Magno de Füssen, Santo
Abad, 6 de septiembre
Martirologio Romano: En el monasterio de Füssen, en Baviera (Alemania), san Magno, abad (s. VIII).
Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
Breve Biografía
SAN MAGNO DE FÜSSEN nació cerca de St. Gallen, en la actual Suiza, aunque son pocos los datos biográficos que se conocen de este santo.
Las referencias que tenemos de la vida de San Magno provienen primordialmente de comentarios de sus compañeros San Columbano y San Galo.
Junto con ellos, San Magno fue designado por Witkerp, el obispo de Augsburgo, para evangelizar rincones de Alemania que todavía eran paganos. Hacia 746 San Magno estuvo activo en la región de Algovia, o Allgäu, en el sur de Baviera, donde fundó el monasterio de Füssen.
Según la tradición, San Magno habría recibido el bastón de San Columbano cuando falleció. En el camino de vuelta se le habría aparecido un dragón, pero por medio del bastón lo habría derrotado fácilmente.
También se narra que con el mismo bastón San Magno sometió a un oso que había invadido su huerto, y que con el bastón era capaz de ahuyentar víboras y alimañas.
Durante su vida, San Magno, abad de Füssen, presenció las pugnas que concluyeron con la victoria de los francos sobre los alamanes.
A pesar de la actividad política de Witkerp, obispo y superior suyo, San Magno siempre prefirió fomentar actividades que beneficiaran a la población local, como la minería.
A San Magno de Füssen se le ha considerado tradicionalmente el “Apóstol de Algovia”. Se le venera todavía en el sur de Baviera y Suavia, en el Tirol y en Suiza, se le invoca en la labranza como protector contra insectos y animales perniciosos.
Una pregunta que me interpela
Santo Evangelio según san Lucas 6, 6-11. Lunes XXIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, he aprendido que la fe crece pidiéndola y transmitiéndola. Y Tú nos dices «pidan y se les dará». Por eso vengo hoy a decirte: ¡Aumenta mi fe para creer en ti!
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 6-11
Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: «Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y se quedó en pie. Jesús les dijo: «Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?» Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.» Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Cuántas concepciones tengo de Dios?, ¿cómo lo veo? A veces lo veo como un Dios misericordioso, otras veces como un Dios paciente. Lo veo como un Dios justo pero compasivo, un Dios que es todo amor. Y me parece, sobre todo, un Dios que no reclama, que no dice mucho o que es incluso silencioso.
Pues bien, aquí me confronto con una cara distinta de Dios, que viene y me interpela. Sí, a veces es bueno mirar a la bondad de Dios que jamás se cansa, mirar a la clemencia que jamás se agota. Pero, ¿es que a un niño siempre se le trata así? Quien sabe educar, sabe que al niño no siempre debe concedérsele todo, que no siempre le ayuda la condescendencia. Puede parecer virtud por parte del de la madre, del padre o del tutor, pero en realidad es ingenuidad.
El corazón de toda persona necesita tanto de momentos en que pueda ejercer su libertad sin ninguna coacción, como también de momentos en que se le interpele. En pocas palabras, qué bien me hace cuando me dirigen un «¿qué haces?», «¡abre los ojos!», «¡piensa en tus hijos!», «¡no vayas por ahí!» o también «¡qué bien lo hiciste!», «¡sigue así!», «no te des por vencido», «mira a tu futuro»… Somos humanos. Necesitamos de otros. Y Cristo era muy humano.
Hoy la pregunta se dirige a los fariseos. Podemos llamarla una pregunta «retórica». Una pregunta que va más allá de la sola respuesta. Una pregunta que busca sacudir. Dios viene a presentárseme hoy, sí, como justo, misericordioso y todo amor; pero especialmente como Padre que me busca interpelar. Y ¡cómo lo necesito!
