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Una guía minuto a minuto para una Hora Santa de Adoración

Todo lo que necesitas es un tabernáculo con la lámpara del santuario encendida, una Biblia y quizás un Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica…

 

 

Para rezar una hora santa de Adoración de la Eucaristía, todo lo que necesitas es un tabernáculo con la lámpara del santuario encendida, una Biblia y quizás un Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (disponible en Internet).

Tres reglas

1. Silencio. No recites mecánicamente las oraciones o revises en silencio el estrés de tu vida. Mantén un silencio y una calma en tu exterior e interior.
2. Atención. No es una mera hora de lectura; leer debería ser un punto de entrada a la oración.
3. Buena disposición. Siéntate, ponte de pie o arrodíllate, pero con respeto. Consejo rápido: si sientes somnolencia, ¡ponte de pie!

Minuto a minuto

 

No hay una única forma de hacer una hora santa. La siguiente estructura podría ayudarte si te pierdes durante la hora, pero tienes libertad para reconfigurarla como mejor se adapte a tus necesidades.

:00-:05 – Inicio

Primeros 5 minutos: Pide al Espíritu Santo que te ayude, luego haz actos de fe, esperanza y caridad. Di a Dios cómo crees, confías y sientes amor por Él. Pide más fe, esperanza y amor.

Consejo rápido: Hay estupendas oraciones al Espíritu Santo y Actos de Fe, Esperanza y Amor en el Compendio.

:05-:15 – Adoración

Próximos 10 minutos: Adora a Dios. Él sostiene el universo como una semilla en la palma de su mano.

Él es todopoderoso, todo bondad, más hermoso de lo que podemos imaginar y más real que las pequeñas cosas que percibimos tan fácilmente. Imagina a Cristo sentado a tu lado.

Y dile: “Oh Dios mío, adoro tu divina grandeza desde la profundidad de mi pequeñez; eres tan grande y yo tan pequeño”; o reza el Gloria Patri. Repite cuantas veces creas necesario.

Consejo rápido: Prueba el Te Deum que está en el Compendio. Otras ayudas de la Escritura para la adoración: Éxodo 33,18-23; Cantar de los cantares 2,8-17; Mateo 2,1-11; Juan 1,1-18; Colosenses 1,15-20; Filipenses 2,6-11.

:15-:25 – Contrición

Próximos 10 minutos: Ofrece reparación. Lo que salva no es tu amor por Dios, sino Su amor por ti. Examina tu conciencia. Ofrece reparación por los pecados del mundo. Reza: “Oh Jesús mío, lo siento mucho. Perdóname”. (Imagina a Jesús en la cruz; besa cada llaga).

Consejo rápido: Escrituras para contrición: 1 Corintios 13,4-7; Colosenses 3,5-10; 1 Timoteo 1,12-17; Santiago 3,2-12; 1 Juan 1,5 y 2,6; Salmos penitenciales: 6, 32, 38, 51, 102, 130, 142.

:25-:40 – Meditación

Próximos 15 minutos: Contempla la acción de Dios. Quizás quieras rezar meditativamente las Estaciones de la Cruz o un Rosario. O también:

Meditación de la Escritura. Lee un pasaje breve del Evangelio. Imagina la escena. Fíjate en las reacciones de Cristo. Piensa en tres formas en que ese pasaje se pueda aplicar a tu propia vida. Medita sobre cada línea.

Meditación doctrinal. Lee pasajes de la Escritura o del Catequismo que se apliquen a una doctrina de la Iglesia. Valora el plan de Dios y encuentra formas en que se aplique a ti. (Quizás: domingo, Resurrección; lunes, Encarnación; martes, Misericordia/Confesión; miércoles, Espíritu Santo; jueves, Eucaristía; viernes, Pasión; sábado, María).

Meditación vital. Observa tu propia vida profundizando en tu examen de conciencia. ¿En qué tipo de orgullo sueles caer más? Egoísmo (valorarte a ti por encima de todo), Vanidad (valorar por encima de todo las opiniones de los demás), Sensualidad (valorar primero la comodidad). Reza por las virtudes opuestas: Caridad (servir primero a los demás), Fidelidad (poner primero la opinión de Cristo), Disciplina (aceptar tus cruces).

:40-:50 – Acción de gracias

 

 

Próximos 10 minutos: Expresa gratitud por todos los dones de Dios. No te creó solamente a ti, sino que sostiene tu existencia por amor en cada momento.

