La paz esté con ustedes. del Evangelio de Juan, todo sobre la Eucaristía, la fuente y culmen de la vida Cristiana. Y estamos mirando diferentes dimensiones de ella. Es entonces un ejercicio muy útil ocupar tiempo con Juan capítulo 6, especialmente durante este tiempo del Reavivamiento Eucarístico.
Esta es mi versión sobre la lectura de hoy. Odio viajar. Me gusta llegar a sitios. a la Universidad Católica adonde asistía, del Evangelio de Juan, todo sobre la Eucaristía, la fuente y culmen de la vida Cristiana. Y estamos mirando diferentes dimensiones de ella. Es entonces un ejercicio muy útil ocupar tiempo con Juan capítulo 6, especialmente durante este tiempo del Reavivamiento Eucarística. Esta es mi versión sobre la lectura de hoy. su dificultad con los viajes? Bueno, este es el porqué. Teresa de Ávila dijo, “¿Saben cómo es esta vida? Esta vida, es como una mala noche en una mala posada”. Tuve un par de esas en mi vida. Estás en un hotel y alguien en la puerta de al lado está haciendo mucho ruido. Hay música sonando o algo. Esta vida es como una mala noche en una mala posada. Y dirán, “bueno, ¿acaso no es una anciana gruñona?”. No. ¿Cuál es el argumento que esgrime? Es el punto que estoy tratando de plantear a mi manera. Esta vida, no es aquella para la que estamos destinados. Estamos de viaje hacia otro lugar. Estamos en una travesía. Sé que es una imagen trillada, pero surge justamente de la Biblia. Hemos dejado atrás los modos del pecado a través del bautismo y la vida de la iglesia. Hemos dejado atrás los modos del pecado. Nos dirigimos a otro lugar. Nos dirigimos hacia lo que los padres llaman la Patria, la patria, la tierra natal. Pero no estamos allí todavía.
Piensen que están en ese automóvil, un automóvil antiguo. Es incómodo. No puedes estirar las piernas. Tienes que detenerte cada pocas horas para ir a un baño desarreglado. Y la comida que comes en el camino no es tan buena. Pero te confortas diciéndote, bueno, no tengo la intención de permanecer en este automóvil. No, no, este automóvil me está llevando a otro lugar al que quiero ir. Piensen en el chiste de los niños en el auto. ¿Hemos llegado ya? ¿Hemos llegado ya? Bueno, están dando voz a este anhelo espiritual muy profundo. Muchos de nosotros decimos algo como esto en lo profundo de nuestra alma, ¿hemos llegado ya? ¿hemos llegado ya? ¿falta mucho? O piensen cuando están en uno de esos vuelos transatlánticos o transpacíficos. Estoy incómodo. No me gusta. Tengo hambre. Estoy aburrido. Estoy cansado y no puedo dormir. Y camino un poco, pero luego me siento apretado de nuevo y no me gusta. Pero no quiero vivir en ese avión. Bueno, sé que podría sonar raro decirlo, para nuestro tiempo secularista, pero no estamos destinados para este mundo. Este mundo es como una mala noche en una mala posada. O San Agustín, que dijo con una imagen un poco más positiva, “Es como si fuésemos llevados en una litera”. Así se hacía en el mundo antiguo, llevaban a la gente sobre estas, los cargaban. Así que estás sobre esta litera y te vas desplazando por la campiña de camino a otro lugar.
Y Agustín dijo, “Aprovechen la campiña, disfrútenla. Hermosa. Pero no se queden atrapados en ella. No están destinados a estar en esta litera el resto de sus vidas”. Van a otro lugar, van en camino. Me pregunto si nos dará cierta sensación de esperanza cuando nos encontramos frustrados en este mundo. La primera lectura es de 1 Reyes sobre Elías y esa historia maravillosa en que Elías es perseguido por la reina Jezabel y está a punto de rendirse. Está en su travesía y dice “estoy terminado”. Y el ángel es enviado con comida y bebida. No, no, come, come, bebe. Continua, continua. Esta vida es una mala noche en una mala posada. Es como un avión que te lleva a otro lado. Es como un automóvil, nos está llevando a algún sitio y es como incómodo. Pero, ¿qué deberíamos tener siempre presente? Durante la travesía tienes que comer. Tienes que encontrar alimento durante la travesía. Esa es la Eucaristía. Esa es la Eucaristía. ¿Qué nos mantiene en marcha durante los años difíciles de travesía? La Eucaristía. Tal como en las dos últimas lecturas, en las dos últimas semanas, se la comparó con el maná del desierto. La misma imagen, ¿cierto? Los israelitas han escapado de la esclavitud de Egipto, pero no están todavía en la tierra prometida. ¿Dónde están? En el desierto. Están en el medio. Están de camino. Están en el avión, en el automóvil. Es una mala noche en una mala posada. Están viajando hacia el verdadero objetivo. ¿Qué necesitan? Necesitan el maná del cielo.