«El único camino para vencer el mal es la misericordia. La justicia es necesaria, cómo no, pero ella sola no basta. Justicia y misericordia tienen que caminar juntas. ¡Cómo quisiera que todos nos uniéramos en oración unánime, implorando desde lo más profundo de nuestros corazones, que el Señor tenga misericordia de nosotros y del mundo entero!».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Cuando acuda a la Santa Misa buscaré abrir el corazón para escuchar la voz de Dios en las lecturas, en el sermón, dejando que me interpele.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La parálisis de la tibieza
La tibieza paraliza. Sobre todo, cuando llega con diversiones inocentes
Un rato más en la cama. Una imagen que aparta del trabajo emprendido. Una lectura que absorbe. Salir al cine o ir de compras. Llenar el tiempo con las redes sociales. Tibieza que envuelve suavemente.
La tibieza paraliza. Sobre todo, cuando llega con diversiones “inocentes”, cuando nos atrapa con intereses que no tienen “nada de malo”.
El problema está en hacer tantas actividades que no “manchan”, pero que impiden hacer tantas otras actividades que promueven la justicia, que llevan a crecer en la vida cristiana y en el amor a los cercanos y a los lejanos.×
El mundo vive ahogado por parálisis de tibiezas que avanzan con apariencias inocentes y con venenos que narcotizan. Porque el problema, como alguien afirmaba, no está en la fuerza de los malos, sino en la tibieza de “los buenos”.
Frente al peligro de la tibieza, hace falta reaccionar. Si mi tiempo ha quedado atrapado por mil frivolidades que me apartan del amor y me impiden salir hacia los demás, urge romper el cerco.
¿Cómo? Desde una mirada a Cristo y un “no” al primer impulso que me encierra en mis gustos y caprichos. Con una oración y un “sí” para llamar al familiar enfermo, para pedir perdón a quien ofendimos, para limpiar la habitación, para devolver aquel libro prestado.
Son cosas pequeñas, pero que sirven para sacudir una tibieza que anestesia. Entonces descubriré que el tiempo está ahora en mis manos, que puedo usarlo para el bien verdadero, que mi corazón late por ideales altos y buenos.
Quizá no tendré minutos para responder a cien mensajes electrónicos intranscendentes o para ver las últimas fotos de los amigos, pero sí los tendré para amar a Dios, mi Padre, y para ayudar y servir a familiares, amigos y pobres necesitados de cariño y de gestos solidarios.
Hay una sordera interior que es peor que la física: la del corazón
Ángelus del Papa Francisco, 5 de septiembre de 2021
“Jesús es la Palabra: si no nos detenemos a escucharlo, pasa de largo. Pero si dedicamos tiempo al Evangelio, encontraremos un secreto para nuestra salud espiritual”. Fueron palabras del Papa Francisco, quien, como cada domingo se asomó a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano para rezar junto con los fieles la oración mariana del Ángelus. Al comentar el Evangelio del día (Mc 7, 31-37), que en el XXIII domingo del Tiempo Ordinario presenta a Jesús que obra la curación de una persona sordomuda, el Santo Padre animó en este día, para nuestra salud espiritual, a dedicar más tiempo al Evangelio: cada día un poco de silencio y de escucha, – dijo – algunas palabras inútiles de menos y algunas Palabras más de Dios. Pero, además, refiriéndose a modo de ejemplo a nuestra vida familiar, invitó a fijarse en las veces que “se habla sin escuchar primero, repitiendo los propios estribillos siempre iguales”. Y afirmó que el renacimiento de un diálogo a menudo no viene de las palabras, sino del silencio, del no obcecarse, de volver a empezar con paciencia a escuchar a la otra persona, sus afanes, lo que lleva dentro. “La curación del corazón – aseguró – comienza con la escucha.
¡Ábrete!
