -14), hasta el punto que era como si una espada le traspasara su alma. Cumpliéndose así la profecía de Simeón, cuando el pequeño Jesús fue presentado por sus padres en el templo de la Ciudad Santa según la ley mosaica ( Lucas 2,22-35; Juan 19,31-34). Sin embargo, y a pesar del agotamiento físico y la cruel agonía en el madero, el Mesías antes de Morir sacó fuerzas suficientes para encomendar el cuidado de su madre, a Juan, el » discípulo amado» , quien » la recibió en su casa» (Juan 19, 26-27).
Por todos estos argumentos bíblicas, la Iglesia Católica reconoce que María es la » madre del Señor» ( Lucas 1,43), quien tomó la naturaleza humana al nacer de su vientre para traer la salvación a toda la humanidad (Gálatas 4,4; Filipenses 2,6-8).
Como si fuera poco, la Santísima Virgen proclama que todas las generaciones la llamarán «Bienaventurada» porque el Todopoderoso ha hecho en ella grandes cosas ( Lucas 1,48 – 49); y en el último libro de la Biblia, llamado el Apocalipsis ( o Revelación), la muestra como una «reina radiante» pues » Apareció en el cielo una gran señal: una mujer envuelta en el sol como en un vestido, con la luna bajo sus pies y una corona de dos estrellas en la cabeza» ( 12, 1).
Por toda esta evidencia biblica repetimos con Isabel «Bendita seas Maria». Lc 1,48
Un exelente libro que trata de la Madre bendita es «las Glorias de Maria» te lo recomiendo !leelo!
Escucha la Historia del Culto a Maria.
Semillas para la Vida
Yo creo, Señor; en Ti
que eres la Verdad Suprema.
Creo en todo lo que me has revelado.
Creo en todas las verdades
que cree y espera mi Santa Madre
la Iglesia Católica y Apostólica.
Fe en la que nací por tu gracia,
fe en la que quiero vivir y luchar
fe en la que quiero morir.
Papa Francisco: Dar o no la comunión, un problema pastoral y no político
El Pontífice reiteró que la comunión no es un premio para los perfectos durante la conferencia de prensa en el avión de regreso, Eslovaquia-Roma.
El papa Francisco reiteró que «la comunión no es un premio para los perfectos, la comunión es un don, es un regalo», y quien no puede tomar la comunión es quien «no está dentro de la comunidad”.
Lo dijo el Papa durante su conversación con los 78 periodistas que le acompañaron en su 34 viaje apostólico a Budapest y Eslovaquia (12-15 de septiembre) este miércoles en la tarde.
“Nunca he negado la Eucaristía a nadie”, ha afirmado el Papa en referencia a sus 51 años de sacerdocio.
Te puede interesar:El Papa: el aborto es homicidio, la Iglesia sea cercana y compasiva, no política
El periodista Gerard O’Connell de la revista América de los jesuitas pidió al Papa que aconsejara a los obispos de Estados Unidos respecto al debate que se abrió en el corazón de la Conferencia Episcopal de ese país.
Una parte conservadora del catolicismo empuja por resolver tajantemente la cuestión: ¿Se puede excomulgar a políticos que apoyen el aborto y, por tanto, negarles la comunión?
La eucaristía como arma
O’Connell explica que hubo una discusión entre los Obispos que quieren negar la comunión al Presidente, Joe Biden, y a otros funcionarios. Entretanto, otros Obispos están a favor, algunos más dicen que no hay que usar la Eucaristía como arma.
El Pontífice respondió en pleno vuelo a la candente pregunta que divide la opinión pública en EEUU: “La comunión no es un premio para los perfectos – pensemos en el jansenismo –, la comunión es un don, un regalo, es la presencia de Jesús en la Iglesia y en la comunidad”.
Asimismo, el Papa dijo con claridad que el aborto «es un asesinato» pero no está de acuerdo con el uso político de la comunión.
La Iglesia es dura contra el aborto
“El del aborto: es más que un problema, es un homicidio, quien aborta mata, sin medias palabras. Tomen cualquier libro de embriología para estudiantes de medicina. La tercera semana después de la concepción, todos los órganos ya están ahí, incluso el ADN…”, ha expresado el Obispo de Roma.
