La paz esté con ustedes. Amigos, durante el ciclo B de lecturas del año litúrgico, siempre tenemos esta sección durante el verano. Leemos, creo que por cinco semanas, del capítulo seis del Evangelio de Juan, que trata todo sobre la Eucaristía. Y esto es lo interesante, en el Evangelio de Juan, hay un relato de la Última Cena, pero no se menciona en ella lo que llamamos la narrativa de la institución. Eso se refiere al breve relato de lo que hizo Jesús con el pan y el vino y lo demás; que sí se encuentra en los Evangelios sinópticos. Juan tiene el relato de la Última Cena, donde encontramos el lavado de los pies de los discípulos, y luego tenemos este largo discurso de Jesús, pero no la narrativa de la institución. La gente se ha desconcertado a veces, “Pero, ¿Por qué faltaría eso en Juan, que es el más místico de los cuatro Evangelios?”. Bueno, esta es la respuesta corta. Falta allí solo porque en el capítulo sexto de Juan tenemos una teología Eucarística profunda e intensa. Juan desarrolla su teología Eucarística en este capítulo seis. ¿Puedo sugerirles, saquen sus Biblias y ábranlas en Juan capítulo seis? Léanlo entero, no es tan extenso. No hay ninguna reflexión mejor ni más intensa sobre la Eucaristía que allí. Y toda la tradición, desde Agustín hasta Tomás de Aquino, hasta el tiempo presente, es solo una meditación extendida de Juan seis. Así que tenemos ahora el privilegio, las siguientes semanas, de recorrer esta sección. Así que voy a recorrerla con ustedes. Es muy interesante cómo comienza. Jesús se explayará en un largo discurso sobre la Eucaristía, pero comienza narrativamente.
Y lo que se está narrando aquí es esta historia familiar de la multiplicación de los panes, pero lo que se está narrando simbólicamente en verdad, es la misa, es la misa. No vamos a comprender la Eucaristía separada de la Misa, fuera del contexto de la Misa. Así que Juan la desarrolla ahora, sin negar por un minuto que este milagro sucedió en realidad. Quedó tan arraigado en la memoria de los primeros Cristianos, pero él lo presenta de este modo icónico que saca a relucir las diferentes dimensiones de la Misa. Este es el comienzo mismo, los versículos iniciales de Juan capítulo seis; “Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos”. Miremos ahora a estos elementos, antes que nada, hay una gran multitud siguiendo a Jesús. ¿Cómo venimos a Misa? Es posible que vengan santos a Misa. Es posible que haya alguno justo al comienzo de su vida espiritual, un buscador, pero todos los que vienen a Misa lo hacen porque se dan cuenta que la respuesta está en él. Se dan cuenta que él es el pastor. Son atraídos magnéticamente hacia él. Piensen ahora en la multitud que se acerca a Jesús como la multitud que se reúne para la Misa de domingo. Me ha conmovido durante todos mis años como sacerdote y como obispo, que viene gente que llega de situaciones de la vida diferentes, edades diferentes, contextos diferentes, niveles de educación diferentes, etnias y razas diferentes; todos llegan a la Misa atraídos, si se quiere, por Jesús. Luego “subió al monte”. Por supuesto, la montaña es un tema recurrente en la Biblia para el lugar de encuentro entre Dios y la humanidad, del cielo y la tierra, porque la montaña sube. Es nuestro ascenso a Dios, y es un lugar donde Dios desciende. Piensen en el humo del Monte Sinaí, etcétera; Desde el monte Edén en el Libro del Génesis, el Monte Sinaí, por supuesto, el Monte Tabor, Monte Calvario. Todos estos lugares de encuentro. Bueno, piensen en la Misa, la próxima vez que asistan a Misa, están de un modo sobre todas esas montañas. Es en el Tabor, que sucederá la transfiguración. Sinaí, la ley se puso en marcha, desde ese sitio. Edén, porque es el jardín donde se recobra nuestra vida real. Calvario, porque el sacrificio de Cristo se volverá a presentar.
