Luke 17:26-37
Amigos, en el Evangelio de hoy el Señor compara el comportamiento desorientado de la gente con aquellos en el tiempo de Noé. Escuchen la advertencia: “Jesús dijo a sus discípulos: ‘La venida del Hijo del Hombre repetirá lo que sucedió en el tiempo de Noé’”. Esas palabras no son muy tranquilizadoras.
Luego va a los detalles: las personas comían y bebían, casándose y dándose al matrimonio hasta el momento de la inundación, y luego, cuando llegó el momento, con sorprendente rapidez, todo fue destruído. El fin de un viejo mundo había llegado, y los habitantes de ese mundo no tenían ni idea de lo que sucedía. Un nuevo mundo estaba por llegar, pero los posibles ciudadanos de ese mundo no tenían idea de cómo estar preparados.
Nuestra versión actual de la inundación de Noé que destruye el mundo podría ser la caída de un enorme cometa sobre la tierra. ¿Qué pasaría si supiéramos que un cometa está viniendo, y que no hicimos nada al respecto, que de ningún modo actuamos en consecuencia? Esta era la situación de las personas en el tiempo de Noé, y Jesús hace su sugerencia para aquellos en su propio tiempo. Pero es nuestra situación también. Debemos prepararnos para la venida del Señor y conducir nuestras vidas de acuerdo con el Evangelio.
Alberto Magno, Santo
Memoria Litúrgica, 15 de noviembre
Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Obispo de Regensburgo, Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Alberto, llamado «Magno», obispo y doctor de la Iglesia, que ingresó en la Orden de Predicadores en París, enseñó de palabra y en sus escritos las disciplinas filosóficas y divinas, y fue maestro de santo Tomás de Aquino, uniendo maravillosamente la sabiduría de los santos con la ciencias humanas y naturales. Después se vio obligado a aceptar la sede episcopal de Ratisbona, desde la cual se esforzó asiduamente en fortalecer la paz entre los pueblos, aunque al cabo de un año prefirió la pobreza de la Orden a toda clase de honores, y murió santamente en Colonia, en la Lotaringia Germánica († 1280)
Fecha de beatificación: 1622 por el Papa Gregorio XV
Fecha de canonización: 16 de diciembre de 1931 por el Papa Pío XI
Breve Biografía
Alberto nació en Lauingen, Baviera, a inicios del siglo XIII. A los 16 años se trasladó a Padua para cursar sus estudios universitarios. Fue allí donde conoció al superior general de los dominicos, el beato Jordán de Sajonia, que lo encauzó hacia la vida religiosa.
En el año 1229, vistió el hábito de los frailes predicadores y fue enviado a Colonia, en donde se encontraba la escuela más importante de la Orden. Enseñó en Hildesheim, Friburgo, Ratisbona, Estrasburgo, Colonia y París.
Era tal la concurrencia de alumnos a sus clases, que se vio obligado a enseñar en la plaza pública, que todavía hoy lleva su nombre. Entre sus discípulos destaca Santo Tomás de Aquino, de quien san Alberto dijo: “Cuando el buey muja, sus mujidos se oirán en todo el orbe”. Con ellos, la escolástica alcanzó la plena madurez.
Elegido superior provincial de Alemania, abandonó la cátedra parisiense para estar constantemente presente entre las comunidades que se le habían confiado. Recorría a pie las regiones alemanas, mendigando alimento y hospedaje. Posteriormente fue nombrado obispo de Ratisbona y a pesar de su elevada dignidad, supo dar ejemplo de un total desapego de los bienes terrenos. “En sus cajones no había ningún centavo, ni una gota de vino en la botella, ni un puñado de trigo en su granero”.
Dirigió la diócesis durante dos años.
Posteriormente solicitó la renuncia a su alto cargo, y regresó a la vida común del convento y a la enseñanza en la universidad de Colonia. Para prepararse a la muerte, hizo construir su tumba ante la cual todos los días rezaba el Oficio de difuntos. Murió en Colonia el 15 de noviembre de 1280. Fue canonizado en 1931 y declarado patrono de los científicos. Mereció el título de “Magno” y de “Doctor Universal”.
El Reino trasciende
Santo Evangelio según san Lucas 17, 26-37. Viernes XXXII del Tiempo Ordinario
Por: Axel Hernández, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que cuando una persona me encuentre, se encuentre Contigo el día de hoy.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 26-37
En aquellos días, Jesús dijo a sus discípulos: «Lo que sucedió en el tiempo de Noé también sucederá en el tiempo del Hijo del hombre: comían y bebían, se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucedió en el tiempo de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, sembraban y construían, pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Pues lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se manifieste. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, que no baje a recogerlas; y el que esté en el campo, que no mire hacia atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo les digo: aquella noche habrá dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro abandonado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra abandonada». Entonces, los discípulos le dijeron: «¿Dónde sucederá eso, Señor?» Y él les respondió: «Donde hay un cadáver, se juntan los buitres».