Agradécele literalmente todo y sé específico: comida, techo, ropa, salud, familia, amigos, maestros, colegas de trabajo y, sobre todo, los dones espirituales: fe, esperanza, amor, este momento de oración, la fe católica, los discípulos que te llegaron.

Da gracias a Dios por las respuestas a la oración. Agradécele las cruces. Agradécele haberte creado y preocuparse tanto por ti que murió por ti.

Consejo rápido: Escrituras para agradecimiento: Génesis 1; Génesis 8,15-22; Job 1,13-22; Daniel 3,46 ss.; Mateo 6,25-34; Lucas 17,11-19; Salmos: 8, 65, 66, 100, 111.

:50-:55 – Petición a Dios

 

Próximos 5 minutos: Pide a Dios por tus necesidades y las de otros. Él es el rey del universo. Él lo controla todo, incluso cuando no resulta tan obvio. Reza por la Iglesia, por las intenciones del Papa, por aquellos que sufren, por los sacerdotes y obispos, por los religiosos y religiosas, por las vocaciones, por tu país, por tu familia, por lo que más necesites en tu vida espiritual. Reza por la paz y la protección de la institución de la familia. Reza por quienes te han pedido oraciones.

:55-1:00

Finales 5 minutos: Haz una resolución de actuar a la luz del Espíritu Santo que has recibido: algo realizable y comprobable.

Pide a la Santa Madre que te ayude, quizás con oraciones marianas del Compendio.

 

 

 

Dios viene a reinar

Bishop Robert Barron

Estoy seguro de que cada persona religiosa, cada creyente en Dios, en algún momento se pregunta: “¿Por qué Dios no arregla todo?”. ¿Por qué el Creador del universo, todopoderoso y amoroso, no se encarga de la injusticia, el sufrimiento, la violencia y el pecado que tanto afligen a su mundo?

 

Podemos escuchar precisamente este grito en los profetas del antiguo Israel. Todos ellos, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Zacarías, etc., dicen de una manera u otra: “¿Hasta cuándo, Señor?”. Una forma que toma esta expectativa es el anhelo de que el Dios de Israel venga a reinar como rey, es decir, como alguien que tiene el poder y la autoridad para corregir todo mal. La primera lectura que la Iglesia Católica propone para la misa de la mañana de Navidad es un pasaje del capítulo 52 del profeta Isaías, y habla exactamente en estos términos: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: Ya reina tu Dios!” (Isaías 52, 7). El profeta está visualizando el gran día en que Yahvé se hará cargo y pondrá las cosas en orden, cuando “desnude su santo brazo a la vista de todas las naciones” (Isaías 52, 10), es decir, se arremangue para afirmar su dominio sobre sus enemigos.

El mensaje fundamental de la Navidad es que esta profecía se ha hecho realidad, pero de la manera más inesperada. Para entenderlo, veamos primero el magnífico poema con el que San Juan abre su Evangelio: “Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios . . . La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1, 1.14) Lo que es de suprema importancia aquí es que Jesús de Nazaret no es simplemente uno más en una larga línea de profetas, ni un sabio más, ni un héroe religioso más; más bien, es lo que Isaías y sus colegas profetas anhelaban: el mismo Dios en la carne, que viene a gobernar. Sabemos que en esta encarnación de Dios está involucrada la autoridad real, porque San Juan nos recuerda: “En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron” (Juan 1, 3-4). El evangelista nos está diciendo que la Palabra ha venido a luchar contra un enemigo, y el enemigo no prevalecerá.

 

Si pasamos de Juan a la conocida historia de la Navidad, tal como la relata San Lucas, apreciaremos la parte inesperada de este mensaje. ¿Quién es este guerrero, este campeón divino que viene a corregir los males del mundo? Es un bebé, nacido en una cueva porque no había espacio para él ni siquiera en los hostales de viajeros más baratos de Belén; colocado en un pesebre, el lugar donde los animales comen; envuelto en pañales, sin poder moverse. ¿Cuál es el brazo poderoso de Yavé, desnudo para que todas las naciones lo vean? Es el brazo desnudo de un niño pequeño que sale del pesebre. Ellos esperaban un guerrero davídico, empuñando las armas del mundo, estableciendo la supremacía de Israel a través de una conquista sangrienta. Tienen un guerrero, pero uno que lucharía con las armas del cielo, no de la tierra. ¿Cómo sabemos, por lo que dice Lucas, que se trata de un rey guerrero?

