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Pío X, Santo

CCLVII Papa, 21 de agosto

Martirologio Romano: Memoria del papa san Pío X, que fue sucesivamente sacerdote con cargo parroquial, obispo de Mantua y después patriarca de Venecia. Finalmente, elegido Sumo Pontífice, adoptó una forma de gobierno dirigida a instaurar todas las cosas en Cristo, que llevó a cabo con sencillez de ánimo, pobreza y fortaleza, promoviendo entre los fieles la vida cristiana por la participación en la Eucaristía, la dignidad de la sagrada liturgia y la integridad de la doctrina (1914).

Etimología: Pío = piadoso. Viene de la lengua latina.

Breve Biografía

Giuseppe Melchiorre Sarto, quien luego sería el Papa Pío X nació el 2 de Junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en Venecia. Sus padres fueron Giovanni Battista Sarto y Margarita Sanson. Su padre fue un cartero y murió en 1852, pero su madre vivió para ver a su hijo llegar a Cardenal. Luego de terminar sus estudios elementales, recibió clases privadas de latín por parte del arcipreste de su pueblo, Don Tito Fusarini, después de lo cual estudió durante cuatro años en el gimnasio de Castelfranco Veneto, caminando de ida y vuelta diariamente.

En 1850 recibió la tonsura de manos del Obispo de Treviso y obtuvo una beca de la Diócesis de Treviso para estudiar en el seminario de Padua, donde terminó sus estudios filosóficos, teológicos y de los clásicos con honores. Fue ordenado sacerdote en 1858, y durante nueve años fue capellán de Tómbolo, teniendo que asumir muchas de las funciones del párroco, puesto que éste ya era anciano e inválido. Buscó perfeccionar su conocimiento de la teología a través de un estudio asiduo de Santo Tomás y el derecho canónico; al mismo tiempo estableció una escuela nocturna para la educación de los adultos, y siendo él mismo un ferviente predicador, constantemente era invitado a ejercer este ministerio en otros pueblos.

 

En 1867 fue nombrado arcipreste de Salzano, un importante municipio de la Diócesis de Treviso, en donde restauró la iglesia y ayudó a la ampliación y mantenimiento del hospital con sus propios medios, en congruencia con su habitual generosidad hacia los pobres; especialmente se distinguió por su abnegación durante una epidemia de cólera que afectó a la región. Mostró una gran solicitud por la instrucción religiosa de los adultos. En 1875 creó un reglamento para la catedral de Treviso; ocupó varios cargos, entre ellos, el de director espiritual y rector del seminario, examinador del clero y vicario general; más aún, hizo posible que los estudiantes de escuelas públicas recibieran instrucción religiosa. En 1878, a la muerte del Obispo Zanelli, fue elegido vicario capitular. El 10 de Noviembre de 1884 fue nombrado Obispo de Mantua, en ese entonces una sede muy problemática, y fue consagrado el 20 de Noviembre. Su principal preocupación en su nuevo cargo fue la formación del clero en el seminario, donde, por varios años, enseñó teología dogmática y, durante un año, teología moral. Deseaba seguir el método y la teología de Santo Tomás, y a muchos de los estudiantes más pobres les regaló copias de la “Summa Theologica”; a la vez, cultivó el Canto Gregoriano en compañía de los seminaristas. La administración temporal de la sede le impuso grandes sacrificios. En 1887 celebró un sínodo diocesano. Mediante su asistencia en el confesionario, dio ejemplo de celo pastoral. La Organización Católica de Italia, conocida entonces como la “Opera dei Congressi”, encontró en él a un celoso propagandista desde su ministerio en Salzano. En el consistorio secreto celebrado en Junio de 1893, León XIII lo creó Cardenal, con el título de San Bernardo de las Termas; y en el consistorio público, tres días más tarde, fue preconizado Patriarca de Venecia, conservando mientras tanto el título de Administrador Apostólico de Mantua. El Cardenal Sarto fue obligado a esperar dieciocho meses, antes de tomar posesión de su nueva diócesis, debido a que el gobierno italiano se negaba a otorgar el exequatur, reclamando que el derecho de nominación había sido ejercido por el Emperador de Austria. Este asunto fue tratado con amargura en periódicos y panfletos; el Gobierno, a manera de represalia, rehusó extender el exequatur a los otros obispos que fueron nombrados durante este tiempo, por lo que el número de sedes vacantes creció a treinta. Finalmente, el ministro Crispi, habiendo regresado al poder, y la Santa Sede, habiendo elevado la misión de Eritrea a la categoría de Prefectura Apostólica en atención a los Capuchinos Italianos, motivaron al Gobierno a retractarse de su posición original. Esta oposición no fue causada por ninguna objeción contra la persona de Sarto. En Venecia el cardenal encontró un estado de cosas mucho mejor que el que había hallado en Mantua. También allí puso gran atención en el seminario, donde logró establecer la facultad de derecho canónico. En 1898 celebró el sínodo diocesano. Promovió el uso del Canto Gregoriano y fue gran benefactor de Lorenzo Perosi; favoreció el trabajo social, especialmente los bancos en las parroquias rurales; se dio cuenta de los peligros que entrañaban ciertas doctrinas y conductas de algunos Cristiano-Demócratas y se opuso enérgicamente a ellas. El Congreso Eucarístico Internacional de 1897, en el centenario de San Gerardo Sagredo (1900), la bendición de la primera piedra del nuevo campanario de San Marcos y la capilla conmemorativa en el Monte Grappa (1901) fueron eventos que dejaron una profunda impresión en él y en su gente. A la muerte de León XIII, los cardenales se reunieron en cónclave y, después de varias votaciones, Giuseppe Sarto fue elegido el 4 de Agosto al obtener 55 de 60 votos posibles. Su coronación tuvo lugar el siguiente Domingo, 9 de Agosto de 1903.