“Esta vida humana debe ser respetada, ¡este principio es tan claro! A los que no pueden entenderlo, les haría esta pregunta: ¿es correcto matar una vida humana para resolver un problema? ¿Es correcto contratar a un sicario para matar una vida humana? Por eso la Iglesia es tan dura en este tema porque si acepta esto es como si aceptara el homicidio diario”, ha explicado.
En línea con el pontificado de Benedicto XVI y Juan Pablo II, Francisco ha insistido en varias ocasiones que el ‘invierno’ demográfico es una tragedia silenciosa y constante bañada de sangre inocente. Así lo hizo en su encuentro privado con el primer ministro de Hungría, Victor Orbán.
Problema pastoral, no político
El papa Francisco se posicionó como pastor universal en su respuesta, quitándole hierro a una posible injerencia en el debate en EEUU. Pero, cabe reiterar que sí explicó que dar o no la comunión a las personas es «un problema pastoral” y no “político”, producto de la libertad de discernimiento de cada obispo/pastor.
Por ello, ha invitado a los pastores a alejarse de las lógicas de las ideologías de turno que en el pasado crearon mayor caos: “Si miramos la historia de la Iglesia veremos que cada vez que los Obispos no han gestionado un problema como pastores han tomado partido por el lado político”.
Y ha propuesto varios ejemplos: “Pensemos en la noche de San Bartolomé, herejes, sí, degollémoslos a todos…. Pensemos en la cacería de brujas”.
Pastores, no inquisidores
“¿Qué debe hacer el pastor? “Ser pastor, no condenar. Sé un pastor, porque es un pastor también para los excomulgados. Pastores con el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura. Toda la Biblia lo dice. Un pastor que no sabe ser pastor…”
Luego, el Papa Francisco, sin entrar en detalles específicos de la realidad en EEUU, ha propuesto: “¿Pero si usted es cercano, tierno y das la comunión? Es una hipótesis. El pastor sabe qué hacer en todo momento. Pero si te sales de la pastoral de la Iglesia te conviertes en un político, y eso se ve en todas las condenas no pastorales de la Iglesia…”.
San Cornelio y san Cipriano, papa y obispo llamados al martirio
Contuvieron la herejía de los cátaros, los «puros» que no aceptaban actuar con misericordia con los que habían pecado mortalmente al renegar de la fe
Cornelio fue el papa número 21 en la Iglesia católica. Nació en Roma en torno al año 180 y murió mártir en Civitavecchia en junio del año 253. Ejerció su papado entre el 251 y el 253.
Cornelio era consciente desde el primer momento de que ser Papa era estar en situación de peligro. El emperador romano Decio había ordenado matar al papa Fabián. Después de una larga espera de 18 meses en la que Decio intensificó la persecución contra los cristianos, fue elegido Cornelio.
Así, cuando Cornelio emprende su andadura como sucesor de Pedro, se encuentra con una Iglesia en la que algunos cristianos han apostatado por miedo o vergüenza ante la sociedad y las autoridades. Son los lapsi, “caídos” en latín, ante los que se genera la duda de si aceptar o no que hayan vivido como impostores y que regresen a la Iglesia como si nada importante hubiera sucedido después de renegar de la fe en el pasado. Esto llegará a crear un cisma durante el pontificado de Cornelio.
Un hereje que solo permitía una Iglesia de «puros»
San Cornelio se unió al entonces obispo de Cartago (en África del Norte), que era san Cipriano, para afirmar que era preferible ser misericordiosos con los “caídos” y readmitir a los que habían apostatado pero pedían el regreso a la Iglesia. En el lado opuesto se encontraba el presbítero romano Novaciano, muy docto y que está considerado el primer teólogo que escribe sus tratados en latín. Este sacerdote promulgaba que en la Iglesia solo cabían los santos y que, en consecuencia, había que rechazar a los lapsi. Esta doctrina acaba siendo herética ya que niega la posibilidad de redención de las personas que han cometido pecado mortal. Es lo que se llama Novacianismo.
Fue tal el enfrentamiento de Novaciano con el papa san Cornelio, que llegó a hacerse nombrar papa por tres obispos y fundó la “Iglesia de los puros”, que en griego se llaman “katharoi”, cátaros. Se hacían llamar también “los hombres buenos”.