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En ocasiones, en medio de nuestros proyectos, sueños y luchas de cada día nos topamos con una realidad inevitable: no tenemos el control de todo. No podemos decidir que un ser querido no fallezca en un accidente, que una enfermedad nos ataque o simplemente que el sol siga brillando hasta cuando queramos. Es cuando reconocemos nuestros límites y lo vulnerables que somos.
Hoy, Jesús nos invita a ser capaces de entregarle a Él nuestros talentos y defectos, fortalezas y límites para así poder ser instrumentos suyos.
Jesús quiere que nuestros actos no sean pasajeros ni estériles como lo son el comer y beber lo que este mundo nos ofrece.
Más bien el desea que lo que hagamos, lo hagamos con un sentido de amor que trasciende, que nos hace salir de nosotros mismos y entregarnos a Él a través de nuestra oración y amor incondicional a los demás. El Señor desea que permanezcamos con Él y que comamos y bebamos lo que Él nos ofrece: su cuerpo y su sangre, para así vivir siempre en comunión con Él.
En otras palabras, Jesús nos llama a ser sus apóstoles. Esto es, recordar a cada persona lo que vale y, así, construir con su ayuda y nuestras obras un Reino que no tendrá fin, a diferencia de las cosas en el tiempo de Noé y de Lot, y que llegará a la plenitud una vez que el Rey venga de nuevo a este mundo. Hasta entonces, cada día en nuestro corazón, renovamos nuestra respuesta a su amor diciendo: Cristo, Rey nuestro, ¡Venga tu Reino!
«Es la sabiduría que dan los años: cuando crezcas, no te olvides de tu madre y de tu abuela, y de esa fe sencilla pero robusta que las caracterizaba y que les daba fuerza y tesón para ir adelante y no desfallecer. Es una invitación a dar gracias y reivindicar la generosidad, valentía, desinterés de una fe “casera” que pasa desapercibida pero que va construyendo poco a poco el Reino de Dios. Ciertamente, la fe que “no cotiza en bolsa” no vende y, como nos recordaba Eduard, puede parecer que «no sirve para nada». Pero la fe es un regalo que mantiene viva una certeza honda y hermosa: nuestra pertenencia de hijos e hijos amados de Dios. Dios ama con amor de Padre. Cada vida, cada uno de nosotros le pertenecemos. Es una pertenencia de hijos, pero también de nietos, esposos, abuelos, amigos, de vecinos; una pertenencia de hermanos. El maligno divide, desparrama, separa y enfrenta, siembra desconfianza. Quiere que vivamos “descolgados” de los demás y de nosotros mismos. El Espíritu, por el contrario, nos recuerda que no somos seres anónimos, abstractos, seres sin rostro, sin historia, sin identidad. No somos seres vacíos ni superficiales. Existe una red espiritual muy fuerte que nos une, “conecta” y sostiene, y que es más fuerte que cualquier otro tipo de conexión. Y esta red son las raíces: es el saber que nos pertenecemos los unos a los otros, que la vida de cada uno está anclada en la vida de los demás».
(Discurso de S.S. Francisco, 1 de junio de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer una comunión espiritual y pedir por las personas que no conocen a Jesús y lo buscan.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Alberto Magno, un hombre lleno de sabiduría
Dolors Massot – publicado el 15/11/14
El gran sabio dominico, maestro de santo Tomás de Aquino
San Alberto nació en Lauingen (Alemania) en 1206.
Estudió en Padua y en París, y muy pronto destacó por su gran capacidad intelectual. Se hizo dominico.
Profundizó en el saber filosófico siguiendo a Aristóteles, y en el teológico, y supo mostrar la unión entre ambos conocimientos.
A eso se añaden sus aportaciones en las más diversas ciencias: química, música, astrología, geografía, botánica…
Maestro de santo Tomás de Aquino
En la Universidad de París, fue maestro de santo Tomás de Aquino.
Fue nombrado obispo de Ratisbona, pero a los tres años pidió regresar a la vida de convento. El Papa se lo concedió y pudo seguir enseñando en Colonia, donde falleció después de una larga y fructífera vida.
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Santo patrón
A san Alberto Magno se encomiendan los matemáticos, los químicos, los estudiosos de las ciencias naturales, los filósofos, los estudiantes y los técnicos sanitarios. Fue patrono de la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, en 2005.
Oración a san Alberto Magno
Señor, Tú que has hecho famoso
al obispo san Alberto Magno,
porque supo conciliar de modo admirable
la ciencia divina con la sabiduría humana:
concédenos a nosotros aceptar de tal forma
sus enseñanzas que, por medio del progreso
de las ciencias, lleguemos a conocerte
y a amarte mejor.
Por nuestro Señor Jesucristo.