Luke 2:16-21

Amigos, hoy celebramos a la Santísima Virgen María como Madre de Dios.

San Ireneo dice que, a lo largo de la historia de la salvación, Dios estuvo probando a la humanidad, gradualmente adaptando divinidad y humanidad, preparándola para la Encarnación. Toda esa preparación fue un preludio para aquella joven israelita que diría que sí a la invitación de ser la Madre de Dios.

Decir que María es la Madre de Dios es insistir en la densidad de la afirmación que Dios verdaderamente se ha hecho humano. Como comenta Fulton J. Sheen, María es como la luna, porque su luz es siempre el reflejo de una luz superior.

La teología católica ha extraído una conclusión adicional del estado de María como Madre de Dios: su rol como Madre de la Iglesia. Si ella es la persona a través de la cual nació Cristo, y si la Iglesia es en verdad el Cuerpo Místico de Cristo, entonces ella tiene que ser, en un sentido muy real, la Madre de la Iglesia. Ella es aquella persona por la cual Jesús sigue naciendo en el corazón de los que creen. No se trata de confundirla con el Salvador, sino de insistir en su misión como mediadora e intercesora.

María, Madre de Dios, Santa

Solemnidad Litúrgica. 1 de enero

Fuente: Archidiócesis de Madrid

Primera fiesta mariana que apareció en la Iglesia occidental

En la octava de la Natividad del Señor y en el día de su Circuncisión. Los Padres del Concilio de Efeso la aclamaron como Theotokos, porque en ella la Palabra se hizo carne, y acampó entre los hombres el Hijo de Dios, príncipe de la paz, cuyo nombre está por encima de todo otro nombre.

Es el mejor de los comienzos posibles para el santoral. Abrir el año con la solemnidad de la Maternidad divina de María es el mejor principio como es también el mejor colofón. Ella está a la cabeza de todos los santos, es la mayor, la llena de Gracia por la bondad, sabiduría, amor y poder de Dios; ella es el culmen de toda posible fidelidad a Dios, amor humano en plenitud. No extraña el calificativo superlativo de «santísima» del pueblo entero cristiano y es que no hay en la lengua mayor potencia de expresión. Madre de Dios y también nuestra… y siempre atendida su oración.

Los evangelios hablan de ella una quincena de veces, depende del cómputo que se haga dentro de un mismo pasaje, señalando una vez o más.

El resumen de su vida entre nosotros es breve y humilde: vive en Nazaret, allá en Galilea, donde concibió por obra del Espíritu Santo a Jesús y se desposó con José.

Visita a su parienta Isabel, la madre del futuro Precursor, cuando está embarazada de modo imprevisto y milagroso de seis meses; con ella convive, ayudando, e intercambiando diálogos místicos agradecidos la temporada que va hasta el nacimiento de Juan.

Por el edicto del César, se traslada a Belén la cuna de los mayores, para empadronarse y estar incluida en el censo junto con su esposo. La Providencia hizo que en ese entonces naciera el Salvador, dándolo a luz a las afueras del pueblo en la soledad, pobreza, y desconocimiento de los hombres. Su hijo es el Verbo encarnado, la Segunda Persona de Dios que ha tomado carne y alma humana.

Después vino la Presentación y la Purificación en el Templo.

También la huída a Egipto para buscar refugio, porque Herodes pretendía matar al Niño después de la visita de los magos.

Vuelta la normalidad con la muerte de Herodes, se produce el regreso; la familia se instala en Nazaret donde ya no hay nada extraordinario, excepción hecha de la peregrinación a Jerusalén en la que se pierde Jesús, cuando tenía doce años, hasta que José y María le encontraron entre los doctores, al cabo de tres días de angustiosa búsqueda.

Ya, en la etapa de la «vida pública» de Jesús, María aparece siguiendo los movimientos de su hijo con frecuencia: en Caná, saca el primer milagro; alguna vez no se le puede aproximar por la muchedumbre o gentío.

