Obispo y Mártir, 1 de julio
Martirologio Romano: En Londres, san Oliverio Plunkett, obispo de Armagh y mártir, que en tiempo del rey Carlos II, falsamente acusado de traición, fue condenado a la pena capital, y ante el patíbulo, que rodeaba una multitud, después de perdonar a sus enemigos, confesó con gran firmeza la fe católica († 1681).
Etimológicamente: Oliverio = Aquel que trae la paz, es de origen latino.
Breve Biografía
Hubo una época en la historia de Irlanda que se caracterizó por una sañuda persecución religiosa.
Como toda persecución organizada, ésta de la historia irlandesa tiene un nombre, un tirano y un mártir. El nombre es «época penal»; el tirano, O. Cromwell, y el mártir, Oliverio Plunket.
Esto no quiere decir que no hubo otros perseguidores ni otros mártires. Estos se cuentan a millares.
La historia religiosa de Irlanda, que ya en el siglo XI contenía en sus tres martirológios mil ochocientos santos, presenta, a partir de entonces, una pléyade de defensores de la fe que dan su vida generosamente por la religión católica.
Un hecho evidente y un fenómeno extraordinario en la vida de un pueblo poco numeroso. Mientras los perseguidores triunfan en el orden político, militar y económico, fracasan en su intento de arrebatar la fe católica al pueblo sojuzgado.
La población de la «isla de los santos» pierde casi cuatro millones de habitantes a causa de la persecución, pero ésta ha contribuido a que una nación insignificante, que en la actualidad no alcanza los cuatro millones dentro de su territorio, haya lanzado a otros países, como Norteamérica, más de doce millones de católicos que están sembrando su espíritu y su psicología en otros pueblos jóvenes de grandes perspectivas en el porvenir.
Era preciso presentar este cuadro general en unas rápidas pinceladas para situar en su justo punto la figura del arzobispo de Armagh decapitado.
Un personaje histórico no puede considerarse independiente de su marco y de su época. Pierde talla. Un mártir es siempre un héroe de la fe, pero, cuando ese mártir representa una situación histórica, es, además, un símbolo.
Esta es la más saliente característica de Santo Oliverio Plunket. Es un símbolo.
Un símbolo de la unidad religiosa del pueblo irlandés, que no tolera la ruptura del cristianismo, iniciada en Alemania por Lutero y consumada en Inglaterra por Enrique VIII. Un símbolo de lealtad a la Iglesia de Roma. Un símbolo de constancia hasta la muerte.
Durante la «época penal» las leyes son ominosas. Se necesitaría mucho más espacio del que disponemos solamente para dar una idea de lo que fueron las «leyes penales». Los católicos no tenían derecho a la cultura ni a los cargos públicos. No había acceso a la universidad o a los centros educativos. No se podía hablar el idioma propio. No se podía tener posesiones. Solamente cuando la persecución amaina se tolera el que un católico posea un caballo, a condición de que su valor no exceda las cinco libras. Se persigue a los clérigos, se calumnia a los obispos, se destruyen pueblos enteros… Se trata de hacer de la población católica un grupo de ignorantes empobrecidos.
El lema de Cromwell es éste: «Los católicos, a Connor o… al infierno». Connor era la parte más pobre del país, donde la gente moría de miseria y de hambre.Aún en el mismo siglo XVII pueden encontrarse hechos como la matanza del padre John Murphy (que, por cierto, estudió su carrera sacerdotal en la actual Casa de la Santa Caridad, de Sevilla, entonces seminario), a quien dividieron en pedazos, ofreciendo los trozos de su carne a un vecino católico «para que los comiera». Un monumento conmemorativo se halla actualmente cerca de Westford, lugar de su martirio.
Es sorprendente que un pueblo sobreviva indemne después de una persecución de siglos. Si se viaja por los lugares en donde, un día, estuvieron las cristiandades paulinas no se encuentra ni un superviviente ni un templo. Todo desapareció bajo la invasión de los turcos y después de la primera guerra europea. Solamente en las cavernas de los montes se hallan, a veces, restos de antiguos mosaicos.
En cambio, aquí, en la «Isla Esmeralda», el viajero contempla un pueblo rejuvenecido después de siglos de sufrimiento. Sus iglesias son espléndidas, mientras que las de sus viejos perseguidores están vacías, obscuras y polvorientas. No importa que éstos alardeen de tener las iglesias «tradicionales» del país. La «Iglesia» no es un edificio arrebatado por la fuerza, sino una fe y una sociedad perfecta instituida por Cristo. Y eso es lo que se descubre sobre los jaspes de los templos recientes de la católica Irlanda.
Cuando, en 1828, Daniel O´Connel consigue la emancipación, una nueva vida comienza para el catolicismo irlandés. La libertad de los 26 condados, lograda en 1921, ha hecho posible que la nueva generación sea la primera que experimente la conciencia de vivir.
Pero, como un fundamento de esta realidad, en la catedral de San Pedro de la ciudad de Drogheda se conserva, en una urna de cristal, la cabeza incorrupta del último Santo irlandés: Oliverio Plunket.
El día 8 de junio de 1681 llega a Londres el arzobispo de Armagh, removido de su silla, depuesto y confinado durante diez meses sin ninguna clase de juicio o investigación jurídica y sin posibilidad de obtener permiso para comunicarse con sus amigos o de buscar testigos.
El juicio en Londres es dirigido por Maynard y Jefries contra toda consideración de justicia y en violación flagrante de toda forma legal. Un «agente de la Corona», cuyo nombre se da como Gorman, es introducido «por un desconocido» en la sala ante el tribunal y «voluntariamente» hace de testigo en favor del reo. El conde de Essex intercede ante el rey en su favor, pero Carlos responde casi con las mismas palabras de Pilatos: «No le puedo perdonar porque… no me atrevo. Su sangre caiga sobre vuestra conciencia. Vosotros le podíais salvar si quisierais».
Solamente un cuarto de hora de deliberación fue preciso para que el jurado diera el veredicto: Se le condena a ser ahorcado y descuartizado el día 1 de julio de 1681. El mártir solamente pronunció dos palabras ante esta sentencia: «Deo gratias».
Hay un hecho extraño, como todos los acontecimientos providenciales de la historia. Ocho años más tarde, en el mismo día exacto en que San Oliverio Plunket había sido decapitado, el último de los reyes Estuardos era lanzado de su trono y su dinastía eliminada para siempre.
La acusación urdida contra el Santo era ésta: Mantener correspondencia «traidora» con Roma y con Francia, y también con los irlandeses del Continente; preparar una insurrección en Armagh, Monagham, Cavan, Louth y otros condados, organizar en Carlingford el recibimiento de fuerzas francesas y haber dirigido varias reuniones para levantar hombres con estos propósitos.
Podría fácilmente hacerse una defensa histórica frente a estos cargos, pero no es de la incumbencia de esta obra. La semejanza con la persecución y condenación de jerarcas de la Iglesia en nuestros mismos tiempos puede ser una ilustración de la identidad de métodos empleados por los perseguidores de la fe cuando tratan de acusarlos bajo pretextos económicos o políticos.
He aquí algunos párrafos tomados del juicio celebrado contra él:
El juez: «Considerad, señor Plunket que habéis sido acusado del más grave crimen: la traición». Y continúa: «Estáis manteniendo vuestra falsa religión, que es diez veces peor que todas las supersticiones». El Santo responde: «Mis principios religiosos son tales que el mismo Dios todopoderoso no puede dispensar de ellos». El juez concluye: «Veo con disgusto que persistís en profesar los principios de esa religión».
El delito de traición no era más que un pretexto, como se ve, para condenar al primado de Irlanda por la defensa de la fe católica.
