2 Reyes 4:4
2 Reyes 4:42-44 / Efesios 4:1-6 / Juan 6:1-15
El pequeño fragmento de la carta a los Efesios que la Iglesia proclama en la Liturgia de la Palabra de este domingo, nos recuerda el aspecto dinámico de la fe cristiana que es a la vez vocación y misión, una vocación y una misión que sólo pueden ir hacia adelante si se viven desde la humildad y la mansedumbre, porque la humildad y la mansedumbre son las dos virtudes que van haciendo posible mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz, para vivir el distintivo evangelizador de la comunidad cristiana de amarnos unos a otros como Jesús nos ha amado.
¿Por qué la humildad y la mansedumbre son tan necesarias? La humildad es la actitud más sabia de la criatura humana frente al misterio del universo, de la vida y de la muerte, que nos revelan al mismo tiempo nuestra condición única y maravillosa y nuestra fragilidad y finitud. La humildad nos hace más conscientes de nuestros límites, nos hace tener los pies en el suelo, pero con una mirada de confianza en el sentido último de la vida. La humildad nos acerca al sentir mismo de Dios y nos permite relacionarnos con los demás en una actitud de servicio, no desde el orgullo que nos deshumaniza sino desde el amor que nos viene de Dios que, haciéndonos hijos suyos en Jesucristo, también nos hace hermanos entre nosotros.
Si la humildad se sabía, la mansedumbre es fuerte. Porque mansedumbre no significa debilidad humana o apatía social, la mansedumbre más bien fundamenta la cultura del buen trato, mostrando fortaleza persistiendo, en todos los ámbitos, en la no violencia como principio efectivo de un presente con salida y de un futuro posiblemente mejor.
Poniéndonos de verdad a la escucha comprometida de la Palabra de Dios, se nos confiere el poder del Espíritu, es decir el poder del amor, que nos da la fuerza para enfrentarnos a las adversidades, la persistencia desarmada por ser constructoras de paz.
La vocación cristiana se inserta en este mundo; es don y misión para este mundo. Y aquí la humildad y la mansedumbre juegan un gran papel ante las pruebas externas y los obstáculos internos que dificultan el anuncio del evangelio y la presencia visible del Reino de Dios. Distanciados, a pesar de ser hermanos en la fe, somos más propicios a echar cada uno por su lado que a mirar donde el evangelio quiere que nuestros caminos se encuentren. Es la rémora que todavía hoy hace que los cristianos no vivamos en comunión plena unos con otros, y esto dificulta al mundo creer en Jesucristo como enviado del Padre. San Pablo nos habla de una sola fe, de un solo bautismo, de un solo Dios y Padre que actúa a través de todo. Esa verdad no es una idea sino una realidad viva; de hecho es nuestra salvación. Dios Padre sigue atrayéndonos a Jesucristo en la unidad del Espíritu. Y el camino que nos muestra es el de Cristo en la Cruz reconciliando con El todas las cosas y entregando a todos el Espíritu.
La dimensión Pascual del Calvario nos empuja a la mansedumbre, a perdonarnos mutuamente con humildad. Si el perdón sana las mutuas heridas y revierte nuestra dureza de corazón, seremos más capaces de estrechar los vínculos de la comunión haciendo así más real la encarnación del evangelio y la credibilidad de su mensaje gozoso.
Es bueno mirar el cielo, siempre que lo hagamos con los pies en el suelo. Debemos partir desde lo que somos, de lo poco que tenemos si quieres, como el joven del evangelio de hoy que sólo tenía cinco panes de cebolla y dos piezas. A la pregunta de Jesús sobre dónde compraremos pan para que puedan comer todos, Felipe sólo piensa en los dineros que no tiene, y Andrés con lo poco que son para tanta gente cinco panas y dos piezas. Es Jesús quien, dando gracias por lo que hay, deja que Dios actúe en bien de todos por medio de sus manos.
Jesús nos enseña a confiar en la presencia salvadora del Padre celestial de que lo transciende todo, lo penetra todo y actúa a través de todo. No estamos solos, la vocación a la que estamos llamados llena nuestro corazón de alegría y esperanza, en la misión que nos ha sido encomendada el Señor nos precede y nos acompaña. Bajo la mirada de Dios, todo lo que sabe repartir de lo mejor que tiene, se convierte en cooperador de su obra de amor y salvación.
Estamos celebrando la eucaristía, el Memorial de la muerte y de la resurrección del Señor que, desde la humildad y la mansedumbre, ha vencido el pecado y la muerte, y la celebramos no sólo para nosotros, como comunidad de fe, sino para todos los hombres y mujeres del mundo, incluso para aquellos que no saben valorarla como es debido, a todos querríamos ver convivir en paz como hermanos.