Y de manera hermosa, maná viene de Manhu en hebreo. ¿Qué es eso? ¿Qué es ese alimento que parece alimento ordinario de este mundo, pero que en realidad lleva el poder del mundo celestial? Acaso Jesús no dice “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron”. Yo quiero darles el verdadero Maná, escuchen ahora, que los alimentará durante el recorrido largo y a menudo difícil hacia la vida eterna”. ¿Por qué este mundo es tan difícil? Porque no estás destinado a él, definitivamente. ¿Cuándo finalizará este viaje? Finalizará. Finalizará por la gracia de Dios. Pero coman y beban. Aliméntense con el maná del cielo, que es la Eucaristía. De otro modo, el problema, es como estar atascado en el mejor avión del mundo. No estoy destinado a eso. No estoy destinado a eso. No; estoy destinado, incluso ahora, a comer el pan que me prepara para la vida eterna. Y me da fuerzas para la travesía. Y Dios los bendiga.
John 6:41-51
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús se ofrece a Sí mismo como alimento para el alma. Hay una gran verdad revelada en el discurso del Pan de Vida. Y es la ley del don. Este Dios personal y encarnado quiere ser comido y bebido, ser completa y radicalmente para otros.
¿Por qué los dioses del mundo antiguo eran tan populares? Porque eran proyecciones de nosotros mismos: vanidosos, arrogantes, resentidos, violentos. Esto significaba que ejercían poca presión moral. Eran aterradores, pero no moralmente exigentes.
Pero Dios nos muestra que Él es totalmente amor y que nos quiere en relación con Él, para comerlo y beberlo, es un Dios que quiere que seamos como Él. Como Él es alimento y bebida para el mundo, entonces nosotros también debemos ser alimento y bebida para el mundo. Como Él se entregó por completo, así también debemos entregarnos por completo, sin aferrarnos a bienes, honores o valores del mundo —todas esas cosas que engrandecen al ego—.
Es un Dios personal, un Dios encarnado, un Dios que es donase y regalo. Qué convincente. Qué desafiante. ¿Qué vas a decidir?
Nos sorprende, y nos hace reflexionar esta palabra del Señor: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre”, “el que cree en mí, tiene la vida eterna”. Nos hace reflexionar. Esta palabra introduce en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana, todos nosotros, y la persona de Jesús, donde el Padre juega un papel decisivo, y naturalmente, también el Espíritu Santo, que está implícito aquí. No basta encontrar a Jesús para creer en Él, no basta leer la Biblia, el Evangelio, eso es importante ¿eh?, pero no basta. No basta ni siquiera asistir a un milagro, como el de la multiplicación de los panes. (…) Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús. Somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos. En cambio, la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el rostro de Dios y en sus palabras la palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y ahí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe. Entonces, con esta actitud de fe, podemos comprender el sentido del “Pan de la vida” que Jesús nos dona, y que Él expresa así: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). En Jesús, en su “carne” –es decir, en su concreta humanidad– está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna. (Ángelus, 9 de agosto de 2015)
Clara de Asís, Santa
Memoria Litúrgica, 11 de agosto
Virgen y Fundadora
Martirologio Romano: Memoria de santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de la Orden de los Hermanos Menores, siguió a san Francisco, llevando una áspera vida en Asís, en la Umbría, pero, en cambio, rica en obras de caridad y de piedad. Enamorada de verdad por la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la extrema indigencia y enfermedad († 1253).
Breve Biografía
Nació en Asís el año 1193. Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.
Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.
En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.
Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: «Está embrujada». Era el 18 de marzo de 1212.
Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.
Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.
La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.
Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: «Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina».
Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.
– Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le preguntó:
– ¿Con quién hablas?
Ella contestó recitando el salmo.
– Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.
Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella «fue alto candelabro de santidad», a cuya luz «acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas».
Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián (hoy llamada Orden de las hermanas pobres de Santa Clara), llamadas normalmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.
De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: «Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte».