John 21:1-19
Amigos, debemos estar atentos a la profundidad mística del Evangelio de hoy. Al amanecer, los discípulos vislumbran una figura misteriosa en la orilla lejana que les grita: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?” Cuando responden negativamente, les dice que arrojen la red por el lado derecho del barco. Cuando lo hacen, consiguen capturar una gran cantidad de pescado.
Esta escena de pesca es un símbolo de la Iglesia (la barca de Pedro) que, a través de espacio y tiempo, lleva adelante la tarea apostólica de buscar almas. La vida y obra de la Iglesia, nos dice Juan, será una lucha prolongada en el crepúsculo, un trabajo arduo que, a menudo, parecerá dar poco o ningún fruto. Pero después de la larga noche, vendrá el amanecer de una nueva vida y un nuevo orden, el mundo transfigurado por Jesús. La captura de los peces, que él hace posible, se refiere a la totalidad de personas que Cristo reunirá para sí mismo; es el nuevo Israel, la Iglesia escatológica.
Sabemos esto a través del sutil simbolismo. Cuando los peces son arrastrados a la orilla, Juan nos brinda el detalle de decirnos su número exacto, 153: una cifra comúnmente tomada en el mundo antiguo para indicar el número total de especies de peces del mar conocidas en esos tiempos.
Felipe y Santiago el Menor, Santos
Fiesta Litúrgica, 4 de mayo
Por: n/a | Fuente: ACI Prensa
Apóstoles
Martirologio Romano: Fiesta de san Felipe y Santiago, apóstoles. Felipe, que, al igual que Pedro y Andrés, había nacido en Betsaida, era discípulo de Juan Bautista y fue llamado por el Señor para que le siguiera. Por su parte, Santiago, de sobrenombre «Justo», hijo de Alfeo y considerado en Occidente como el pariente del Señor, fue el primero que rigió la Iglesia de Jerusalén. Al suscitarse la controversia sobre la circuncisión, se adhirió al criterio de Pedro, a fin de que no se impusiese a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo. Muy pronto coronó su apostolado con el martirio.
Breve Semblanza
San Felipe era originario de Betsaida de Galilea. San Juan habla de él varias veces en el Evangelio. Narra que el Señor Jesús llamó a Felipe al día siguiente de las vocaciones de San Pedro y San Andrés. De los Evangelios se deduce que el Santo respondió al llamado del Señor .Escritores de la Iglesia primitiva y Eusebio, historiador de la Iglesia, afirman que San Felipe predicó el Evangelio en Frigia y murió en Hierápolis. Papías, obispo de este lugar, supo por las hijas del apóstol, que a Felipe se le atribuía el milagro de la resurrección de un muerto.
A Santiago se le llama «el Menor» para diferenciarlo del otro apóstol, Santiago el Mayor (que fue martirizado poco después de la muerte de Cristo).
El evangelio dice que era de Caná de Galilea, que su padre se llamaba Alfeo y que era familiar de Nuestro Señor. Es llamado «el hermano de Jesús», no porque fuera hijo de la Virgen María, la cual no tuvo sino un solo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, sino porque en la Biblia se le llaman «hermanos» a los que provienen de un mismo abuelo: a los primos, tíos y sobrinos (y probablemente Santiago era «primo» de Jesús, hijo de alguna hermana de la Sma. Virgen). En la S. Biblia se lee que Abraham llamaba «hermano» a Lot, pero Lot era sobrino de Abraham.
Y se le lee también que Jacob llamaba «hermano» a Laban, pero Laban era tío de Jacob. Así que el decir que alguno era «hermano» de Jesús no significa que María tuvo más hijos, sino que estos llamados «hermanos», eran simplemente familiares: primos, etc.
San Pablo afirma que una de las apariciones de Jesús Resucitado fue a Santiago. Y el libro de Los Hechos de los Apóstoles narra cómo en la Iglesia de Jerusalén era sumamente estimado este apóstol. (Lo llamaban «el obispo de Jerusalén»). San Pablo cuenta que él, la primera vez que subió a Jerusalén después de su conversión, fue a visitar a San Pedro y no vio a ninguno de los otros apóstoles, sino solamente a Santiago. Cuando San Pedro fue liberado por un ángel de la prisión, corrió hacia la casa donde se hospedaban los discípulos y les dejó el encargo de «comunicar a Santiago y a los demás», que había sido liberado y que se iba a otra ciudad (Hech. 12,17). Y el Libro Santo refiere que la última vez que San Pablo fue a Jerusalén, se dirigió antes que todo «a visitar a Santiago, y allí en casa de él se reunieron todos los jefes de la Iglesia de Jerusalén» (Hech. 21,15). San Pablo en la carta que escribió a los Gálatas afirma: «Santiago es, junto con Juan y Pedro, una de las columnas principales de la Iglesia». (Por todo esto se deduce que era muy venerado entre los cristianos).