El juez insiste: «Se os aconseja que tengáis algún ministro para atenderos, algún ministro protestante». Por fin ante la insistencia del Santo, se le autoriza a recibir los auxilios de algún sacerdote católico de los que están encerrados en la prisión y él hace esta última declaración: «Puesto que soy un hombre muerto a este mundo y puesto que espero misericordia en el otro, quiero declarar que Jamás he sido culpable de traición ni de ninguno de los cargos que se me han hecho, como su señoría sabrá algún día».
A pesar de su confesión fue sentenciado a muerte. El efecto de esta sentencia fue tal que un torrente de personas, católicos y protestantes, se agolpó ante su celda pidiendo su bendición o admirando su heroísmo. Hasta altas personalidades del protestantismo declararon que «Inglaterra iba a volver pronto a ser «papista» si el Gobierno persistía en condenar a muerte a personas de tanta constancia».
De una carta escrita por el mártir en su celda de muerte tomamos estas edificantes líneas: «Se ha dictado contra mí sentencia de muerte. Los que me perseguían han conseguido su intento. Como San Esteban quiero clamar: «Señor, no les imputes este pecado».
Y de otra carta escrita en aquellos mismos momentos: «Siento la responsabilidad de ser el primer irlandés y tener que dar ejemplo de morir sin temor. Pero veo que Nuestro Redentor sintió temor y tristeza ante la muerte y me pregunto por qué yo no la siento. Es que Cristo, con su pasión, mereció para mí el no tenerla ante mi muerte».
Las últimas líneas que escribió a vuelapluma en una breve nota fueron éstas: «Se me ha comunicado que mañana seré ejecutado. Estoy contento de que sea en viernes y en la octava de San Juan, y de que se me haya concedido el tener un sacerdote en esa última hora».
Desde que en 1533 Enrique VIII separó la iglesia de Inglaterra de la unidad de Roma hasta este momento de 1681, habían pasado muchos años de odios y persecuciones a los defensores de la fe católica. Después de la ejecución de Carlos I en 1649, y durante los años de Cromwell, de 1653 a 1659, la persecución de los católicos irlandeses fue intensa hasta el exterminio. El reinado de Carlos II —a partir de 1675— se caracterizó por la debilidad y la indecisión. Las diferencias de fechas históricas sobre la vida de San Plunket deben explicarse por la oposición de Inglaterra a adoptar las reformas del calendario gregoriano. Mientras que casi toda Europa las había aceptado desde 1582, todavía en 1681 Inglaterra vivía diez días retrasada, y al mismo sol que en Roma señalaba el amanecer del 11 de julio marcaba, media hora después, en Londres, el día primero. Hasta en estos pormenores aparecía el exceso de nacionalismo religioso y anglicano del siglo XVII.
Ya, desde el cadalso, Oliverio Plunket leyó su último sermón, que le había costado muchas horas de meditación, y el texto fue entregado al embajador de España en Londres, quien lo hizo imprimir y traducir a varios idiomas confirmando su fidelidad. Después de una fervorosa oración, en la que de nuevo perdonó a sus acusadores, murió con la paciencia y constancia de los mártires.
La persecución se hizo tan violenta que no fue posible protestar públicamente por la injusticia de su degollación. Pero sus restos fueron recogidos y venerados inmediatamente, y Roma envió al superior de los franciscanos irlandeses una orden de la Sagrada Congregación de Propaganda en que se excomulgaba a dos religiosos apóstatas, McMoyer y Duffy, que habían tenido parte en la acusación del arzobispo de Armagh.
El 23 de mayo de 1920 fue beatificado y en el mismo corazón de Londres una fervorosa procesión de católicos honró su memoria.
Comenzar la vida de un mártir por el relato de su martirio no es ninguna infidelidad histórica, porque teológicamente el martirio es suficiente prueba de la heroicidad de las virtudes.
Oliverio Plunket era hijo de una noble familia avecindada en el condado irlandés de Meath. Allí nació, en 1629, en la localidad de Loughcrew. Su madre pertenecía a la nobleza de Roscommon y su padre a la de Fingall.
Su infancia se desarrolló en un ambiente de luchas y persecuciones y entre escenas de matanzas y feroces batallas. De Irlanda pasó a Roma, en donde vivió durante ocho años estudiando filosofía, teología y derecho civil y eclesiástico, siendo uno de los primeros alumnos del Colegio Irlandés en Roma «Ludovisi» y uno de los primeros irlandeses en la universidad romana «La Sapienza». Una vez ordenado de sacerdote continuó en Roma, y el 20 de noviembre de 1669 se anunció en Irlanda que Oliverio Plunket había sido nombrado obispo de Armagh. A pesar de la amnistía que siguió a los años de Cromwell, aún perduraban muchas de las leyes isabelinas. La vida de un sacerdote católico estaba valorada en el mismo precio que la de un lobo, y las cinco libras estipuladas se pagaban, en uno y otro caso, en el momento de la presentación de sus cabezas.
En 1649 había veintiséis obispos irlandeses residentes en sus sillas y en 1669 sólo quedaban cinco vivos y otros tres en el destierro. En cuanto se conoció la elección de Oliverio Plunket para obispo de Armagh el virrey, lord Roberts, recibió una comunicación en que se le decía que, si podía hallarlo y apresarlo, habría realizado un «aceptable servicio». Durante algún tiempo pudo acogerse a la hospitalidad de Bélgica, hasta que le fue posible navegar a Londres y de allí a Irlanda, en donde tomó posesión de su silla de Armagh. A la muerte del virrey presbiteriano lord Roberts, su sucesor, lord Berkeley, cambió la política en pacifista y trató incluso con cortesía a algunos miembros del clero. Esto facilitó la labor pastoral del arzobispo de Armagh, que pronto llegó a ser primado al declararse Armagh sede primada de toda Irlanda.
Su caridad para con sus sacerdotes y su humildad y modestia se hicieron proverbiales y caracterizaron todo su apostolado y gobierno. Su celo y actividad por la organización de su diócesis fue incansable. Aunque eran muchas las diócesis sufragáneas —en total once—, él consiguió reunir en sínodos a los obispos dependientes de la metrópoli tratándolos como hermanos y no como forasteros. Recorrió su diócesis en visitas pastorales, congregó a sus sacerdotes con afecto de pastor y sencillez de amigo, hablándoles con verdadera veneración y agradeciéndoles sus servicios, y soportó con entereza las injusticias que, en algunos lugares de su diócesis, fueron impuestas contra los católicos aun bajo el moderado virreinato de lord Berkeley.
La pobreza y la austeridad presidían la vida del arzobispo. En realidad, los católicos habían quedado empobrecidos. Una de las tácticas de la persecución fue las llamadas «plantaciones» o traídas de protestantes escoceses, que se hacían dueños de las propiedades que antes tuvieron los católicos. Aún en 1672 el arzobispo primado denunciaba el abuso de que los católicos fueran obligados a pagar a los ministros protestantes dos chelines por cada hijo que se bautizaba en una iglesia católica. Su bondad para con sus fieles y sacerdotes se convertía en valentía y tenacidad cuando tenía que defender, frente a las injusticias, los derechos de la verdad y la fe.
Conociendo ahora estas virtudes características del primado irlandés y el marco histórico de su vida, es fácil comprender que la persecución haría presa en él sin demasiada dilación. La atmósfera tormentosa y la audacia de su espíritu explican suficientemente por qué fue detenido y apartado de sus fieles. La acusación de felonía y traición, y la sumisión a un tribunal inglés, eran igualmente elementos de la trama urdida contra su fe. Nunca Irlanda consideró legal el traslado del arzobispo a Londres y su juicio por los jurados ingleses. Desde 1495 las leyes inglesas carecían de vigor en Irlanda, a no ser que fueran aprobadas por las decisiones del Parlamento de Dublín, y la disposición de Enrique VIII de someter a los tribunales ingleses a cualquier acusado de traición que viviera en uno de los dominios de la Corona había prescrito ante el uso de los juristas desde que el Parlamento había sustituido a las Cortes.