Ofrecemos a este mundo nuestro las mujeres que Dios nos ha confiado: El Espíritu de Cristo resucitado y su mensaje de esperanza y de paz que une y fortalece todas las iniciativas que en el ámbito de Iglesia y fuera de ella llevan a cabo en favor de la dignidad de la persona y de su libertad.
Matthew 13:36-43
Amigos, nuestro Evangelio de hoy es acerca de la parábola de la cizaña en medio del trigo. La palabra de Dios creó la Iglesia, la comunidad de aquellos que se esfuerzan por edificar el Reino. Pero la Iglesia nunca es absolutamente pura y sin trabas, porque los caminos de Dios son contrariados por un poder espiritual, un enemigo. Su tarea es sembrar cizaña en medio del trigo —clandestinamente, sigilosamente, discretamente.
Esta especie de acercamiento entre el bien y el mal es esperable. La Iglesia siempre será un lugar de santos y pecadores, y los pecadores a menudo parecerán santos. El enemigo de la Iglesia, que nunca descansa, se asegurará de ello.
La vigilancia con respecto al mal es necesaria en un mundo caído; sin embargo, debemos ser cautelosos con el celo que, en su pasión por arreglar las cosas, llega a creer que el mal se puede tratar destruyendo lo que es bueno.
En medio de un mundo caído, lo que se espera de nosotros es que vivamos con la esperanza de que al final, en el momento de la cosecha, el Maestro separe lo bueno de lo malo.
De este modo, Jesús habla de nuestro mundo, que en realidad es como un gran campo, donde Dios siembra trigo y el maligno cizaña, y así el bien y el mal crecen juntos. (…) Hay, sin embargo, un segundo campo en el que podemos limpiar: es el campo de nuestro corazón, el único en el que podemos intervenir directamente. También allí hay trigo y cizaña, de hecho, es desde allí desde donde ambos se extienden al gran campo del mundo. Hermanos y hermanas, nuestro corazón, en efecto, es el campo de la libertad: no es un laboratorio aséptico, sino un espacio abierto y, por tanto, vulnerable. Para cultivarlo adecuadamente, es necesario, por una parte, cuidar constantemente los delicados brotes de bondad y, por otra, identificar y erradicar las malezas, en el momento justo. Así pues, miremos en nuestro interior y examinemos un poco que ocurre, lo que crece en mí. Que está creciendo en mi de bien y de mal. Existe un hermoso método para hacerlo: aquello que se llama el examen de conciencia, que es ver qué sucede hoy en mi vida, qué me impactó en el corazón y qué decisión tomé. Y esto sirve precisamente para verificar, a la luz de Dios, donde están las hierbas malas y donde la semilla buena.
(Ángelus, 23 de julio de 2023)
Pedro Crisólogo, Santo
Memoria Litúrgica, 30 de julio
Por: Redacción | Fuente: ACI Prensa
Obispo de Rávena y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Pedro, “Crisólogo” de sobrenombre, obispo de Ravena y doctor de la Iglesia, que, habiendo recibido el nombre del santo apóstol, desempeñó su oficio tan perfectamente que consiguió capturar a multitudes en la red de su celestial doctrina, saciándolas con la dulzura de su palabra. Su tránsito tuvo lugar el día treinta y uno de este mes en Imola, en la región de la Emilia Romagna (c. 450).
Breve Biografía
San Pedro, quien fue uno de los oradores más famosos de la Iglesia Católica, nació en Imola, Italia y fue formado por el Obispo de esa ciudad Cornelio, por el cual conservó siempre una gran veneración. El Obispo Cornelio convenció a San Pedro de que en el dominio de las propias pasiones y en el rechazar los malos deseos reside la verdadera grandeza, y que este es un medio seguro para conseguir las bendiciones de Dios.
San Pedro gozó de la amistad del emperador Valentiniano y de la madre de éste, Plácida, y por recomendación de los dos, fue nombrado Arzobispo de Ravena. También gozó de la amistad del Papa San León Magno.
Cuando empezó a ser arzobispo de Ravena, había en esta ciudad un gran número de paganos. Y trabajó con tanto entusiasmo por convertirlos, que cuando él murió ya eran poquísimos los paganos o no creyentes en este lugar.
A la gente le agradaba mucho sus sermones, y por eso le pusieron el sobrenombre de crisólogo, que quiere decir, el que habla muy bien. Su modo de hablar era conciso, sencillo y práctico. La gente se admiraba de que en predicaciones bastante breves, era capaz de resumir las verdades más importantes de la fe. Se conservan de él, 176 sermones, muy bien preparados y cuidadosamente redactados. Por su gran sabiduría al predicar y escribir, fue nombrado Doctor de la Iglesia, por el Papa Benedicto XIII.