Cuando los apóstoles se reunieron en Jerusalén para el primer Concilio o reunión de todos los jefes de la Iglesia, fue este apóstol Santiago el que redactó la carta que dirigieron a todos los cristianos (Hechos 15).
Hegesipo, historiador del siglo II dice: «Santiago era llamado ‘El Santo’. La gente estaba segura de que nunca había cometido un pecado grave. Jamás comía carne, ni tomaba licores. Pasaba tanto tiempo arrodillado rezando en el templo, que al fin se le hicieron callos en las rodillas. Rezaba muchas horas adorando a Dios y pidiendo perdón al Señor por los pecados del pueblo. La gente lo llamaba: ‘El que intercede por el pueblo’». Muchísimos judíos creyeron en Jesús, movidos por las palabras y el buen ejemplo de Santiago. Por eso el Sumo Sacerdote Anás II y los jefes de los judíos, un día de gran fiesta y de mucha concurrencia le dijeron: «Te rogamos que ya que el pueblo siente por ti grande admiración, te presentes ante la multitud y les digas que Jesús no es el Mesías o Redentor».
Y Santiago se presentó ante el gentío y les dijo: «Jesús es el enviado de Dios para salvación de los que quieran salvarse. Y lo veremos un día sobre las nubes, sentado a la derecha de Dios». Al oír esto, los jefes de los sacerdotes se llenaron de ira y decían: «Si este hombre sigue hablando, todos los judíos se van a hacer seguidores de Jesús». Y lo llevaron a la parte más alta del templo y desde allá lo echaron hacia el precipicio. Santiago no murió de golpe sino que rezaba de rodillas diciendo: «Padre Dios, te ruego que los perdones porque no saben lo que hacen».
El historiador judío, Flavio Josefo, dice que a Jerusalén le llegaron grandes castigos de Dios, por haber asesinado a Santiago que era considerado el hombre más santo de su tiempo.
Este apóstol redactó uno de los escritos más agradables y provechosos de la S. Biblia. La que se llama «Carta de Santiago». Es un mensaje hermoso y sumamente práctico. Ojalá ninguno de nosotros deje de leerla. Se encuentra al final de la Biblia. Allí dice frases tan importantes como estas: «Si alguien se imagina ser persona religiosa y no domina su lengua, se equivoca y su religión es vana». «Oh ricos: si no comparten con el pobre sus riquezas, prepárense a grandes castigos del cielo». «Si alguno está triste, que rece. Si alguno se enferma, que llamen a los presbíteros y lo unjan con aceite santo, y esa oración le aprovechará mucho al enfermo» (de aquí sacó la Iglesia la costumbre de hacer la Unción de los enfermos). La frase más famosa de la Carta de Santiago es esta: «La fe sin obras, está muerta».
Reconocer la voz del Maestro
Santo Evangelio según san Juan 21, 1-19. Domingo III de Pascua
Por: Jesús Alberto Salazar Brenes, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Acompáñame, Señor, en esta Pascua para que pueda reconocer tu voz y amarte como Tú me amas.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 21, 1-19
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «También nosotros vamos contigo». Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿han pescado algo?». Ellos contestaron: «No». Entonces él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces». Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: «Es el Señor». Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar». Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: «Vengan a almorzar». Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.
Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor; tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.
Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.
”Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con que género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El maestro ha muerto, resucitó y lo vimos… pero… ¿Ahora qué? Muchos de nosotros nos hemos ido preparando para tener una experiencia espiritual en Semana Santa, así como vivimos la alegría de la Pascua, pero hemos regresado a nuestra barca de todos los días, a nuestras ocupaciones ordinarias. Quizás, como a los apóstoles, nos cuesta ver los frutos espirituales, lanzamos la red y no encontramos pesca.
