Muere con 90 años Jia Zhiguo, el obispo clandestino que la tortura de China no pudo doblegar

 

El obispo clandestino Julius Jia Zhiguo permaneció décadas perseguido por las autoridades chinas por su fidelidad a Roma.

 

José María Carrera Hurtado

 

Julius Jia Zhiguo, el histórico “obispo clandestino” conocido por su fidelidad a Roma desde la diócesis china de Zhengding, falleció el pasado 29 de octubre a la edad de 90 años. Culminaba así sus días tras toda una vida resistiendo las presiones, arrestos y amenazas de la Asociación Patriótica Católica China, que aglutina a los funcionarios religiosos controlados por el Estado.   

Durante décadas, Zhiguo estuvo guiado por una sola preocupación y deber. “Mi vida consiste en hablar de Jesús», dijo al ser preguntado sobre su experiencia. «No tengo nada más que decir ni hacer. Toda mi vida, cada día, está dedicada a hablarles a los demás sobre Jesús. A todos”.

Nacido el 1 de mayo de 1935 en la aldea de Wuqiu (Jinzhou, China), fue ordenado en 1980, consagrado obispo por Fan Xueyan de Baoding y nunca reconocido por Pekín, según el sitio en chino de Vatican News.

El acoso al obispo fue prácticamente perpetuo. UCA News reporta que su negativa a unirse a la Asociación Patriótica Católica China conllevó numerosos episodios de arrestos, vigilancia y agresiones, destacando decenas de detenciones concentradas en pocos años.

Su primer gran arresto tuvo lugar en 1963, cuando fue condenado a pasar los próximos 15 años entre rejas por negarse a renunciar a su lealtad al Papa

Torturado por la Revolución cultural: «Dios nos bastaba»

 

Los medios llegaron a asegurar la existencia de episodios de tortura en prisión. Supuestamente, se lee, “las autoridades inundaron su celda con agua, lo que le provocó dolorosas lesiones que lo afectaron de por vida”.

Entrevistado por La Stampa en 2016, subrayó que todo empezó siendo seminarista. Los “grandes problemas” tuvieron lugar en plena Revolución Cultural, desde 1963 hasta 1978, “cuando fui sometido a trabajos forzados en lugares remotos, fríos e inhóspitos”, relató.

Preguntado por cómo se mantenía a flote y perseverante, respondió que “bastaba con tener a Dios en el corazón”.

“Esto me acompañó y me protegió durante todo ese tiempo. Hubo muchas dificultades, pero Dios estuvo a mi lado, y eso fue suficiente”, expresó.

«Toda mi vida es hablar de Jesús»

El obispo resumía su vida con humildad, asegurando que se limitaba a “tratar de hablar de Jesús”.

“No tengo nada más que decir ni hacer. Toda mi vida, cada día, se trata de hablar de Jesús a los demás. A todos”, decía.

Sin embargo, muchos lo conocían por ser “el obispo trasladado a prisión”. Aunque “no llevaba la cuenta” y admite que los arrestos se redujeron en los últimos años, “había ocasiones en que venían a buscarme más de una vez en el mismo mes”.

En 2016 recordó la última detención hasta entonces, ocurrida en mayo del año anterior.

“Me hicieron volver para la misa de Pentecostés. Me llevaron a un hotel y no me hicieron nada especial. Durante esos días, recé, leí, celebré la misa y hablé con ellos. No dejaban de repetirme que no debería haber hecho lo que hice”.

«Soy el obispo legítimo»

Aquel error aparentemente imperdonable por las autoridades chinas no fue otro que el de ordenar sacerdotes sin la aprobación del Gobierno.

“Repetí que esta es mi vida, mi trabajo. Los sacerdotes son ordenados por el obispo, y yo soy el obispo, no puedo hacer nada al respecto. Si yo no los ordeno, nadie lo hará”, explicaba.

Sus perseguidores objetaban al “clandestino” que no era obispo, pues carecía de aprobación del gobierno.

“Por supuesto que soy obispo”, respondió él, “el pueblo de Dios me reconoce como su obispo legítimo. Y también el Papa. Continuamos repitiendo esto durante mucho tiempo. Pero sin discutir, sin alterarnos, hablando con calma. Al final me llevaron a casa. Mantuvimos la paz”, relata.