Recomendaba mucho la comunión frecuente y exhortaba a sus oyentes a convertir la Sagrada Eucaristía en su alimento de todas las semanas.
Artículo originalmente publicado en ACIprensa
La parábola de la cizaña
Santo Evangelio según san Mateo 13, 36 -43. Martes XVII del Tiempo Ordinario.
Por: Redacción | Fuente: Catholic.net
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, Señor de Misericordia, vengo a ponerme en tu presencia para pedirte que pongas tus palabras y tu mensaje en mi corazón para que sepa darte el fruto que Tú buscas en mí. Aumenta mi fe para verte en mi vida y en los demás; aumenta mi esperanza para vivir con alegría deseando estar contigo en la eternidad; y aumenta mi amor para nunca abandonarte ni dejarte solo porque Tú nunca me abandonas ni te apartas de mí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 36 -43
Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». El les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hay que decirle al Señor que hoy también nos acercamos a su presencia para pedirle que nos explique sus enseñanzas. En nuestra vida muchas veces no podemos ver claro lo que Él pide o no entendemos lo que nos dice. En esta parábola, sin embargo, abre con claridad lo que quiso explicar a la humanidad. Jesús quiere que seamos la buena semilla que pertenece al Reino de Dios.
Cuánto duele al Señor saber que muchos eligen el camino del mal y se apartan de Él; a nosotros también nos apena ver que efectivamente muchos se deciden por ser cizaña que ha sembrado el demonio. Satanás está en lucha contra Dios y contra los hombres, que busca constantemente que las almas se alejen de su Creador.
Pero Dios, el creador y dueño de campo que es el mundo, seguirá cuidando con mucha misericordia de su campo y trabajará no por arrancar la cizaña, sino para convertirla en bellas espigas que serán recogidas en la buena cosecha. Aunque en el mundo físico esto no es posible, sin embargo Dios puede hacer esto, pero necesita también de nuestra labor, de nuestras oraciones y nuestros sacrificios para ayudar a convertir a los pecadores.
Para nosotros esto es posible mientras hay vida, y una vez llegado el momento de rendir cuentas, Dios que nos persiguió con su amor infinito, nos evaluará con su infinita justicia. Pidamos a los ángeles, cosechadores del Señor, que ayuden a los seres humanos a obrar el bien y pertenecer al Reino de Dios. Hay que tener fe, porque en nuestra vida muchas veces luchamos por lo que no vemos, pero al final veremos por lo que luchamos: por Dios y su Reino.
El Señor nos dice que el que persevere hasta el fin, ése se salvará (Mt 10, 22). Este es el llamado a la perseverancia en el bien, en ser semilla buena que da fruto abundante en el campo del mundo creado por Dios. Pero la soberbia es la que puede descomponer la buena semilla que Dios ha sembrado, porque es asemejarse al maligno que se ha rebelado contra Dios, o como decía San Agustín, es hacerse perverso e imitador de los errores del diablo.
La cizaña será quemada en el día de la ciega. Este día final se le suele pintar con tintes tremendistas y catastróficos, infundiendo miedos y terrores. Para quien se ha esforzado en seguir la voluntad de Dios, aun a pesar de nuestras muchas deficiencias, debilidades y errores, no puede menos que esperar la misericordia y consideración por parte de Dios. No nos preparamos para un día de temor, sino para un día de esperanza y retribución.
Si pensamos más frecuente en este día de la cosecha, sabremos vivir rectamente, incluso en las derrotas si van acompañadas de una sincera lucha y un sincero arrepentimiento. Así brillaremos también en este mundo con el fulgor de los hijos de Dios.
.«En este caso, Jesús no se limitó a presentar la parábola, también la explicó a sus discípulos. La semilla que cayó en el camino indica a quienes escuchan el anuncio del reino de Dios pero no lo acogen; así llega el Maligno y se lo lleva. El Maligno, en efecto, no quiere que la semilla del Evangelio germine en el corazón de los hombres. Esta es la primera comparación. La segunda es la de la semilla que cayó sobre las piedras: ella representa a las personas que escuchan la Palabra de Dios y la acogen inmediatamente, pero con superficialidad, porque no tienen raíces y son inconstantes; y cuando llegan las dificultades y las tribulaciones, estas personas se desaniman enseguida. La segunda es la de la semilla que cayó sobre las piedras: ella representa a las personas que escuchan la Palabra de Dios y la acogen inmediatamente, pero con superficialidad, porque no tienen raíces y son inconstantes; y cuando llegan las dificultades y las tribulaciones, estas personas se desaniman enseguida. El tercer caso es el de la semilla que cayó entre las zarzas: Jesús explica que se refiere a las personas que escuchan la Palabra pero, a causa de las preocupaciones mundanas y de la seducción de la riqueza, se ahoga. Por último, la semilla que cayó en terreno fértil representa a quienes escuchan la Palabra, la acogen, la custodian y la comprenden, y la semilla da fruto. El modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María».