Lo que llama la atención en el relato – comenzó diciendo el Papa – es la forma en que el Señor realiza este signo prodigioso: toma al sordomudo a un lado, le pone los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua, luego mira hacia el cielo, suspira y dice: «Efatá», es decir, «¡Ábrete!» (cfr. v. 3.×
En otras curaciones de enfermedades igualmente graves, como la parálisis o la lepra, Jesús no hace tantos gestos. ¿Por qué hace todo esto ahora, aunque sólo se le ha pedido que imponga su mano sobre el enfermo (cf. v. 32)? ¿Por qué hace este gesto? Quizás porque la condición de esa persona tiene un valor simbólico particular y tiene algo que decirnos a todos. ¿De qué se trata? Se trata de la sordera. El hombre no podía hablar porque no podía oír. De hecho, Jesús, para curar la causa de su malestar, primero le pone los dedos en los oídos.
Primero escuchar, luego responder
“Todos tenemos oídos, pero muchas veces no logramos escuchar”, continuó diciendo Francisco. De hecho, hay una sordera interior, que hoy podemos pedir a Jesús que toque y sane. Se trata de una sordera que “es peor que aquella física” porque es “la sordera del corazón”:
Atrapados en nuestras prisas, con mil cosas que decir y hacer, no encontramos tiempo para detenernos a escuchar a quien nos habla. Corremos el riesgo de volvernos impermeables a todo y de no dar cabida a quienes necesitan ser escuchados: pienso en los niños, en los jóvenes, en los ancianos, en muchos que no necesitan tanto palabras y sermones, sino ser escuchados. Preguntémonos: ¿cómo va mi escucha? ¿Me dejo tocar por la vida de las personas, sé dedicar tiempo a los que están cerca de mí, para escucharla? Esto es para todos nosotros, pero en modo particular, para los sacerdotes, la gente: el sacerdote debe escuchar a la gente, no ir de prisa. Escuchar y ver cómo los puede ayudar, pero después de haber escuchado. Y todos nosotros: primero escuchar, y luego responder.
“La curación del corazón comienza con la escucha”
Así, como escribimos en la introducción y repetimos, el Santo Padre invitó a pensar en la vida familiar: “¡cuántas veces se habla sin escuchar primero, repitiendo los propios estribillos siempre iguales!”.
Incapaces de escuchar, decimos siempre las mismas cosas, o no dejamos que el otro termine de hablar, de expresarse, y nosotros lo interrumpimos. El renacimiento de un diálogo a menudo no viene de las palabras, sino del silencio, del no obcecarse, de volver a empezar con paciencia a escuchar a la otra persona, sus afanes, lo que lleva dentro. La curación del corazón comienza con la escucha. Escuchar. Y esto, sana el corazón. “Pero, padre hay gente aburrida que siempre dice las mismas cosas” ¡Escúchalo! Y luego cuando terminará de habla; di tu palabra, pero escucha todo.
El desafío de la magia
Características que plantea el fenómeno de la magia
El desafío de la magia, según Massimo Introvigne
Habla el director del Centro Europeo de Estudios sobre Nuevas Religiones
Ha suscitado gran Interés en Italia el libro «El desafío mágico», una obra de Massimo Introvigne que apareció en 1995, pero que sigue siendo un best-seller.
En esta entrevista concedida a Zenit, el director del CESNUR (Centro Europeo de Estudios sobre Nuevas Religiones), explica las características que plantea el fenómeno de la magia en estos momentos y cómo afrontarlo.
–¿Por qué decidió escribir un libro sobre la magia?
–Introvigne: Mi libro es una pequeña guía sobre los tres problemas de la cultura esotérica, de los movimientos mágicos y de la magia popular usada por el público católico, que ha tenido un éxito sorprendente y sigue siendo reeditada después de siete años. Distingue tres fenómenos.
