Nació en Borgoña, Francia
Personalidad impactante y atrayente, de inteligencia viva y brillante
Hoy recordamos a un hombre de personalidad impactante y atrayente, de inteligencia viva y brillante, de rectitud natural de alma y bondad de corazón, uno de los mayores místicos de la Iglesia, pacificador eximio, extirpador de cismas y herejías, gran predicador, un enamorado de Cristo y de María Santísima, uno de los santos que más ha influido en el pensamiento católico en todo el mundo, Doctor Melifluo de la Iglesia:San Bernardo de Claraval.
Nació en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090 en el seno de una familia privilegiada, cuya mayor riqueza, sin embargo, era una arraigada fe católica. Cuando nació Bernardo, el tercero de siete hijos, además de ofrecerlo a Dios, como se hizo con todos los hijos, fue consagrado al servicio de la Iglesia.
A los 19 años, ya convertido en un joven muy apuesto conservando un porte al mismo tiempo noble y modesto, en una recepción social, la figura de una joven lo atrajo y lo perturbó. Inmediatamente, para apartar aquella visión que fue casi obsesiva, se lanzó en un estanque de agua fría y allí permaneció hasta que lo sacaron.
El rumbo de su vida cambia entonces por una visión: una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía al Niñito Santo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás.Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.
En el año 1098 San Roberto fundó, en un valle llamado Cister, una rama reformada de la famosa abadía de Cluny, ya entonces en decadencia. La severidad de su regla fue apartando a los candidatos, mientras que los primeros monjes iban muriendo. San Esteban Harding, sucesor de San Roberto, pensaba en cerrar definitivamente las puertas de la abadía cuando un día treinta nobles caballeros aparecieron y pidieron entrar en la Orden. Eran San Bernardo con hermanos, un tío y amigos.
San Bernardo se entregó a la práctica de la regla como monje consumado. Dominó de tal manera sus sentidos, que comía sin sentir el sabor, oía sin oír. Dominó el paladar a tal punto, que una vez bebió sin percibir un vaso de aceite en vez de agua. Formó para sí un claustro interior en el cual vivía recogido. Su comunicación con Dios era continua, de forma tal que mientras trabajaba no perdía su recogimiento interior.
En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido donde sus monjes tuvieron que esforzarse mucho para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día. Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos. Con el tiempo y con el número creciente de vocaciones, Bernardo pudo fundar 160 casas de su Orden, no sólo en Francia sino también en otros países de Europa.
Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor. Era tan intenso el don de persuasión que poseía ese hombre lleno de amor de Dios que, al predicar, las mujeres agarraban a sus maridos y las madres escondían a sus hijos, por miedo que lo siguiesen.
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. «Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María… Invocándola no te desesperarás, y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial». Sus bellísimos sermones se leen hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.
El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, el pueblo y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso, por imprudente, se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le dañó la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo fuertemente las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica.
San Bernardo de Claraval murió el 20 de agosto del año 1153. Solamente tenía 63 años pero había trabajado como si tuviera más de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.
Hoy demos gracias a nuestro Señor por San Bernardo y que por su intercesión nos conceda a nosotros un amor a Dios y al prójimo, semejante al que le concedió a tan tierno santo.
Compartamos algunos episodios interesantes de la vida de San Bernardo de Claraval:
[…]Cuando Bernardo se fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío, dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y el hermanito menor para que administrara las posesiones que tenían. Dicen que cuando llamaron al menor para anunciarle que ellos se iban de religiosos, el muchacho les respondió: «¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí únicamente en la tierra? Esto no lo puedo aceptar». Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Y más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo de la hermana, y ella también se fue de monja […]
[…]Enrique de Francia, hermano del Rey Luis VII, fue a Claraval a tratar de un asunto importante con San Bernardo. Cuando iba a salir, pidió ver a todos los monjes, a fin de recomendarse a sus oraciones. Bernardo le dijo que muy pronto experimentaría la eficacia de esas oraciones. El mismo día Enrique se sintió tocado por la gracia al punto que, olvidando que era sucesor al Trono, quiso quedarse en Claraval. Con el tiempo fue Obispo de Beauvais y después Arzobispo de Reims […]
[…]Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Honorio III. El santo le escribió un famoso libro llamado «De consideratione», en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: «Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación […]
Compartamos algo de la espiritualidad de San Bernardo Claraval:
[…]El desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios genera desesperación […]
[…]La muerte os espera en todas partes; pero, si sois prudentes, en todas partes la esperáis vosotros […]
[…]El amor basta por si solo, satisface por si solo y por causa de si. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma (Sermón 83)
[…]Las simples apariencias de virtud no bastan para que pueda hacer su entrada en el alma Aquel que penetra todas las cosas y en lo íntimo de los corazones fija su morada. Y si de ningún modo habita el Espíritu Santo, que es maestro de la verdadera ciencia, en un cuerpo manifiestamente sujeto a los pecados, sin duda no sólo se desvía del hombre fingido, sino que huye y se aleja de él […] ¿Es acaso otra cosa que una execrable ficción, que solamente raigas el pecado por la superficie y en lo interior no le desarraigues? Está cierto de que brotará más abundantemente y de que el huésped maligno, que había sido echado antes, entrará de nuevo en la limpia pero vacía casa con otros siete más malos que él […] (Sermones sobre la Virgen María)
[…]¿Por qué oramos y suplicamos incesantemente, y sin embargo, no podemos llegar a la abundancia de gracia que deseamos? ¿Pensáis que Dios se ha vuelto avaro o indigente, desvalido o inexorable? Imposible, de ninguna manera. El conoce nuestra masa y los cobijará bajo sus alas. Más no por eso podemos dejar de orar. Aunque no nos colma hasta la saciedad, sí nos da lo suficiente para sustentarnos. Procura no quemarnos con su excesivo ardor, pero nos abriga como una madre con su calor. Este es el cuarto beneficio que, según dijimos, nos brinda el Señor bajo sus alas: como a polluelos, nos mantiene con el calor de su cuerpo para que no perezcamos si salimos a la intemperie. Porque se enfriaría nuestro amor; ese amor que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado […] (Sobre la Oración)
“Acordaos, oh piadosísima Virgen María,
que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, reclamando vuestra asistencia,
haya sido desamparado de Vos.
Animado por esta confianza, a Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes;
y gimiendo bajo el peso de mis pecados,
me atrevo a comparecer ante Vos. Madre de Dios, no desechéis mis súplicas;
antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén
(Oración compuesta por San Bernardo)
Jesús te ama