No obstante todo este cúmulo de factores ilegales, Oliverio Plunket fue sacado un día de su diócesis y llevado a Inglaterra para, después de las formalidades acostumbradas por todos los tribunales injustos de la historia, escuchar, de boca del juez inglés, la palabra definitiva: Guilty (¡Culpable!). La misma estratagema e idéntico procedimiento, con especie de legalidad, que un día llevara al sanedrín a proclamar ante el más Justo de los acusados su «Reus est mortis» (Reo es de muerte).
Sus dos únicas palabras de respuesta: «Deo gratias» (gracias a Dios) resuenan todavía bajo los arcos de la catedral de Drogheda y su cabeza incorrupta, en parte ennegrecida por las llamas a que fue entregado su cuerpo después de degollado, es el mejor clamor que los siglos han podido conservar para la posteridad.
Terminemos con estas palabras tomadas de la declaración de la Sagrada Congregación de Propaganda en el mismo año de 1681: «Las conjuras en Inglaterra pretendieron ser dirigidas contra la vida del rey o como intentos de las conspiraciones irlandesas, pero, en realidad, no había más que una finalidad: atacar el establecimiento de la fe».
Oliverio Plunket pasará a la posteridad como un símbolo de constancia en defensa de la fe católica y como una prueba de la voluntad indestructible de un pueblo, tradicionalmente fiel a Roma, por conservar a toda costa su unidad religiosa.
Fue canonizado el 12 de octubre de 1975 por el Papa Pablo VI.
Santo Evangelio según san Mateo 9, 1-8. Jueves XIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, ayúdame a caminar de tu mano y a dejarme sanar con tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 9, 1-8
En aquel tiempo, Jesús subió de nuevo a la barca, pasó a la otra orilla del lago y llegó a Cafarnaúm, su ciudad.
En esto, trajeron a donde Él estaba a un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados”.
Al oír esto, algunos escribas pensaron: “Este hombre está blasfemando”. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: “¿Por qué piensan mal en sus corazones? ¿Qué es más fácil: decir ‘Se te perdonan tus pecados’, o decir ‘Levántate y anda’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, –le dijo entonces al paralítico–: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
Él se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se llenó de temor y glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los hombres.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Es común que, en nuestro día a día, tomemos un ritmo y, en base a él, pasen desapercibidas ciertas circunstancias, ciertas situaciones que para nosotros son normales, pero que para Jesucristo son únicas, son especiales, pues Él las permite para mostrar su amor hacia cada uno de sus hijos.
En el caso del Evangelio que acabamos de contemplar, podemos descubrir un Jesucristo, que, a pesar de vivir esas situaciones ordinarias de la vida, no es ajeno a sus hijos, no es ajeno al dolor, no es indiferente hacia los deseos que llevamos en nuestro corazón. Es así que podemos ver cómo ante un paralítico, se detiene, le mira con amor y le dice, ¡ánimo tus pecados están perdonados!, devolviéndole la paz al corazón.
Lo hermoso de ello es el saber que Jesucristo siempre estará ahí para sanarnos, lo cual podemos ver constantemente en nuestra vida, ya que, al hablar del paralítico, no sólo hablamos de algo físico, sino también de algo espiritual. Muchas veces estamos paralíticos, nos angustiamos y nos entristecemos por las diversas situaciones que vivimos, no nos levantamos, nos quejamos y no queremos continuar. Es ahí cuando hay que recordar las palabras de Jesucristo: «Ánimo» tu fe, te ha salvado y que esa luz ilumine cada uno de los pasos a seguir en la vida.
«La renovación no nos debe dar miedo, la Iglesia está siempre en renovación y no se renueva a su antojo, sino que lo hace firme y bien fundada en la fe, sin apartarse de la esperanza».(Cf Homilía de S.S. Francisco, 9 de septiembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
El día de hoy haré una visita a Cristo Eucaristía y le pediré que me ayude a caminar con ánimo y amor en la vida.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Las Sagradas Escrituras hablan sobre el Sacramento de la Confesión?
El apóstol San Juan dicta una verdad clave, si confesamos nuestros pecados Dios nos perdonará (1 Juan 1:9). La misericordia de Dios es tan grande que no existe pecado que Él no pueda perdonar siempre y cuando este ha sido confesado (A excepción del pecado contra el Espíritu Santo, que es negar la gracia de Dios para salvarnos, Mateo 12:22-37)
La Biblia nos da muchas referencias a la confesión, por ejemplo en el libro de Proverbios 28:13 es claro en afirmar que el que no confiesa sus pecados no prospera. ¿Realmente quieres prosperar en tu vida espiritual? entonces debes acudir a la confesión.
Sin embargo cabe una pregunta más: ¿La confesión es directa con Dios o con un sacerdote.
Veamos para eso qué dice el Apóstol San Santiago 5:14 -16
Esta no es una sugerencia, es una orden que da el que fue Obispo de Jerusalén, el Apóstol Santiago, Llamen al Presbítero ¡Confiesen sus pecados unos con otros! Dejando entrever que la confesión no es directamente con Dios a como muchos creen, es con otra persona.
Pero, ¿Qué poder tiene un sacerdote para perdonar pecados? Si sólo Dios perdona los pecados ( Marcos 2:7 ).
Precisamente solo el Padre puede hacerlo y Jesús porque Jesús es el Hijo de Dios, Asi dijo de sí mismo: «El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Marcos 2:10) y él ejerce ese poder divino: «Tus pecados están perdonados» (Marcos 2:5; Lucas 7:48). y luego lo trasnmite con el poder del Espiritu santo al momento de recusitar, escrito en el Evangelio según San Juan 20:21-23
Este poder otorgado por Jesús, no lo dio a todo el mundo, ni a todos los creyentes, sino a sus discípulos, y sus discípulos al encomendar presbíteros y obispos, les transmitieron este poder. Y para saber que pecados se deben perdonar y cuales ocupan retener es necesario confesarlos, de eso no hay duda. Por eso en la absolución el sacerdote levanta sus manos, señal de adoración al Espíritu Santo.
Pero, ¿Qué sucede si no confieso todos mis pecados?
Leer del Libro de Levítico 5:5
Debemos de confesar TODOS nuestros pecados, no solo algunos, sino cada falta cometida, solamente así obtendremos el perdón, además esa confesión debe de ser motivada por el arrepentimiento y el firme propósito de no volverlo hacer. No es cuestion de que hoy vamos a la disco a beber y mañana nos confesamos. No, la confesion no funciona asi.
¿Qué nombres recibe este sacramento?
Esto lo explica magistralmente el catecismo de Nuestra Iglesia:
– Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (cf Marcos 1:15), la vuelta al Padre (cf Lucas 15:18) del que el hombre se había alejado por el pecado.
– Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.
– Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento.
En un sentido profundo este sacramento es también una «confesión», reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.
– Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente «el perdón […] y la paz» (Ritual de la Penitencia, 46, 55).
– Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: «Dejaos reconciliar con Dios» (2 Corintios 5:20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: «Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mateo 5:24).
Así que te invitamos a confesarte, sabemos que puede parecerse vergonzoso, pero esa pena que experimentamos nos debe de recordar la mirada constante de Dios sobre nosotros, y es precisamente ahi, cuando pecamos frente a sus sagrados ojos cuando debemos de experimentar la mayor vergüenza posible.