La Misa es el sitio de reunión privilegiado del cielo y la tierra. La multitud se acerca a él y sube a la montaña. Escuchen entonces, “se sentó allí con sus discípulos”. En el mundo antiguo, la posición de sentado era la posición del maestro. Es lo opuesto a lo nuestro. Aquí estoy, por ejemplo, sobre este estrado, estoy de pie, y estoy predicándoles. Cuando era maestro en aquellos años, entraba en el salón, me paraba frente a un podio como este. Los estudiantes se sentaban. Era casi lo opuesto en el mundo antiguo: el maestro no llegaba y se paraba en el estrado, sino que se sentaba y luego los discípulos se distribuían a sus pies. Así que nos referimos a sentarse a los pies del maestro. Bueno, esa es una imagen antigua. No es cierto en la actualidad, ahora diríamos “toma una silla en el salón mientras el maestro da la clase”. Pero en el mundo antiguo, el maestro se sentaba. ¿Qué es la primera parte de la Misa? La liturgia de la palabra. Leemos del Antiguo Testamento, leemos de los Salmos, leemos típicamente de Pablo, luego el Evangelio, por supuesto. Tenemos lectores o diáconos, tal vez, haciendo estas lecturas. Pero, ¿Quién está hablando? Místicamente, es siempre Cristo el que habla. Él es la palabra. Y entonces cada vez que se pronuncia la palabra divina, es Cristo el que habla. En Misa, todos nosotros, como si fuera, nos sentamos a los pies del maestro mientras él enseña. Me sorprende, especialmente ahora que soy obispo de una diócesis, Piensen en eso la próxima vez que asciendan a la montaña para la Misa, y ahora se sientan a escuchar la palabra, están en la postura o en la actitud de estos discípulos. “Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: ‘¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?’”. Dice que lo estaba poniendo a prueba. Él sabía, por supuesto. Y luego Felipe dice, “Ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Y luego Andrés, “Bueno, aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados”. Jesús le respondió, “Díganle a la gente que se siente y dénmelos”. Así que a continuación de la liturgia de la palabra, tenemos el credo, lo cual es interesante, porque el credo no es una afirmación abstracta, formal; es el modo en que la gente dice, “Creo en lo que recién he escuchado”. Porque el credo expone la narrativa básica de la salvación. Así que al decir eso, amén al credo, decimos amen a lo que recién escuchamos. Luego se acercan los dones, ¿cierto? Un poco de pan, un poco de vino, un poquito de agua.
Si estuviéramos hablando de saciar el hambre física de la gente, esa pequeña hostia que se da a cada persona apenas repararía su hambre. Lo ven. Somos como Felipe y Andrés. Allí está esta multitud gigante para alimentar, pero, ¿acaso aquí no tenemos unos pocos trozos, unos pocos artículos? Jesús dice, “Bueno, dénmelos”. Lo que sucede en Misa es que estos minúsculos elementos se llevan adelante. La multitud está signada por la más profunda hambre espiritual, y ustedes pensarán, “bueno, ¿qué bien hará esto? ¿Estos pequeños dones que damos?”. Pero si se los dan a Cristo, ¿qué sucede? Regresan elevados y transformados en alimento para toda esa multitud. Se está describiendo aquí un milagro físico, la multiplicación de los panes y los peces. Lo que sucede en la Misa es algo mucho más impactante porque es un milagro en el nivel espiritual. Cristo no necesita estos pequeños dones que ofrecemos. No necesita nada. Dios no necesita nada. Dios crea al mundo ex nihilo, de la nada. Por lo tanto, Dios no necesita nada del mundo. No podemos darle nada a Dios que Él ya no tenga. Pero cuando le damos a Dios lo que no necesita, él puede devolver ese regalo elevado y transfigurado para nosotros. Ese es un principio bíblico básico, un principio básico del evangelio. Tomas lo poco que tienes, se lo das a él, será elevado, transfigurado para alimentar al mundo. Lo que sucede en la Misa, no la multiplicación física de estas pequeñas hostias, algo mucho más maravilloso. Lo que sucede es la transubstanciación de estos elementos, este pan común obtenido de la tierra y del trabajo del hombre, este vino común que se obtiene de la uva y la vid y del trabajo del hombre se convierten, a través del poder de Cristo, transubstanciado en su cuerpo y su sangre. La alimentación de la multitud, la alimentación física de la multitud, es por lo tanto emblemática, de la alimentación del alma que acontece en la Misa. Subimos a la montaña, nos sentamos y escuchamos la palabra. Luego traemos lo poco que tenemos, y luego lo encontramos elevado para la transformación y la alimentación del mundo entero. Allí es donde estamos, en lo que llamamos la liturgia de la Eucaristía. ¿Acaso no es maravilloso? Salteé la línea donde Jesús toma estos elementos y da gracias. ¿Acaso no llamamos a la plegaria por la que estos elementos son transfigurados, la plegaria Eucarística?
