Luke 5:12-16

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús cura a un leproso que se había postrado ante Él.

Para los judíos de la Biblia, la lepra era especialmente aterradora. Según el Levítico, el leproso era expulsado de la comunidad, obligado a gritar “¡inmundo, inmundo!” para advertir a otros que se alejaran de él. La ostracización social fue probablemente más severa que cualquier sufrimiento físico provocado por la enfermedad, especialmente en el momento en que dependía tan íntimamente del apoyo de los demás para sobrevivir.

Ahora bien, sin negar esta lectura más “externa”, me gustaría seguir a los padres de la Iglesia que propusieron otro tipo de interpretación, más hacia el “interior”. ¿Qué parte tuya se ha vuelto leprosa? ¿Cuál parte está siendo llamada a la intimidad con Cristo?

Observen la dinámica de curación en esta historia. El hombre leproso viene a Jesús, se postra y pide ser sanado. No hay ningún ejemplo de curación en el Nuevo Testamento que no implique algún tipo de sinergia entre Jesús y la persona que se cura.

Lo que haya en ti que necesite curación debe venir y postrarse ante Cristo y pedir ser recibido. Y, por supuesto, que Él quiere sanar. Para ello ha venido.

Guillermo de Bourges, Santo

Abad y Obispo, 10 de enero

Por: Alban Butler | Fuente: Vida de los Santos

Martirologio Romano: En la ciudad de Bourges, en Aquitania, san Guillermo (Guilelmus Bituricensis), obispo, que, deseoso de soledad y meditación, se hizo monje en el monasterio cisterciense de Pontigny. Más tarde fue abad de Chaalis y, después, elegido obispo de Bourges, no abandonando nunca la austeridad de la vida monástica y distinguiéndose por su amor a los clérigos, a los cautivos y a los desgraciados (1209).

Breve Biografía

Guillermo de Donjeon, que pertenecía a una ilustre familia de Nevers, nació en Nevers, Francia. Fue educado por su tío Pedro, archidiácono de Soissons. Muy joven fue hecho canónigo, primero dé Soissons y luego de París. Pero pronto decidió abandonar totalmente el mundo, y se retiró a la soledad en la abadía de Grandmont. Allí vivió con gran regularidad la vida de esa austera orden, hasta que una disputa entre los monjes de coro y los otros turbó la paz.

Guillermo pasó entonces a la orden cisterciense, que se distinguía por su fama de santidad. Tomó el hábito en la abadía de Pontigny. Poco después fue elegido abad, primero de Fontaine-Jean, en la diócesis de Sens, y después, del monasterio de Chalis, mucho más importante, que había sido construido por Luis el Gordo, en 1136. San Guillermo se consideró siempre como el último de los monjes.

La mansedumbre de su palabra daba testimonio del gozo y la paz de su alma. La virtud era atractiva en él, a pesar de sus crueles austeridades.

A la muerte de Enrique de Sully, arzobispo de Bourges, el clero de la ciudad pidió a Eudo, obispo de París, que le ayudase a elegir un pastor. Como todos querían a un abad del Cister, depositaron sobre el altar el nombre de tres abades. Esta elección por sorteo hubiera sido una superstición, si los electores hubieran esperado un milagro. En realidad era muy razonable, ya que todas las personas propuestas para el cargo parecían igualmente dotadas, y se encomendaba la elección a Dios, poniendo toda la confianza en su Providencia ordinaria. Después de haber orado, Eudo leyó el nombre de Guillermo, a quien, por otra parte, habían favorecido casi todos los votos de los presentes. Era el 23 de noviembre del año 1200. La noticia abrumó a Guillermo, quien jamás hubiera aceptado el cargo, si el papa Inocencio III y el abad de Citeaux, no se lo hubieran mandado. Guillermo abandonó la soledad con lágrimas en los ojos, y fue consagrado obispo poco después.

El primer cuidado de san Guillermo fue elevar su vida interior y exterior a la altura de su dignidad, pues estaba persuadido de que el primer deber de un hombre es honrar a Dios en su corazón. Redobló, pues sus penitencias, diciendo que su cargo le obligaba a sacrificarse por los otros tanto o más, que por sí mismo. Bajo el hábito religioso llevaba una áspera camisa, y ni en el invierno, ni en el verano, cambiaba de manera de vestir. Jamás comía carne, aunque sus huéspedes encontraban buena mesa en su casa.