 

En su primera Encíclica, deseando revelar hasta cierto punto su programa de trabajo, mencionó el que sería el lema de su pontificado: “instaurare omnia in Christo” (Ef 1,10). En consecuencia, su mayor atención giró siempre sobre la defensa de los intereses de la Iglesia. Pero ante todo, sus esfuerzos también se dirigieron a promover la piedad entre los fieles, y a fomentar la recepción frecuente de la Sagrada Comunión, y, si era posible, hacerla diariamente (Decr. S. Congr. Concil., 20 de Diciembre, 1905), dispensando a los enfermos de la obligación de ayunar para poder recibir la Sagrada Comunión dos veces al mes, o incluso más (Decr. S. Congr. Rit., 7 de Diciembre, 1906). Finalmente, mediante el Decreto “Quam Singulari” (15 de Agosto, 1910), recomendó que la Primera Comunión en los niños no se demorara demasiado tiempo después de que alcanzaran la edad de la discreción. Fue por deseo suyo que el Congreso Eucarístico de 1905 se celebró en Roma, mientras que aumentó la solemnidad de los congresos Eucarísticos posteriores mediante el envío de cardenales legados. El quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción fue una ocasión que supo aprovechar para impulsar la devoción a María (Encíclica “Ad illum diem”, Febrero 2,1904); y el Congreso Mariano junto con la coronación de la imagen de la Inmaculada Concepción en el coro de la Basílica de San Pedro fueron una digna culminación de la solemnidad. Fuera como simple capellán, como obispo, y como patriarca, Giuseppe Sarto fue siempre un promotor de la música sacra; como Papa publicó, el 22 de Noviembre de 1903, un Motu Proprio sobre música sacra en las iglesias, y, al mismo tiempo, ordenó que el auténtico Canto Gregoriano se utilizara en todas partes, mientras dispuso que los libros de cantos se imprimieran con el tipo de fuente del Vaticano bajo la supervisión de una comisión especial. En la Encíclica “Acerbo nimis” (Abril 15, 1905), planteó la necesidad de que la instrucción catequética no se limitara a los niños, sino que también fuera dirigida hacia los adultos, dando para ello reglas detalladas, especialmente en lo referente a escuelas adecuadas para la impartición de la instrucción religiosa a los estudiantes de escuelas públicas, y aun de universidades. Promovió la publicación de un nuevo catecismo para la Diócesis de Roma.

 

Como obispo, su principal preocupación había sido la formación del clero, y de acuerdo con este propósito, una Encíclica dirigida al Episcopado Italiano (Julio 28, 1906) hacía énfasis en la necesidad de tener mayor cuidado en la ordenación de sacerdotes, llamando la atención de los obispos sobre el hecho de que, entre los clérigos más jóvenes, se manifestaba cada vez con mayor frecuencia un espíritu de independencia que era una amenaza para la disciplina eclesiástica. En beneficio de los seminarios italianos, ordenó que fueran visitados regularmente por los obispos, y promulgó un nuevo programa de estudios que había estado en uso en el Seminario Romano. Por otra parte, como las diócesis del Centro y Sur de Italia eran tan pequeñas que sus seminarios respectivos no podían prosperar, Pío X estableció el seminario regional, que es común para las sedes de una región dada; en consecuencia, muchos seminarios, pequeños y deficientes, fueron cerrados.

Para una mayor eficacia en la asistencia a las almas, a través de un Decreto de la Sagrada Congregación del Consistorio (Agosto 20, 1910), promulgó instrucciones concernientes a la remoción de párrocos como un acto administrativo, cuando tal procedimiento requería de graves circunstancias que podían no constituir una causa canónica para la destitución. Con motivo de la celebración del jubileo de su ordenación sacerdotal, dirigió una carta llena de afecto y prudentes consejos a todo el clero. Por un Decreto reciente (Noviembre 18, 1910), el clero había sido impedido de tomar parte en la administración temporal de organizaciones sociales, lo cual era causa frecuente de graves dificultades.

 

Pero por sobre todas las cosas, la principal preocupación del Papa era la pureza de la fe. En varias ocasiones, como en la Encíclica con respecto al centenario de San Gregorio Magno, Pío X resaltaba los peligros de ciertos métodos teológicos nuevos, los cuales, basándose en el Agnosticismo y el Immanentismo, por fuerza suprimían la doctrina de la fe de sus enseñanzas de una verdad objetiva, absoluta e inmutable, y más aun cuando estos métodos se asociaban con una crítica subversiva de las Sagradas Escrituras y de los orígenes del Cristianismo. Por esta razón, en 1907, publicó el Decreto “Lamentabili” (llamado también el Syllabus de Pío X), en el que sesenta y cinco proposiciones modernistas fueron condenadas. La mayor parte de estas se referían a las Sagradas Escrituras, su inspiración y la doctrina de Jesús y los Apóstoles, mientras otras se relacionaban con el dogma, los sacramentos, la primacía del Obispo de Roma. Inmediatamente después de eso, el 8 de Septiembre de 1907, apareció la famosa Encíclica “Pascendi”, que exponía y condenaba el sistema del Modernismo. Este documento hace énfasis sobre el peligro del Modernismo en relación con la filosofía, apologética, exégesis, historia, liturgia y disciplina, y muestra la contradicción entre esa innovación y la fe tradicional; y, finalmente, establece reglas por las cuales combatir eficazmente las perniciosas doctrinas en cuestión. Entre las medidas sugeridas cabe señalar el establecimiento de un cuerpo oficial de “censores” de libros y la creación de un “Comité de Vigilancia”. Posteriormente, mediante el Motu Proprio “Sacrorum Antistitum”, Pío X llamó la atención en los interdictos de la Encíclica y las disposiciones que habían sido establecidas previamente bajo el pontificado de León XIII sobre la predicación, y sancionó que todos aquellos que ejercieran el sagrado ministerio o quienes enseñaran en institutos eclesiásticos, así como canónigos, superiores del clero regular, y aquellos que servían en oficinas eclesiásticas, deberían tomar un juramento en el que se comprometían a rechazar los errores que eran denunciados en la Encíclica o en el Decreto “Lamentabili”. Pío X retomó este asunto vital en otras ocasiones, especialmente en las Encíclicas que fueron escritas en conmemoración de San Anselmo (Abril 21, 1909) y de San Carlos Borromeo (Junio 23, 1910), en la segunda de las cuales el Modernismo Reformista fue especialmente condenado. Como el estudio de la Biblia es, a la vez, el área más importante y más peligrosa de la teología, Pío X deseaba fundar en Roma un centro especial para esos estudios, que les diera la garantía inmediata de una ortodoxia incuestionable y un valor científico; en consecuencia, y con el apoyo de todo el mundo católico, se estableció el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, bajo la dirección de los jesuitas.