Eucharistein en griego significa dar gracias. El sacerdote o el obispo está actuando, decimos, in persona Christi, en la persona misma de Cristo. Es Cristo dando gracias a su padre, una vez más, y esto conduce a la alimentación de esta multitud físicamente, y con cada multitud que se reúne para la Misa, espiritualmente. Adoro este último detalle, porque refleja probablemente refleje la costumbre que ya estaba en boga en aquella época. Cuando estuvieron saciados, Jesús dijo a sus discípulos, “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien”. Los recogieron entonces en doce canastas de mimbre. ¿Qué sucede al final de la Misa? Desde los primeros tiempos, si dudan de mí, ya que estamos, lean a San Justino Mártir, que en el año 155 da cuentas de lo que hacían los Cristianos los Domingos. Es posible identificar a la Misa y él enfatiza que, al final, se recogen los fragmentos de los elementos y se los lleva a los que estuvieron ausentes y a los necesitados y los pobres. Si esto fuera cierta especie de ritual remotamente simbólico el que estuviéramos haciendo, una vez que hemos realizado el ritual y hemos sido animados, ¿por qué preocuparse por los fragmentos? A menos que creyeran que habían sido realmente transformados en el cuerpo y sangre de Cristo. ¿Por qué te molestarías en recogerlos a menos que hubieran sido realmente transubstanciados? Lo ven en Justino Mártir en 155, pero lo ven incluso aquí en el Evangelio de Juan. Y lo observamos hasta la actualidad. Cuando estén en Misa la próxima vez y termina la comunión y vean regresar a los ministros, cuando recogen los fragmentos y los llevan de regreso al tabernáculo, esa es la práctica que se describe aquí. Así que, mientras comenzamos esta larga meditación de aproximadamente cinco semanas sobre la Eucaristía, comenzamos por la Misa. Comenzamos por la Misa. Es dentro del contexto de la Misa que la Eucaristía cobra sentido. Y tengamos abiertos nuestros ojos y almas y mentes estas próximas semanas mientras exploramos el misterio de éste, el mayor de los sacramentos. Y Dios los bendiga.
Pantaleón, Santo
Mártir, 27 de julio
Por: Redacción | Fuente: Corazones.org
Martirologio Romano: En Nicomedia, de Bitinia, san Pantaleón o Pantalaimón, mártir, venerado en Oriente como médico que ejercía su arte sin retribución alguna (c. 305).
Etimológicamente: Pantaleón = Aquel que se compadece de todos, es de origen griego.
Breve Biografía
Médico nacido en Nikomedia (actual Turquía). Fue decapitado por profesar su fe católica en la persecución del emperador romano Diocleciano, el 27 de julio del 305.
Lo que se sabe de San Pantaleón procede de un antiguo manuscrito del siglo VI que está en el Museo Británico. Pantaleón era hijo de un pagano llamado Eubula y de madre cristiana. Pantaleón era médico. Su maestro fue Euphrosino, el médico mas notable del imperio. Fue médico del emperador Galerio Maximiano en Nicomedia.