¿Alguna vez había comprendido que la Confesión proviene del don del Espíritu Santo? ¿Quiero vivir realmente según el Espíritu de Dios? ¿Intentaré acercarme más frecuentemente al sacramento de la confesión? ¿Qué me lo impide?
No te olvides de compartir en tus redes y comentar en las cajas de comentarios aqui abajo. Paz y bien.
El Papa pide rezar en julio por la construcción del diálogo y la amistad social
Ha sido publicado El Video del Papa para el mes de julio con la intención de oración que Francisco confía a toda la Iglesia Católica a través de la Red Mundial de Oración del Papa. En este mes de julio, el Santo Padre hace un llamado a convertirnos en “arquitectos del diálogo” y en “arquitectos de la amistad” para solucionar los conflictos y las causas de divisiones que existen en la sociedad y entre las personas.
«Solo a través del diálogo es posible huir de las polarizaciones constantes y de la enemistad social que destruye tantas relaciones», afirma el Pontífice.
En este contexto, Francisco pide rezar para construir el bien común con hombres y mujeres que se tienden la mano el uno al otro, y en especial, siempre del lado de los más pobres y vulnerables.
Dialogar en un mundo polarizado
Aunque en general se puede decir que, a nivel mundial, el número de muertes en guerras viene disminuyendo desde 1946, los conflictos y la violencia a nivel de sociedad siguen más vigentes que nunca. Y aunque a veces no se manifieste de formas físicas, se puede observar una polarización creciente que llega a contaminar muchas relaciones.
Ya lo advertía el Papa en el 2016: “Vemos, por ejemplo, cómo rápidamente el que está a nuestro lado ya no sólo posee el estado de desconocido o inmigrante o refugiado, sino que se convierte en una amenaza; posee el estado de enemigo”. Desde entonces el Pontífice veía con preocupación cómo la polarización y la enemistad era también un “virus” que invadía nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar.
En el mundo de hoy, destaca Francisco, “una parte de la política, la sociedad y los medios se empeñan en crear enemigos para derrotarlos en un juego de poder”. Por eso, hace falta “construir la amistad social tan necesaria para la buena convivencia”, una amistad que nos puede servir como puente para seguir creando una cultura del encuentro, que nos acerca, sobre todo, hacia los que están en las periferias, lo más pobres y vulnerables.
Dialogar para construir el bien común
En su última encíclica, Fratelli tutti (2020), el Papa dedicó el capítulo sexto al “Diálogo y amistad social”: “El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos” (FT 203). En su intención de julio refuerza esta idea reivindicando el diálogo como la gran oportunidad “para mirar la realidad de una manera nueva, para vivir con pasión los desafíos de la construcción del bien común”.
Tender al diálogo significa romper con la lógica de la polarización para dar lugar al respeto, sin querer destruir al otro. En las diferencias puede haber riqueza, pero si no hay diálogo podemos dejar que se transformen en hostilidad, amenaza y violencia. “Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social; pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una de nuestras mayores riquezas”, dijo también Francisco hace unos años.
Hombres y mujeres arquitectos de diálogo y de amistad
En este contexto, el padre Frédéric Fornos,SJ, Director Internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, observó que esta intención pone de relieve el énfasis del Santo Padre en que “podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad” (FT8):
“El diálogo, el auténtico diálogo que no cae en monólogos paralelos, tiene que ser nuestra primera opción para solucionar los conflictos sociales, económicos y políticos. Todos los estudios académicos internacionales enseñan que la polarización ha crecido mucho en los últimos años, hasta en las democracias más firmes. Por eso, ser arquitectos de amistad y de reconciliación – lo que Francisco nos pide – es aún más urgente en el mundo de hoy, donde – como recordó Benedicto XVI en su carta encíclica Caritas in veritate – la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. Esto no depende de nuestras únicas fuerzas por eso es necesario rezar por esta intención. Pedimos a Jesucristo ayudarnos en este camino, Él es el camino para la verdadera amistad social”.
La Isla de los Santos y de los Sabios
Dentro de los muros de los monasterios, gran santidad floreció en toda Irlanda.
Ya a fines de la baja edad Media Irlanda era conocida como “La Isla de los santos y de los sabios”.
En verdad, son numerosos los nombres que la tradición celta de Irlanda considera como santos, hombres y mujeres que vivieron virtud heroica y elevada vida espiritual. Estos han sido siempre venerados y recordados en toda la Iglesia, pero particularmente viven en la memoria de la Iglesia celta de Irlanda. Las nominas de santos y mártires refieren que entre los siglos V y VII Irlanda dio más de 350 santos a la Iglesia. Tal ha sido el fervor de sus vidas, de sus escritos y de su tenor espiritual que hoy se habla y se estudia de manera singular la espiritualidad celta, indicando con este nombre a toda una corriente espiritual que entre los siglos de la baja edad media forjó hombres extraordinarios para la Iglesia, que por su sabiduría y santidad, iluminaron el mundo antiguo y sentaron las bases del cristianismo medieval. En efecto, Isla de santos y sabios.
El florecer de los nombres y la figura de santos en Irlanda se remontan a los tiempos mismos de San Patricio y a los inicios del monaquismo celta. En efecto, cuando el santo patrono tenía la costumbre de viajar por los distintos condados enseñando y predicando, tenía la costumbre de consagrar a algún hombre santo como obispo y dejar cada oveja conquistada para Cristo bajo su cargo. Estos hombres solían reunir a otros con el y establecer un monasterio. Dentro de los muros de estos monasterios, gran santidad floreció en toda Irlanda, surgieron escuelas y brilló la actividad artística particularmente entre los copistas. Se produjeron brillantes obras de arte como el Book of Kells o el Book of Armagh. Pero, principalmente, la obra y los monasterios iniciados por San Patricio produjeron Santos (que es lo que tienen que producir los sacerdotes católicos, de todos los tiempos y lugares).
El testimonio de estos hombres se percibe todavía en Irlanda. En verdad, como dijo el Papa Juan Pablo II en su visita a la Isla: “Los Santos de Irlanda, antiguos y nuevos muestran con qué profundidad el pueblo irlandés se ha comprometido con Cristo”.
Recordamos brevemente los principales entre ellos (dejamos de lado a San Patricio a quien ya dedicamos una crónica) y al final agregamos unas letanías de santos irlandeses rezada frecuentemente en los monasterios de la Isla.
San Columba – (521-597)
S. Columba, (Columbano o Columkill), es el mayor y más popular de los santos irlandeses después de san Patricio, nacido en Gallan, en el condado de Donegal, quizá de familia de príncipes; entró siendo muy niño aún en el monasterio de Clonard, se ordenó de sacerdote y al parecer después vivió quince años más en su isla natal, predicando y fundando numerosos monasterios, entre ellos los de Derry y Durrow.
Hacia el 563, ya famoso por su piedad y su saber, marchó a evangelizar a los pictos paganos de Escocia, dice su primer biógrafo, «era un peregrino de Cristo». En unión de doce discípulos recorrió las tierras escocesas y fundó el gran monasterio de Iona, en la isla del mismo nombre, el centro más importante de la historia cristiana de aquellas regiones.
Desde lona -que servirá también como panteón de los reyes escoceses- su influencia se extendió por toda la Caledonia: ponía paz entre los enemigos, enseñaba a arar las tierras, llevaba consigo la civilización y la fe, y durante treinta y tantos años fue el gran apóstol de los pictos.
Se habla de él como alguien «cuyo rostro irradiaba dicha interior», alegre, bondadoso y caritativo, y el pueblo le atribuía dotes de profeta y taumaturgo, contándose que le bastó hacer el signo de la cruz para ahuyentar del lago Ness a un monstruo acuático, cuyos posibles descendientes todavía atraen el turismo hacia aquella zona.