 

Una necesidad sentida durante mucho fue la de codificar la Ley Canónica, y con la intención de llevarla a cabo, el 19 de Marzo de 1904, Pío X creó una congregación especial de cardenales, de la que Gasparri, convertido en cardenal, sería el secretario. Las más eminentes autoridades en derecho canónico de todo el mundo, colaboraron en la formación del nuevo código, algunas de cuyas prescripciones ya habían sido publicadas, como por ejemplo, las modificaciones a la ley del Concilio de Trento en lo referente a los matrimonios secretos, las nuevas reglas para las relaciones diocesanas y para las visitas episcopales ad limina, y la nueva organización de la Curia Romana (Constitución “Sapienti Consilio”, Junio 29, 1908). Anteriormente, las Congregaciones para las Reliquias e Indulgencias y de Disciplina habían sido suprimidas, mientras que la Secretaría de Asuntos Menores había sido unida a la Secretaría de Estado. La característica del nuevo reglamento es la completa separación de los aspectos judiciales de los administrativos; mientras que las funciones de algunos departamentos habían sido determinadas con mayor precisión y sus trabajos más equilibrados. Las oficinas de la Curia se dividieron en Tribunales (3), Congregaciones (11), y Oficinas (5). Con respecto a los primeros, el Tribunal de Signatura (constituido exclusivamente por cardenales) y el de la Rota fueron revividos; al Tribunal de la Penitenciaría le fueron dejados únicamente los casos del fuero interno (conciencia). Las Congregaciones permanecieron casi como estaban al principio, con la excepción de que una sección especial fue agregada al Santo Oficio de la Inquisición para las indulgencias; la Congregación de Obispos y Regulares recibió el nombre de Congregación de Religiosos y tendría que tratar únicamente los asuntos de las congregaciones religiosas, mientras los asuntos del clero secular serían derivados a la Congregación del Consistorio o a la del Concilio; de este último fueron retirados los casos matrimoniales, los cuales serían ahora enviados a los tribunales o a la recientemente creada Congregación de los Sacramentos. La Congregación del Consistorio aumentó grandemente su importancia debido a que tendría que decidir sobre cuestiones que eran competencia de las otras Congregaciones. La Congregación de Propaganda perdió mucho de su territorio en Europa y América, donde las condiciones religiosas habían comenzado a estabilizarse. Al mismo tiempo, fueron publicadas las reglas y regulaciones para empleados, y aquellas para los diferentes departamentos. Otra Constitución reciente presenta una relación de las sedes suburbicarias.

 

La jerarquía Católica incrementó grandemente su número durante los primeros años del pontificado de Pío X, en los que se crearon veintiocho nuevas diócesis, la mayoría en los Estados Unidos, Brasil y las Islas Filipinas; también una abadía nullius, 16 vicariatos Apostólicos y 15 prefecturas Apostólicas.

León XIII llevó la cuestión social dentro del ámbito de la actividad eclesial; Pío X también deseó que la Iglesia cooperara, o, mejor aún, desempeñara un papel de liderazgo en la solución de la cuestión social; sus puntos de vista en esta materia fueron formulados en un syllabus de diecinueve proposiciones, tomadas de diferentes Encíclicas y otras Actas de León XIII, y publicadas en un Motu Proprio (Diciembre 18, 1903), especialmente para la orientación en Italia, donde la cuestión social era un asunto espinoso a principios de su pontificado. Buscó especialmente reprimir ciertas tendencias que se inclinaban hacia el Socialismo y promovían un espíritu de insubordinación a la autoridad eclesiástica.

Como resultado del aumento constante de divergencias, la “Opera dei Congressi”, la asociación Católica más grande de Italia, fue disuelta. No obstante, inmediatamente después la Encíclica “Il fermo proposito” (Junio 11, 1905) provocó la formación de una nueva organización, constituida por tres grandes uniones, la Popular, la Económica y la Electoral. La firmeza de Pío X logró la eliminación de, por lo menos, los elementos más discrepantes, posibilitando, ahora sí, una verdadera acción social Católica, aunque subsistieron algunas fricciones. El deseo de Pío X es que la clase trabajadora sea abiertamente Católica, como lo expresó en una memorable carta dirigida al Conde Medolago-Albani. También en Francia, el Sillon, después de un origen prometedor, había dado un giro que lo acercaba a la ortodoxia del extremismo democrático social; y los peligros de esta relación fueron expuestos en la Encíclica “Notre charge apostolique” (Agosto 25, 1910), en la cual los Sillonistas fueron conminados a mantener sus organizaciones bajo la autoridad de los obispos.

 

En sus relaciones con los Gobiernos, el pontificado de Pío X tuvo que mantener luchas dolorosas. En Francia el papa heredó disputas y amenazas. La cuestión “Nobis nominavit” fue resuelta con la condescendencia del papa; pero en lo referente al nombramiento de obispos propuestos por el Gobierno, la visita del presidente al Rey de Italia, con la consiguiente nota de protesta, y la remoción de dos obispos franceses, deseada por la Santa Sede, se convirtieron en pretextos del Gobierno en París para el rompimiento de las relaciones diplomáticas con la Corte de Roma. Mientras tanto la ley de Separación ya había sido preparada, despojando a la Iglesia de Francia y prescribiendo, además, una constitución para la misma , la cual, si bien no era abiertamente contraria a su naturaleza, por lo menos entrañaba grandes peligros para ella. Pío X, sin prestar atención a los consejos oportunistas de quienes tenían una visión corta de la situación, rechazó firmemente consentir en la formación de las asociaciones cultuales. La separación trajo cierta libertad a la Iglesia de Francia, especialmente en materia de la elección de sus pastores. Pío X, sin buscar represalias, todavía reconoció el derecho francés de protectorado sobre los Católicos en el Este. Algunos párrafos de la Encíclica “Editae Saepe”, escrita en ocasión del centenario de San Carlos Borromeo, fueron mal interpretadas por los Protestantes, especialmente en Alemania, por lo que Pío X elaboró una declaración refutándolos, sin menoscabo a la autoridad de su alto cargo. En ese tiempo (Diciembre, 1910), se temían complicaciones en España, así como la separación y persecución en Portugal, para lo cual Pío X ya había tomado las medidas oportunas. El Gobierno de Turquía envió un embajador ante el Papa. Las relaciones entre la Santa Sede y las repúblicas de América Latina eran buenas. Las delegaciones en Chile y la República Argentina fueron elevadas a la categoría de internunciaturas, y se envió un Delegado Apostólico a Centroamérica.