Su nacimiento es anunciado por todo un stratias (ejército) de ángeles, seres de inmenso poder, que subsisten en un nivel de existencia más elevado (Lucas 2,13). César pudo dominar el mundo precisamente gracias a su ejército. Lucas nos dice que el rey bebé tiene un ejército mucho más impresionante.

Los Evangelios pueden ser leídos como la historia del Rey divino/humano que viene a reinar. En la cruz, entró en un combate cuerpo a cuerpo con los enemigos de Dios, combatiéndolos por medio del perdón y la no violencia; y en la Resurrección, manifestó su victoria decisiva. El amor de Dios, ahora podemos decir con total confianza, es más poderoso que el pecado y la muerte. Pero hay más en esta extraña historia, y una mirada al prólogo de San Juan nos ayudará a entender qué es esto. El evangelista dice de la Palabra: “En el mundo estaba, el mundo existió por ella, y el mundo no la reconoció” (Juan 1, 10). El tercer “mundo” que Juan usa se refiere a todo lo que se opone a las intenciones de Dios, el reino del pecado. “Pero a los que la recibieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Juan 1, 12). En un sentido, Jesús el rey terminó el trabajo, luchó y ganó la batalla. Pero al mismo tiempo, es eminentemente claro que el pecado y la muerte siguen activos, y por lo tanto, el Rey nos da el privilegio de participar en su identidad y misión.

Ser “hijo de Dios” no es tanto un estatus especial en el que nos regocijamos, sino más bien un poder para luchar en el ejército del Rey, para unirnos a él en la gran lucha. Como nuestro maestro, entramos en combate, pero con las armas del Espíritu. Si nos fijamos en la carta de Pablo a los Efesios, vemos exactamente cómo es esto: “Por lo demás, fortalézcanse con el Señor y con su fuerza poderosa. Vístanse la armadura de Dios para poder resistir los engaños del Diablo . . . Por tanto, tomen las armas de Dios . . . vistan la coraza de la justicia . . . Tengan siempre en la mano el escudo de la fe . . . Pónganse el casco de la salvación, y empuñen la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Efesios 6, 10-17). Qué maravilloso que San Pablo nos dé una descripción de la misión cristiana que es, simultáneamente, ¡completamente militante y completamente no violenta!

Así que, mientras nos envolvemos nuevamente en esta temporada navideña, regocijémonos en la venida del Salvador; y sin dejar de regocijarnos, decidamos unirnos al Señor, como guerreros felices, en su gran campaña.

 

 

· Mark 12:13-17

Obispo Robert Barron

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús anuncia el principio que resuelve de modo implícito el problema entre religión y política: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.

 

 

Dios es la fuente más profunda e inspiración de todo en la vida, desde el deporte hasta el derecho, las artes, la ciencia y la medicina. Todo viene de Dios y vuelve a Dios. Entonces, ¿qué sucede con esta conocida cuestión entre religión y política?

La política no está en un reino separado de lo religioso; más bien, su terreno más profundo es espiritual. Santo Tomás de Aquino sostuvo que la ley realmente proviene de la ley eterna, que es decir la mente de Dios. Esta ley eterna se refleja en el corazón y la mente humana, y son los principios básicos que llamamos ley natural. Entonces, la ley positiva —desde las normas de tránsito hasta las leyes antimonopolio— serían aplicaciones concretas de la ley natural.

Por lo tanto, toda ley —la materia misma de la política— tiene que ver con Dios, ya que la ley positiva debe estar basada en la ley natural, y ella en la ley eterna. Es por ello que deberíamos esperar que nuestros políticos y jueces actuaran de acuerdo con nuestros bienes morales y espirituales.

Jesús planteó, a partir de la pregunta hecha por los fariseos, una interrogación más radical y vital para cada uno de nosotros, una interrogación que podemos hacernos: ¿a quién pertenezco yo? ¿A la familia, a la ciudad, a los amigos, a la escuela, al trabajo, a la política, al Estado? Sí, claro. Pero antes que nada -nos recuerda Jesús- tú perteneces a Dios. Esta es la pertenencia fundamental. Es Él quien te ha dado todo lo que eres y tienes. Y por lo tanto, nuestra vida, día a día, podemos y debemos vivirla en el reconocimiento de nuestra pertenencia fundamental y en el reconocimiento de corazón hacia nuestro Padre, que crea a cada uno de nosotros de forma singular, irrepetible, pero siempre según la imagen de su Hijo amado, Jesús». (Homilía de S.S. Francisco, 22 de octubre de 2017).

 

 

Francisco Caracciolo, Santo

Presbítero y Fundador, 4 de junio

Presbítero y Fundador

 

Martirologio Romano: En Agnone, del Abruzo, Italia, San Francisco Caracciolo, presbítero, fundador de la Orden de Clérigos Regulares Menores, que amó de modo admirable a Dios y al prójimo († 1608).

Fecha de beatificación: 4 de junio de 1769 por el Papa Clemente XIV Fecha de canonización: 24 de mayo de 1807 por el Papa Pío VII

Breve Biografía

El ambiente temporal en que Dios quiso ponerlo en el mundo es justo cuando soplan aires nuevos en la Iglesia después del concilio de Trento. Se estrena el barroco exuberante en el arte y hasta en la piedad que lleva a fundaciones nuevas, a manifestaciones y estilos vírgenes que intentan reformar todo aquello que peleó Trento. Languidece el Renacimiento que emborrachó a Roma hasta llegar a embotarla y hacerla incapaz de descubrir los males que gestaba y que explotaron con Lutero. Es por eso tiempo de santos nuevos: Pío V, Carlos Borromeo, Ignacio, Juan de Ribera, Teresa, Juan de la Cruz, Francisco de Sales, Neri, Cariacciolo… y tantos. Papas, poetas, maestros, obispos, escritores y apóstoles para un tiempo nuevo -crecido con las Indias-que intenta con seriedad volver a la oración, huir del lujo, llenar los confesonarios, adorar la Eucaristía y predicar pobreza dando testimonio con atención a los desheredados y enfermos. El año 1563 fue interpretado por alguno de los biógrafos de Francisco Caracciolo como un presagio; fue cuando termina el concilio de Trento y es también el año de su nacimiento en la región de los Abruzos, justamente en Villa Santa María, el día 13 de octubre, hijo de Francisco Caracciolo y de Isabel Baratuchi; es el segundo de cinco hijos y le pusieron el nombre de Ascanio. Después de cursar los estudios propios del tiempo, Ascanio fue militar. Pero una enfermedad diagnosticada por los médicos como lepra va a cambiar el curso de su vida; por el peligro de contagio le han abandonado los amigos; la soledad y el miedo a la muerte le lleva a levantar los ojos al cielo y, como suele suceder en estos casos límite, llegó la hora de las grandes promesas: si cura de la enfermedad, dedicará a Dios el resto de sus días.

 

Y así fue. Nobleza obliga. Curado, marcha a Nápoles y pide la admisión en la cofradía de los Bianchi, los Blancos, que se ocupan de prestar atención caritativa a los enfermos, a los no pocos que están condenados a galera y a los presos de las cárceles. El sacerdote Adorno, otro hombre con barruntos a lo divino y pieza clave en la vida de Caracciolo, ha pedido también la admisión en la cofradía de los Blancos. En compañía de un tercero, también pariente de Ascanio y con su mismo nombre, se reúnen durante cuarenta días en la abadía de los camandulenses, cerca de Nápoles, para redactar los estatutos de la fundación que pretenden poner en marcha porque quieren hacer algo por la Iglesia. Sixto V aprobará la nueva Orden en Roma y la llamará de los «Clérigos menores»; además de los tres votos comunes a la vida religiosa se añade un cuarto voto consistente en la renuncia a admitir dignidades eclesiásticas.

La terna de los fundadores constituye tres primeros socios. A partir de la profesión hecha en Nápoles, Ascanio se llamará ya Francisco. Pronto se les unen otros diez clérigos, con idénticas ansias de santidad y que desprecian frontalmente los honores, esa búsqueda de grandeza que tanto daño ha hecho a la Iglesia en el tiempo del Renacimiento. Ahora se reparten los días para mantener entre todos un ayuno continuo y se distribuyen las horas del día y de la noche para mantener permanente la adoración al Santísimo Sacramento. Hace falta fundar en España pero Felipe II no les da facilidades. Piensa el rey que hay demasiados frailes en el Imperio y ha dictado normas al respecto. Regresando a Roma, insisten en el intento, consiguen nueva confirmación del papa Gregorio XVI para cambiar los ánimos de Felipe II. Ahora muere Adorno y Francisco Caracciolo es nombrado General. Nuevo intento hay en el Escorial, con mejor éxito, pero hubo borrasca de clérigos en Madrid, con suspenso.

