León XIV: Consolación significa «nunca solos». Escuchar el grito de tantos inocentes

En la Vigilia de oración del Jubileo de la Consolación, en San Pedro, el Papa invita a caminar juntos, con ternura, con quienes han «sufrido la injusticia y la violencia de los abusos», como los que han sido heridos por miembros de la Iglesia, y pide a los responsables de las Naciones que escuchen el dolor de tantos niños aplastados por los conflictos, para garantizarles un futuro.

 

 

Alessandro Di Bussolo – Ciudad del Vaticano

Consolación en la Iglesia significa «nunca solos», porque «donde el dolor es profundo, aún más fuerte debe ser la esperanza que nace de la comunión. Y esta esperanza no defrauda». Consolar a los que «han sufrido la injusticia y la violencia de los abusos», como los que han sido heridos por miembros de la Iglesia, requiere que todos aprendamos de María de los Dolores «a cuidar con ternura a los más pequeños y frágiles», a caminar juntos y a reconocer «que la vida no se define sólo por el mal sufrido, sino por el amor de Dios que nunca nos abandona y que guía a toda la Iglesia».

También, consolar a las poblaciones aplastadas por el peso de la violencia, el hambre y la guerra, es «mostrar que la paz es posible, y que germina en cada uno de nosotros si no la sofocamos». Por eso, los responsables de las naciones deben escuchar «de modo especial el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele». Así se expresó el Papa León XIV en la homilía de la Vigilia del Jubileo de la Consolación, presidida esta tarde, 15 de septiembre, en la Basílica Vaticana, un evento dedicado a quienes viven o han vivido momentos de particular dificultad, luto, sufrimiento o desamparo. Situaciones en las que, está seguro el Papa, Dios no dejará de proporcionar «artífices de paz capaces de alentar a quienes están sumidos en el dolor y la tristeza».

Los testimonios y el dolor que no deben generar violencia

Estas palabras siguieron a la Liturgia de la Palabra, centrada en la parábola del Buen Samaritano, y a los testimonios de dos mujeres, Lucia Di Mauro Montanino, de Nápoles, cuyo marido, guardia de seguridad, fue asesinado por una banda de jóvenes ladrones en 2009, y Diane Foley, de Estados Unidos, que perdió a su hijo, un periodista masacrado por Isis, en 2014. Sus recuerdos y relatos, acompañados por la emoción y los aplausos de la asamblea», subraya León XIV, «transmiten la certeza ‘de que el dolor no debe generar violencia’ y ‘de que la violencia no es la última palabra, porque la supera el amor que sabe perdonar'». Todo dolor, añade, puede ser transformado por la gracia del Señor. La mayor liberación que podemos alcanzar, explica, es la “que viene del perdón”, que por gracia “puede abrir el corazón a pesar de haber sufrido todo tipo de brutalidad”.

La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es un anticipo en la tierra del Reino de Dios, es el fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia

En la oscuridad, Dios no nos deja solos

El profeta Isaías, comenzó el Pontífice en su homilía, «nos llama a compartir el consuelo de Dios con tantos hermanos y hermanas que viven situaciones de debilidad, de tristeza, de dolor». Porque es voluntad del Señor «poner fin al sufrimiento y transformarlo en alegría». Una Palabra hecha carne en Cristo, que «es el buen samaritano del que nos habló el Evangelio».

En los momentos de oscuridad, incluso contra toda evidencia, Dios no nos deja solos; es más, precisamente en estos momentos estamos llamados más que nunca a esperar en su cercanía de Salvador que nunca abandona

 

 

No hay que avergonzarse de llorar

El Papa León XIV nos recuerda, sin embargo, que a menudo no encontramos a quien nos consuele y, a veces, «incluso se nos hace insoportable escuchar la voz de quien, con sinceridad, quiere compartir nuestro dolor». Así, en situaciones en las que las palabras no sirven, «quedan, tal vez, sólo las lágrimas del llanto», las únicas que «nos preparan para ver a Jesús», subraya, citando al Papa Francisco. Lágrimas, aclara, que «son un grito mudo que pide compasión y consuelo», pero que antes «son liberación y purificación de la mirada, del sentimiento, del pensamiento».

