John 2:1-11
Amigos, el Evangelio de hoy es acerca de la boda en Caná. La madre de Jesús es la primera en hablar, mientras Juan cuenta la historia, y dice: “No tienen vino”. A nivel superficial, está mencionando, de hecho, una situación desastrosa social —se están quedando sin vino durante una fiesta— y por ello le está pidiendo a Jesús que haga algo.
Pero veamos más allá. El vino, en las Escrituras, es un símbolo de exuberancia e intoxicación en la vida divina. Cuando Dios está en nosotros, somos elevados, nos volvemos alegres, transfigurados. Por lo tanto, cuando María dice: “No tienen más vino”, está hablando por todo Israel y de hecho por toda la raza humana. Se han quedado sin la exuberancia y alegría que viene de la unión con Dios.
Y esta es precisamente la razón por la que Jesús la llama “mujer”. Podemos confundirnos fácilmente pensando que Él estaba siendo tajante o irrespetuoso. Pero Él se estaba dirigiendo a ella con el título de Eva, la madre de todos los vivientes. María representa aquí a la humanidad sufriente, quejándose a Dios porque el gozo de la vida se ha agotado.
Macario el Grande, Santo
Abad, 19 de enero
Por: n/a | Fuente: EWTN.com
Martirologio Romano: Conmemoración de san Macario el Grande, presbítero y abad del monasterio de Scete, en Egipto, que, considerándose muerto al mundo, vivía sólo para Dios, enseñándolo así a sus monjes (c. 390).
Etimología: Macario = Aquel que ha encontrado la felicidad, es de origen griego.
NOTA: En la actualidad el Martirologio lo recuerda el 19 de enero, en el calendario anterior se lo celebraba el 16 de febrero
Breve Biografía
Este santo nació en Egipto por el año 300. Pasó su niñez como pastor, y en las soledades del campo adquirió el gusto por la oración y por la meditación y el silencio.
Una mujer atrevida le inventó la calumnia de que el niño que iba a tener era hijo de Macario, el cual, según decía ella, la había obligado a pecar. La gente enardecida arrastró al pobre joven por las calles. Pero él le pidió al Señor en su oración que hiciera saber a todos la verdad, y sucedió que tal mujer empezó a sentir terribles dolores y no podía dar a luz, hasta que al fin contó a sus vecinos quién era el verdadero papá del niño. Entonces la gente se convenció de la inocencia de Macario y cambió su antiguo odio por una gran admiración a su humildad y a su paciencia.
Para huir de los peligros del mundo, Macario se fue a vivir en un desierto de Egipto, dedicándose a la oración, a la meditación y a la penitencia, y allí estuvo 60 años y fueron muchos los que se le fueron juntando para recibir de él la dirección espiritual y aprender los métodos para llegar a la santidad.
El obispo de Egipto ordenó de sacerdote a Macario para que pudiera celebrarles la misa a sus numerosos discípulos. Después fue necesario ordenar de sacerdotes a cuatro de sus alumnos para atender las cuatro iglesias que se fueron construyendo allí cerca donde él vivía, para los centenares de cristianos que se habían ido a seguir su ejemplo de oración, penitencia y meditación en el desierto.
Macario quería cumplir aquella exigencia de Jesús: «Si alguno quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo», y se dedicó a mortificar sus pasiones y sus apetitos. Estaba convencido de que nadie será puro y casto si no les niega de vez en cuando a sus sentidos algo de lo que estos piden y desean. Deseaba dominar sus pasiones y dirigir rectamente sus sentidos. Sentía la necesidad de vencer sus malas inclinaciones, y notó que el mejor modo para obtener esto era la mortificación y la penitencia. Como su carne luchaba contra su espíritu, se propuso por medio del espíritu dominar las pasiones de la carne. A quienes le preguntaban por qué trataba tan duramente a su cuerpo, les respondía: «Ataco al que ataca mi alma». Y si a alguno le parecían demasiadas sus mortificaciones le decía: «Si supieras las recompensas que se consiguen mortificando las pasiones del cuerpo, nunca te parecerían demasiadas las mortificaciones que se hacen para conservar la virtud».