 

Naturalmente, la solicitud de Pío X se extendió a su propia estancia, realizando un gran trabajo de restauración en el Vaticano; por ejemplo, en las habitaciones del cardenal-secretario de Estado, el nuevo palacio para los empleados, una nueva galería de pinturas, la Specola, etc. Finalmente, no debemos olvidar su generosa caridad en las calamidades públicas: durante los grandes terremotos de Calabria, pidió la ayuda de todos los Católicos del mundo, logrando reunir, al momento del último sismo, aproximadamente 7’000,000 de francos, que sirvieron para cubrir las necesidades de quienes fueron afectados y para la construcción de iglesias, escuelas, etc. Su caridad no fue menor en ocasión de la erupción del Vesubio y de otros desastres fuera de Italia (Portugal e Irlanda). En pocos años, Pío X obtuvo resultados magníficos y duraderos en interés de conservar la doctrina y disciplina Católicas, aún enfrentando grandes dificultades de todo tipo. Hasta los no Católicos reconocen su espíritu apostólico, su fortaleza de carácter, la precisión de sus decisiones y su búsqueda de un programa claro y explícito.

 

 

Una mirada al amado con ojos de fe

Santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12. Sábado XX del Tiempo Ordinario

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, purifica mi mente y mi corazón para que cada uno de mis pensamientos, cada uno de mis actos, y cada palabra que diga, sean sólo para honra y gloria tuya.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame “maestros”.

Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar ‘guías’, porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Palabra del Señor.

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Somos buscadores por naturaleza, y ante esto nos planteamos ciertas preguntas para encontrar aquello que buscamos. Pero ¿nos hacemos las preguntas correctas? Alguna vez nos hemos preguntado, ¿por qué hacemos las cosas día a día? ¿Qué nos mueve a actuar? ¿Qué buscamos tras cada uno de nuestros pensamientos, palabras y obras? ¿Acaso es dar gloria a Dios? ¿Es la llamada felicidad verdadera? O por el contrario, ¿es el tratar de agradar a los hombres, el querer ser reconocido ante los demás? ¿Pierdo mi coherencia de vida por actuar según los criterios del mundo? ¿Qué tanto vivo mi fe por amor a Dios?

Quizá sea que detrás de mucho de lo que hacemos, pensamos o decimos no se encuentra la verdadera intención que debe de brotar como agua en la fuente de nuestro corazón. Esa fuente de la cual debe de brotar como agua el amor, la compasión, la misericordia, la coherencia de vida, la verdad, el evangelio, el testimonio de un verdadero seguidor de Cristo. Jesús nos enseña que, precisamente, esta agua muchas veces debe de brotar sin ser vista o sin ser recompensada, pues es hermoso actuar y vivir de cara a Dios, pues Él es el único que puede dar paz a nuestro corazón.

Una paz que se encuentra en la vivencia de mi fe, solamente por amor a Aquel que me ha creado, que me acompaña y que cuida cada uno de mis pasos, procurando siempre mostrarme la felicidad y, más aún, el camino que he de seguir para poder pensar, actuar y hablar según su santa voluntad.

No temamos el preguntarnos miles de cosas; no temamos vivir de cara a Dios o de actuar de una manera coherente ya que, en esta vivencia, es en donde encontraremos la verdadera paz, la libertad y el amor.

«Decía san Francisco a sus hermanos: Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras. No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se necesita tantos maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del nombre de Cristo y de su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo». (Homilía de S.S. Francisco, 29 de junio de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Me esforzaré por vivir coherentemente como un fiel seguidor de Cristo.

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

Los disfraces de la soberbia y cómo desenmascararla

Si la soberbia enseña la cara, su aspecto es repulsivo, por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, disfrazarse y confundir

Un escritor va paseando por la calle y se encuentra con un amigo. Se saludan y comienzan a charlar. Durante más de media hora el escritor le habla de sí mismo, sin parar ni un instante. De pronto se detiene un momento, hace una pausa, y dice: «Bueno, ya hemos hablado bastante de mí. Ahora hablemos de ti: ¿qué te ha parecido mi última novela?».

Es un ejemplo gracioso de actitud vanidosa, de una vanidad bastante simple. De hecho, la mayoría de los vicios son también bastante simples. Pero en cambio la soberbia suele manifestarse bajo formas más complejas que las de aquel fatuo escritor. La soberbia tiende a presentarse de forma más retorcida, se cuela por los resquicios más sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas. La soberbia sabe bien que si enseña la cara, su aspecto es repulsivo, y por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, ocultar su rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que siempre queda contaminada.

Te presentamos a continuación 8 disfraces habituales de la soberbia para que sepas identificarla

1) Unas veces se disfraza de sabiduría, de lo que podríamos llamar una soberbia intelectual que se empina sobre una apariencia de rigor que no es otra cosa que orgullo altivo.

2) Otras veces se disfraza de coherencia, y hace a las personas cambiar sus principios en vez de atreverse a cambiar su conducta inmoral. Como no viven como piensan, lo resuelven pensando como viven. La soberbia les impide ver que la coherencia en el error nunca puede transformar lo malo en bueno.

3) También puede disfrazarse de un apasionado afán de hacer justicia, cuando en el fondo lo que les mueve es un sentimiento de despecho y revanchismo. Se les ha metido el odio dentro, y en vez de esforzarse en perdonar, pretenden calmar su ansiedad con venganza y resentimiento.