No menos digna de encomio era su solicitud por su rebaño. Se preocupaba especialmente por los pobres, a quienes prestaba socorro espiritual y material, pues decía que Dios le había enviado sobre todo para ellos. Era muy indulgente con los pecadores arrepentidos; en cambio se mostraba inflexible con los impenitentes, aunque nunca invocó contra ellos el poder civil, como se acostumbraba entonces. Tal actitud le ganó más de una conversión.

Algunos nobles, abusando de su bondad, usurparon los derechos de su iglesia; pero Guillermo no se amilanó ante la amenaza de confiscación de bienes y llevó el caso ante el rey. Su humildad y paciencia triunfaron en varias ocasiones de la oposición de su capítulo y su clero. Guillermo convirtió a muchos albigenses, y su última enfermedad le sorprendió cuando estaba preparando una misión para esos herejes. A pesar de su padecimiento, decidió predicar un sermón de despedida. Esto hizo que la fiebre aumentara y que Guillermo tuviese que posponer su viaje. La noche siguiente, previendo que se acercaba el fin, Guillermo insistió en adelantar el canto de los nocturnos, que tiene lugar a medianoche; pero, habiendo trazado sobre sus labios la señal de la cruz, sólo pudo pronunciar las dos primeras palabras. Entonces dio la señal a los presentes de que le colocaran sobre un lecho de ceniza, y murió al amanecer del 10 de enero de 1209. Su cuerpo fue sepultado en la catedral de Bourges. En 1217, después de numerosos milagros, sus restos fueron depositados en un relicario. El papa Honorio III le canonizó al año siguiente.

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER’S INTERNATIONAL – JOHN W. CLUTE, S. A.

Una extensión del amor de Cristo

Santo Evangelio según San Lucas 5, 12-16. Viernes después de Epifanía

Por: Abraham Cortés Ceja, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, ayúdame para que en este día pueda yo ser reflejo de tu amor hacia el prójimo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 5, 12-16

En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo: «Señor, si quieres, puedes curarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero. Queda limpio». Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió: «Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio». Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Solo quiero que el día de hoy nos quedemos con una sola idea de este Evangelio, «y Jesús extendió la mano y lo tocó». Nuestro Señor rompió todas las barreras, traspasó los límites que la sociedad tenía contra los leprosos; no le importó que podían decir de Él y simplemente lo sano extendiendo su mano.

Nosotros, como cristianos, podemos ayudar a tantos hermanos en Cristo, tan solo extendiendo nuestras manos hacia ellos, sin dejarnos llevar por el respeto humano, sin importar que digan los demás de nosotros, o de las obras buenas que podamos hacer por nuestros hermanos.

Que realmente en nuestras vidas seamos la extensión del amor de Cristo hacia los demás: aquellos que más lo necesitan, los más desamparados, los marginados, los que no tienen un techo ni un hogar y de manera especial aquellos que necesitan del amor del Señor, todo a través de nuestras manos.

«Pidamos el auxilio maternal de María santísima, que ella que siempre extendió sus manos hacia los más necesitados nos conceda la gracia de hacerlo como lo hizo su Hijo. «Hermanos y hermanas, ninguna enfermedad es causa de impureza: la enfermedad ciertamente involucra a toda la persona, pero de ningún modo afecta o le inhabilita para su relación con Dios. De hecho, una persona enferma puede permanecer aún más unida a Dios. En cambio, el pecado sí que te deja impuro. El egoísmo, la soberbia, la corrupción, esas son las enfermedades del corazón de las cuales es necesario purificarse, dirigiéndose a Jesús como se dirigía el leproso: “Si quieres, puedes limpiarme”».
(Homilía de S.S. Francisco, 11 de febrero de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hacer un acto de caridad con aquel que en mi alrededor está sufriendo y necesita del amor de Cristo.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Los tres papas africanos de la Iglesia

Public Domain via Wikimedia

Ary Waldir Ramos Díaz – publicado el 04/09/19

Descubre quienes eran estos santos provenientes del norte de África y su legado que dura hasta nuestros días

África ha aportado tres papas santos a la Iglesia católica: Víctor I (189-201), Melquiades (311-314) y Gelasio I (492-496), todos ellos procedentes del norte del continente.

San Víctor I (186 ó 189 – 197 ó 201)

En el segundo siglo encontramos al primer elegido pontífice nacido en África, san Víctor I.  Según la página oficial del Vaticano, el 14º Sucesor de Pedro de la historia ejerció el pontificado unos diez o doce años, entre el 186 ó 189 al 197 ó 201, lamentablemente no hay uniformidad en los documentos. 