En primer lugar, la cultura esotérica occidental, es decir una tradición de pensamiento que ha tenido una influencia decisiva en la filosofía, en el arte y en la literatura europea y que hoy es objeto de estudios universitarios. En la época en la que escribía (1995) faltaban obras católicas persuasivas de confrontación seria con esta cultura; hoy indico –aunque con alguna valoración histórica que no comparto del todo– los interesantes estudios de crítica filosófico-teológica del padre Joseph-Marie Verlinde, que ha sido secretario del fundador de la Meditación Trascendental y miembro de varios grupos esotéricos ante de convertirse en sacerdote católico.
El segundo fenómeno que afronto son los nuevos movimientos mágicos, que se parecen en todo a los nuevos movimientos religiosos, pero cuyas características doctrinales derivan del esoterismo.
El tercer fenómeno es la magia «popular» («popular» en cuanto al bajo nivel cultural, no en cuanto a la clientela que a menudo es de clase media alta), es decir, el mundo de los magos de pago, adivinadores, cartomantes, etc.
Es muy importante no confundir los tres niveles: Jacob Boehme (1575-1624), que tiene un papel decisivo en los orígenes de la cultura esotérica occidental moderna, y cuya influencia sobre la filosofía del idealismo alemán (Fichte, Hegel y Schelling) es decisiva, no puede ser confundido con los magos charlatanes de lo oculto que divierten a la gente en nuestras televisiones.
Aclaro que para el católico es más difícil y necesaria hacer una crítica rigurosa del pensamiento de Jacob Boehme que de las pantomimas ridículas de los magos de la tele, lo cual es bastante más fácil.
–La magia, ¿es un fenómeno tan extendido como se dice?
–Introvigne: Según los datos más fiables, cerca de un quinto de la población, tanto en Europa occidental como en Estados Unidos, se dirige al menos una vez al año a un mago u otro «profesional de lo oculto» de pago.
Los datos demuestran que no se trata de un sector marginal provocado por la pobreza: los ricos van al mago más que los pobres, entre ellos se encuentran diplomáticos y licenciados. Una investigación inglesa de hace unos años revelaba altos porcentajes del recurso a los magos por parte de técnicos de informática y médicos. Con estos datos me refiero al tercer nivel, el más bajo, el de la «magia» popular.
Los adeptos a los movimientos mágicos son muchos menos: en Italia, mi centro contabiliza 13.500 personas, menos del 0,1% de la población. Los que se interesan seriamente en la cultura esotérica son todavía menos de los adeptos los movimientos mágicos, pero a menudo se trata de personas influyentes en el mundo académico y cultural, cuyo relieve no se debe infravalorar.
–¿Quienes son las personas que corren el riesgo de ser manipulados por el mundo de la magia?
–Introvigne: Tengo la impresión de que la expresión «personas a riesgo» se concentra sólo sobre la demanda, mientras que es necesario tener en cuenta la oferta, que en una cierta medida crea la demanda. Si la oferta es poco atrayente, disminuye el número de «personas a riesgo»; sin embargo, si la oferta mágica está bien elaborada y presentada, casi todos somos susceptibles de entrar en ese mundo. Nuestras investigaciones muestran que también en las parroquias católicas el número de personas que recurren a la magia es, en porcentaje, más o menos el mismo de quienes no son católicos practicantes.
–¿Qué consejos daría a los padres con un hijo que se interesa por estos temas?
–Introvigne: Hay que distinguir entre el interés «lúdico» y el interés serio. Un porcentaje absolutamente mayoritario del cine, de las novelas, de las historietas y de la música contemporánea contienen alusiones a lo preternatural, lo oculto, lo mágico, que son presentados en la mayoría de las veces como casos puramente imaginarios y no son destinados a ser tomados en serio, ni siquiera por sus autores. Pensemos en el caso de Bram Stoker, el autor de «Drácula», que no sólo no creía en los vampiros sino que nos ha dejado su «Impostores famosos», una de las críticas más duras de la superstición y de la credulidad popular.