 

4) Hay ocasiones en que la soberbia se disfraza de afán de defender la verdad, de una ortodoxia altiva y crispada, que avasalla a los demás; o de un afán de precisarlo todo, de juzgarlo todo, de querer tener opinión firme sobre todo. Todas esas actitudes suelen tener su origen en ese orgullo tonto y simple de quien se cree siempre poseedor exclusivo de la verdad. En vez de servir a la verdad, se sirven de ella —de una sombra de ella—, y acaban siendo marionetas de su propia vanidad, de su afán de llevar la contraria o de quedar por encima.

 

5) A veces se disfraza de un aparente espíritu de servicio, que parece a primera vista muy abnegado, y que incluso quizá lo es, pero que esconde un curioso victimismo resentido. Son esos que hacen las cosas, pero con aire de víctima («soy el único que hace algo»), o lamentándose de lo que hacen los demás («mira éstos en cambio…»).

6) Puede disfrazarse también de generosidad, de esa generosidad ostentosa que ayuda humillando, mirando a los demás por encima del hombro, menospreciando.

7) O se disfraza de afán de enseñar o aconsejar, propio de personas llenas de suficiencia, que ponen a sí mismas como ejemplo, que hablan en tono paternalista, mirando por encima del hombro, con aire de superioridad.

8) O de aires de dignidad, cuando no es otra cosa que susceptibilidad, sentirse ofendido por tonterías, por sospechas irreales o por celos infundados.

¿Es que entonces la soberbia está detrás de todo? Por lo menos sabemos que lo intentará. Igual que no existe la salud total y perfecta, tampoco podemos acabar por completo con la soberbia. Pero podemos detectarla, y ganarle terreno.

¿Cómo detectar la soberbia, si se esconde bajo tantas apariencias?

La soberbia muchas veces nos engañará, y no veremos su cara, oculta de diversas maneras, pero los demás sí lo suelen ver. Si somos capaces de ser receptivos, de escuchar la crítica constructiva, nos será mucho más fácil desenmascararla.

El problema es que hace falta ser humilde para aceptar la crítica. La soberbia suele blindarse a sí misma en un círculo vicioso de egocentrismo satisfecho que no deja que nadie lo llame por su nombre. Cuando se hace fuerte así, la indefensión es tal que van creciendo las manifestaciones más simples y primarias de la soberbia: la susceptibilidad enfermiza (sentirnos ofendidos por todo y por todos), el continuo hablar de uno mismo, las actitudes prepotentes y engreídas, la vanidad y afectación en los gestos y el modo de hablar, el decaimiento profundo al percibir la propia debilidad, etc.

Hay que romper ese círculo vicioso. Ganar terreno a la soberbia es clave para tener una psicología sana, para mantener un trato cordial con las personas, para no sentirse ofendido por tonterías, para no herir a los demás…, para casi todo. Por eso hay que tener miedo a la soberbia, y luchar seriamente contra ella. Es una lucha que toma el impulso del reconocimiento del error. Un conocimiento siempre difícil, porque el error se enmascara de mil maneras, e incluso saca fuerzas de sus aparentes derrotas, pero un conocimiento posible, si hay empeño por nuestra parte y buscamos un poco de ayuda en los demás.

Busquemos a Jesús, es el maestro perfecto de la virtud de la humildad. Estudiemos el Evangelio para imitar sus palabras «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis reposo para vuestras almas» (Mateo 11,29).

 

 

La razón profunda de la valentía del cristiano es Cristo

Mensaje del Papa Francisco al Encuentro por la Amistad entre los Pueblos.

Tras haberse cancelado el año pasado debido a la pandemia de coronavirus, el Encuentro por la Amistad entre los Pueblos está apunto de iniciar su 42 edición, que se celebrará del 20 al 25 de agosto, en la ciudad italiana de Rimini.

Por medio del Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Pietro Parolin, el Papa Francisco envió un mensaje a los participantes en el que valoró la oportunidad del título elegido para el encuentro: “La valentía de decir ‘yo’”.
En ese sentido, el Papa, por medio del Cardenal, recordó que “la razón profunda de la valentía del cristiano es Cristo”

En el mensaje enviado de parte del Santo Padre, el Cardenal Parolin señaló que “mientras imponía el distanciamiento físico, la pandemia ha puesto en el centro a la persona, el ‘yo’ de cada uno”.

Como consecuencia, la pandemia “ha suscitado el sentido de una responsabilidad personal. Muchas personas lo han testimoniado en diferentes situaciones. Ante la enfermedad y el dolor, ante la aparición de una necesidad, muchas personas no se han echado atrás y han dicho: ‘Aquí estoy’”.

En ese sentido, el Cardenal Secretario de Estado aseguró que “la sociedad tiene necesidad vital de personas que sean presencia responsable. Sin personas no hay sociedad, sino sumas casuales de seres que no saben por qué están juntos”.

 

“El Santo Padre no se cansa de poner en guardia a aquellos que tienen responsabilidades públicas frente a las tentaciones de usar a la persona y de descartarla cuando ya no sirve, en vez de servirla”.

“Después de todo lo que hemos vivido en este tiempo, quizás es más evidente que nunca a todos que, precisamente la persona, es el punto del que todo pueda recomenzar. Ciertamente, está la necesidad de encontrar medios y recursos para reactivar la sociedad, pero, sobre todo, hay necesidad de gente que tenga la valentía de decir ‘yo’ con responsabilidad y no con egoísmo”.

El Cardenal especificó que la valentía de decir “yo” proviene de la presencia de Dios y de su Hijo, muerto y resucitado. “La relación filial con el Padre eterno, que se hace presente en las personas llamadas y transformadas por Cristo, da consistencia al yo, liberándolo del miedo y abriéndolo al mundo con una actitud positiva”.

“La razón profunda de la valentía del cristiano es Cristo. Nuestra seguridad es el Señor resucitado que nos hace experimentar una paz profunda incluso en medio de las tempestades de la vida”. El Cardenal Parolin finalizó su carta subrayando que “el Santo Padre desea que, en la semana del Encuentro, los organizadores y los participantes den testimonio vivo”.

 

 

Características de la liturgia

Es institución objetiva. Es la oración de la comunidad católica. Es don de Dios al hombre y respuesta del hombre a Dios.