En aquellos desiertos, con 40 grados de temperatura y un viento espantosamente caliente y seco, no tomaba agua ni ninguna otra bebida durante el día.
En un viaje al verlo torturado por la sed, un discípulo le llevó un vaso de agua, pero el santo le dijo: «Prefiero calmar la sed, descansando un poco debajo de una palmera», y no tomó nada. Y a uno de sus seguidores les dijo un día: «En estos últimos 20 años jamás he dado a mis sentidos todo lo que querían. Siempre los he privado de algo de lo que más deseaban».
Dominaba su lengua y no decía sino palabras absolutamente necesarias. A sus discípulos les recomendaba mucho que como penitencia guardaran el mayor silencio posible. Y les aconsejaba que en la oración no emplearan tantas palabras. Que le dijeran a Nuestro Señor: «Dios mío, concédeme las gracias que Tú sabes que necesito». Y que repitiera aquella oración del salmo: «Dios mío, ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme».
Admirable era el modo como moderaba su genio y su carácter, de manera que la gente quedaba muy edificada al verlo siempre alegre, de buen genio y que no se impacientara por más que lo ofendieran o lo humillaran.
A un joven que le pedía consejos de cómo librarse de la preocupación del qué dirán los demás, lo mandó a un cementerio a que les dijera un montón de frases duras a los muertos. Cuando volvió le preguntó Macario: Qué te respondieron los muertos? NO me respondieron nada, le dijo el joven. ¡Entonces ahora vas y les dices toda clase de elogios y alabanzas! El muchacho se fue e hizo lo que el santo le había mandado, y éste volvió a preguntarle: ¿Qué te respondieron los muertos? ¡Padre, nada me respondieron! «Pues mira», le dijo el hombre de Dios: «Tú tienes que ser como los muertos: ni entristecerte porque te critican y te insultan, ni enorgullecerte porque te alaban y te felicitan. Porque tú eres solamente lo que eres ante Dios, y nada más ni nada menos».
A uno que le preguntaba qué debía hacer para no dejarse derrotar por las tentaciones impuras le dijo: «Trabaje más, coma menos, y no les conceda a sus sentidos y a sus pasiones el gusto al placer inmediato. Quien no se mortifica en lo lícito, tampoco se mortificará en lo ilícito». El otro practicó estos consejos y conservó la castidad.
Macario le pidió a Dios que le dijera a qué grado de santidad había llegado ya, y Nuestro Señor le dijo que todavía no había llegado a ser como la de dos señoras casadas que vivían en la ciudad más cercana. El santo se fue a visitarlas y a preguntarles qué medios empleaban para santificarse, y ellas le dijeron que los métodos que empleaban eran los siguientes: dominar la lengua, no diciendo palabras inútiles o dañosas. Ser humildes, soportando con paciencia las humillaciones que recibían y la pobreza y los oficios sencillos que tenían que hacer. Ser siempre amables y muy pacientes, especialmente con sus maridos que eran muy malgeniudos, y con los hijos rebeldes y los vecinos ásperos y poco caritativos. Y como medio muy especial le dijeron que se esmeraban por vivir todo el día en comunicación con Dios, ofreciéndole al Señor todo lo que hacían, sufrían y decían, todo para mayor gloria de Dios y salvación de las almas.
Los herejes arrianos que negaban que Jesucristo es Dios, desterraron a Macario y sus monjes a una isla donde la gente no creía en Dios. Pero allí el santo se dedicó a predicar y a enseñar la religión, y pronto los paganos que habitaban en aquellas tierras se convirtieron y se hicieron cristianos.
Cuando los herejes arrianos fueron vencidos, Macario pudo volver a su monasterio del desierto. Y sintiendo que ya iba a morir, pues tenía 90 años, llamó a los monjes para despedirse de ellos. Al ver que todos lloraban, les dijo: «Mis buenos hermanos: lloremos, lloremos mucho, pero lloremos por nuestros pecados y por los pecados del mundo entero. Esas sí son lágrimas que aprovechan para la salvación».