San Columba murió en Iona rodeado de sus monjes, tras haber merecido por sus conquistas espirituales el sobrenombre de «soldado de la Isla».
San Kilian (o Kiliano)
Fue un monje irlandés que recibió la dignidad de obispo de Wurzburgo (Alemania). Nació Kilian hacia el 640 y desde muy joven ingresó como monje en el monasterio de Hy. Siendo aquel, tiempo de misiones en Europa, porque sólo estaban cristianizados los grandes núcleos urbanos, pasó el santo a Francia a ejercer su ministerio de la predicación. Su labor fue sumamente fructífera, por lo que el Papa le autorizó a extender su campo de acción por donde quisiera. Se internó, pues, en Alemania recorriendo las poblaciones de las riberas del Rhin, llegando a Herbipoli (Wurzburgo), en el condado de Franconia, de la que fue consagrado obispo. Extendió su acción pastoral también a Turingia, donde convirtió al rey Gorbert, al que persuadió para que repudiase a Geilana, viuda de su hermano, con la que se había casado. Geilana no se lo perdonó, y esperó la ocasión propicia para vengarse. Lo hizo el año 689, mandando matarle en secreto a él y a otros tres clérigos. Se conmemora la fiesta de este santo el 8 de junio según unos santorales, y el 13 de noviembre según otros.
San Malaquías
Nació en Armagh, Irlanda, en 1094 en la familia O´Morgair, según San Bernardo, de la nobleza. Fue bautizado con el nombre de Maelmhaedhoc (latinizado como Malaquías). Fue educado por Imhar O´Hagan y después por el Abad de Armagh. Fue ordenado sacerdote por St. Cellach (Celsus) en 1119. Después de su ordenación continuó sus estudios de liturgia y teología en Lismore, San Malchus. En 1123 fue elegido abad de Bangor y un año mas tarde fue consagrado obispo de Connor. En 1132, fue elevado a la primacía de Armagh, la sede de San Patricio. San Bernardo nos dice que San Malaquías poseía un gran celo por la religión. Al morir San Celsus, San Malaquías fue nombrado Arzobispo de Armagh en 1132, aunque por su gran humildad le costó aceptarlo. Las intrigas no le permitieron asumir su cargo por dos años. En tres años restauró la disciplina eclesiástica en Armagh. En 1139 viajó a Roma y en el camino visitó a San Bernardo en Clairvaux (Claraval). En Roma fue nombrado legado de Irlanda. Regresando vía Clairvaux obtuvo cinco monjes para fundar en Irlanda y fue así que surgió la gran abadía de Mellifont en 1142. En un segundo viaje a Roma, San Malaquías enfermó llegando a Clairvaux y murió en los brazos de San Bernardo el 2 de noviembre. Se le atribuyen muchos milagros pero por lo que más se le recuerda es por su don de profecía. Fue canonizado por el Papa Clemente III, el 6 Julio de 1199. Su fiesta se celebra el 3 de noviembre.
San Columbano – (525-615)
El celta es viajero por naturaleza: como marino o como misionero. Esto es algo que no se debe olvidar cuando se intenta seguir la «peregrinación por Dios» de San Columbano, el más grande de los monjes irlandeses.
Nacido hacia el 525 ó 530 y formado en Bangor por el riguroso San Gomball, cruzó el Canal de la Mancha con un grupo de monjes en torno al año 590. Su objetivo era la evangelización de las regiones vecinas al Mosa y al Rin. Después de haber recorrido durante catorce años el noroeste de la Galia, se afincó en Luxeuil de Borgoña. Si se ha de hacer caso a la Regla que redactó, y aún más a su célebre Penitencial: «treinta golpes de disciplina a quien se olvide de responder amén en el coro», la vida de los seguidores de San Columbano era sumamente austera.
Mas esto no apagaba en lo más mínimo la afluencia de discípulos, puesto que pronto contó Luxeuil con más de trescientos monjes. Columbano entró entonces en conflicto con los obispos y príncipes borgoñeses (610). Quiso regresar a Irlanda, pero su navío naufragó a la salida de Nantes, y comprendió que el Señor le quería en el continente. Decidió entonces dirigirse a Roma, aun cuando no llegaría más allá de la Liguria. Dejando en Suiza a su discípulo San Galo, el anciano abad se retiró a Bobbio, en donde fundó un nuevo monasterio. Murió en el en el año 615.
Santa Brígida – Muerta el 1 de febrero de 524 ó 526
Patrona de Irlanda juntamente con los santos Patricio y Columba. Es la santa más conocida de toda Irlanda, fundadora del monasterio de Kildare. A pesar de su gran fama, de la abundancia de material hagiográfico y folklórico y de numerosos datos sobre la devoción popular, conectados con su culto, se saben muy pocos hechos históricos acerca de ella. La vida de Brígida, escrita por Cogitosus en el s. VII (620- 680), es el ejemplo más temprano existente de la hagiografía Hiberno-Latina. Hace un interesante relato de la Iglesia de Kildare y tiene valor como fuente para una historia social, pero el autor sabía evidentemente muy poco de la vida terrena de la santa. Ésta aparece como fundadora del monasterio de Kildare; era un monasterio posiblemente para monjes y monjas y también una sede episcopal. Se dice que el obispo Conláeth fue escogido por Brígida, y parece que la abadesa del monasterio, la sucesora de Brígida, ejerció una autoridad quasi-jurisdiccional a través del obispo agregado a la Iglesia. Existen también himnos y poemas en lengua irlandesa de los s. VII y VIII atestiguando el culto a Santa Brígida Partiendo de esto y de fuentes seculares (vestigios genealógicos, etc.), parece probado que Brígida pertenecía a una tribu menor, los Fothairt, a quienes se encuentra en varias partes de Irlanda y una de cuyas ramas se estableció en el mismo Kildare. Las historias de Brígida subrayan su caridad y hospitalidad y también señalan su conexión con las labores de las granjas y con el ganado. El irlandés Donatus, obispo de Fiésole aproximadamente desde el 826 al 874, escribió una Vida en verso de Brígida.
Santa Ita
Santa Ita, llamada la «Brígida de Munster»; nació en el actual condado de Waterford, cerca de 475; murió el 15 de enero de 570. Ella se hizo religiosa, instalándose en Cluain Credhail, un lugar que desde entonces se ha conocido como Killeedy — es decir, «iglesia de Santa Ita «– en el condado de Limerick. Sus austeridades son contadas por San Cuimin de Down, y se registran numerosos milagros de ella. Fue también dotada con el don de profecía y fue tenida en gran veneración por un gran número de santos contemporáneos, tanto hombres como mujeres. Cuando sintió que se le acercaba su fin, envió a alguien a buscar a su comunidad de monjas, y invocó la bendición del cielo para el clero y los laicos del distrito alrededor de Killeedy. No fue solamente una santa, sino que madre espiritual de muchos otros santos, incluyendo San Brendan el Viajero, San Pulquerio (Mochoemog), y San Cummian Fada. A petición de obispo Butler de Limerick, el papa Pío IX concedió un oficio y misa a la Fiesta de Santa Ita, que se observa el 15 de enero.
San Brendan el Viajero
Nació alrededor del 483. Recibió el cuidado de Santa Ita y la educación del obispo Ercas de Dungarvan en el condado de Waterford, y de su contemporáneo San Finian de Clonard en el Condado de Meta. La tradición irlandesa dice que “Brendan el Navegante” descubrió América nueve siglos antes que Colón. Once manuscritos de la Biblioteca Imperial de Paris, además de otras investigaciones, apoyan esta afirmación. Brendan deseaba descubrir nuevas tierras en donde predicar la palabra de Dios. Discutió su plan con San Enda, en Inishmore, y con pescadores de las costas de Galway y Mayo. Muchos de ellos habían escuchado de una tierra extraña allende el mar y tenían conocimiento del mar que podía ser fructífero para cualquiera que tuviese inclinaciones a la navegación a gran distancia. Volvió a Kerry.