Cuando uno escucha por ahí: “¡Qué aburrida es esta ceremonia, o esta misa o este bautismo..!”, es porque no se entiende lo que ahí se está realizando y viviendo y saboreando. Por eso es bueno que ahora veamos las características de la liturgia, para que cada día podamos gustar un poco más de la riqueza de la misma.

 

a) La liturgia es trinitaria: La liturgia es obra de la Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre es fuente y fin de la liturgia . “Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y bajo la acción del Espíritu Santo, bendice al Padre por su don inefable mediante la adoración, la alabanza y la acción de no cesa de presentar al Padre “la ofrenda de sus propios dones” y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida para alabanza de la gloria de su gracia” .

b) La liturgia es cristocéntrica: es decir, tiene como centro a Cristo resucitado y glorioso. Nos reunimos en cada sacramento en torno a Cristo y por medio de Él, en torno al Padre, en unión con el Espíritu Santo, y Cristo nos comunica su salvación, su amor, su misterio que sacia nuestra sed de felicidad. ¿Por qué Cristo es el centro de la liturgia? Porque solo Él es el Mediador, el único Mediador entre Dios y los hombres.

Es decir, sólo a través de Cristo llegarán al Padre nuestras oraciones, peticiones, nuestra adoración y acción de gracias. Y sólo a través de Cristo, el Padre nos concederá todo lo que necesitamos; nos llegará todo don a través de este único Mediador.

 

Cristo en cada liturgia ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. La presencia de Cristo en la liturgia no es estática, sino dinámica. Por eso en cada acto litúrgico, nos concede la salvación de modo dinámico, recibiendo toda su fuerza salvadora.

c) La liturgia es pneumatológica: quien lleva a cabo esta fuerza salvadora en la liturgia es el Espíritu Santo, con su acción invisible, pero real y eficaz.

• Es el Espíritu Santo el que santifica el agua en el bautismo, para que Cristo nos limpie del pecado y nos regenere e infunda la nueva vida, es decir, la vida divina y trinitaria.

• Es el Espíritu Santo el que hace el milagro en la eucaristía mediante la conversión del pan en el Cuerpo de Cristo, y el vino en la Sangre de Cristo, para que sean nuestro alimento espiritual y fortalecernos en el camino y entrar en una comunión con Él íntima y profunda en el alma.

Es el Espíritu Santo en la confirmación el que completa la primera unción del bautismo con su sello y da la fuerza para ser testigos y apóstoles de Cristo en este mundo, sin miedos y sin respetos humanos, como los apóstoles, aunque tengamos que derramar nuestra sangre en la defensa de nuestra fe en Cristo, como lo hicieron nuestros hermanos mártires.

• Es el Espíritu Santo el que ilumina nuestra mente para que descubramos nuestros pecados en la confesión, el que pone en nuestro corazón el arrepentimiento sincero, y el que afianza en nuestra voluntad el propósito de enmienda, y es el Espíritu Santo, junto con el Padre y Cristo, quien nos perdona los pecados.

• Es el Espíritu Santo el que en la unción de enfermos se hace consuelo, fuerza, alivio, y brisa que conforta a quien esta enfermo.

• Es el Espíritu Santo el que baja al alma de ese hombre en el orden sagrado y lo sella, con carácter imborrable, haciéndole sacerdote, configurándole con Cristo, haciéndole otro Cristo, para que lo represente sacramentalmente. Y será el Espíritu Santo el que poco a poco infundirá en ese hombre el espíritu de santidad.

• Y es el Espíritu Santo el que en el matrimonio une cuerpos y almas de estos dos contrayentes haciéndoles uno, y el que les dará la gracia de la fidelidad a esa palabra empeñada en el altar del Señor, y la gracia para educar cristianamente a sus hijos.

Por tanto, es el Espíritu Santo el que trae la gracia de Cristo a cada uno, en cada acto litúrgico.

d) La Liturgia es eclesial: las acciones litúrgicas, dice el Vaticano II “no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia”. Es la Iglesia la que celebra cada liturgia. Y cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, recibe ese influjo divino, esa gracia que necesita según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual dentro de la Iglesia. Todas las gracias, y la salvación de Cristo nos vienen en la Iglesia, desde el día del bautismo. Aún sin estar insertos en la Iglesia, la gracia de Dios y la salvación de Cristo llega a todos los hombres, pero siempre a través de la mediación –misteriosa pero real- de la Iglesia.

Si somos ya miembros de la Iglesia, por el bautismo, pero nos hemos alejado de ella por el pecado mortal, tampoco participamos de esas gracias de salvación, hasta que nos confesemos y recobremos la gracia de Dios, y de esta manera estar en disposición de recibir esos dones de Cristo.

 

Por eso, antes de recibir cualquier sacramento (comunión, matrimonio, confirmación, orden, etc) debemos ver si estamos en gracia de Dios y en comunión con la Iglesia. Si no estamos en gracia, debemos acudir humildemente al sacramento de la confesión, donde se nos perdonan los pecados cometidos.

En cada celebración litúrgica estamos como familia eclesial y debemos tener una misma fe, un mismo espíritu, sentimientos y corazón, para que como Cuerpo Místico ofrezcamos a Dios todo el honor y la gloria, y recibamos su santidad y su gracia, entrando en el torrente de la vida divina. No entramos como individuos, sino como Iglesia.

e) La Liturgia es jerárquica: hay que vivirla y hacerla según el orden establecido, decía ya san Clemente Romano, el cuarto papa de la Iglesia, en el siglo I. Pero fue sobre todo san Ignacio de Antioquía quien expresó este aspecto jerárquico de la liturgia: “Esforzaos por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo es el cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar como un solo obispo, junto con el presbiterio, con los diáconos, consiervos míos” … “sólo ha de tenerse por válida aquella Eucaristía que se celebra bajo el obispo o aquel a quien se lo encargare… No es lícito sin el obispo, ni bautizar, ni celebrar el ágape “… (En su carta a los cristianos de Esmirna).

Y el Vaticano II en la constitución dogmática sobre la Sagrada Liturgia ha determinado que “la reglamentación de la sagrada liturgia es de la competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica, y en la medida que determine la ley, en el obispo” (Sacrosanctum Concilium, n. 22)

Por eso, continúa el Concilio Vaticano II en el mismo documento: “Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia” (n. 22).