En el Calvario, al llegar la hora impresionante de la redención por medio del cruentísimo sufrimiento, está presente junto a la cruz donde padece, se entrega y muere el universal salvador que es su hijo y su Dios.

Finalmente, está con sus nuevos hijos _que estuvieron presentes en la Ascensión_ en el «piso de arriba» donde se hizo presente el Espíritu Santo enviado, el Paráclito prometido, en la fiesta de Pentecostés.

Con la lógica desprendida del evangelio y avalada por la tradición, vivió luego con Juan, el discípulo más joven, hasta que murió o no murió, en Éfeso o en Jerusalén, y pasó al Cielo de modo perfecto, definitivo y cabal por el querer justo de Dios que quiso glorificarla.

Dio a su hijo lo que cualquier madre da: el cuerpo, que en su caso era por concepción milagrosa y virginal. El alma humana, espiritual e inmortal, la crea y da Dios en cada concepción para que el hombre engendrado sea distinto y más que el animal. La divinidad, lógico, no nace por su eternidad.

El sujeto nacido en Belén es peculiar. Al tiempo que es Dios, es hombre. Alta teología clasifica lo irrepetible de su ser, afirmando dos naturalezas en única personalidad. El Dios infinito, invisible, inmenso, omnipotente en su naturaleza es ahora pequeño, visible, tan limitado que necesita atención. Lo invisible de Dios se hace visible en Jesús, lo eterno de Dios entra con Jesús en la temporalidad, lo inaccesible de Dios es ya próximo en la humanidad, la infinitud de Dios se hace limitación en la pequeñez, la sabiduría sin límite de Dios es torpeza en el gemido humano del bebé Jesús y la omnipotencia es ahora necesidad.

María es madre, amor, servicio, fidelidad, alegría, santidad, pureza. La Madre de Dios contempla en sus brazos la belleza, la bondad, la verdad con gozoso asombro y en la certeza del impenetrable misterio.

Contemplemos con el corazón

Santo Evangelio según San Lucas 2, 16-21. Solemnidad de María, Madre de Dios

Por: Cristian Gutiérrez, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

María, tú eres mi madre y quiero junto a ti, iniciar este año. Quiero de tu mano hacer este rato de oración y dejarme siempre guiar por tu maternal cuidado. Te entrego desde ahora este año que hoy comenzamos y te pido intercedas por mí ante Dios para que sea un año lleno de bendiciones, en el que pueda conocer y amar un poco más a Jesús.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, acostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño y cuantos los oían quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado. Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En este rato de oración puedo detenerme a contemplar la escena que me presenta el Evangelio de hoy. Los pastores que corren apresurados después de la visión de los ángeles. Apenas les daría tiempo para tomar los regalos que llevarían al niño: alguna de sus mejores ovejas, un poco de leche, lana, o queso. ¡Con cuánta emoción correrían al encuentro de su Salvador! ¿Y yo corro, me emociono siempre que voy a encontrarme con Dios, o lo considero una rutina?

Contemplar a los pastores entrando en la cueva quienes sorprendidos, ven la pobreza en la que el Hijo de Dios se ha dignado nacer. Un niño débil, dormido, tierno, que tal vez tiembla un poco por el frío, con las manitas juntas y apretadas sobre el pecho, era el Dios de Israel, el salvador de la humanidad. Contemplar a ese Niñito que baja del cielo por amor a mí, para hacerse cercano, para dejarse alzar, tocar, alimentar.

María conservaba todo esto en su corazón: la llegada de los pastores, los regalos que le traían al niño, los sucesos desde la partida de Nazaret, la anunciación del ángel, el nacimiento en un pesebre… Recordaría al pastorcillo, que temeroso, se acercó a pedirle le dejara alzar en sus brazos al Niño Dios; las lágrimas de emoción que tal vez corrieron por la mejilla de alguna mujer al contemplar milagro tan sublime, el esfuerzo de José por darle lo mejor que podía a ella y al recién nacido, las narraciones de los pastores que vieron a los ángeles… Todo lo conservaba en su corazón, porque en ello sabía ver la mano de Dios que desde ya actuaba en su vida y en la de los demás.

Contemplar a María y a José… Mirar a José, que después de haber pensado en abandonar a María, ahora tiene en sus brazos al mismo Dios. ¡Con cuánta ternura le habrá dado el primer beso de un padre terrenal al Hijo del Altísimo! La barba molestaría al niño, que rascaría su cara para alejar aquello que le incomodaba.

¿Cómo serían las primeras horas de María con el Niño? No dejaría de observarlo. Seguir contemplando aquella realidad del Dios hecho carne por amor a mí.

«Así como los pastores, contemplan el icono del Niño en brazos de su Madre, sentimos crecer en nuestro corazón un sentido de inmenso agradecimiento hacia quien ha dado al mundo al Salvador. Por ello, en el primer día de un año nuevo, le decimos: Gracias, oh Santa Madre del Hijo de Dios, Jesús, ¡Santa Madre de Dios! Gracias por tu humildad que ha atraído la mirada de Dios; gracias por la fe con la cual has acogido su Palabra; gracias por la valentía con la cual has dicho “aquí estoy”, olvidada de si misma, fascinada por el Amor Santo, convertida en una única cosa junto con su esperanza. Gracias, ¡oh Santa Madre de Dios! Reza por nosotros, peregrinos del tiempo; ayúdanos a caminar por la vía de la paz. Amén.».

(Angelus de S.S. Francisco, 1° de enero de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy contemplaré a la Sagrada Familia y ofreceré un misterio del rosario por la paz en el mundo.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Iniciamos el año celebrando a Santa María, madre de Dios

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La Iglesia siempre supo que María era madre de Jesús, pero no solo de su humanidad, sino de la Persona de Dios con sus dos naturalezas

El primero de enero se dedica a Santa María, Madre de Dios, una atinada manera de comenzar el año porque, si nos ponemos a reflexionar un poco, iniciar el año de esta manera es la mejor forma de recordar que la historia de la salvación preparó a la humanidad para el gran momento en que la promesa del Señor se cumpliría:

«Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón» (Gen 3,15).

Esa promesa se cumplió cuando el ángel Gabriel se presentó a una virgen de Nazaret, llamada María, para decirle que había sido favorecida por Dios y que tendría a su Hijo:

«No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 30-33).

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Verdaderamente es madre de Dios

En el concilio de Éfeso, del 431, se proclamó el dogma: María es Madre de Dios, es la Theotokos, y no solo es madre del humano, sino de Cristo con sus dos naturalezas, unidas indivisiblemente en una sola Persona: Jesucristo, el Señor, como lo había definido en el 325 el Concilio de Nicea I.

La Iglesia, madre y maestra, estaba de acuerdo. Los padres apostólicos sabían que era una verdad revelada por Dios. Una muestra es el siguiente himno compuesto por San Efrén el sirio, dado a conocer por su Santidad Benedicto XVI durante una audiencia general, en que se refleja el sentir de este extraordinario teólogo-poeta del siglo IV:

«El Señor vino a ella para hacerse siervo.

El Verbo vino a ella para callar en su seno.

El rayo vino a ella para no hacer ruido.

El pastor vino a ella, y nació el Cordero, que llora dulcemente.

El seno de María ha trastocado los papeles:

El que creó todas las cosas las posee, pero en la pobreza.

El Altísimo vino a ella (María), pero entró humildemente.

El esplendor vino a ella, pero con vestido de humildad.

El que lo da todo experimentó el hambre.

El que da de beber a todos sufrió la sed.

El que todo lo reviste (de belleza) salió desnudo de ella».

(San Efrén el sirio, Himno De Nativitate 11, 6-8).