Luke 10:13-16

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús emite juicio sobre poblaciones que no han creído en Él y sus signos. “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza”. Este Evangelio contiene palabras para nosotros.

¿Qué es lo primero que un ministro debe realizar al entrar en una ciudad? “Curar a los que allí estén enfermos”. Cristo es Soter, sanador de cuerpo y espíritu. Muchos de los santos eran sanadores; muchas de las apariciones de la Virgen María llevaron a la sanación.

Otra gran tarea de la Iglesia es proclamar que “El Reino de Dios está cerca”. La Iglesia es un organismo que proclama, anuncia, evangeliza. Lo que proclamamos es que, en Cristo Jesús, ha aparecido un modo completamente nuevo de ordenar las cosas, que Dios, en Cristo, está atrayendo todas las cosas hacia Sí mismo. Los grandes principios que ordenan el mundo — dinero, fama, poder, placer, sexo — han caído. Un nuevo rey ha llegado, un nuevo modo de organizar la vida. El nuevo modo ordenado por Dios es amor, inclusión, compasión, no-violencia, y perdón, especialmente de los enemigos.

Francisco de Asís, Santo

Memoria Litúrgica, 4 de octubre

Por: Tere Vallés | Fuente: Catholic.net

Fundador de la Orden de los Franciscanos

Martirologio Romano: Memoria de san Francisco, el cual, después de una juventud despreocupada, se convirtió a la vida evangélica en Asís, localidad de Umbría, en Italia, y encontró a Cristo sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. Instituyó los Hermanos Menores y, viajando, predicó el amor de Dios a todos y llegó incluso a Tierra Santa. Con sus palabras y actitudes mostró siempre su deseo de seguir a Cristo, y escogió morir recostado sobre la nuda tierra ( 1226).

Breve Biografía

San Francisco fue un santo que vivió tiempos difíciles de la Iglesia y la ayudó mucho. Renunció a su herencia dándole más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales.

Francisco nació en Asís, Italia en 1181 ó 1182. Su padre era comerciante y su madre pertenecía a una familia noble. Tenían una situación económica muy desahogada. Su padre comerciaba mucho con Francia y cuando nació su hijo estaba fuera del país. Las gentes apodaron al niño “francesco” (el francés) aunque éste había recibido en su bautismo el nombre de “Juan”.

En su juventud no se interesó ni por los negocios de su padre ni por los estudios. Se dedicó a gozar de la vida sanamente, sin malas costumbres ni vicios. Gastaba mucho dinero pero siempre daba limosnas a los pobres. Le gustaban las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores.

Cuando Francisco tenía como unos veinte años, hubo pleitos y discordia entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco fue prisionero un año y lo soportó con alegría. Cuando recobró la libertad cayó gravemente enfermo. La enfermedad fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se recuperó, decidió ir a combatir en el ejército. Se compró una costosa armadura y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. Dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Un día se encontró con un leproso que le pedía una limosna y le dio un beso.

Visitaba y servía a los enfermos en los hospitales. Siempre, regalaba a los pobres sus vestidos, o el dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia que estaba en ruinas. Decidió ir y vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió permiso para quedarse a vivir con él. El sacerdote le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía aceptar su dinero. El papá de San Francisco, al enterarse de lo sucedido, fue a la Iglesia de San Damián pero su hijo se escondió. Pasó algunos días en oración y ayuno. Regresó a su pueblo y estaba tan desfigurado y mal vestido que las gentes se burlaban de él como si fuese un loco. Su padre lo llevó a su casa y lo golpeó furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró en una habitación (Francisco tenía entonces 25 años). Su madre se encargó de ponerle en libertad y él se fue a San Damián. Su padre fue a buscarlo ahí y lo golpeó y le dijo que volviera a su casa o que renunciara a su herencia y le pagara el precio de los vestidos que había vendido de su tienda.

San Francisco no tuvo problema en renunciar a la herencia y del dinero de los vestidos pero dijo que pertenecía a Dios y a los pobres. Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió devolver el dinero y tener confianza en Dios. San Francisco devolvió en ese momento la ropa que traía puesta para dársela a su padre ya que a él le pertenecía. El padre se fue muy lastimado y el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido de labrador que tenía al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza y se lo puso.

San Francisco partió buscando un lugar para establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuera un mendigo. Unas personas le regalaron una túnica, un cinturón y unas sandalias que usó durante dos años.

Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia. Ahí soportó las burlas y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, que estaba en una llanura cerca de Asís. Era un sitio muy tranquilo que gustó mucho a San Francisco. Al oir las palabras del Evangelio “…No lleven oro….ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo..”, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con su túnica sujetada con un cordón. Comenzó a hablar a sus oyentes acerca de la penitencia. Sus palabras llegaban a los corazones de sus oyentes. Al saludar a alguien, le decía “La paz del Señor sea contigo”. Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros.

San Francisco tuvo muchos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. Su primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle que era un rico comerciante de Asís que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. Su segundo discípulo fue Pedro de Cattaneo. San Francisco les concedió hábitos a los dos en abril de 1209.