El papa Clemente VIII intercede y recomienda desde Roma y llegan mejores tiempos con el rey Felipe III. En Valladolid consiguió fundar casa y en Alcalá montó un colegio que sirviera para la formación de sus «Clérigos Regulares Menores». Siguen otras fundaciones también en Roma y Nápoles. La fuerte actividad obedece a un continuo querer la voluntad divina a la que no se resistió ni siquiera protestó cuando las incomprensiones y enredos de los hombres se hicieron patentes. Vive pobre y humilde fiel a su compromiso. Siempre se mostró delicado con los enfermos y generoso con los pobres. Llama la atención su espíritu de penitencia con ayunos y mortificaciones que se impone a sí mismo. Pidió se admitiese su renuncia al gobierno para dedicarse a la oración y, aceptada, eligió para vivir el hueco de la escalera de la casa que desde entonces es el único testigo mudo de su oración y penitencia. El amor a Jesucristo fue tan grande que a veces es suficiente la mirada a un crucifijo para entrar en éxtasis y el pensamiento elevado a la Virgen María le trae a los ojos lágrimas de ternura. Cuando sólo tiene 44 años, murió en Nápoles el 4 de junio de 1608, con los nombres de Jesús y de María en la boca. El papa Pío VII lo canonizó en 1807. Su cuerpo se conserva en la iglesia de Santa María la Mayor de Nápoles y la iconografía muestra a Francisco Caracciolo con una Custodia en la mano, como símbolo del amor que tuvo a la Eucaristía y que debe mantener su Orden para ser fiel hasta el fin del tiempo.

 

 

Peregrinos en el mundo

Santo Evangelio según San Marcos 12, 13-17.

 

 

Martes IX de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, enséñame a seguir el camino correcto, para poder realizar tu santa voluntad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 12, 13-17

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios.

¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?».

Jesús, notando su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea».

Se la trajeron y él les preguntó: «¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?».

Le contestaron: «Del César». Entonces les respondió Jesús: «Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Y los dejó admirados.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«Presentes en el mundo, pero sin ser totalmente del mundo». Reflexionando en esta frase y poniendo nuestra mirada en Jesucristo, podemos descubrir grandes enseñanzas en el Evangelio de hoy. Estamos en el mundo sí, pero no somos totalmente del mundo, lo cual nos revela una y otra vez dos certezas fundamentales.

En primer lugar, el reconocer que somos peregrinos en este mundo, y que, como peregrinos tenemos un camino que seguir y un fin o meta a la cual debemos de llegar; pero no solo es recorrerlo sin ningún sentido, con tristeza o desesperanza, al contrario, es recorrerlo con la certeza de que vamos bajo la luz de un Dios, que es Padre, compañero y guía, es recorrerlo con amor, esperanza y caridad; con amor, para hacer dulces todos aquellos momentos de dificultad, esperanza para seguir el camino con alegría y caridad, para ayudar a otros peregrinos que siguen nuestro mismo caminar.

 

En segundo lugar, podemos aprender que, en ese camino, hay dos direcciones, las cuales Jesucristo remarca en el evangelio: «Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios.» En la primera dirección, podemos encontrar todo lo que nos ofrece el mundo de hoy, dinero, fama, poder, pero al fin de cuentas, y de cara a Dios, notaremos que en ello no encontraremos plenamente la felicidad. En la segunda dirección la cual nos conduce a Dios, encontraremos el bien, el amor, la verdad, incluso la cruz, pero, aunque suene contradictorio, esa misma cruz, la cual Jesucristo cargo por amor a cada uno de sus hijos, irá llenando plenamente nuestro corazón. Y tú, ¿qué camino quieres seguir?

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

El día de hoy haré un acto de caridad y daré a conocer la alegría de ser peregrino de Dios en este mundo.

 

 

Despedida

Siguiendo el ejemplo de Jesús como maestro, puedes dedicar tiempo a compartir y reflexionar sobre las enseñanzas de la fe con tu familia, fomentando un ambiente donde todos puedan crecer espiritualmente juntos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.