La Iglesia Católica lo recuerda en el santoral romano el 28 de julio. Papa Víctor estableció para todas las Iglesias la celebración de la fiesta de Pascua en el domingo siguiente a la Pascua judía.

El santo fue el primer obispo de Roma (función a la que más adelante se llamará «Sumo pontífice» y «Papa») y se comportó como tal, con gestos de autoridad para con todas las iglesias del orbe cristiano a los que nosotros estamos acostumbrados, pero que eran una novedad para su época. 

Por ejemplo, asumió que debía resolver todas las cuestiones que corresponden al Sucesor de Pedro, desde una beatificación hasta saber si se puede considerar a santa Cecilia patrona de la música. 

La novedad que introdujo el papa Víctor fue imponer una misma fecha para la Pascua, la fecha que se acostumbraba en Roma, aduciendo que se trataba de una cuestión que atañía a la «Regla de la fe». 

Los obispos de Asia no estaban acostumbrados a ese ejercicio de autoridad episcopal, ni estaban dispuestos a aceptar esa orden. Finalmente, Víctor levantó la excomunión a los obispos rebeldes, aunque falta documentación para saber cómo se resolvió del todo la situación. 

Un siglo más tarde, todas las Iglesias de la cristiandad aceptaron el uso romano, sancionado en el Concilio de Nicea, en el 325.

Durante algunos siglos se lo consideró mártir, pero no hay noticias fehacientes que lo confirmen, ni en sus años se vivió ninguna persecución conocida, por lo que en el nuevo Martirologio se le ha quitado ese título. Fue un papa que combatió las herejías de su tiempo.

San Melquiades (311-314)

Melquíades fue el 32º papa de la Iglesia Católica y era oriundo de África. Probablemente procedía de África del Norte, a pesar de su nombre griego. Conoció la paz concedida por el emperador Constantino a la Iglesia, pero sufrió los ataques de los donatistas y se distinguió por sus esfuerzos encaminados a obtener la concordia.  

El Papa padeció mucho en la persecución de Diocleciano y Maximiano, con peligro de perder la vida, según el historiador del siglo XVIII José Antonio Álvarez Baena. Se desconoce su año de nacimiento, pero fue elegido en el 310 o 311, y murió el 2 de enero del 314.

Durante el pontificado de Melquíades, ocurrió el triunfo del emperador Constantino I el Grande sobre Majencio en la batalla del Puente Milvio sobre el río Tíber (27 de octubre del 312), batalla en la cual Majencio murió ahogado cuando huía del avance de Constantino.

El papa fue testigo del triunfo de la Cruz y la entrada en Roma del emperador Constantino, convertido al cristianismo.

Más tarde el emperador regaló a la Iglesia romana el palacio de Letrán, que vino a ser residencia de los papas, y por consecuencia, el lugar de las sedes de la administración de la Iglesia romana. La basílica que estaba adjunta al palacio, o que fue construida después, vino a ser la iglesia principal de Roma.

San Gelasio I (492-496)

San Gelasio I es considerado el tercer papa de origen africano, su nacimiento en el norte del continente  (en la Cabilia) es motivo de desacuerdo entre los historiadores, ya que muchos lo sitúan en Roma. Inició su pontificado en el 492 y finalizó en el 496. Movido por su caridad sin medida y las necesidades de los indigentes, murió en la más extrema pobreza.

Según la enciclopedia católica, el 49 º Sucesor de Pedro abrió la etapa de la Iglesia y del mundo que llamamos Edad Media (período que duró casi 1000 años), semillero de ideas que fructificarían, en la apertura posterior de monasterios, universidades, en la sucesiva Europa unificada y en los inicios de la educación. 

Gelasio conquistó un carácter institucional para la Iglesia frente al Imperio, la formulación del “principio de los dos poderes” que dominará la vida medieval (y que para muchos, es la única fórmula posible de relación Iglesia-Estado) y presente en la carta al emperador Anastasio (491-518). 

La Iglesia le proclamó santo porque tuvo una vida de profunda piedad y caridad; es ésa la fuente que alimenta la fuerza de su pontificado que fue breve, pero intenso. También fue un buen administrador, prolífico escritor, consolidó – como mencionamos antes – la autoridad de la sede romana y luchó contra la herejía. Además, introdujo el rezo del «Señor ten piedad»  en la misa (Kyrie eleison).

Fuentes: Catholic Encyclopedia, Santoral Romano y la página web de la Santa Sede