«Echen la red a la derecha de la barca». Cuando nos sentimos de nuevo en la rutina, el secreto está en agudizar los oídos para reconocer la voz del Maestro. El segundo paso es ponernos en marcha, ir al encuentro del Señor quien, a pesar de haberle fallado tantas veces, está esperándonos con su mirada amorosa y nos pregunta: ¿Me amas más que a éstos? ¿Me amas más que lo que te aleja de mí y te genera sólo una alegría pasajera?
Después de este gran reencuentro personal con el Maestro, la vida de Pedro nunca fue la misma, nunca fue una rutina más, sino que tuvo una misión encomendada por el mismo Jesús.
En estos días reencontrémonos con el Señor, con su misericordia. Digámosle que quizás no somos capaces de amarle como lo merece, solo de quererle como Pedro, pero que queremos hacerlo con la mayor intensidad para que nuestra alma sea sanada y, a través nuestro, muchos otros puedan tener la experiencia de conocer a Cristo. También el Señor nos quiere dar una misión. Agudicemos nuestros oídos del espíritu para escuchar su voz.
«Esperar despiertos, ir, arriesgar, comunicar la belleza: son gestos de amor. El buen Pastor, que en Navidad viene para dar la vida a las ovejas, en Pascua le preguntará a Pedro, y en él a todos nosotros, la cuestión final: “¿Me amas?”. De la respuesta dependerá el futuro del rebaño. Esta noche estamos llamados a responder, a decirle también nosotros: “Te amo”. La respuesta de cada uno es esencial para todo el rebaño».
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de diciembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy dedicaré un tiempo al silencio interior para escuchar más atentamente lo que Dios me está pidiendo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Felipe y Santiago, los apóstoles que celebramos juntos

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Dolors Massot – publicado el 03/05/15 – actualizado el 03/05/24
Los apóstoles Felipe y Santiago el menor son recordados y mencionados juntos en los Evangelios, pero su martirio es una historia que solo conocemos por la tradición
El cuatro de mayo celebramos a dos apóstoles: Santiago y Felipe.
Santiago era de Caná de Galilea. Su padre se llamaba Alfeo y era familiar de Jesús. En el Evangelio se le llama «hermano de Jesús» porque era la descripción hebrea de los nacidos del mismo abuelo.
Tanto en dicho Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, se le nombra como «Santiago, hijo de Alfeo» y así se le distingue del otro apóstol Santiago, el hijo de Zebedeo. También se les llama «el Menor» y «el Mayor», respectivamente.
El más santo de su época

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Santiago muy querido entre los primeros cristianos y se le denomina «obispo de Jerusalén»; incluso, el historiador judío Flavio Josefo sostiene que era considerado el hombre más santo de su época.
Esto podemos verlo en la Carta a los Gálatas, en la que Pablo escribió: «Santiago es, junto con Juan y Pedro, una de las columnas principales de la Iglesia»
Antes de morir mártir -en una gran fiesta de los judíos, que no toleraban el gran número de conversos gracias a su predicación- escribió la carta que redactaron los apóstoles a todo el pueblo cristiano después del primer Concilio de Jerusalén y la Carta de Santiago, que pertenece a los textos canónicos de la Biblia.
San Felipe
San Felipe era de Betsaida. Jesucristo mismo lo eligió como apóstol. Y aparece citado específicamente en varios momentos del relato evangélico: la invitación a Natanael para que conozca al Señor, la multiplicación de los panes y los peces, la última cena…
No sabemos con certeza dónde murió san Felipe. La tradición considera que fue martirizado en una cruz en forma de X, cabeza abajo, y enterrado en Escitia (actual Turquía).
Las reliquias de san Felipe y Santiago fueron depositadas y se veneran juntas en la basílica de los Santos Apóstoles XII en Roma. Por esta razón la Iglesia de Occidente decidió celebrar su fiesta en el mismo día.
La humildad frente a la ambición
En el cuarto capítulo de la carta de Santiago encontramos esta instrucción:
Sométanse a Dios; resistan al demonio, y él se alejará de ustedes.
Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Que los pecadores purifiquen sus manos; que se santifiquen los que tienen el corazón dividido.
Reconozcan su miseria con dolor y con lágrimas. Que la alegría de ustedes se transforme en llanto, y el gozo, en tristeza.
Humíllense delante del Señor, y él los exaltará.
Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla en contra de un hermano o lo condena, habla en contra de la Ley y la condena. Ahora bien, si tú condenas la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la misma.
Y no hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?