No debemos avergonzarnos de llorar; es una forma de expresar nuestra tristeza y la necesidad de un mundo nuevo; es un lenguaje que habla de nuestra humanidad débil y probada, pero llamada a la alegría

Construimos un puente hacia el cielo, incluso cuando parece mudo

Ante la pregunta inevitable: «¿Por qué todo este mal?» y «¿Por qué yo?», el Papa se encomienda a san Agustín, que en sus Confesiones, ante las dudas, nos invita a permanecer firmes en nuestra fe en Cristo, y a no abandonarla, «aunque en muchos puntos fuera vaga y fluctuante». Es la Sagrada Escritura, aclara, la que nos educa en el paso «de las preguntas a la fe». Si los pensamientos «nos aíslan y desesperan», es mejor, como en los Salmos, «que la pregunta sea una protesta, un lamento, una invocación de esa justicia y paz que Dios nos ha prometido».

Construyamos, pues, un puente hacia el cielo, aunque parezca mudo. En la Iglesia buscamos el cielo abierto, que es Jesús, el puente de Dios hacia nosotros. Hay un consuelo que entonces nos alcanza, cuando ‘firme y estable’ permanece esa fe que nos parece ‘vaga y fluctuante’ como una barca en la tempestad.

Las páginas que hoy no podemos comprender

Donde hay mal, continúa León XIV, allí debemos buscar el consuelo y la consolación que lo venzan y no le den tregua. Y esto en la Iglesia significa: nunca solos. «Apoyar la cabeza en un hombro que te consuela, que llora contigo y te da fuerzas, es una medicina de la que nadie puede privarse porque es el signo del amor». Esperar el regreso del Señor, el único, subrayó el Pontífice, refiriéndose al Apocalipsis, que «secará toda lágrima y abrirá el libro de la historia permitiéndonos leer las páginas que hoy no podemos justificar ni comprender».

Cuidar con ternura a los más frágiles

Dirigiéndose después a los hermanos y hermanas que han sufrido «la injusticia y la violencia de los abusos», el Papa León recuerda las palabras de María: «Yo soy tu madre». Y las del Señor: «Tú eres mi hijo, tú eres mi hija».

Nadie puede quitar a cada uno este don personal que se le ofrece. Y la Iglesia, de la que por desgracia algunos miembros os han herido, hoy se arrodilla con vosotros ante la Madre. Que todos aprendamos de ti a cuidar con ternura a los más pequeños y frágiles. Que aprendamos a escuchar tus heridas, a caminar juntos

El Buen Pastor abraza a los que nos han sido arrancados

El Papa relee las palabras de San Pablo en la Carta a los Corintios, escuchadas en la Primera Lectura, que «nos sugieren que cuando recibimos consuelo de Dios, entonces nos hacemos capaces de ofrecer consuelo también a los demás».  Los secretos de nuestro corazón, añade, no están ocultos a Dios: «no debemos impedirle que nos consuele, engañándonos a nosotros mismos pensando que sólo podemos confiar en nuestras propias fuerzas.

Aquellos a quienes amamos y que nos han sido arrancados por la muerte hermana no están perdidos ni desaparecen en el aire. Sus vidas pertenecen al Señor que, como Buen Pastor, los abraza y los estrecha contra sí, y nos los devolverá un día para que gocemos de una felicidad eterna y compartida.

Hambre y guerra, el grito de los niños inocentes

Por último, León XIV se fija en el dolor colectivo de las poblaciones que, «aplastadas por el peso de la violencia, el hambre y la guerra, imploran la paz». Un grito que nos compromete «a rezar y a actuar, para que cese toda violencia y los que sufren encuentren la serenidad» y compromete «ante todo a Dios, cuyo corazón se estremece de compasión, a venir a su Reino».

