Evangelio del día domingo 12/10/2025

Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.

«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.

En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.

Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».

Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Palabra del Señor

 

Una fe como la de la viuda

 

Si en la vida recibimos bienes, regalos, buenos deseos, felicitaciones sinceras de personas que sabemos no viven en Dios o están apartados de Dios, no sólo religiosa sino también moralmente. ¿Qué no podríamos esperar de las mismas manos de Dios, que nos ha creado y nos ama.?

Pero Él, tiene sus formas y a veces se vale del que menos pensamos para actuar en nuestro favor. Por tanto si lo recibido es auténticamente bueno entonces viene de Dios. Lo importante aquí, es ver cómo la fe logra aquello que pide. Si nos remitimos al ejemplo de la parábola, creo que todo empieza por la humildad.

La viuda sabe que lo que exige es justo pero tiene delante a un juez corrupto. A pesar de ello acude a su autoridad y la reconoce como tal, pero al mismo tiempo le reclama que salga en su favor. Insiste por encima de la lógica de una mala autoridad y al final es escuchada. No por mérito del juez que responde sin la más mínima fibra de justicia, sino por mérito propio, porque no dejó de creer y de insistir.

Esta es la enseñanza que va y viene a lo largo del Evangelio. Precisamente si había algo que Jesús aborrecía era por un lado la hipocresía de los fariseos y por otro la falta de fe. Sin ella, Jesús no actuaba, no por impotencia, claro está, sino por la estrechez del corazón. Cuántas veces alabó la fe de los extranjeros. Y cuando sus discípulos vienen decepcionados por qué no pudieron curar a un endemoniado les enseña que eso sólo se logra con mucha oración. La cual, por cierto se alimenta de la fe. Y cuando le traen al paralítico descolgado por sus amigos a través del techo de la casa de Pedro, nunca escucha un pedido o clamor del interesado, por el contrario, este permanece mudo, como si lo hubiesen llevado a la fuerza, pero dice el pasaje evangélico: «… viendo la fe de ellos…». Y entonces Jesús sana y salva.

Creo que la parábola es un grito de esperanza que la viuda lanza hacia Dios. Un grito que resuena y llega a nuestros oídos en una época en la que el Señor podría muy bien venir y comprobar si hoy día existe una fe como la de la viuda. Cualquiera sea la prueba o dificultad por la que estemos pasando creo que antes de gritarle al juez, al médico, y cualquier persona en la que cifremos nuestra esperanza, debemos alzar las manos al cielo, no para exigir justicia sino para pedir misericordia, que es el don más grande que el Señor nos ha regalado. 

 

Una Voz de Pax