Recordamos las palabras que, desde la cruz, Jesús pronunció a San Juan: “Aquí tienes a tu Madre”. Al decir esto, no sólo estaba creando una relación filial entre María y Juan sino a través de Juan con toda la Iglesia. María será madre de todos los amados discípulos de Jesús a lo largo de todos los siglos.
También recordamos que en la Anunciación el ángel dijo a la doncella de Nazaret: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será santo y será llamado Hijo de Dios”. Hubo dos personas requeridas para la Encarnación, y ellas fueron el Espíritu Santo y la Santísima Madre.
Ahora podemos hacer la conexión: al convertirse en la madre de Cristo, María se convierte por extensión en madre de todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo a través del tiempo y espacio. Así como necesitamos del Espíritu Santo y la Santísima Madre para que se produjera la Encarnación en nuestra historia, ellos mismos son necesarios para que nazca Cristo en nuestras almas.
María, Madre de la Iglesia
La Iglesia celebra por primera vez la memoria de la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia.
Por: Redacción | Fuente: ACI Prensa
La Iglesia celebra por primera vez la memoria de la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia, cuya fecha fue establecida el lunes siguiente a Pentecostés.
El Vaticano estableció la memoria a través de un Decreto de la Congregación para el Culto Divino firmado el 11 de febrero de 2018.
El documento sostiene que el Papa Francisco “consideró atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana”.
En el decreto, la misma Congregación señala que “esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos”.
“La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer, la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia”, precisa el texto.
En una reciente columna semanal, el Arzobispo de Los Ángeles, Mons. José Gomez, indicó que los primeros cristianos “tenían una conciencia profunda de que la Iglesia era su ‘madre’ espiritual, que los daba a luz en el bautismo, constituyéndolos en hijos de Dios a través de los sacramentos”.
También en el Nuevo Testamento “los apóstoles a menudo se referían a los fieles como a sus hijos espirituales, reflejando así nuevamente su comprensión de que la Iglesia es nuestra madre y nuestra familia”.
“Y en esto, los primeros cristianos entendieron que María era el símbolo perfecto de la maternidad espiritual de la Iglesia”, afirmó Mons. Gomez.
Por ello, señaló que la nueva memoria que los católicos celebrarán el 21 de mayo es “un profético redescubrimiento de una antigua devoción”.
En el siglo XX, el Papa Pablo VI, dirigiéndose a los padres conciliares del Vaticano II, declaró que María Santísima era Madre de la Iglesia.
La memoria “Virgen María, Madre de la Iglesia” recuerda que ella es Madre de todos los hombres y especialmente de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, desde que es Madre de Jesús por la Encarnación.
Así lo confirmó Jesús desde la Cruz, antes de morir, al apóstol San Juan, y el discípulo la acogió como Madre.
La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano, cumpliendo así la profecía de la Virgen, que dijo: “Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1,48).
Anclados en Cristo
Mateo 5, 1-12. Todos los santos. Alegraos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos
Por: H. Balam Loza,LC | Fuente: www.missionkits.org
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Hoy, Jesús, quiero subir al monte, a la soledad, al silencio. Entraré en mi corazón, pues es ahí donde Tú me hablas y te escucharé. Quiero verte y contemplar esa mirada que me conoce profundamente. Esa mirada tuya tan llena de amor. Jesús, hay muchas cosas que me turban e inquietan. Hoy quiero hacerlas a un lado para escuchar tu palabra.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, y les dijo:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
¡Con amor eterno nos ama! Con amor eterno nos mira Dios en este momento. Y no nos pide otra cosa más que estar aquí. Escuchando esa llamada a ser feliz y dichoso. Pero ¿qué es la felicidad? ¿Dónde encontrarla? He ahí el camino. No es el camino ancho sino el estrecho. Y no nos fijemos tanto en el camino sino más bien en la meta, en lo que nos espera: La felicidad. Y esa felicidad es estar con Dios. Estar con ese Dios que nos ama como nadie puede hacerlo. En ese Dios que nos mira como nadie nos puede mirar.