El verdadero consuelo que debemos ser capaces de transmitir es mostrar que la paz es posible, y que germina en cada uno de nosotros si no la sofocamos. Que los responsables de las naciones escuchen de manera especial el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele

La medalla del Agnus Dei

Para concluir, el Pontífice recordó que al final de la Vigilia se ofrecerá a los participantes como regalo el Agnus Dei, una medalla de cera con la representación del Cordero Pascual, símbolo de resurrección y signo de esperanza, bendecida por él.

Es un signo que podemos llevar a nuestras casas para recordar que el misterio de Jesús, de su muerte y resurrección, es la victoria del bien sobre el mal. Él es el Cordero que da el Espíritu Santo Consolador, que nunca nos abandona, que nos consuela en nuestras necesidades y nos fortalece con su gracia.

Las invocaciones de la oración universal

La Vigilia continúa con la oración universal, en la que se invoca el consuelo prometido por el Señor por todos los perseguidos a causa del Evangelio, por las víctimas de la guerra, del terrorismo y de la violencia, por los niños y jóvenes desamparados, maltratados y violentados en su dignidad, por los que se ven obligados a abandonar su tierra, por los que son víctimas de traficantes y explotadores. También se reza por los injustamente acusados, los privados de libertad, los que experimentan el abandono y la desesperación, los que padecen diversas adicciones, o sufren enfermedades, discapacidades o fragilidad. Finalmente, por los que están en peligro inminente de muerte, por las víctimas del trabajo, por todos los explotados y por los que lloran la muerte de un ser querido, por los que experimentan el dolor de la pérdida de un hijo.

Nuestra Señora de la Esperanza

 

 

Al final de la celebración, antes de la bendición solemne, el Papa León se acerca a la imagen de la Virgen de la Esperanza, la inciensa, después de invitar a todos a pedirle «apoyo en las pruebas de la vida».

A continuación pronuncia la oración, con la que pide al Señor, que en María ha hecho «resplandecer en nuestro camino un signo de consuelo y de esperanza segura», que nos haga «acoger y compartir con nuestros hermanos la abundancia de tu misericordia». La estatua de María procede de la parroquia-santuario de Battipaglia, en la provincia de Salerno, y ya estuvo expuesta en la basílica de San Pedro durante el pasado periodo navideño.

La peregrinación a la Puerta Santa

La Vigilia estuvo precedida por la mañana, entre las 8.00 y las 12.00 horas, por la peregrinación a la Puerta Santa de la Basílica Vaticana de los participantes en el Jubileo de la Consolación. Vinieron más de 8.500 personas de todo el mundo: en particular de Italia, Alemania, Polonia, España, Estados Unidos, Canadá, Brasil, México, Colombia, Argentina, Perú, Bolivia y Australia.

También participaron numerosas asociaciones, fundaciones y organismos religiosos implicados en el acompañamiento de las personas necesitadas de apoyo y cuidados. Entre ellas, la Asociación «Figli in cielo», que ofrece itinerarios a las familias que han sufrido la pérdida prematura de un hijo o un ser querido; la Casa de la Familia Pablo VI, que acoge gratuitamente a las familias que se trasladan a Roma para el tratamiento oncológico de sus hijos; la Asociación Villa Maraini, que se ocupa de itinerarios terapéuticos para quienes padecen drogadicción, alcoholismo, ludopatía y nuevas adicciones, como las tecnológicas, y de rehabilitar a reclusos; la Asociación Italiana de Víctimas y Accidentes de Tráfico – onlus, que ofrece oportunidades de apoyo psicológico y burocrático a las familias de las víctimas; y la Asociación Scintille di Speranza, del cementerio Laurentino de Roma, que acompaña a quienes han vivido un duelo en la familia.