Esta corriente se extendió sobre todo por el sur de la actual Francia y en el norte de la actual Italia.
En otoño del año 251 se convocó un sínodo en el que se condenó la doctrina novacianista y se excomulgó a Novaciano.
Sin embargo, la fuerza con que penetró la doctrina cátara hizo que perdurara hasta el siglo VII.
Acusado de ofender a los dioses y causar una epidemia
En el año 252, ya con el emperador Treboniano Galo, arreció la persecución contra los cristianos. San Cornelio fue desterrado a Civitavecchia porque se le acusó de ofender a los dioses romanos y haber provocado así una epidemia en Roma.
San Cornelio, además, fue encarcelado por estas razones y sufrió martirio. A consecuencia de ello murió en junio del año 253.
San Cipriano, un converso a los 35 años
De san Cipriano sabemos que se llamaba Tascio Cecilio Cipriano y era de origen bereber o tal vez púnico. Nació en torno al año 200 y falleció mártir el 14 de septiembre del año 258.
Fue sacerdote y un gran escritor romano gracias a que había recibido una excelente educación clásica. Se habla, por ejemplo, de la “peste cipriana” por la descripción de que disponemos gracias a él y está considerado uno de los grandes autores cristianos hasta la aparición de san Jerónimo y san Agustín.
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Se convirtió al cristianismo siendo adulto, a los 35 años, y fue nombrado obispo de Cartago catorce años después, en el 249. Allí entregaría su vida.
De san Cipriano destacaron su garra al hablar de Dios y su fortaleza a la hora de tratar la herejía novaciana que tanto daño hacía a la vida de la Iglesia.
Preparó a sus fieles para el martirio
Por lo que respecta al martirio de este santo, consta que era consciente de la persecución a la que el emperador iba a someter a los cristianos y, como buen pastor, preparó espiritualmente a los fieles con su De exhortatione martyrii. El 30 de agosto de 257, ante el procónsul romano Aspasius Paternus se negó a realizar sacrificios a las divinidades paganas y profesó firmemente su fe en Cristo.
Entonces el procónsul Paterno, por orden del emperador Valeriano, le desterró a Curubis. San Cipriano tuvo una visión que le anunció cómo iba a morir. Al año se le dejó regresar aunque con arresto domiciliario, a la espera de medidas más severas que iba a imponer el emperador. Y, efectivamente, llegaron órdenes de matar a todos los sacerdotes cristianos por lo que él quedaba incluido en la condena.
El 13 de septiembre del año 258 fue apresado por el nuevo procónsul, Galerio. Este enfermó y la ejecución se retrasó un día, pero el 14 de septiembre ocurrió el desenlace. Cuando fueron a leer a san Cipriano el castigo que se le imponía, solo dijo «¡Gracias a Dios!».
Lo trasladaron entonces fuera de la ciudad y lo siguió una multitud. Él sencillamente se quitó sus prendas sin ayuda de nadie, se arrodilló y rezó. Después le vendaron los ojos y un verdugo lo decapitó con una espada.
Los cristianos acudieron esa misma noche al lugar del martirio y trasladaron el cadáver de su obispo santo al cementerio del procurador Macrobio Candidiano, con una procesión de cirios y antorchas. Ese cementerio estaba situado junto a los depósitos de agua de la ciudad. Allí se construirían tiempo después iglesias que más tarde arrasaron los vándalos.
Una tradición no comprobada afirma que Carlomagno se llevó los huesos de san Cipriano a Francia y hoy tanto en Lyon como en Arlés, Venecia, Compiegne y Roenay se dice que hay reliquias del mártir.
El día de los santos Cornelio y Cipriano se celebra el 16 de septiembre.
En el Canon Romano de la misa (plegaria eucarística I), después de invocar la memoria de la Virgen, san José y los Apóstoles, se recuerda a los mártires: «Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián«. Ahí queda el sello imborrable de san Cornelio y san Cipriano.
Oración
Oh, Dios,
que has puesto al frente de tu pueblo
como abnegados pastores y mártires invencibles
a los santos Cornelio y Cipriano,
concédenos, por su intercesión,
ser fortalecidos en la fe y en la constancia
para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia.
Por nuestro Señor Jesucristo.