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de julio de 2014).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré mucho por la salvación de las almas del purgatorio, para que Dios, en su infinita bondad, mitigue los ardores de la purificación de estas almas que esperan con ansias el momento glorioso de su encuentro eterno con Dios.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Santa María de Jesús Sacramentado: La primera santa mexicana
Fair use
Sandra Ferrer – publicado el 17/06/20
Dedicó su vida a los pobres y enfermos, se enfrentó a las duras persecuciones religiosas en su país y fundó la congregación de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús Sacramentado.
El 21 de mayo de 2000, el papa Juan Pablo II canonizaba a María de Jesús Sacramentado. Había pasado menos de medio siglo desde su desaparición pero María había dejado una huella indeleble en quienes la conocieron y decidieron impulsar su proceso para elevarla a los altares.
Su nombre secular era María Natividad Venegas de la Torre y había nacido el 8 de septiembre de 1868 en Zapotlanejo, Jalisco. La pequeña de doce hermanos, María Natividad creció en un ambiente feliz y piadoso que se trucó en su juventud.
En un periodo de tiempo de tres años, vio morir primero a su madre y después a su padre. Pero, a pesar de que desde entonces la familia sufrió complicadas dificultades económicas, ella nunca se olvidó de ayudar a los que aún se encontraban en peor situación que ella.
Durante un tiempo, María Natividad estuvo viviendo con una tía paterna hasta su entrada definitiva en la vida religiosa. En aquellos años de juventud, María Natividad ya demostró ser una mujer de profunda piedad que se alejaba de las atracciones mundanas.
En 1898 se unía a la Asociación de las Hijas de María en la que durante un tiempo trabajó de manera incansable como enfermera y realizando todas las tareas que le encomendaban. En 1905, tras asistir a unos ejercicios espirituales, ingresaba en la nueva comunidad de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús en Guadalajara y años después hacía sus votos perpetuos.
Aquellos fueron años de intenso trabajo para la nueva hermana María de Jesús Sacramentado quien en 1912 era elegida vicaria y en 1921 superiora de la nueva orden de la que consiguió que fueran aprobadas sus constituciones en 1930.
En aquellos mismos años, mientras las hermanas se volcaban en ayudar a los más necesitados de su comunidad, México se enfrentaba a un duro conflicto armado que ponía en jaque a las comunidades religiosas. Conocida como Guerra Cristera, entre los años 1926 y 1929, los mexicanos vieron amenazada su fe por las milicias de laicos que pretendían limitar el culto católico provocando la persecución religiosa en todo el país.
Las comunidades religiosas vivieron grandes peligros pero mujeres como María de Jesús Sacramentado se mantuvieron firmes en sus creencias y continuaron defendiendo su modo de vida y su labor asistencial.
María de Jesús Sacramentado tuvo una larga vida, vivió hasta los noventa y un años, de los cuales dedicó más de medio siglo a su vida religiosa de ayuda a los demás. A lo largo de décadas de duro trabajo y dedicación, se convirtió en objeto de respeto y admiración además de ejemplo para todas las mujeres que ingresaban en su congregación que ayudó y sigue ayudando a los más necesitados. Además de su convento en Guadalajara, María trabajó para abrir nuevas casas, hasta dieciséis, en las que las mujeres que se unieron a su proyecto de vida se volcaron en la ayuda de pobres y enfermos.
Una vida que se apagó el 30 de julio de 1959. Dos décadas después se iniciaba el proceso de canonización que culminaría a principios del nuevo siglo recibiendo el honor de ser la primera santa mexicana de la historia.
Juan Pablo II, en la homilía en la que tuvo lugar su beatificación en 1992 dijo de ella: “Fomentó en su Instituto, las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, una espiritualidad fuerte e intrépida, basada en la unión con Dios, en el amor y obediencia a la Iglesia. Con su ejemplo enseñó a sus hermanas religiosas —muchas de las cuales están aquí presentes para honrarla— que debían ver en los pobres, los enfermos y los ancianos, la imagen viva de Cristo. Cuando asistía a uno de ellos solía decirle: “Ten fe y todo irá bien”. De hecho, su vida es un modelo de consagración absoluta a Dios y a la humanidad doliente, que ella empezó a conocer en el Hospital del Sagrado Corazón de Jesús, de Guadalajara”.