Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos explica la parábola del sembrador. Estudiemos entonces cada parte de la explicación.
La semilla que cae en el camino es “alguien que oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón”. Esto significa que podemos terminar sin acceder a Dios porque nos falta educación en los aspectos del Espíritu.
La semilla que cayó sobre terreno pedregoso es “el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante”. Cuando aparecen las dificultades y persecuciones se pierde confianza.
“La semilla entre las espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto”. Algunas personas escuchan la palabra, pero luego son incapaces de mantener el foco y sentido de priorización.
A partir de estas tristes situaciones podemos interpretar lo necesario para un buen terreno. Cuando entendemos la fe, cuando nos tomamos tiempo para leer teología, estudiamos las Escrituras; cuando perseveramos, nos disciplinamos, y practicamos la fe; cuando ponemos nuestras prioridades en orden; entonces la raíz de la semilla crecerá en nosotros. Y producirá fruto, ya sea treinta veces, sesenta veces, o cien veces.
Jesús nos invita hoy a mirarnos por dentro: a dar las gracias por nuestro terreno bueno y a seguir trabajando sobre los terrenos que todavía no son buenos. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras piedras de la pereza son todavía numerosas y grandes; individuemos y llamemos por nombre a las zarzas de los vicios. Encontremos el valor de hacer una buena recuperación del suelo, una bonita recuperación de nuestro corazón, llevando al Señor en la Confesión y en la oración nuestras piedras y nuestras zarzas. Haciendo así, Jesús, buen sembrador, estará feliz de cumplir un trabajo adicional: purificar nuestro corazón, quitando las piedras y espinas que asfixian la Palabra.
(Ángelus, 16 de julio de 2017)
San Joaquín y Santa Ana
Los padres de la Virgen María, 26 de julio
Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net
Un matrimonio santo
Martirologio Romano: Memoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a la tradición de los cristianos.
Breves Biografías
San Joaquín
Joaquín (Yahvé prepara) fue el padre de la Virgen María, madre de Dios. Según San Pedro Damián, deberíamos tener por curiosidad censurable e innecesaria el inquirir sobre cuestiones que los evangelistas no tuvieron a bien relatar, y, en particular, acerca de los padres de la Virgen.
Con todo, la tradición, basándose en testimonios antiquísimos y muy tempranamente, saludó a los santos esposos Joaquín y Ana como padre y madre de la Madre de Dios.
Ciertamente, esta tradición parece tener su fundamento último en el llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de Santa María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la infancia del Salvador; este origen es normal que levantara sospechas bastante fundadas.
No debería olvidarse, sin embargo, que el carácter apócrifo de tales escritos, es decir, su exclusión del canon y su falta de autenticidad no conlleva el prescindir totalmente de sus aportaciones.
En efecto, a la par que hechos poco fiables y legendarios, estas obras contienen datos históricos tomados de tradiciones o documentos fidedignos; y aunque no es fácil separar el grano de la paja, sería poco prudente y acrítico rechazar el conjunto indiscriminadamente.
Algunos comentaristas, que opinan que la genealogía aportada por San Lucas es la de la Virgen, hallan la mención de Joaquín en Helí (Lucas, 3, 23; Eliachim, es decir, Jeho-achim), y explican que José se había convertido a los ojos de la ley, a fuer de su matrimonio, en el hijo de Joaquín. Que esa sea el propósito y la intención del evangelista es más que dudoso, lo mismo que la identificación propuesta entre los dos nombres Helí y Joaquín.
Tampoco se puede afirmar con certeza, a pesar de la autoridad de los Bollandistas, que Joaquín fuera hijo de Helí y hermano de José; ni tampoco, como en ocasiones se dice a partir de fuentes de muy dudoso valor, que era propietario de innumerables cabezas de ganado y vastos rebaños.
Más interesantes son las bellas líneas en las que el Evangelio de Santiago describe, cómo, en su edad provecta, Joaquín y Ana hallaron respuesta a sus oraciones en favor de tener descendencia.
Es tradición que los padres de Santa María, que aparentemente vivieron primero en Galilea, se instalaron después en Jerusalén; donde nació y creció Nuestra Señora; allí también murieron y fueron enterrados.
Una iglesia, conocida en distintas épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María in Probática, Sagrada Probática y Santa Ana fue edificada en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena, en el lugar de la casa de San Joaquín y Santa Ana, y sus tumbas fueron allí veneradas hasta finales del siglo IX, en que fue convertida en una escuela musulmana.
La cripta que contenía en otro tiempo las sagradas tumbas fue redescubierta en 1889. San Joaquín fue honrado muy pronto por los griegos, que celebran su fiesta al día siguiente de la de la Natividad de Ntra. Señora. Los latinos tardaron en incluirlo en su calendario, donde le correspondió unas veces el 16 de septiembre y otras el 9 de diciembre.
Asociado por Julio II [el de la capilla Sixtina] al 20 de marzo, la solemnidad fue suprimida unos cinco años después, restaurada por Gregorio XV (1622), fijada por Clemente XII (1738) en el domingo posterior a la Asunción, y fue finalmente León XIII [el de la Rerum Novarum] quien, el 1 de agosto de 1879, dignificó la fiesta de estos esposos que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.
Santa Ana
Ana (del hebreo Hannah, gracia) es el nombre que la tradición ha señalado para la madre de la Virgen. Las fuentes son las mismas que en el caso de San Joaquín. Aunque la versión más antigua de estas fuentes apócrifas se remonta al año 150 d.C., difícilmente podemos admitir como fuera de toda duda sus variopintas afirmaciones con fundamento en su sola autoridad.
En Oriente, el Protoevangelio gozó de gran autoridad y de él se leían pasajes en las fiestas marianas entre los griegos, los coptos y los árabes. En Occidente, sin embargo, como ya te adelanté con San Joaquín, fue rechazado por los Padres de la Iglesia hasta que su contenido fue incorporado por San Jacobo de Vorágine a su Leyenda Áurea en el siglo XIII.
A partir de entonces, la historia de Santa Ana se divulgó en Occidente y tuvo un considerable desarrollo, hasta que Santa Ana llegó a convertirse en uno de los santos más populares también para los cristianos de rito latino.
El Protoevangelio aporta la siguiente relación: En Nazaret vivía una pareja rica y piadosa, Joaquín y Ana. No tenían hijos. Cuando con ocasión de cierto día festivo Joaquín se presentó a ofrecer un sacrificio en el templo, fue arrojado de él por un tal Rubén, porque los varones sin descendencia eran indignos de ser admitidos.
Joaquín entonces, transido de dolor, no regresó a su casa, sino que se dirigió a las montañas para manifestar su sentimiento a Dios en soledad. También Ana, puesta ya al tanto de la prolongada ausencia de su marido, dirigió lastimeras súplicas a Dios para que le levantara la maldición de la esterilidad, prometiendo dedicar el hijo a su servicio.
Sus plegarias fueron oídas; un ángel se presentó ante Ana y le dijo: «Ana, el Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el fruto de tu seno será bendecido por todo el mundo». El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, que volvió al lado de su esposa. Ana dio a luz una hija, a la que llamó Miriam.
Dado que esta narración parece reproducir el relato bíblico de la concepción del profeta Samuel, cuya madre también se llamaba Hannah, la sombra de la duda se proyecta hasta en el nombre de la madre de María.
El célebre Padre John de Eck de Ingolstadt, en un sermón dedicado a Santa Ana (pronunciado en París en 1579), aparenta conocer hasta los nombres de los padres de Santa Ana. Los llama Estolano (Stollanus) y Emerencia (Emerentia).
Afirma que la santa nació después de que Estolano y Emerencia pasaran veinte años sin descendencia; que San Joaquín murió poco después de la presentación de María en el templo; que Santa Ana casó después con Cleofás, del cual tuvo a María de Cleofás; la mujer de Alfeo y madre de los apóstoles Santiago el Menor, Simón y Judas Tadeo, así como de José el Justo.
Después de la muerte de Cleofás, se dijo que casó con Salomas, de quien trajo al mundo a María Salomé (la mujer de Zebedeo y madre de los apóstoles Juan y Santiago el Mayor).