Aquella no fue sino una más de sus negativas para engrosar la Asociación Patriótica Católica China, gestionada por el Estado y establecida por el gobierno para supervisar a los católicos de forma independiente del Vaticano. Un desafío que tuvo su punto álgido entre 2004 y 2020, cuando fue perseguido, vigilado y arrestado en decenas de ocasiones.

Valentía frente a detenciones continuas 

La detención de 2004 fue una de las más sonadas, cuando desapareció en Hebei ante la alarma de medios internacionales.

Fue liberado una semana después, luego de que la Fundación Cardenal Kung, con sede en Connecticut, hiciera pública su desaparición.

Fue detenido nuevamente en 2008, 2009 y, más recientemente, en agosto de 2020, días antes de la Asunción. Los episodios de vigilancia y arrestos eran tales que llegó a perder la cuenta de los mismos.

También fundó un orfanato en Hebei para niños abandonados, que, según informes, las autoridades demolieron en 2020 por falta de aprobación gubernamental.

Aquel mismo año, el obispo clandestino mantuvo su postura incólume en favor de la práctica religiosa frente a restricciones gubernamentales impuestas a causa de la pandemia.

Desde el inicio de los toques de queda a finales de enero, todas las iglesias en China permanecieron cerradas. A principios de junio, el gobierno autorizó su reapertura, pero con diferentes medidas, como la de no permitir la entrada a menores de 18 años. Una condición que el obispo clandestino se negó a aceptar.

“La Iglesia debe estar abierta a todos, también a los menores de 18 años”, replicó públicamente.

Lejos de hacer de la oposición al gobierno su única trinchera, el obispo no olvidó su misión evangelizadora, y cuestionaba públicamente los fundamentos del materialismo en “la meca” del llamado “Capitalismo de Estado”.

“Muchos se están volviendo tibios debido al creciente materialismo y consumismo. Muchos ya no van a la iglesia a orar, en parte porque siempre están ocupados y nunca encuentran el tiempo. Debemos ponernos manos a la obra. China es un campo fértil donde debemos sembrar el Evangelio de Jesús”, recordaba.

En este sentido, no ocultaba ante los medios la misión de “dar testimonio de la belleza de entregarse a Dios”, alcanzando así “una riqueza mayor que las riquezas ilusorias que nos ofrecen el materialismo y el consumismo”.

Tanto es así que incluso él tampoco tenía conciencia siquiera de ser un “opositor”. Preguntado por los motivos por los que suponía que era arrestado, respondía que no podían ser otros que su coherencia cristiana.

“Los motivos siempre son los mismos”, decía a La Stampa. “No hago nada en contra de nadie. No quiero desafiar al gobierno, no tengo nada en contra del gobierno y no hablo mal de él. Pero soy obispo de la Iglesia Católica. Y siempre me persiguen porque hago lo que se supone que deben hacer los obispos”.

En las últimas décadas, el obispo vivió en una casa de cuidado de huérfanos y niños discapacitados regentada por monjas y religiosas.

“Para mí”, explicó el obispo, “esta obra es lo más importante, lo que más me llega al corazón. Es una realidad indispensable. A través de ella, todos vemos el amor incondicional de Jesús por cada uno de nosotros”.

Según informa Agencia Fides, Jia Zhiguo pasó sus últimas décadas cerca de lo que él llamaba su catedral, en la aldea de Wuqiu, su lugar de nacimiento, ahora en la ciudad-condado de Jinzhou, provincia de Hebei. Fue sepultado allí, en la cripta familiar, el 31 de octubre:

“Quienes lo amaron lloran su partida, pero también dan gracias por haber conocido a un testigo que profesó su fe en Cristo tanto en los buenos como en los malos momentos. Vieron en él cómo perseveran quienes, como decía San Agustín, “en medio de las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios´”.

El que ya es recordado como “el testigo” ha sido llorado por su comunidad, que lo recuerda como “un fiel servidor de Dios, que no temía a la autoridad por causa de la fe y perseveró hasta su final”.

 

Fuente: religionenlibertad.com