Esta es la disciplina y doctrina de la Iglesia en todos los tiempos.

 

f) La liturgia es simbólica: en la liturgia expresamos, con símbolos y signos, realidades divinas. La liturgia es un medio de comunicación, llevado a cabo con palabras, con gestos, con símbolos. Cada símbolo expresa una realidad sobrenatural. Más adelante explicaremos los signos y símbolos litúrgicos.

g) La liturgia es bella: con una belleza digna, sublime, que aspira a expresar el mundo sobrenatural de la gracia y de la gloria. Uno de los nombres de Dios es la belleza inefable. ¿Acaso puede ser fea y de mal gusto la liturgia, que es la epifanía y la manifestación de Dios?

h) Es participativa: donde todos debemos tomar parte: el sacerdote, que preside en nombre de Cristo, y el pueblo, que participa, como pueblo sacerdotal, pueblo regio y profético. El pueblo lo hace ya sea haciendo de guía, leyendo una lectura, acolitando en la misa, siendo ministro de la Sagrada Comunión, llevando las ofrendas, cantando, rezando.

i) Respetuosa de las normas de la Iglesia: al papa y a los obispos, en comunión con él, Cristo les encomendó el cuidado de todas las cosas sagradas y las normas litúrgicas. Han sido años y siglos en que la Iglesia ha reflexionado en la riqueza de la liturgia. No son normas arbitrarias, sino normas sabias que respetan el misterio divino revelado.

 

j) Y al mismo tiempo la liturgia es creativa. La Iglesia no quiere liturgias frías, acobardadas, aburridas y acartonadas. Da también margen a una inteligente creatividad. Por eso, en determinadas fiestas y eventos se pueden escoger las lecturas, preparar moniciones especiales y oración de los fieles, arreglos florales, cantos y coro, etc.

k) Es pascual, pues centra a los cristianos y nos hace participar en la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

l) Es sagrada, porque busca el encuentro con el Invisible. Mientras en un libro podemos buscar a Dios, en la liturgia encontramos a Dios, que nos sale con su corriente de agua transparente y refrescante que sacia nuestra sed interior.

m) Es cíclica: gira anualmente en torno a los misterios de Cristo, en círculos que ascienden siempre hacia la vida eterna: misterios gozosos en adviento y navidad; misterios luminosos en el tiempo ordinario; misterios dolorosos en cuaresma; y misterios gloriosos en tiempo de pascua, Pentecostés. Todos estos misterios nos preparan para la segunda venida del Señor al final de la historia.

n) Es escatológica: porque siempre mira al fin de los tiempos, al mas allá, a la Jerusalén celestial, donde se celebra la eterna liturgia, en compañía de todos los santos y ángeles del cielo. La liturgia de la tierra es un resquicio de la liturgia celestial.

El Concilio Vaticano II en el documento sobre la liturgia pone otras cinco características en el modo de vivir la liturgia:

• Conscientemente: no dormidos, ni distraídos, o sin saber lo que ahí se celebra.

• Activamente: no como espectadores, sino como protagonistas activos. Todos celebramos la liturgia, y no sólo el sacerdote.

• Fructuosamente: tratando de obtener todo el fruto espiritual que cada sacramento o acción litúrgica nos ofrece, en orden a nuestra santificación y la santificación del mundo.

• Con toda el alma: no estando sólo con el cuerpo. Poner todo nuestro ser: mente que entiende, ojos que ven, oídos que escuchan, corazón que ama, sensibilidad que siente, alma que se une a Dios. No se está en la liturgia, sino que vivimos y participamos en la liturgia.

• Interna y externamente: internamente, es decir, viviendo con fervor cada paso de la liturgia, intimando con Dios en lo profundo del corazón; y externamente, es decir, mediante la compostura, el vestido, el modo de sentarnos, de estar de pie, de cantar, etc. ¡Estamos delante de Dios!

Además de estas características, se dan ciertas polaridades que la liturgia tiene que integrar:

Es institución objetiva, que transmite el don del origen, que siéndonos entregado a la vez nos está sustraído; es universalmente válida pero se expresa en formas históricamente situadas (ritos diversos: bizantino, latino, mozárabe…).

Es la oración de la comunidad católica pero en ella el orante son siempre personas, que forman la comunidad aun cuando no se disuelven en ella.

Es don de Dios al hombre y respuesta del hombre a Dios; es presencia del Misterio y es a la vez fuente de mística.

Lugar concreto donde Dios se inserta y se nos da en este mundo pero a la vez es acción, ofrenda, don de nuestra poquedad agradecida, que le devuelve a él su entera creación (de tuis donis ac datis.

La necesidad suprema del hombre que ama es ofrecer y pedir, suplicar y ser eficaz, pero a la vez allí descubre que lo más necesario y que escapa a sus esfuerzos es la gratuidad, el sentido, lo que no es directamente eficaz, lo que acoge a la persona por su sagrado valor y en su irreductible identidad; en una palabra, la salvación”.

Ojalá que así podamos gustar mejor la liturgia. Nada se iguala a la liturgia. Es lo más excelso que tenemos en la Iglesia. En esta liturgia terrena ya pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén – el cielo – hacia la cual nos dirigimos como peregrinos hasta el encuentro definitivo y cara a cara con Dios.

 

 

¿Qué significa ser católico?

Una respuesta sencilla y entendible

Esta es una pregunta que, si a muchos de nosotros nos formularan, seguro nos tomaría desprevenidos al desconocer la respuesta. Por eso, para que eso no pase quiero de manera sencilla y entendible responderla.

La palabra católico viene del griego Katholikos, que significa “Universal”, fundamentado en la voluntad del Señor Jesús al indicarle a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15). ¿Qué quiere decir esto? que vayan a todo ser humano de la tierra, no a algunos, sino a todo el mundo. Por lo tanto, como católicos formamos parte de una Iglesia única y universal que Cristo mismo fundó y encargó al apóstol Pedro y sus sucesores.