Esta magia «lúdica» forma parte de una cultura contemporánea. Aislar de ella a los jóvenes, como quiere un cierto fundamentalismo, me parece contraproducente, pues puede provocar reacciones contrarias.
Una realidad muy diferente se da cuando el interés de los jóvenes no es «lúdico», sino a su modo «serio», como cuando se dedican activamente al espiritismo, a organizar ritos satánicos caseros, quizá en cementerios. En este caso, es justo preocuparse e intervenir, si bien esta intervención tiene que buscar comprender el malestar que lleva a los jóvenes a comportarse de este modo y sus causas.
–¿Qué hacer ante estos casos?
–Introvigne: La intervención de los padres debe ser delicada. Haría falta sobre todo preguntarse qué es lo que no va en general en la vida del joven, qué le falta. Si se hacen sesiones espiritistas («seriamente», no una vez por broma, aunque de todos modos hay que dejar claro que tampoco esta bien) o misas negras rudimentarias, hay siempre algo que no va bien. Es importante no mostrarse demasiado escandalizados, porque a menudo el objetivo de estos chicos es justamente el de escandalizar a los padres.
Hay que mostrar el carácter mísero de estas prácticas, hacer comprender al joven que el espiritismo juvenil o el satanismo juvenil es una opción de «perdedor», de vencido, que los satanistas no son potentes príncipes de las tinieblas sino (hay que decirlo) pobres diablos.
Pero sobre todo hay que proponer. Estos problemas se resuelven cuando los chicos encuentran, quizá en compañía de sus padres o en el ámbito de la fe cristiana, experiencias más significativas y atractivas respecto a las pequeñas estupideces del espiritismo y del satanismo juveniles.
¿Puedo limpiar mi corazón?
La confesión un verdadero encuentro con Cristo que purifica cualquier intención.No hace mucho tiempo escuché en la predicación de unos ejercicios espirituales una frase que por su sencillez, dramatismo y realismo ejemplifica muy bien las consecuencias del pecado en nuestro corazón. “Hacer el mal produce placer. El placer pasa, el pecado queda. Hacer el bien produce dolor. El dolor pasa, el bien queda”.
Al pecar, nuestro corazón queda infectado. No solamente comete la falta, sino que queda herido en su naturaleza. Son huellas que quedan y que de alguna manera, le restan fuerza, claridad y vigor en la lucha constante por hacer siempre el bien, por conseguir la virtud que nos hemos propuesto alcanzar. Querámoslo o no, el pecado va debilitando la fuerza de voluntad. Imagínate tu corazón como esa bomba de amor que constantemente esta haciendo llegar una savia pura y fresca a todas las acciones de tu obrar cotidiano, que te impele a estar siempre obrando el bien con el fin único de alcanzar la santidad, el parecerte a Jesucristo. Los pecados son basuras que se van incrustando en la bomba y que no permiten que circule libremente la savia vivificadora. No es que el corazón se estropee. Es que al corazón se le van adhiriendo basuras, vicios, comportamientos que impiden que en todas las acciones que debe realizar brille la virtud que debes conquistar. Al paso del tiempo podemos muy bien preguntarnos: “… y bien, ¿por qué no soy lo que debo ser? ¿Por qué estoy retrocediendo en lugar de avanzar?”
