Una voz de Pax
Reflexión del Evangelio Dominical
Juan 6,60-69
La lectura de ayer cierra el ciclo de textos referidos al discurso del Pan de Vida y una vez más queda en evidencia que las palabras de Jesús no se pueden entender según la carne, por ello, para quienes lo intentaban, era un lenguaje «duro».
Por el contrario, afirma el Señor: Las palabras que os he dicho son Espíritu y vida. La carne no sirve de nada, es el Espíritu quien da vida, por tanto es a la luz del Espíritu que podemos entender las palabras de Jesús, pero esto, es algo que no se le concede a todos. Lo concede el Padre sólo a quienes se los quiera revelar.
No de deja, de extrañarnos, sin embargo, que un «lenguaje difícil de entender» no pueda ser superado por las pruebas palpables que Jesús ha dado de su poder y en nombre de quien las ha hecho en los múltiples milagros a lo largo de los tres años de su ministerio.
Sólo un corazón dispuesto e iluminado como el de Pedro puede reconocer o por lo menos presentir la grandeza del testimonio de Cristo y que es el elegido de Dios: » Señor, ¿ a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
Es decir, sólo la disposición humilde y sincera del corazón es la que hace posible que el Espíritu de Dios revele lo que por la sóla razón es imposible de entender. Y mas que entender, diría yo, de aceptar, porque el misterio como tal es intangible.
Pero si yo se de quien me fío, sabré que no he de ser defraudado. Por tanto si, con Pedro, asentimos que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna, preguntémonos qué significado tiene ello en nuestras vidas, cómo se refleja en nuestros actos, desiciones, gestos, intenciones y cualquier elemento del mundo en el que nos movemos.
Y, si es en efecto, que con ellos, le damos la primacía en todo o es que aún necesitamos ver subir al Hijo del hombre ahí donde estaba antes.
por Mario Aquino Colmenares