Conoció la fe pero se dejó llevar por el mundo pagano en que vivía y sucumbió ante las tentaciones, que debilitan la voluntad y acaban con las virtudes, cayendo en la apostasía. Un buen cristiano llamado Hermolaos le abrió los ojos, exhortándole a que conociera «la curación proveniente de lo más Alto», le llevó al seno de la Iglesia. A partir de entonces entregó su ciencia al servicio de
En el año 303, empezó la persecución de Diocleciano en Nikomedia. Pantaleón regaló todo lo que tenía a los pobres. Algunos médicos por envidia, lo delataron a las autoridades. Fue arrestado junto con Hermolaos y otros dos cristianos. El emperador, que quería salvarlo en secreto, le dijo que apostatara, pero Pantaleón se negó e inmediatamente curó milagrosamente a un paralítico para demostrar la verdad de la fe. Los cuatro fueron condenados a ser decapitados. San Pantaleón murió mártir a la edad de 29 años el 27 de julio del 304. Murió por la fe que un día había negado. Como San Pedro y San Pablo, tuvo la oportunidad de reparar y manifestarle al Señor su amor.
Las actas de su martirio nos relatan sobre hechos milagrosos: Trataron de matarle de seis maneras diferentes; con fuego, con plomo fundido, ahogándole, tirándole a las fieras, torturándole en la rueda y atravesándole una espada. Con la ayuda del Señor, Pantaleón salió ileso. Luego permitió libremente que lo decapitaran y de sus venas salió leche en vez de sangre y el árbol de olivo donde ocurrió el hecho floreció al instante. Podría ser que estos relatos son una forma simbólica de exaltar la virtud de los mártires, pero en todo caso, lo importante es que Pantaleón derramó su sangre por Cristo y los cristianos lo tomaron como ejemplo de santidad.
En Oriente le tienen gran veneración como mártir y como médico que atendía gratuitamente a los pobres. También fue muy famoso en Occidente desde la antiguedad.
Se conservan algunas reliquias de su sangre, en Madrid (España), Constantinopla (Turquía) y Ravello (Italia).
El Milagro de su sangre
Una porción de su sangre se reserva en una ampolla en el altar mayor del Real Monasterio de la Encarnación en Madrid de los Austrias, junto a la Plaza de Oriente, Madrid, España. Fue tomada de otra más grande que se guarda en la Catedral italiana de Ravello. Fue donada al monasterio junto con un trozo de hueso del santo por el virrey de Nápoles. En Madrid lo custodian las religiosas Agustinas Recoletas dedicadas a la oración. Hay constancia de que la reliquia ya estaba en la Encarnación desde su fundación en el año 1616.
La sangre, en estado sólido durante todo el año, se licuefacciona [o ocurre el fenómeno de licuefacción], como la sangre de San Jenaro, sin intervención humana. Esto ocurre en la víspera del aniversario de su martirio, o sea, cada 26 de julio. Así ha ocurrido cada año hasta la fecha de este escrito, 2005, cuando se celebran 1700 años de su martirio. En ese año el milagro tuvo lugar mientras las religiosas oraban en el coro del templo y ante la presencia de cientos de visitantes. El monasterio abre las puertas al público para que todos sean testigos. En algunas ocasiones, la sangre ha tardado en solidificarse para señalar alguna crisis, como ocurrió durante las dos guerras mundiales.
Muchas veces se ha intentado explicar el fenómeno mediante mecanismos netamente naturales, como la temperatura o las fases de la luna. Sin embargo, ninguna de las explicaciones ha resultado satisfactoria para la ciencia. La iglesia no se ha definido sobre el milagro. Las hermanas dicen sencillamente que es «un regalo de Dios».
Para facilitar la vista del público y evitar el deterioro de la reliquia, en el 1995 las monjitas instalaron monitores de televisión que aumentan diez veces la imagen de la cápsula que contiene la sangre del santo.
La sangre de un médico mártir se licúa. ¿Qué nos dice Dios con este portento?.
Acaso no necesitamos este testimonio valiente de quien dio su vida por la fe. Su sangre nos recuerda nuestra propia responsabilidad de vivir la fe en un tiempo donde tantos caen en la apostasía o simplemente en la indiferencia. Cuanto necesitamos el ejemplo de San Pantaleón, quien supo vivir su profesión al servicio de Jesucristo.
¡Felicidades a los que lleven este nombre!