Cuentan que Leonardo Da Vinci, buscaba modelos para su obra “La última cena”. Fácilmente encontró a Jesús: un joven florentino en la primavera de la vida: fuerte, alto, con la mirada fresca, envolvente y cautivadora. Limpia. Fue fácil invitarlo a posar. Pasó el tiempo y entre las distintas actividades del gran maestro el cuadro no quedaba terminado. Serían diez años desde que había comenzado el cuadro y para dar por terminada la obra faltaba otro de los personajes principales de la escena: Judas, el discípulo que traicionó a Jesús. No era cosa de otro mundo buscar una persona que pudiera servir de modelo, si bien a nadie le agradaba tal empresa, por las heridas que en la susceptibilidad personal pudieran causarse: eso de quedar inmortalizado en la historia como un traidor no era del todo halagador para nadie. Así las cosas, Leonardo buscó entre las peores tabernas a los posibles personajes que pudieran desempeñar el triste papel de Judas Iscariote. Buscando, buscando, lo encontró: un hombre, no muy grande, de unos treinta años pero con una mirada triste, perdida, el ceño fruncido y las espaldas ya algo cargadas por el paso del tiempo. Con todo respeto lo invitó a la osada empresa y el sujeto aceptó. Habría sido en las primeras sesiones cuando nuestro modelo, sin notarlo, comenzó a llorar. Leonardo, tratando de congraciarse con él y admirando su exquisita sensibilidad le dijo:
-Pero hombre. No llores, no es para tanto. Tú no eres un traidor, tan sólo me estás ayudando en esta empresa. Es cierto que te ha tocado jugar un papel muy poco halagador, pero por favor, no lo tomes así.
A lo que el hombre respondió:
-No lloro por lo que tú me estás diciendo. Lloro por mí mismo. ¿Es que no me reconoces? Cuánto habré cambiado que al cabo de diez años tú mismo me pediste que posara como Jesucristo y ahora me invitas a ser Judas Iscariote…
El corazón también ha sido comparado por un gran maestro espiritual del siglo XX como una papa. Comparación poco elegante, ciertamente, pero muy efectiva. Una papa si se la deja en cualquier parte, es capaz de echar raíces ahí en donde se le coloca. Puede ser en la bodega, en la alacena de una casa, en lo oscuro de un diván. Echa raíces. De la misma manera, nuestro corazón se habitúa a actuar de cualquier forma. Si no estamos atentos irá adquiriendo tendencias malas de aquí y allá y al final no nosotros mismos acabaremos por reconocerlo.
Es por ello que debemos hacer de vez en cuando una purificación de nuestro corazón, una limpieza profunda para quitar esas manchas, esos virus que puedan haberse incrustado en el camino diario.
¿Signos con los que podemos detectar que ya necesitamos una purificación de nuestro corazón? Hay varios.
Primero: nos dejamos de doler por nuestras faltas, especialmente aquellas faltas que cometemos por culpa de nuestro defecto dominante. Ya no le damos la importancia necesaria como la solíamos dar al inicio de nuestro programa de reforma de vida. Nos hemos ido acostumbrado poco a poco a esas fallas. Nuestro corazón “ha aprendido a convivir” con esas fallas. Como los virus que ya no son detectados por los anticuerpos. Nuestro cuerpo se ha habituado de tal manera a convivir con ellos que ya no detecta su presencia. En la vida espiritual puede pasarnos algo semejante. No es que no le demos importancia a las fallas, pero ya no nos duelen tanto, no nos movemos tanto hacia una conversión fuerte, eficaz, ya no nos causa tanto dolor el haber cometido esas faltas. El pecado ha “obnubilado” la forma de ver las cosas. Lo que antes nos causaba gran dolor, ahora simplemente nos causa fastidio o flojera y podemos tener expresiones como las de “se ve que yo soy así y me va a ser muy difícil cambiar”. “Lo he intentado todo…” “Total: no es tan malo…” Si una alarma contra incendios no funciona bien, el día menos pensado que necesitemos de sus servicios nos fallará y entonces lamentaremos las consecuencias de no haberle dado un servicio de mantenimiento con la frecuencia con la que se lo habríamos de haber dado.