Allí construyó una barca de cuero y madera según las especificaciones recibidas. Con unos pocos compañeros zarpó de Dingle Bay. Con la ayuda de una vela y remos y usando solamente las estrellas para su navegación, cruzó el océano Atlántico y llegó a Virginia o Connecticut. Se internó y llegó hasta el Mississipi o uno de sus tributarios, el Ohio. Después de siete años retornó a Irlanda y estableció su principal fundación cercana al río Shannon en Clonfert, cerca de Ballinasloe, condado de Galway. El monasterio creció y se extendió su fama. En un tiempo albergó a tres mil monjes: escoceses, ingleses, galeses, británicos y continentales. También fundó monasterios en el condado de Kerry, en Ardfert, cerca de Tralee y al pie del monte Brandon. Hacia el final de su vida escribió acerca de la Vida y los Tiempos de Santa Brígida. A la edad de aproximadamente noventa y cuatro años murió. Era el año 577. Sus monjes lo enterraron en los límites de su monasterio de Clonfert.
San Kevin
Fue el Abad de Glendalough, en el condado de Wicklow. Nacido en 498. Su nombre significa “engendrado bellamente”. Evitó las posesiones del mundo que tenía como miembro de una familia rica y poderosa. Un piadoso británico, de nombre Petrocus, vino a estudiar y a hacerse religioso. Este hombre se interesó en Kevin, quien tenía 7 años. Le enseñó por 5 años y luego aconsejó a sus padres de dejarlo bajo el cuidado de tres ermitaños, Enna, Lochan y Dogáin. Ellos aceptaron. Kevin estudió Sagrada Escritura en Kilnamanagh, condado de Dublín, hasta que llegó a la edad adulta. Luego se consagró como monje. Se construyó un pequeño eremitorio en Glendalough (el Valle de los Dos Lagos), para rezar y meditar. La fama de su santidad creció y fue inundado de pedidos de aceptar la visita de religiosos. Gradualmente, Glendalough se convirtió en uno de los lugares de oración y aprendizaje más importantes de Irlanda, con un monasterio, siete iglesias y una catedral. Kevin murió en 618, habiendo llegado a la edad de 120 años.
San Ciaran
Existen muchos santos irlandeses con este nombre, pero el más célebre es San Kiriano de Clonmacnois. Su historia es desconocida, pero floreció durante la época más destacada del siglo V, y es venerado en Inglaterra, Bretaña, Gales y Escocia, el 5 de marzo. San Ciaran fundando Clonmacnois fundo el centro monástico mas importante de toda Irlanda. Desde allí salieron numerosísimos monjes a fundar monasterios por todo el mundo conocido.
San Lorenzo de Irlanda (Lawrence O’Toole), Arzobispo
San Lorenzo nació en Irlanda hacia el año 1128, de la familia O’Toole que era dueña de uno de los más importantes castillos de esa época. Cuando el niño nació, su padre dispuso pedirle a un conde enemigo que quisiera ser padrino del recién nacido. El otro aceptó y desde entonces estos dos condes (ahora compadres) se hicieron amigos y no lucharon más el uno contra el otro. Cuando lo llevaban a bautizar, apareció en el camino un poeta religioso y preguntó qué nombre le iban a poner al niño. Le dijeron un nombre en inglés, pero él les aconsejó: «Pónganle por nombre Lorenzo, porque este nombre significa: ‘coronado de laureles por ser vencedor’, y es que el niño va a ser un gran vencedor en la vida». A los papás les agradó la idea y le pusieron por nombre Lorenzo y en verdad que fue un gran vencedor en las luchas por la santidad. Y sucedió que al jovencito le agradó inmensamente la vida del monasterio y le pidió a su padre que lo dejara quedarse a vivir allí, porque en vez de la vida de guerras y batallas, a él le agradaba la vida de lectura, oración y meditación. El buen hombre aceptó y Lorenzo llegó a ser un excelente monje en ese monasterio. Su comportamiento en la vida religiosa fue verdaderamente ejemplar. Dedicadísimo a los trabajos del campo y brillante en los estudios. Fervoroso en la oración y exacto en la obediencia. Fue ordenado sacerdote y al morir el superior del monasterio los monjes eligieron por unanimidad a Lorenzo como nuevo superior.
Por aquellos tiempos hubo una tremenda escasez de alimentos en Irlanda por causa de las malas cosechas y las gentes hambrientas recorrían pueblos y veredas robando y saqueando cuanto encontraban. El abad Lorenzo salió al encuentro de los revoltosos, con una cruz en alto y pidiendo que en vez de dedicarse a robar se dedicaran a pedir a Dios que les ayudara. Las gentes le hicieron caso y se calmaron y él, sacando todas las provisiones de su inmenso monasterio las repartió entre el pueblo hambriento. La caridad del santo hizo prodigios en aquella situación tan angustiada.
En el año 1161 falleció el arzobispo de Dublín (capital de Irlanda) y clero y pueblo estuvieron de acuerdo en que el más digno para ese cargo era el abad Lorenzo. Tuvo que aceptar y, como en todos los oficios que le encomendaban, en este cargo se dedicó con todas sus fuerzas a cumplir sus obligaciones del modo más exacto posible. Lo primero que hizo fue tratar de que los templos fueran lo más bellos y bien presentados posibles. Luego se esforzó porque cada sacerdote se esmerara en cumplir lo mejor que le fuera posible sus deberes sacerdotales. Y en seguida se dedicó a repartir limosnas con gran generosidad.
Cada día recibía 30, 40 o 60 menesterosos en su casa episcopal y él mismo les servía la comida. Todas las ganancias que obtenía como arzobispo las dedicaba a ayudar a los más necesitados.
En el año 1170 los ejércitos de Inglaterra invadieron a Irlanda llenando el país de muertes, de crueldad y de desolación. Los invasores saquearon los templos católicos, los conventos y llenaron de horrores todo el país. El arzobispo Lorenzo hizo todo lo que pudo para tratar de detener tanta maldad y salvar la vida y los bienes de los perseguidos. Se presentó al propio jefe de los invasores a pedirle que devolviera los bienes a la Iglesia y que detuviera el pillaje y el saqueo. El otro por única respuesta le dio una carcajada de desprecio. Pero pocos días después murió repentinamente. El sucesor tuvo temor y les hizo mucho más caso a las palabras y recomendaciones del santo.
El arzobispo trató de organizar la resistencia pero viendo que los enemigos eran muy superiores, desistió de la idea y se dedicó con sus monjes a reconstruir los templos y los pueblos y se fue a Inglaterra a suplicarle al rey invasor que no permitiera los malos tratos de sus ejércitos contra los irlandeses.
Estando en Londres de rodillas rezando en la tumba de Santo Tomás Becket un fanático le asestó terribilísima pedrada en la cabeza. Gravemente herido mandó traer un poco de agua. La bendijo e hizo que se la echaran en la herida de la cabeza, y apenas el agua llegó a la herida, cesó la hemorragia y obtuvo la curación.
El Papa Alejandro III nombró a Lorenzo como su delegado especial para toda Irlanda, y él, deseoso de conseguir la paz para su país se fue otra vez en busca del rey de Inglaterra a suplicarle que no tratara mal a sus paisanos. El rey no lo quiso atender y se fue para Normandía. Y hasta allá lo siguió el santo, para tratar de convencerlo, pero a causa del terribilísimo frío y del agotamiento producido por tantos trabajos, murió allí en Normandía en 1180 al llegar a un convento. Cuando el abad le aconsejó que hiciera un testamento, respondió: «Dios sabe que no tengo bienes ni dinero porque todo lo he repartido entre el pueblo. ¡Ay, pueblo mío, víctima de tantas violencias! ¿Quién logrará traer la paz?». Seguramente desde el cielo debe haber rezado mucho por su pueblo, porque Irlanda ha conservado la religión y la paz por muchos siglos. Sus restos se conservan en la catedral católica de Dublín.
