Referencias Bíblicas
• Matthew 18:21-35,
• Matthew 19:1
• Obispo Robert Barron
Amigos, nuestro Evangelio de hoy está enfocado en el don de perdonar. Esto es un pilar fundamental del Nuevo Testamento y muy central en el ministerio y predicación de Jesús. Cuando se trata de las ofensas que hemos recibido de otros, todos somos grandes defensores de la justicia. Recordamos cada insulto, cada desaire y cada defecto cuando se trata de nuestro dolor. Por eso es que perdonar, aún una o dos veces, resulta tan difícil.
Perdonar siete veces, como sugiere Pedro, está más allá de nuestros límites. Sin embargo, Jesús le dice: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. En otras palabras, perdona constantemente, incansablemente, sin calcular. Tu vida entera debe convertirse en un acto de perdón.
Y esta es la razón de la parábola de Jesús que nos cuenta el Evangelio de hoy. El hombre que había sido perdonado tanto debería, al menos, mostrar perdón hacia aquel que le debía mucho menos.
Aquí está lo central en lo espiritual del tema: cualquier cosa que alguien te deba (en estricta justicia) es infinitamente menos de lo que Dios te ha dado generosamente; el perdón divino que recibes es infinitamente más grande que cualquier perdón que podrías ser llamado a ofrecer.
Convertirse en un instrumento de vida, gracia, perdón y de la paz de Dios, es de lo que se trata. Permite que fluya a través tuyo lo que se ha vertido dentro tuyo —eso es lo que importa.
El Papa: Basta de armas en Ucrania y hambre en Gaza
Los deseos de León XIV, en relación con los dos conflictos en curso, y los objetivos de la «diplomacia blanda» de la Santa Sede, para intentar resolver los problemas mediante el diálogo y no con la guerra, expresados a los periodistas a su llegada a Villa Barberini, en Castel Gandolfo.
Vatican News
Alto el fuego y acuerdo de paz en Ucrania, resolución de la crisis humanitaria y del hambre, y liberación de los rehenes israelíes en Gaza. Estos son los objetivos de la ‘soft diplomacy’ de la Santa Sede para problemas que «no se pueden resolver con la guerra», y es lo que pide y desea el papa León XIV, al que han entrevistado esta tarde algunos periodistas a su llegada a Castel Gandolfo, donde pasará un segundo periodo de descanso estival, hasta el 19 de agosto.
Mientras saluda a las numerosas personas que esperan su llegada, frente a la puerta de Villa Barberini, que será su residencia durante estos días, el Papa responde a las preguntas de algunos periodistas sobre la actualidad internacional.
Cuando se le pregunta qué espera de la cumbre de mediados de agosto entre el presidente estadounidense Donald Trump y el ruso Vladimir Putin, León XIV responde: hay que buscar siempre «el alto el fuego, hay que acabar con la violencia, con tantos muertos. Veamos cómo pueden ponerse de acuerdo. Porque la guerra después de tanto tiempo, ¿cuál es el fin? Hay que buscar siempre el diálogo, el trabajo diplomático y no la violencia, no las armas».
Y a la pregunta de si le preocupa la posibilidad de que se deporte a la población de Gaza, el Papa responde: «En cualquier caso, hay que resolver la crisis humanitaria, no se puede seguir así. Conocemos la violencia del terrorismo y respetamos a los muchos que han muerto y también a los rehenes, es necesario que sean liberados. Pero también hay que pensar en los muchos que están muriendo de hambre».
Por último, se le pregunta qué está haciendo la Santa Sede para detener estos y otros conflictos. El Pontífice responde que «la Santa Sede no puede detenerlos… pero estamos trabajando, digamos, por una ‘soft diplomacy’, invitando siempre, impulsando la búsqueda de la no violencia a través del diálogo y buscando soluciones, porque estos problemas no se pueden resolver con la guerra».
Esta mañana, durante la audiencia general en la Sala Pablo VI, al saludar a los peregrinos polacos, el Pontífice llamó la atención del mundo sobre las poblaciones de los países afectados por conflictos y violencia. «Rueguen a Dios que conceda la paz a todos los pueblos que viven la tragedia de la guerra». El motivo del llamamiento del Pontífice fue la figura de San Maximiliano María Kolbe, el franciscano polaco que murió en el campo de concentración de Auschwitz, donde se ofreció a ocupar el lugar de un padre de familia destinado al búnker del hambre.