Otro de los signos con los cuales podemos detectar que las cosas no marchan ya muy bien en nuestro corazón es el hacernos esclavos de las circunstancias. Tengo mi programa de reforma de vida, pero yo mismo hago mis espacios mentales para no cumplirlo, porque las circunstancias indican otras cosa o son desfavorables, según nuestro propio y peculiar juicio. “Una vez al año, no hace daño.” “Ahora estoy con mis amigos.” “En estos momentos me siento tan cansado.” “Era muy difícil no haber caído: la tentación se me presentó en forma tan inesperada…” Y justificaciones similares. Las circunstancias son las que cada día se van enseñoreando más de nuestro corazón hasta dominarlo. Nos convertimos en hombre y mujeres de circunstancias, porque nos fuimos habituando a dejar que ellas fueran dictándonos los comportamientos de nuestro obrar. Y nuestro corazón, si bien seguía bombeando, la savia ya no pasaba porque había sido taponada por las circunstancias.
Confundimos la ilusión con la realidad. Creemos que ciertas cosas pueden hacernos bien y no nos damos cuenta del mal que nos provocan. Hemos trastocado los términos de todo. Lo bueno ya no lo vemos tan bueno y lo malo, por consecuencia, ya no lo vemos tan malo.
Un último signo es la justificación para no obrar el bien con la fuerza y la constancia con la que deberíamos hacerlo. Encontramos una respuesta fácil y cómoda para explicar nuestra falta de virtud. No nos preocupamos por alcanzar las cumbres de la santidad. Nos justificamos con que no somos malas personas y así, vamos tirando en la vida.
Cuando alguno de estos signos se presentan, señal es de que nuestro corazón comienza a atrofiarse, a ensuciarse. Es tiempo de una buena purificación, de una buena limpieza interior. Y esta limpieza debe ser profunda, debe ir a las raíces de las faltas. No quedarnos en la superficialidad, sino ir al fondo. ¿Cómo logra esta purificación? La Iglesia católica nos recomienda la confesión de nuestros pecados. Pero debe ser una confesión profunda íntima, llena de fe. Una confesión que mire más las actitudes por las que hemos cometido las faltas, que las faltas en cuanto tal.
Sabemos que la gracia actúa en el alma, porque la gracia es eficaz, actúa por sí misma. Pero las buenas disposiciones del alma, ayudan a que la gracia actúe con mayor profundidad, porque el individuo se presta para ello: prepara los lugares en donde la gracia puede actuar. Puedes confesarte con mucho sentido de arrepentimiento, con mucho dolor de los pecados, pero si no hay las disposiciones, los medios para cambiar, será difícil que la gracia actúe. Borrará los pecados, de eso no nos cabe la menor duda, pero que actúe en tu corazón, que lo disponga a actuar siempre para el bien, que lo fortalezca, que lo vigorice, eso dependerá de tus buenas disposiciones.
¿Cómo disponernos a una buena purificación de nuestro corazón para que actúe la gracia? ¿Cómo disponernos para que cada confesión sea un verdadero encuentro con Cristo que fortalezca nuestro corazón y lo lance a obrar siempre y de mejor manera el bien para vencer nuestro defecto dominante y alcanzar la virtud que queremos conquistar?
Te invito a conocer y saber cómo hacerlo, en el siguiente artículo. Por mientras, te dejo de tarea el que revises un poco cómo son tus confesiones. No te pido que revises únicamente la mecánica de tus confesiones o de qué pecados te confiesas con mayor frecuencia, sino que analices las actitudes de tus confesiones. ¿Cuál es la actitud fundamental por la que recurres al sacramento de la penitencia? ¿Cómo dispones tu corazón al sacramento de la confesión? ¿Qué pasaría si no pudieras confesarte? ¿Vivirías igual? ¿Cambia tu vida después de cada confesión? ¿O sigue más o menos igual? ¿Es para ti la confesión un verdadero encuentro con Cristo?
Diez razones para leer la Biblia
Aprovecha para leerla, saborearla, meditarla, permitirle que sea lámpara para tus pasos, luz en tu sendero.
La Iglesia celebra en septiembre ‘el mes de la Biblia’.