La misma leyenda espuria se halla en los textos de Gerson y en los de muchos otros. Allí surgió en el siglo XVI una animada controversia sobre los matrimonios de Santa Ana, en la que Baronio y Belarmino defendieron su monogamia.
En Oriente, al culto a Santa Ana se le puede seguir la pista hasta el siglo IV. Justiniano I hizo que se le dedicara una iglesia. El canon del oficio griego de Santa Ana fue compuesto por San Teófanes, pero partes aún más antiguas del oficio son atribuidas a Anatolio de Bizancio.
Su fiesta se celebra en Oriente el 25 de julio, que podría ser el día de la dedicación de su
primera iglesia en Constantinopla o el aniversario de la llegada de sus supuestas reliquias a esta ciudad (710).
Aparece ya en el más antiguo documento litúrgico de la Iglesia Griega, el Calendario de
Constantinopla (primera mitad del siglo VIII). Los griegos conservan una fiesta común de San Joaquín y Santa Ana el 9 de septiembre.
En la Iglesia Latina, Santa Ana no fue venerada, salvo, quizás, en el sur de Francia, antes del siglo XIII. Su imagen, pintada en el siglo
VIII y hallada más tarde en la Iglesia de Santa María la Antigua de Roma, acusa la influencia bizantina.
Su fiesta, bajo la influencia de la Leyenda Áurea, se puede ya rastrear (26 de julio) en el siglo XIII, en Douai. Fue introducida en Inglaterra por Urbano VI el 21 de noviembre de 1378, y a partir de entonces se extendió a toda la Iglesia occidental. Pasó a la Iglesia Latina universal en 1584.
Santa Ana es la patrona de Bretaña. Su imagen milagrosa (fiesta, 7 de marzo) es venerada en Notre Dame d´Auray, en la diócesis de Vannes.
También en Canadá -donde es la patrona principal de la provincia de Québec- el santuario de Santa Ana de Beaupré es muy famoso.
Santa Ana es patrona de las mujeres trabajadoras; se la representa con la Virgen María en su regazo, que también lleva en brazos al Niño Jesús. Es además la patrona de los mineros, que comparan a Cristo con el oro y con la plata a María.
Pidamos la intercesión de los abuelos del Niño Jesús
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El 26 de julio es la fecha en la que la Iglesia celebra a los abuelos del Niño Dios, San Joaquín y Santa Ana, padres de la Santísima Virgen María. Pidamos su intercesión
La tradición que se remonta al siglo II hace que la Iglesia celebre san Joaquín y santa Ana como padres de la Virgen y, por lo tanto, abuelos de Jesucristo.
Según esta misma tradición, santa Ana habría nacido en Belén, región de Judea, y se casó con Joaquín, que era de Nazaret, región de Galilea. Ambos eran descendientes del rey David.
En hebreo, Ana significa «benéfica, compasiva, llena de gracia». En latín, significa «anciana», término relacionado con «abuela» y «sabia».
San Juan Damasceno les dedica este elogio:
«Joaquín y Ana, ¡feliz pareja! La creación entera os es deudora; por vosotros ofreció ella al Creador el don más excelente entre todos los dones: una madre venerable, la única digna de Aquel que la creó».
El culto a santa Ana se fue reafirmando y aumentando con el tiempo. Desde el siglo VI se conmemoraba a santa Ana en Constantinopla, en una basílica dedicada a ella.
En Jerusalén, en la basílica de «Santa María, donde ella nació», se veneraba a los abuelos de Jesús.
Más tarde pasaría a unirse el culto a san Joaquín al de su esposa, con lo que se subraya la unión entre los padres de la Virgen. Su fiesta se celebra el 26 de julio.
Patronazgo
San Joaquín y santa Ana son patronos de los abuelos.
Oración: Insigne y glorioso patriarca san Joaquín y bondadosísima santa Ana, ¡cómo me alegra considerar que fuisteis escogidos entre todos los santos de Dios para dar cumplimiento divino y enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María Santísima! Por tan singular privilegio, influís mucho en la Madre y el Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos.