Mark 13:24-32
Nuestro Evangelio de hoy nos presenta reflexiones apocalípticas. Recuerden que “Apocalipsis” significa un develar, una revelación. Y Jesús usa, una vez más, lenguaje del séptimo capítulo del profeta Daniel, “Caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”.
Daniel habló de una sucesión de cuatro reinos, que sería seguida por la llegada del reino definitivo de Dios. Este es el cumplimiento de la profecía de Natán, quien dijo que un hijo de David reinaría para siempre.
Me doy cuenta de lo extraño que puede sonar todo esto, pero hay un punto espiritual de enorme importancia detrás de esto. No debemos confiar en ninguno de los poderes del mundo para darnos seguridad y paz. La paz vendrá solo con la llegada del reino de Dios.
Lo que debemos mirar es al Hijo del Hombre que viene entre las nubes del cielo. Ahora, ¿esto se entiende en un sentido final? Sí, la segunda venida señala el fin del mundo tal como lo conocemos. Pero el Hijo del Hombre viene sobre las nubes del cielo incluso ahora, en la vida de la Iglesia.
Isabel de Hungría, Santa
Memoria Litúrgica, 17 de noviembre
Por: Redacción | Fuente: Arquidiócesis de Madrid
Viuda
Martirologio Romano: Memoria de santa Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad († 1231).
Breve Biografía
A los cuatro años había sido prometida en matrimonio, se casó a los catorce, fue madre a los quince y enviudó a los veinte. Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia, concluyó su vida terrena a los 24 años de edad, el I de noviembre de 1231. Cuatro años después el Papa Gregorio IX la elevaba a los altares. Vistas así, a vuelo de pájaro, las etapas de su vida parecen una fábula, pero si miramos más allá, descubrimos en esta santa las auténticas maravillas de la gracia y de las virtudes.
Su padre, el rey Andrés II de Hungría, primo del emperador de Alemania, la había prometido por esposa a Luis, hijo de los duques de Turingia, cuando sólo tenia 11 años. A pesar de que el matrimonio fue arreglado por los padres, fue un matrimonio vivido en el amor y una feliz conjunción entre la ascética cristiana y la felicidad humana, entre la diadema real y la aureola de santidad. La joven duquesa, con su austeridad característica, despertando el enojo de la suegra y de la cuñada al no querer acudir a la Iglesia adornada con los preciosos collares de su rango: “¿Cómo podría—dijo cándidamente—llevar una corona tan preciosa ante un Rey coronado de espinas?”.
Sólo su esposo, tiernamente enamorado de ella, quiso demostrarse digno de una criatura tan bella en el rostro y en el alma y tomó por lema en su escudo, tres palabras que expresaron de modo concreto el programa de su vida pública: “Piedad, Pureza, Justicia”.
Juntos crecieron en la recíproca donación, animados y apoyados por la convicción de que su amor y la felicidad que resultaba de él eran un don sacramental: “Si yo amo tanto a una criatura mortal—le confiaba la joven duquesa a una de sus sirvientes y amiga—, ¿cómo debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?”.
A los quince años Isabel tuvo a su primogénito, a los 17 una niña y a los 20 otra niña, cuando apenas hacía tres semanas había perdido a su esposo, muerto en una cruzada a la que se había unido con entusiasmo juvenil. Cuando quedó viuda, estallaron las animosidades reprimidas de sus cuñados que no soportaban su generosidad para con los pobres. Privada también de sus hijos, fue expulsada del castillo de Wartemburg. A partir de entonces pudo vivir totalmente el ideal franciscano de pobreza en la Tercera Orden, para dedicarse, en total obediencia a las directrices de un rígido e intransigente confesor, a las actividades asistenciales hasta su muerte, en 1231.
El día y la hora, ¿quién la sabe?
Santo Evangelio según San Marcos 13, 24-32. Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario.
Por: Alexis Federico Montiel Sánchez, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que sepa, lleno de confianza, esperar tu próxima venida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y el enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.
Entiendan esto con el ejemplo de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre».
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A una semana de la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, la Iglesia nos introduce en este misterio con un evangelio que muchas veces nos podría parecer que infunde miedo o que falta mucho tiempo para que suceda.
Hay un dicho que dice: «el que nada debe, nada teme.» Es muy cierto, pero muy pobre a la vez. Una visión más cristiana diría «el que ha dado todo, se ha esforzado y ha cumplido su deber, espera con ansiedad e impaciencia la llamada de su Señor para que le diga con alegría y entusiasmo: pasa al gozo de tu Señor.» Entonces, ¿por qué viene a colación este Evangelio?
Señor, Tú me pides este día que deje de esperar como hombre y que empiece a esperar como un niño que espera que su papá se alegre por la buena nota que sacó, por una cosa que hizo para él; que espere con esa misma ilusión de ver el rostro de mi padre que me dice: «te amo, estoy muy orgulloso, me alegra que te haya ido bien».
Debo esperar como un niño, no llamar por teléfono, no buscar ubicaciones en redes sociales u otros medios, no hacer cálculos… simplemente esperar con plena confianza en las manos de Dios.
«Estar atentos y vigilantes son las premisas para no seguir «vagando fuera de los caminos del Señor», perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y alerta, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura. Que María Santísima, modelo de espera de Dios e icono de vigilancia, nos guíe hacia su Hijo Jesús, reavivando nuestro amor por Él».
(Ángelus de S.S. Francisco, 3 de diciembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Prepararé mi corazón para la solemnidad de Cristo Rey, viendo cuáles son las actitudes y los modos con que he de esperar al Señor.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Santa Isabel de Hungría, la reina de los pobres
Dolors Massot – publicado el 17/11/14
Conoce a la patrona de la enfermería
Nació el año 1207. Pertenecía a la Casa de Árpad, que ofreció al mundo muchos santos y grandes personalidades.
Era hija de Andrés, rey de Hungría, y se casó con Luis, landgrave de Turingia-Hesse, con quien tuvo tres hijos.
Se dedicó a la familia, a una responsable gestión política y a ayudar a los más necesitados.
Al quedar viuda muy pronto, erigió un hospital en el que ella misma servía a los enfermos.
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Falleció muy joven, en 1231.
A santa Isabel de Hungría se la festeja en todo el mundo el 17 de noviembre, aunque en Argentina y Uruguay, se celebra su memoria el día 19 de noviembre.
Santa patrona
Santa Isabel de Hungría es patrona de la enfermería.
Oración
Oh Dios misericordioso:
alumbra nuestros corazones
y por las peticiones de santa Isabel,
haz que despreciemos los éxitos vacíos,
y sintamos siempre los consuelos del cielo.
Oh dulce Isabel,
tú que superaste el sufrimiento
con la alegría de elevar himnos a Dios,
danos tu espíritu de paciencia ante la adversidad
y el don de saber perdonar.
Líbranos de las pasiones dañinas,
de manera que podamos seguir sirviendo al Señor
con todo el corazón,
con toda el alma,
con todas las fuerzas.
Que así sea.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.