Aprovecha para leerla, saborearla, meditarla, permitirle que sea lámpara para tus pasos, luz en tu sendero. Considera que tienes al menos diez razones para adentrarte en el fascinante mundo de la Sagrada Escritura:
1. Conocer a Dios
Sería para nosotros imposible saber algo acerca de Dios si Él no nos lo hubiera revelado. Y lo hizo a través de Su Palabra. Así que para que puedas conocerlo y consiguientemente entablar con Él una relación personal de amor y confianza, es indispensable que leas Su Palabra.
2. Conocerse uno mismo
La Palabra de Dios «penetra hasta las fronteras del alma y del espíritu» (Heb 4,12). Leerla te permite conocerte a fondo, pero no desde la óptica humana de juicio y condena, sino desde la mirada esperanzadora y misericordiosa de Dios.
3. Recibir luz
Dice el salmista que la Palabra es “lámpara para sus pasos, luz en su sendero” (ver Sal 119, 105).
Siempre tiene un mensaje para iluminar tu situación actual, siempre tiene algo pertinente que decirte; a veces te consuela, a veces te exhorta, a veces te tranquiliza, a veces te inquieta y te sacude, pero puedes tener la certeza de que siempre te da lo que tu alma necesita.
4. Dialogar con Dios
Hay quien cree que orar consiste sólo en hablar y hablar con Dios pues Él no dice nada. Pero Dios sí habla: a través de Su Palabra. Leer la Biblia te permite escuchar lo que quiere decirte, para poder después responderle, dialogar con Él y, con Su gracia, hacerlo vida.
5. Participar de la reflexión y oración de toda la Iglesia
Cuando lees los textos que se proclaman cada día en Misa o en la Liturgia de las Horas, te unes a millones de católicos en todo el mundo que en ese mismo momento están leyendo, escuchando, reflexionando, orando con esas mismas palabras. Leer así la Palabra te permite participar activamente en la unidad y universalidad de la Iglesia
6. Situarte dentro de la historia de la salvación
Leer la Biblia te permite descubrir cómo fue que Dios se reveló al ser humano; estableció una alianza con el hombre, le prometió Su amor y salvación y lo cumplió. Conocer el pasado te permite comprender el presente y vivirlo desde el gozo de saber que formas parte del pueblo de Dios, que eres miembro de Su rebaño, oveja del Buen Pastor.
7. Conocer, comprender y amar a la Iglesia
Leer la Biblia te permite conocer la Iglesia de la que formas parte para comprenderla y amarla más, y gozarte de pertenecer a ella sabiendo que fue fundada por Cristo, y aunque está formada por seres humanos susceptibles de fallar, como tú y como yo, es conducida a través de la historia, por el Espíritu de Dios.
8. Anunciar la Buena Nueva
Leer la Biblia te permite cumplir el mandato de Jesús de ir por todo el mundo a anunciar la Buena Nueva (ver Mc 16, 15). Sólo si conoces la Escritura puedes compartir Su luz con otros.
9. Conocer y defender la fe
Dice San Pablo que todo texto de la Escritura es útil para enseñar (ver 2Tim 3,16). Conocer la Biblia te permite enfrentar a quienes atacan tu fe católica y responderles no sólo con caridad sino con argumentos sólidos.
10. Vivir con libertad y alegría
Leer la Biblia te da libertad y alegría. La libertad de que gozan quienes abandonan la inmovilidad de las tinieblas y caminan hacia Aquel que es la Luz; la alegría de saber que Él está contigo todos los días hasta el fin del mundo, y la alegría de anunciarlo a los demás, como pide el Papa Francisco.
Hasta aquí las diez razones. Cabe aclararte que sólo son las diez primeras. Lee la Biblia y descubrirás que hay otras diez, y diez más, y más, y más…
Te recomendamos el libro de Alejandra Ma. Sosa E: ‘¡Desempolva tu Biblia! Guía práctica para empezar a leer y disfrutar la Biblia’, ediciones 72.