Jesús dijo: «Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt. 5). Dichosos los que lloran y se afligen por sus propios pecados. Dichosos los que lloran por las ofensas que los pecadores le hacen a Dios. Lloremos arrepentidos en esta vida, para que no tengamos que ir a llorar a los tormentos eternos». Y murió luego muy santamente. Llevaba 60 años rezando, ayunando, haciendo penitencia, meditando y enseñando, en el desierto.
Oración
San Macario, santo penitente:
consíguenos de Dios la gracia de hacer penitencia por nuestros pecados en esta vida,
para no tener que ir a pagarlos en los castigos de la eternidad.
Amén
Hacer lo que Él diga
Santo Evangelio según San Juan 2, 1-11. Domingo II del tiempo ordinario
Por: David Mauricio Sánchez Mejía, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Haz, Señor, de mí, un instrumento de tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11
En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Éste y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”. Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al encargado de la fiesta”.
Así lo hicieron, y en cuanto el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al esposo y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”. Esto que hizo Jesús en Caná de Galilea fue el primero de sus signos. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
María es madre de Jesús y madre nuestra, y como tal se preocupa muchísimo por sus hijos. Ella es la madre atenta que reconoce nuestras necesidades, aun antes de que nos atrevamos a expresarlas. María no estaba obligada a hacer nada por esta pareja pero ella intuía que su hijo era la respuesta a todas las necesidades de los hombres. Contemplemos por un instante la escena: no hay vino y los nuevos esposos… no se enteran. Tan felices están que no se dan cuenta de lo que sucede a su alrededor. Los sirvientes, por otro lado, saben el desastre que está por suceder. ¡Una fiesta sin vino!
María sabe que ella sola no puede hacer nada, se sabe criatura, reconoce sus límites. Acude a Jesús y, por su generosa atención, Jesús decide actuar. Éste es, quizá el servicio más grande que la madre de Jesús hace a esta familia y en especial a los sirvientes: señalarles a Jesús. Él sí puede ayudarlos.
Nosotros, como María, estamos llamados a ver las necesidades de los demás, pues es Jesús mismo quien vive en nuestros hermanos. Negarnos a ver sus necesidades es negarnos a ver a Jesús. Por eso, debemos tomar la iniciativa y obrar de acuerdo a nuestras posibilidades; y cuando no podamos, debemos ser humildes, reconocer nuestra debilidad y encomendar sus necesidades al Señor. A fin de cuentas éste es el servicio más grande que podemos hacer al prójimo: con nuestra oración y nuestras obras llevarlos a Jesús.
«Queridos hermanos, no hay mayor medicina para curar tantas heridas que un corazón que sepa de misericordia, que un corazón que sepa tener compasión ante el dolor y la desgracia, ante el error y las ganas de levantarse de muchos y que no saben cómo hacerlo. La compasión es activa porque “hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros” para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos, Inclinándonos especialmente ante aquellos que más sufren. Como María, estar atentos a aquellos que no tienen el vino de la alegría, así sucedió en las bodas de Caná».
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Daré de comer a un pobre.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Arsenio de Corfú, un judío que se convirtió en obispo
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Dolors Massot – publicado el 18/01/23
Converso del judaísmo en el siglo X, fue el primer obispo de la isla griega
San Arsenio (Arsenios en griego) de Corfú nació en Betania (Palestina) en el seno de una familia judía y se convirtió al cristianismo.
Fue nombrado primer obispo de Corfú en el año 933. De él la tradición subraya su inclinación a pasar noches en vela en oración.
Falleció en el año 959.
Santo patrón
San Arsenio es patrono de la isla de Corfú junto con san Espiridón.
Oración
Dios todopoderoso,
te pedimos humildemente por intercesión de san Arsenio de Corfú, obispo,
que multipliques en nosotros tus dones y que vivamos en tu paz.
Por nuestro Señor Jesucristo.