 

Ser católico significa creer en la totalidad de nuestra fe cristiana. Y cuidado, no te confundas, nosotros como católicos somos también cristianos, puesto que creemos en Jesucristo el Hijo de Dios, que por el bautismo nos hace parte de la gran familia celestial. “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 20) Entonces, al igual que es correcto llamarnos católicos porque como iglesia acogemos a todo ser humano que habite la tierra, también es correcto denominarnos cristianos ya que somos seguidores de Cristo.

Ahora bien, el formar parte de la Iglesia Católica nos compromete a guardar una estrecha relación con Dios a través de su Hijo Cristo Jesús participando de los Sacramentos instituidos por él mismo, de quien, además, debemos ser siempre imagen y semejanza ante los hombres, para así ser verdaderos fieles ante sus ojos. No es suficiente con llamarnos cristianos y católico, debemos serlo y por lo tanto también vivirlo.

Es muy triste ver a tantos hermanos que reducen su fe a sólo una misa de domingo vivida de manera común y corriente, los llamados católicos de nombre, que por si fuera poco viven prácticamente como si no lo fueran. Por eso, hoy te invito a ser un católico verdadero, un católico que vive y practica su fe en plenitud.

 

Te invito a ser un católico que, consciente de su debilidad humana, se esfuerza por evitar el pecado, conoce y estudia su fe, y que practica las buenas obras. Estamos llamados a imitar a Cristo, debemos amar y vivir como Cristo lo hace, en otras palabras, debemos ser Cristos vivientes.

Grabémonos que de nada nos sirve ir a misa ni participar en ministerios pastorales si no vivimos de acuerdo al Evangelio, si no damos testimonio de Cristo en todos nuestros ambientes. De poco nos vale ser bautizados si después nos alejamos de Dios por culpa del pecado y no nos arrepentimos.

Tengamos cuidado de no manejar una doble vida, ya nos lo advierte el Papa Francisco:

“¿Pero qué cosa es el escándalo? El escándalo es decir una cosa y hacer otra, es la doble vida. La doble vida en todo: yo soy muy católico, voy siempre a Misa, pertenezco a esta asociación y a otra; pero mi vida no es cristiana, no pago lo justo a mis empleados, exploto a la gente, soy sucio en las relaciones, reciclo el dinero. Doble vida. Y tantos católicos son así. Y esto escandaliza”. (Homilía Misa en Santa Marta, Ciudad del Vaticano 23 de febrero de 2017)

Seamos verdadera Iglesia, siendo católicos comprometidos con nuestros hermanos, sin pena ni miedos, sino con el coraje y la firme decisión de dar testimonio del mismo Dios por quien se vive. Somos parte del mismo Cuerpo que es de Cristo y, por lo tanto, no podemos ser indiferentes a las necesidades del que más lo necesita empezando por los que tenemos más cerca. Pidamos al Espíritu Santo que es el autor de la unidad cristiana para que nos ayude a ser católicos de verdad, en esta nuestra Iglesia que es universal, católica y cristiana.

 

 

El Papa: Si no rezas, no puedes conocer a Jesucristo

3 maneras de conocer a Dios hecho hombre, explicadas en la homilía de Francisco en Casa Santa Marta

Para conocer de verdad a Jesús necesitamos la oración, la adoración y el reconocernos pecadores. Lo ha afirmado el Papa Francisco en la Misa matutina celebrada en la Casa Santa Marta.

El Pontífice ha destacado que el catecismo no es suficiente para comprender la profundidad del misterio de Cristo.

Papa Francisco ha comenzado su homilía partiendo de la cita de la Carta de San Pablo a los Efesios, contenida en la Primera Lectura.

El Apóstol de los Gentiles, observó, pide que el Espíritu Santo le dé a los Efesios la gracia de “ser fuertes, reforzados”, de que Cristo habite en sus corazones. “Allí está el centro”.

No se conoce a Jesús solo con el catecismo, es necesario rezar

Pablo, observó el Papa, “se sumerge” en el mar “inmenso que es la persona de Cristo”. Pero, se pregunta el Papa, “¿cómo podemos conocer a Cristo?”.

¿Cómo podemos comprender el amor de Cristo que supera todo conocimiento?

“Cristo está presente en el Evangelio, leyendo el Evangelio conocemos a Cristo. Y todos nosotros hacemos esto, al menos escuchamos el Evangelio cuando vamos a Misa».

«Con el estudio del catecismo: el catecismo nos enseña quién es Cristo. Pero esto no es suficiente.

Para ser capaces de comprender cuál es la amplitud, la largura, la altitud y la profundidad de Jesucristo es necesario entrar antes en un contexto de oración, como hace Pablo, de rodillas: “Padre envíame el Espíritu para conocer a Jesucristo”.

Encontrar al Señor en el silencio de la adoración

Para conocer verdaderamente a Cristo, retomó, “es necesaria la oración”.

Pablo, sin embargo, “no solo reza, adora este misterio que supera todo conocimiento y en un contexto de adoración pide esta gracia al Señor”.

“No se conoce al Señor sin esta práctica de adorar, de adorar en silencio, adorar.

Creo, si no me equivoco, que esta oración de adoración es la menos conocida por nosotros, es la que menos practicamos.

Perder el tiempo, me permito decir, ante el Señor, ante el Misterio de Jesucristo, Adorar. Allí en el silencio, en el silencio de la adoración. Él es el Señor y le adoro”.

Reconocerse pecadores para entrar en el Misterio de Jesús

Tercero, dijo el Papa, “para conocer a Cristo es necesario tener conciencia de nosotros mismos, es decir la costumbre de acusarnos a nosotros mismos”, decirnos “pecadores”.

“No se puede adorar sin acusarnos a nosotros mismos. Para entrar en este mar sin fondo, sin orillas, que es el misterio de Jesucristo, son necesarias estas cosas. La oración: ‘Padre, envíame el Espíritu Santo para que él me conduzca a conocer a Jesús’. Segundo, la adoración al misterio, entrar en el misterio, adorando. Tercero, acusarnos a nosotros mismos: ‘Soy un hombre de labios impuros’.

Que el Señor nos dé esta gracia que Pablo pide a los Efesios también por nosotros, esta gracia de conocer y de ganar a Cristo”.