Se puede pensar que es algo abstracto y que está fuera de la realidad. Sin embargo es lo más real. El camino se nos presenta a cada instante y las tentaciones de dejar de caminar son muchas. ¿Qué pasa cuando abusan de mi generosidad? ¿O ante el dolor y el sufrimiento? ¿No es verdad que somos imponentes? Y entonces es cuando nos damos cuenta que esto no puede acabar así. Cuando vemos que hacemos el bien y recibimos el mal. Sí, queremos dejar de luchar. Muchas veces no se comprende el porqué de muchas cosas. Pero en el fondo queda la semillita. Queda ese deseo del consuelo, ese deseo de que alguien me ame de verdad, de gozar de la plena felicidad. Y entonces nos damos cuenta que el deseo del cielo es lo más ordinario en nuestras vidas. Y por ello hacemos el bien.
Cristo sufrió en silencio por amor. Nosotros diariamente tenemos muchas oportunidades de vivir en silencio los grandes o pequeños sufrimientos que nos tocan vivir, pero hemos de perseverar, hemos de mirar a lo alto de la montaña y ver que el primero en vivir las bienaventuranzas ha sido Cristo. Él es nuestro modelo y nuestro ideal. Anclados en Cristo, aún en medio de las grandes tormentas, podremos llegar al puerto seguro.
«Es la nueva ley del Señor para nosotros. Las bienaventuranzas son la guía de ruta, de itinerario, son los navegadores de la vida cristiana: precisamente aquí vemos, por este camino, según las indicaciones de este navegador, cómo podemos avanzar en nuestra vida cristiana.»
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de junio de 2016, en Santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy te ofrezco, Jesús, vivir la caridad delicada. Si alguien me hace enfadar no le responderé ni le demostraré el haber sentido la ofensa.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Por qué Santa María es madre de la Iglesia?
Vatican News
Mónica Muñoz – publicado el 10/05/24
Santa María es madre de Jesús, y el Evangelio nos recuerda que, en la cruz, le encargó a Juan que la llevara a su casa, convirtiéndose en Madre de la Iglesia
La figura de María es fundamental para los católicos, pues entendemos que Dios la eligió para ser madre de su Hijo, pidiendo su consentimiento. Y después, su misión no terminó con la ascensión a cielo de Cristo, pues más allá de ser solamente el «recipiente» donde se gestó la Persona de Jesús, como burdamente algunos pretende reducirla, la intercesión de nuestra Señora se ha prolongado hasta el cielo y por la eternidad.
Al pie de la cruz
La santísima Virgen María había dado su «sí» al plan de Dios, decidida a enfrentar todas las adversidades que pudieran desencadenarse por su condición de virgen, que aún no vivía con su esposo. Se entregó completamente a la voluntad de su Señor. Fue madurando su decisión, pues había muchas cosas que meditaba en su corazón porque no las entendía, sin embargo, confiaba.
Y fue en la tremenda prueba de la cruz donde permaneció fielmente de pie hasta el último momento; ahí Jesús decidió entregarla como madre de todos los hombres, en la figura de san Juan:
«Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: ‘Mujer, aquí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Aquí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa». (Jn 19,25-27).
Celebramos su memoria después de Pentecostés

The J. Paul Getty Museum
Durante muchos siglos, Santa María ha sido considerada Madre de la Iglesia. El Decreto sobre la celebración de la Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia en el Calendario Romano General menciona que «esto estaba ya de alguna manera presente en el sentir eclesial a partir de las palabras premonitorias de san Agustín y de san León Magno».
Benedicto XIV y León XIII utilizaron títulos equivalentes como Madre de los discípulos, de los fieles, de los creyentes, de todos los que renacen en Cristo.
Fue san Pablo VI, quien declaró a la bienaventurada Virgen María como Madre de la Iglesia el 21 de noviembre de 1964.
Pero fue el Papa Francisco quien, el 11 de febrero de 2018, estableció que la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, fuera inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año, para gloria de Dios.