San Oliver Plunkett
San Oliver Plunkett nació en una familia aristocrática en Loughcrew en el Condado de Meath el 1 de Noviembre 1625. Esto fue durante las Leyes Penales, cuando la Iglesia Católica y sus ministros habían sido suprimidos. No se permitía la práctica abierta de la fe y la celebración de la misa y los sacramentos estaban prohibidos. Oliver fue a Roma en 1647 a estudiar para ser sacerdote y fue ordenado en 1654. Después de tres años en San Gerolamo della Carita fue designado profesor de teología del colegio de Propaganda Fidei. En 1669 fue designado Arzobispo de Armagh, la sede de San Patricio. Trabajó incansablemente en el cuidado pastoral de su rebaño. Al principio se le permitió trabajar abiertamente pero luego, cuando cambió la situación política, se vio obligado a esconderse. Aún entonces, continuó a servir a su pueblo con gran peligro. En 1679 el Arzobispo Plunkett fue arrestado con el cargo de traición. Testigos falsos testimoniaron en contra suya, pero un jurado compuesto enteramente de protestantes en Irlanda lo absolvió. Fue transferido a Londres y juzgado allí por traición. En un simulacro de justicia escandaloso fue condenado y sentenciado a muerte. Fue colgado en Tyburn en Inglaterra el 1º de Julio de 1681. Su cabeza fue rescatada del fuego por algunos amigos y luego transportada a la iglesia de San Pedro en Drogheda, donde está conservada para la veneración en un santuario especial.
Letanía de los santos de Irlanda
Señor ten piedad de nosotros.
– Ten piedad de nosotros
Cristo ten piedad de nosotros
Dios Padre Celestial
Dios Hijo Redentor del Mundo
Trinidad Santa Un solo Dios
Santa María.
– Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios
Santa Virgen de las Vírgenes
San José
San Kilian
San Rumold
San Livinus
San Oliver Plunkett
Todos los santos mártires
San Celestine
San Patricio
San Malachy
San Macnise
San Finian
San Mel
San Macartan
San Eugenio
San Colman
San Feliz
San Eunan
San Lawrence O´Toole
San Conleth
San Laserian
San Aidan
San Keieran
San Albert
San Ailbe
San Colman
San Ciaran
San Columbanus
San Gall
San Fursey
San Fintan
San Comgall
San Fiacre
Todos los santos Monjes y ermitaños
San Finbarr
San Flannan
San Munchin
San Fachtna
San Otteran
San Carthage
San Jarlath
San Nathy
San Asicus
San Nicolás
San Colman
San Muredach
San Declan
San Virgilius
San Senan
San Frigidian
San Cuthbert
San Rupert
San Celsus
San Cataldus
San Donatus
Beato Thaddeus
Todos los santos confesores de la fe
San Columba
San Kevin
San Brendan
San Canice
Santa Brígida
Santa Ita
Santa Attracta
Santa Dympna
Santa Lelia
Todos las santos y santas vírgenes.
– Rogad por nosotros
Todos los santos y santas de Irlanda.
Todos los santos y santas de Dios.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo.
– Perdónanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
– Escúchanos, Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
– Ten piedad de nosotros
Todos los santos de Irlanda, orad por nosotros.
– Para que seamos dignos de las Promesas de Cristo
Oremos
Concédenos Señor, que tu gracia aumente en nosotros, que celebramos de todos los santos y santas de Irlanda de tal manera que quienes podemos gozar de su raza en la tierra podamos también poseer con ellos en los cielos la herencia de los bendecidos. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
7 chistes con sacerdote de por medio: hay más en el libro 100 chistes con la gracia de Dios
Un chiste puede ayudar a llamar la atención, despertar a la feligresía y crear lazos de amistad
La Iglesia, la parroquia, los sermones o la catequesis, no tienen por qué ser divertidos. Pero tampoco tienen por qué ser aburridos. Sí se supone que tienen que ayudar a ese mandato de San Pablo en la Biblia (en sus cartas a los Filipenses y los Tesalonicenses) que dice: «Estad siempre alegres». Y el humor -una característica espiritual que Dios dio a los hombres, y no a los animales- puede ayudar a ello.
El humor, la risa, relajan el cerebro, pueden ayudar a captar la atención, a atender y entender más y mejor, a generar comunidad y evitar el tedio. Los oradores clásicos y los mejores predicadores y maestros de escuela lo saben: para captar la atención del oyente, y su benevolencia, nada mejor que empezar con una anécdota divertida, o un chiste. Y con miel se pueden decir cosas duras, serias, que se aceptan así mejor.
Una herramienta que puede ayudar a cualquiera -y divertirnos a todos- es el nuevo librito «100 chistes con la gracia de Dios», seleccionados por José Luis Rubio en Creo. Los hay sobre parroquianos, sobre Jesús y los apóstoles, sobre niños de catequesis, sobre ateos y devotos. No todos sirven para todos los públicos pero ninguno es blasfemo.
Si nuestro párroco o catequistas es muy aburrido, quizá le podemos regalar este libro y pedir que use los chistes en sus charlas o sermones. El libro tiene un deseo: «Ojalá puedan ser muchas las veces que podamos decir lo mismo que dijo Sara, la mujer de Abraham: ‘Dios me ha hecho reír’ (Génesis 21,6)».
A modo de ejemplo, reproducimos aquí 7 de esos 100 chistes. Hemos elegido 7 que incluyeran a un sacerdote.
1. El cura y el saltimbanqui
Un sacerdote está en el confesionario y acude un penitente.
– Tú no eres de esta parroquia, ¿verdad? No te había visto antes.
– No, padre, soy un artista del circo que acaba de llegar.
– ¿Y qué haces en el circo?
– Soy saltimbanqui.
– ¿Y eso que es?
– Espere que le hago una demostración.
El hombre se levanta y se pone a dar saltos mortales, volteretas y cabriolas por encima de los bancos de la iglesia.
Dos abuelitas que esperaban a confesarse lo ven y una dice:
– Mejor volvemos cuando venga el otro cura, ¡que este pone penitencias muy difíciles!
2. La homilía aburrida
La homilía del sacerdote era larga y aburrida y uno de los feligreses se quedó dormido y empezó a roncar.
El sacerdote, enfadado, se dirige a una mujer que estaba a su lado.
– Disculpa, hija, ¿podrías despertar al hombre que tienes a tu lado?
– Ah, no, padre, no me meta usted en sus líos -dijo ella. -Usted le ha dormido, usted le despierta.
3. El alcalde ateo
Un cura y un alcalde eran muy amigos, aunque el alcalde era muy ateo y a veces discutían sobre Dios o los milagros.
Un día se fueron ambos a pescar al lago con un bote de remos. Cuando estaban en mitad del lago, los remos se les cayeron por error y quedaron flotando a varios metros de la barca.
El cura sacó una medallita que llevaba al cuello, hizo una pequeña oración, la besó… y saliendo de la barca fue caminando sobre el agua, tomó los remos y volvió con ellos a la barca.
Al llegar a casa la mujer del alcalde le preguntó qué tal fue el día.
– Muy bien, por cierto, ¿te puedes creer que el cura no sabe nadar? -dijo el alcalde.
4. El cura que se durmió
El sacristán está preocupado porque llega la hora de misa y el cura no aparece, así que lo va a buscar a casa. Allí está el sacerdote, ojeroso.
