Una voz de Pax

Reflexión del Evangelio Dominical

Juan 6,41-51

 

 

La lectura del Evangelio dominical plantea una doble dificultad para los oyentes de Jesús, a saber: el mensaje y el mensajero

Jesús se presenta como el pan bajado del cielo.  Pero para el oído de los judíos contemporáneos a Jesús, este es un lenguaje extraño e ininteligible. No sólo por lo que se afirma en el mensaje sino por el mensajero mismo: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?».

En anteriores lecturas habíamos comprobado como, con cierta tristeza, Jesús afirmaba que ningún profeta era aceptado en su propia casa. Hoy esta incredulidad se repite.

Jesús sin embargo, no atiende al murmullo por el contrario los conmina a dejar las críticas y de inmediato nos regala la continuación, por decirlo de alguna manera, del discurso del Pan de Vida. Y en que consiste este discurso. Consiste en que Jesús se autoproclama como lo definitivo. Más allá de él no hay más que esperar: «Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera».

Esta afirmación es impenetrable para la sóla razón y sólo será revelada en la hondura de su significado, el día de Pentecostés, el día que la Iglesia nace y que comienza a dar sus primeros pasos. Con una seguridad distinta a los paradigmas meramente humanos. Será la luz del Espíritu Santo quien irá encaminando la reflexión teológica posterior, para entender que Jesús está hablando del don de la Eucaristía como sacramento y nueva presencia al culminar su vida terrena en medio de nosotros.

Por otro lado, Jesús en su prédica pone en claro el don de gracia por el que somos atraidos hacia él. Es por creer en su propia palabra la cual él la ha recibido del Padre: «Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí». Y creer en él tiene como premio la vida eterna porque la vida eterna es el mismo. Por tanto creyendo en su palabra hemos de creer que el es pan de vida y comiéndolo no moriremos: Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»

 

Jesús nos pide que creamos en él. Es la apertura del corazón detrás de la cual va el Señor. Quiere para nosotros la vida eterna por eso debe dolerle la cerrazón del corazón de los más cercanos, de aquellos que pretenden conocerle. Pero conocerle sólo es posible dando el paso adelante, el paso de la fe. Dejar la crítica para ser discípulos de Dios.  Cuando nos acercamos a la Eucaristía entonces, nos vamos transformando en Cristo mismo. Es así como tenemos la vida que Dios nos ofrece. La Vida eterna.

por Mario Aquino Colmenares