Durante este segundo período de descanso en la residencia de Villa Barberini, dentro de las Villas Pontificias, León XIV tendrá algunos compromisos públicos. El viernes 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, a las 10:00 horas, el Pontífice celebrará la Santa Misa en la parroquia de San Tomás de Villanova en Castel Gandolfo, y a las 12:00 horas rezará el Ángelus desde la entrada del Palacio Pontificio, en la Piazza della Libertà, también en Castel Gandolfo.
El domingo 17 de agosto, a las 9.30, el Papa León XIV celebrará la misa en el Santuario de Santa Maria della Rotonda en Albano Laziale, con los pobres asistidos por Cáritas diocesana y los operadores. A las 12 recitará el Ángelus en la plaza della Libertà, en Castel Gandolfo. Finalmente, compartirá el almuerzo con los pobres y los asistidos por Cáritas en el Borgo Laudato si’, dentro de las Villas Pontificias.
Maximiliano Kolbe, Santo
Memoria Litúrgica, 14 de agosto
Por: n/a | Fuente: www.interrrogantes.net
«No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos» (Jn 15, 13).
Martirologio Romano: Memoria de san Maximiliano María (Raimundo) Kolbe, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales y mártir, que fue fundador de la Milicia de María Inmaculada. Deportado a diversos lugares de cautiverio, finalmente, en el campo de exterminio de Oswiecim o Auschwitz, cerca de Cracovia, en Polonia, se ofreció a los verdugos para salvar a otro cautivo, considerando su ofrecimiento como un holocausto de caridad y un ejemplo de fidelidad para con Dios y los hombres († 1941).
Fecha de beatificación: 17 de octubre de 1971 por S.S. Pablo VI
Fecha de canonización: 10 de octubre de 1982 por S.S. Juan Pablo II
Breve Biografía
Maximiliano María Kolbe nació en Polonia el 8 de enero de 1894 en la ciudad de Zdunska Wola, que en ese entonces se hallaba ocupada por Rusia. Fue bautizado con el nombre de Raimundo en la iglesia parroquial. A los 13 años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca de Lvov, la cual a su vez estaba ocupada por Austria. Fue en el seminario donde adoptó el nombre de Maximiliano. Finaliza sus estudios en Roma y en 1918 es ordenado sacerdote.
Devoto de la Inmaculada Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser militante en su colaboración con la Gracia divina para el avance de la fe católica. Movido por esta devoción y convicción, funda en 1917 un movimiento llamado «La Milicia de la Inmaculada» cuyos miembros se consagrarían a la bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante todos los medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en todo el mundo. En palabras del propio San Maximiliano, el movimiento tendría: «una visión global de la vida católica bajo una nueva forma, que consiste en la unión con la Inmaculada.»
Verdadero apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual «Caballero de la Inmaculada», orientada a promover el conocimiento, el amor y el servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para Cristo. Con una tirada de 500 ejemplares en 1922, en 1939 alcanzaría cerca del millón de ejemplares.
En 1929 funda la primera «Ciudad de la Inmaculada» en el convento franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que con el paso del tiempo se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen y, en palabras de San Maximiliano, dedicada a «conquistar todo el mundo, todas las almas, para Cristo, para la Inmaculada, usando todos los medios lícitos, todos los descubrimientos tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones.»
En 1931, después de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como voluntario y viaja a Japón en donde funda una nueva ciudad de la Inmaculada («Mugenzai No Sono») y publica la revista «Caballero de la Inmaculada» en japonés («Seibo No Kishi»).
En 1936 regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów, y tres años más tarde, en plena Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es liberado poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción. Es hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz, en donde a pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su ministerio.
En Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los prisioneros de toda huella de personalidad tratándolos de manera inhumana e inpersonal, como un simple número: a San Maximiliano le asignaron el 16670. A pesar de todo, durante su estancia en el campo nunca le abandonaron su generosidad y su preocupación por los demás, así como su deseo de mantener la dignidad de sus compañeros.
La noche del 3 de agosto de 1941, un prisionero de la misma sección a la que estaba asignado San Maximiliano escapa; en represalia, el comandante del campo ordena escoger a diez prisioneros al azar para ser ejecutados. Entre los hombres escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Maximiliano, casado y con hijos.
San Maximiliano, que no se encontraba entre los diez prisioneros escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio, y San Maximiliano es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve prisioneros. Diez días después de su condena y al encontrarlo todavía vivo, los nazis le administran una inyección letal el 14 de agosto de 1941.
Es así como San Maximiliano María Kolbe, en medio de la más terrible adversidad, dio testimonio y ejemplo de dignidad. En 1973 Pablo VI lo beatifica y en 1982 Juan Pablo II lo canoniza como Mártir de la Caridad. Juan Pablo II comenta la influencia que tuvo San Maximiliano en su vocación sacerdotal: «Surge aquí otra singular e importante dimensión de mi vocación. Los años de la ocupación alemana en Occidente y de la soviética en Oriente supusieron un enorme número de detenciones y deportaciones de sacerdotes polacos hacia los campos de concentración. Sólo en Dachau fueron internados casi tres mil. Hubo otros campos, como por ejemplo el de Auschwitz, donde ofreció la vida por Cristo el primer sacerdote canonizado después de la guerra, San Maximiliano María Kolbe, el franciscano de Niepokalanów.» (Don y Misterio).
San Maximiliano nos legó su concepción de la Iglesia militante y en febril actividad para la construcción del Reino de Dios. Actualmente siguen vivas obras inspiradas por él, tales como: los institutos religiosos de los frailes franciscanos de la Inmaculada, las hermanas franciscanas de la Inmaculada, así como otros movimientos consagrados a la Inmaculada Concepción. Pero sobretodo, San Maximiliano nos legó un maravilloso ejemplo de amor por Dios y por los demás.
Con motivo de los veinte años de la canonización del padre Maximiliano Kolbe (10 de octubre de 1982), los Frailes Menores Conventuales de Polonia abrieron el archivo de Niepokalanow (Ciudad de la Inmaculada, a 50 kilómetros de Varsovia), construido por el mismo mártir de Auschwitz. Entre los manuscritos del santo, destaca la última carta que escribió y que acaba con besos a su madre. Una carta que refleja una ternura que no aparecía en otros escritos, y que hace pensar que el sacrificio con el que ofreció la vida voluntariamente en sustitución de un condenado a muerte fue algo que maduró a lo largo de su vida. Este es el texto del escrito: «Querida madre, hacia finales de mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con gran amor en todos y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te mande otra carta porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y besos, Raimundo Kolbe».
Juan Pablo II, un año después de su elección, en Auschwitz, dijo: «Maximiliano Kobe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida». La expresión remite a unas palabras escritas por el padre Kolbe unas semanas antes de que los nazis invadieran Polonia (1 de septiembre de 1939): «Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime».
Los radioaficionados lo consideran su santo patrón, ya que San Maximiliano durante 30 años estuvo activo con el indicativo SP3RN.
El reto del perdón
Santo Evangelio según san Mateo 18, 21-19,1.
Jueves 19ª semana de Tiempo Ordinario
Por: José Alberto Rincón, LC
Fuente: www.somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que no endurezca mi corazón a tu voz; antes bien, que aprenda de ti a ser manso y humilde de corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-19,1
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”. Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda. Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda. Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contarle al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’ Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía. Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Cuando Jesús terminó de hablar, salió de Galilea y fue a la región de Judea que queda al otro lado del Jordán.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Pareciera que el perdón es privilegio de Dios. Nos maravillamos de ello, pero no nos cuesta trabajo entender que, desde su omnipotencia, pueda Él perdonar todo. En cambio, cuando miramos al hombre, cuando nos vemos en el espejo, somos más escépticos. ¿Perdonar, yo? O quizás vamos al otro extremo, y nos jactamos de ser la encarnación misma del perdón. Sin embargo, cuando exploramos las profundidades de nuestro corazón, caemos en cuenta que perdonamos a medias, es decir, actuamos como si nada hubiera pasado, pero guardamos rencor. ¡Hipócritas!
Jesús nos reta, como diciéndonos: ‘Tú, que dices estar abierto a perdonar de corazón, llega a la meta de 70 veces 7’. ¿Nos está diciendo que perdonemos 490 veces? ¡No, nos está indicando que debemos perdonar siempre! Pero hay más. En definitiva, no se trata sólo de perdonar a diestra y siniestra como si con un buen gesto bastara. También importa la naturaleza de ese perdón. Para los hombres, perdón es justicia; para Dios, es misericordia. La cifra que Jesús nos da es indicativa de la medida de la misericordia de Dios.
¿Y qué implica perdonar misericordiosamente? No significa olvidar, en absoluto. Si somos sinceros, nadie olvida la ofensa de la que puede haber sido objeto. Ahí está ese recuerdo, y ahí estará siempre. Perdonar con misericordia significa ver más allá de ese recuerdo o, mejor aún, verlo desde los ojos de Dios. Es entonces cuando uno entiende que el perdón no puede nacer sino del corazón. No es una fórmula, un protocolo, o un convencionalismo social. No es una sonrisa falsa, un apoyo interesado, ni un favor por cobrar. Es gratuidad.
Si lo dudas, voltea al crucifijo y deja que te recuerde que el mayor acto de perdón implicó que Cristo aceptara sin reproches ser clavado en el madero. Sigamos su ejemplo. Respondamos al reto, aceptando ser lo suficientemente humildes para reconocer que hoy me toca perdonar, y mañana también. Más aún, hoy me toca pedir perdón, y mañana…también.
«En la Biblia, setenta años evocan un período de tiempo cumplido, signo de la bendición de Dios. Pero setenta es también un número que hace aflorar en la mente dos célebres pasajes evangélicos. En el primero, el Señor nos ha mandado perdonarnos no siete, sino “hasta setenta veces siete”. El número no se refiere desde luego a un concepto cuantitativo, sino que abre un horizonte cualitativo: no mide la justicia, sino que inaugura el criterio de una caridad sin medida, capaz de perdonar sin límites. Esta caridad que, después de siglos de controversias, nos permite estar juntos, como hermanos y hermanas reconciliados y agradecidos con Dios nuestro Padre. Si estamos aquí es gracias también a cuantos nos han precedido en el camino, eligiendo la senda del perdón y gastándose por responder a la voluntad del Señor: “que todos sean uno”. Impulsados por el deseo apremiante de Jesús, no se han dejado enredar en los nudos intrincados de las controversias, sino que han encontrado la audacia para mirar más allá y creer en la unidad, superando el muro de las sospechas y el miedo». (Discurso de S.S. Francisco, 21 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pediré a Dios la gracia de reconocer con humildad los momentos en que he ofendido a otros, y de perdonar a quienes me puedan haber ofendido. Como acto concreto, ofreceré una disculpa sincera a la persona que soy consciente de haber ofendido.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Por qué llamar “seráficos” a los santos Francisco y Clara?
El «Seráfico Padre Francisco» y la «Seráfica Madre Clara» de la Orden Franciscana son santos conocidos por su ardiente amor a Dios. ¿Seráficos?, ¿qué significa?
Tanto san Francisco como santa Clara de Asís son conocidos como santos «seráficos», siendo a veces llamados el «seráfico Padre» y la «seráfico Madre» de la Orden Franciscana.
¿Qué significa «seráfico»?
La palabra «seráfico» hace referencia a los serafines, una clase especial de ángeles. Según la Enciclopedia Católica, «el nombre deriva a menudo del verbo hebreo saraph (‘consumir con fuego’), y esta etimología es muy probable por su concordancia con Isaías 6, 6, donde se representa a uno de los serafines llevando fuego celestial desde el altar para purificar los labios del Profeta».
Profundo amor a Dios
La tradición afirma que fue un serafín el que entregó a San Francisco las llagas de Cristo en su cuerpo (comúnmente conocidas como los estigmas).
Así lo narran las «Florecillas de san Francisco»:
«El día que precede a la fiesta de la Cruz de septiembre, hallándose san Francisco en oración recogido en su celda, se le apareció el ángel de Dios y le dijo de parte de Dios:
— Vengo a confortarte y a avisarte que te prepares y dispongas con humildad y paciencia para recibir lo que Dios quiera hacer en ti.
Respondió San Francisco:
— Estoy preparado para soportar pacientemente todo lo que mi Señor quiera de mí.
Dicho esto, el ángel desapareció».
Oraba Francisco a Dios pidiéndole experimentar el dolor de la Pasión de Jesús y el amor que sentía en ese momento por los pecadores. Supo que Dios se lo concedería, así es que se sentía animado por esa promesa.
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Los estigmas
Fue entonces que tuvo otra aparición:
«Estando así inflamado en esta contemplación, aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. El serafín se acercó a san Francisco en raudo vuelo tan próximo, que él podía observarlo bien: vio claramente que presentaba la imagen de un hombre crucificado y que las alas estaban dispuestas de tal manera, que dos de ellas se extendían sobre la cabeza, dos se desplegaban para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo […]
[…] En esa aparición seráfica, Cristo, que era quien se aparecía, habló a San Francisco de ciertas cosas secretas y sublimes, que San Francisco jamás quiso manifestar a nadie en vida, pero después de su muerte las reveló, como se verá más adelante. Y las palabras fueron éstas:
— ¿Sabes tú -dijo Cristo- lo que yo he hecho? Te he hecho el don de las llagas, que son las señales de mi pasión, para que tú seas mi portaestandarte».
El amor de santa Clara
Aunque no existe un milagro similar para santa Clara, ella compartió con san Francisco un profundo y apasionado amor a Dios, que es una característica de los serafines.
Teniendo esto en cuenta, muchos franciscanos siguen llamando «seráficos» a los santos Francisco y Clara, en honor al extraordinario ejemplo de santidad que dieron al mundo.
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