– Dios mío, me quedé dornido, pasé malana noche y no he oído el despertador – dice el cura al sacristán. -Vete a la parroquia, reza el rosario con la gente para hacer tiempo mientras me visto y llego.
El sacristán vuelve a la parroquia y organiza un rosario, sin darse cuenta de que el cura, muy somnoliento, vuelve a quedarse dormido.
Al cabo de dos horas, el cura despierta, comprueba el reloj, y sale corriendo y abochornado hacia la iglesia, convencido de que ya no habrá nadie esperando.
Pero a medida que se acerca oye que la gente sigue rezando el rosario. Se acerca discretamente, sorprendido, y escucha la voz del sacristán:
– Misterio ciento cincuenta: la Magdalena se casa con el Cireneo…
5. Hipócritas
Un sacerdote se encuentra en la plaza del pueblo a un joven a cuya familia conoce.
– ¿Cómo es que no vienes nunca por misa?
– Pues la verdad, padre, es que está llena de gente que son unos auténticos hipócritas.
– Bueno, por eso no te preocupes, hijo, ¡siempre hay sitio para uno más!
6. El ratero se confiesa
Un ratero va a confesarse a la parroquia y al acercarse al confesionario ve que el cura se ha quedado dormido dentro. En eso ve que tiene un precioso reloj en la muñeca y sin poder resistirse se lo quita con mucho cuidado. Después lo despierta suavemente:
– Padre, he venido a confesarme… resulta que he robado un reloj. ¿Usted lo quiere?
– ¿Yo? Para nada. Debes devolvérselo a su dueño.
– Pero es que me ha dicho que no lo quiere.
– Bueno, pues en ese caso, quédatelo.
7. Con hermenéutica y homilética
Un sacerdote recién ordenado, gran estudiante de teología, es enviado como párroco a un pueblo de montaña de gente muy sencilla. Los vecinos organizan un acto para recibirle y él les dirige unas palabras.
– Hermanos, estoy aquí para todos vosotros. Vengo con mi hermenéutica, mi homilética, con exégesis y apologética.
– No se preocupe, padre -le dice un parroquiano. – Yo estoy con artritis, diabetes, conjuntivitis y reúma, pero el médico del pueblo es magnífico.
Son muchos los mensajes que intentan transmitir las canciones
La música va de copiloto en el carro, ameniza las horas que me encuentro frente a una computadora y, a veces, me susurra ideas al oído que luego transcribo, convirtiéndolas en historias. Pero, lo cierto es que siempre -o casi siempre- está ahí.
Es versátil, pues se adapta perfectamente a cualquier situación. Por ende, varía sus estilos conforme lo deseen mis oídos. Desde un jazz improvisado, pasando por un flamenco hondo y sentido, los clásicos vallenatos, las denominadas llaneritas o el reggaeton, todos son parte de mi playlist diario. Como verás, son muchos los mensajes que intentan transmitir las canciones y puede que alguno de ellos se aloje en mis pensamientos durante el día.
¡Comprobado!
Paola Bahamón, reconocida socióloga y poeta colombiana, dice:
“…la música en general es un objeto simbólico, pero aquellas melodías con letra tienen una transmisión de discursos que son determinantes en la conformación de la personalidad, la identidad, la memoria y la visión del mundo que conforman los adolescentes y jóvenes…”
Cabe destacar que la música es una herramienta de implantación de valores y generadora de conductas. Por ello, tiene un alto impacto psicológico.
Ahora bien, ¿nuestros temas preferidos o las canciones que están de moda se reproducen solo en la mente? ¿Acaso pueden tocar también lo más profundo de nuestro ser?
Dime qué escuchas y te diré quién eres
Muchas veces nos encontramos en la ducha repitiendo como loros la letra de una canción, sin darnos cuenta de lo que realmente dice. Pareciera que pasamos por alto -en el caso del reggaeton- su lenguaje obsceno y la degradación constante hacia la mujer. Lo mismo ocurre con las frases de índole destructivo y violento que ofrece, por ejemplo, el heavy metal. De esta manera, somos transmisores de un mensaje que nos perjudica como individuos y al mismo tiempo, empobrece nuestro lenguaje, limitando nuestra capacidad de raciocinio.
Por el contrario, existen una infinidad de temas que denotan calidad en cada estrofa. Letras que cuentan historias y voces que no se olvidan. Géneros como el jazz y el flamenco se conciben desde la necesidad del artista por expresar sus sentimientos, transmitir pasiones, alegrías y desventuras a través de su voz e instrumentos. Aquí, la creatividad se hace presente, combinando sonidos y ritmos que dan forma a una auténtica obra de arte. Se puede decir entonces, que aportan valor agregado tanto al individuo como a la sociedad.
Lo que no sabemos o no nos damos cuenta es que las canciones pueden influenciar nuestro actuar y, en cierta forma, moldear el alma. Es decir, esta pasa a ser una especie de cofre que atesora todo aquello que depositamos dentro. Por consiguiente, deberíamos -sí, me incluyo- ampliar nuestro abanico musical y educar los oídos con piezas que nos nutren culturalmente, que transmiten armonía lírica y rítmica y que, en consecuencia, elevan el intelecto.
En mi caso, suelo acompañar cada momento del día con un estilo de música en particular. Por ejemplo: un buen flamenco para empezar la semana. Este se caracteriza por transmitir fuerza y sentimiento y me brinda el empuje necesario para arrancar a tope. A mitad de semana bajo un poco el tempo y el exquisito jazz entra en escena. Así pues, suelo escuchar temas con gran profundidad lírica que me inspiren a escribir historias (en este caso, las canciones de Jorge Drexler son ideales). Llegado el fin de semana, el vallenato y las llaneritas toman protagonismo, dando paso a música más tranquila como el reggae.
¿Y dónde quedó el reggaeton?, te preguntarás. Pues sí, admito que de vez en cuando se cuela en mi lista. Incluso, coincidiremos en que su ritmo es pegajoso y parece indispensable en las fiestas que organizan nuestros amigos. Ahora bien, si sabes que su mensaje va en contra de tus valores, no pierdas más el tiempo y escucha canciones que realmente aporten algo a tu vida.
Dicho todo esto, me gustaría hacerte una pregunta… ¿qué escucha tu alma?
Un rabí, un iman y un sacerdote católico entran en un bar…
Por si no lo sabías, algunos santos fueron famosos por su excelente sentido del humor. Felipe Neri (“el santo del buen humor”), Francisco de Sales y Teresa de Ávila, por ejemplo, no son conocidos solamente por la ejemplaridad de sus vidas, sino también porque sabían bromear para reforzar sus mensajes. Pero no hay que remontarse hasta los siglos XVI o XVII para encontrar ejemplos de buen humor eclesiástico. Por ejemplo, se dice que cuando un periodista preguntó al beato Juan XXIII (Papa de 1958 a 1963) cuántas personas trabajaban en el Vaticano, el Papa calló un momento para reflexionar y respondió: “Más o menos la mitad”.
Así que aquí tenéis tres chascarrillos que, aunque quizás no te hagan desternillarte de risa por el suelo, esperamos que al menos te despierten alguna risilla:
• Un rabí, un imam y un sacerdote católico entran en un bar. El camarero les mira y pregunta “qué es esto, ¿un chiste?”.
• La última vez que cambiamos a horario de verano, un amigo predicador publicó en redes: “Para quienes tienen por norma llegar 15 minutos tarde a la iglesia, permítanme que les recuerde que esta noche es cuando tienen que adelantar el reloj 45 minutos”. (Fuente: Reader’s Digest)
• ¿Cuántos católicos hacen falta para cambiar una bombilla? Ninguno. Usan velas.