Cuando ya eran doce discípulos, San Francisco redactó una regla breve e informal que eran principalmente consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Después de varios años se autorizó por el Papa Inocencio III la regla y les dio por misión predicar la penitencia.

San Francisco y sus compañeros se trasladaron a una cabaña que luego tuvieron que desalojar. En 1212, el abad regaló a San Francisco la capilla de Porciúncula con la condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. Él la aceptó pero sólo prestada sabiendo que pertenecía a los benedictinos. Alrededor de la Porciúncula construyeron cabañas muy sencillas. La pobreza era el fundamento de su orden. San Francisco sólo llegó a recibir el diaconado porque se consideraba indigno del sacerdocio. Los primeros años de la orden fueron un período de entrenamiento en la pobreza y en la caridad fraterna. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta. El fundador les había prohibido aceptar dinero. Se distinguían por su gran capacidad de servicio a los demás, especialmente a los leprosos a quienes llamaban “hermanos cristianos”. Debían siempre obedecer al obispo del lugar donde se encontraran. El número de compañeros del santo iba en aumento.

Santa Clara oyó predicar a San Francisco y decidió seguirlo en 1212. San Francisco consiguió que Santa Clara y sus compañeras se establecieran en San Damián. La oración de éstas hacía fecundo el trabajo de los franciscanos.

San Francisco dio a su orden el nombre de “Frailes Menores” ya que quería que fueran humildes. La orden creció tanto que necesitaba de una organización sistemática y de disciplina común. La orden se dividió en provincias y al frente de cada una se puso a un ministro encargado “del bien espiritual de los hermanos”. El orden de fraile creció más alla de los Alpes y tenían misiones en España, Hungría y Alemania. En la orden habían quienes querían hacer unas reformas a las reglas, pero su fundador no estuvo de acuerdo con éstas. Surgieron algunos problemas por esto porque algunos frailes decían que no era posible el no poseer ningún bien. San Francisco decía que éste era precisamente el espíritu y modo de vida de su orden.

San Francisco conoció en Roma a Santo Domingo que había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia.

En la Navidad de 1223 San Francisco construyó una especie de cueva en la que se representó el nacimiento de Cristo y se celebró Misa.

En 1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. La única persona que lo acompañó fue el hermano León y no quiso tener visitas. Es aquí donde sucedió el milagro de las estigmas en el cual quedaron impresas las señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de Francisco. A partir de entonces llevaba las manos dentro de las mangas del hábito y llevaba medias y zapatos. Dijo que le habían sido reveladas cosas que jamás diría a hombre alguno. Un tiempo después bajo del Monte y curó a muchos enfermos.

San Francisco no quería que el estudio quitara el espíritu de su orden. Decía que sí podían estudiar si el estudio no les quitaba tiempo de su oración y si no lo hacían por vanidad. Temía que la ciencia se convirtiera en enemiga de la pobreza.

La salud de San Francisco se fue deteriorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaron y ya casi había perdido la vista. En el verano de 1225 lo llevaron con varios doctores porque ya estaba muy enfermo.

Poco antes de morir dictó un testamento en el que les recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo “¡Bienvenida, hermana muerte!”y pidió que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís.

Son famosas las anécdotas de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Señor, del conejillo que no quería separarse de él y del lobo amansado por el santo. Algunos dicen que estas son leyenda, otros no.

San Francisco contribuyó mucho a la renovación de la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media. El ayudó a la Iglesia que vivía momentos difíciles.

¿Qué nos enseña la vida de San Francisco?

Nos enseña a vivir la virtud de la humildad. San Francisco tuvo un corazón alegre y humilde. Supo dejar no sólo el dinero de su padre sino que también supo aceptar la voluntad de Dios en su vida.

Fue capaz de ver la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. Veía la grandeza de Dios en la naturaleza.

Nos enseña a saber contagiar ese entusiasmo por Cristo a los demás. Predicar a Dios con el ejemplo y con la palabra. San Francisco lo hizo con Santa Clara y con sus seguidores dando buen ejemplo de la libertad que da la pobreza.

Nos enseña el valor del sacrificio. San Francisco vivió su vida ofreciendo sacrificios a Dios.

Nos enseña a vivir con sencillez y con mucho amor a Dios. Lo más importante para él era estar cerca de Dios. Su vida de oración fue muy profunda y era lo primordial en su vida.

Fue fiel a la Iglesia y al Papa. Fundó la orden de los franciscanos de acuerdo con los requisitos de la Iglesia y les pedía a los frailes obedecer a los obispos.

Nos enseña a vivir cerca de Dios y no de las cosas materiales. Saber encontrar en la pobreza la alegría, ya que para amar a Dios no se necesita nada material.

Nos enseña lo importante que es sentirnos parte de la Iglesia y ayudarla siempre pero especialmente en momentos de dificultad.

Los milagros cotidianos

Santo Evangelio según San Lucas 10, 13-16. Viernes XXVI de Tiempo Ordinario.

Por: Jesús Alberto Salazar Brenes, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, forma en mí un corazón agradecido para que sepa reconocer tu paso por mi vida y hagas milagros en mí.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 10, 13-16

En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza.

Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo». Luego, Jesús dijo a sus discípulos: «El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En nuestra experiencia de vida como cristianos estamos más acostumbrados a hacer oración de petición. Ponemos en las manos de Dios todos nuestros problemas, los de la gente que nos rodea, nuestros deseos. Sin embargo, ¿cuántas veces le agradecemos a Dios por los regalos que nos da?

El Señor hace milagros todos los días en nuestra vida pero ya nos acostumbramos a ellos. El milagro de nuestra familia, del amor de los que nos rodean, el milagro de estar vivos. Pero a pesar de todos estos milagros, ¿ya hemos vuelto nuestro corazón con todo nuestro amor a Jesús? ¿O aún reservamos una parte que no le hemos querido entregar?

Jesús no se lamenta de haber hecho los milagros, sino de que, a pesar de ellos, nos neguemos a cambiar y seguirle. Cuando esto sucede no le dejamos obrar el único milagro que requiere de nuestro grano de arena, la verdadera conversión. Una conversión sincera no significa ser inmaculado y no pecar, sino evitar a toda costa el pecado con la ayuda de la gracia. Al abandonarnos en sus manos reconociendo que solos no podemos, nuestro amor al Señor se vuelve tan grande que no queremos ofenderle más, no queremos cargar más peso en su espalda llagada.

Hemos escuchado tantas veces de la conversión, pero ¿qué esperamos para tener una experiencia verdadera de Dios? Y si ya hemos ido experimentando ese llamado de vuelta hacia Dios, nuestra conversión es un sí cotidiano, un sí sostenido que nos va acercando a la contemplación de la alegría eterna, del rostro de Dios. Y tú, ¿piensas escalar al cielo como te pregunta Jesús?

«El Hijo de Dios da la vuelta a cada esquema humano: nos son los discípulos quienes lavaron los pies al Señor, sino que es el Señor quien lavó los pies a los discípulos. Este es un motivo de escándalo y de incredulidad no solo en aquella época, sino en cada época, también hoy. El cambio hecho por Jesús compromete a sus discípulos de ayer y de hoy a una verificación personal y comunitaria. También en nuestros días, de hecho, puede pasar que se alimenten prejuicios que nos impiden captar la realidad. Pero el Señor nos invita a asumir una actitud de escucha humilde y de espera dócil, porque la gracia de Dios a menudo se nos presenta de maneras sorprendentes, que no se corresponden con nuestras expectativas».

(Homilía de S.S. Francisco, 8 de julio de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy pediré a Dios la gracia para evitar el pecado que más fácil cometo, y si es necesario me acercaré a la confesión.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Por qué San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre?

Public Domain

San Francisco de Asis

Philip Kosloski – publicado el 04/10/22

San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre, aunque murió el 3 de octubre

Por lo general, los santos se celebran cada año el día de su muerte, marcando su primer día en la dicha celestial. Sin embargo, esto no siempre funciona en el calendario litúrgico y, a veces, los historiadores no saben la fecha exacta de la muerte de un santo o confunden las fechas en el calendario.

En el caso de San Francisco de Asís, murió en la tarde del 3 de octubre de 1226. Los miembros de la Orden Franciscana continúan recordando sus últimas horas con un servicio llamado «Tránsito de San Francisco». La palabra latina transitus simplemente significa «pasar por encima», por lo que marca el paso de San Francisco de Asís a la vida eterna.

Una de las razones por las que a San Francisco de Asís se le asignó el 4 de octubre en el calendario litúrgico fue porque había cierta confusión acerca de cuándo murió.

Al principio, hubo muchos escritos sobre San Francisco, la mayoría de ellos de carácter legendario. La biografía más antigua de San Francisco por el fraile poeta Tomás de Celano afirma que «el domingo cuatro de octubre, en la ciudad de Asís… salió de la prisión de la carne y emprendió su feliz vuelo a la morada de la espíritus celestiales, perfeccionando lo que él había comenzado«.

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Cuando San Francisco de Asís fue canonizado por el Papa Gregorio IX, la fecha de su fiesta fue fijada el 4 de octubre, «Decretamos que su nacimiento sea celebrado digna y solemnemente por la Iglesia universal el cuatro de octubre, día en que entró en el reino de los cielos, libre de la prisión de la carne.»

San Buenaventura también escribió una Vida de San Francisco de Asís y en su biografía escribe: «Ahora el Santo Padre partió del naufragio de este mundo en el año 1226 de la Encarnación del Señor, el cuatro de octubre, a las tarde incluso de un sábado, y el domingo fue sepultado.«

Lo que hace que las cosas sean confusas es que cuando miras un calendario de 1226, el 3 de octubre es sábado y el 4 de octubre es domingo. Si San Francisco murió el sábado por la noche, técnicamente murió el 3 de octubre.

Además, en algunos lugares de la Europa medieval, los días terminaban con la puesta del sol, por lo que, si bien San Francisco pudo haber muerto en la noche del 3 de octubre, según su cálculo, murió el 4 de octubre.

Si bien el 4 de octubre puede no ser la fecha exacta de la muerte de San Francisco, la Iglesia ha decidido continuar con la larga tradición de conmemorar su notable vida en este día.