San José Obrero, fiesta litúrgica

El trabajo en si mismo, es un don de Dios

Trabajador y trabajo nos remontan al Dios del paraíso y al taller de Nazaret

Conmemoracion: 01 de Mayo

SANJOSEOBREROTrabajador y trabajo nos remontan al Dios del paraíso y al taller de Nazaret, y en esos dos lugares, tan santificados por la presencia de Dios, es donde se descubre tanto la dignidad de la persona que trabaja como el poder santificador del trabajo. Miremos hoy el trabajo como una virtud humana y cristiana eminente, como un gran medio de perfeccionamiento personal. Y para ello compartamos un artículo titulado ¿Cómo expresar tu fe en tu trabajo? , proveniente del sitio web  Croire.com., y cuyo autor es Marc Mortureux. Dice así:

Miguel, uno de mis más cercanos colaboradores, llegó un día a mi oficina, inquieto por algunas actitudes mías con uno de nuestros colegas diciéndome: “¡Tú, que pretendes ser cristiano, podrías comportarte de manera más humana con las personas!”. Una “llamada de atención” de este tipo con relación a la exigencia de coherencia entre convicciones y comportamiento no deja indiferente, sin embargo es muy saludable para mantener un esfuerzo permanente de conversión personal en nuestra vida cotidiana.

Este ejemplo muestra que, una vez que estamos comprometidos racionalmente con nuestras convicciones, sean éstas de orden espiritual, político o institucional, estamos expuestos a la opinión de los demás. No necesitamos colgarnos un distintivo ostentosamente para que nuestro compromiso sea conocido, ya el Internet se encarga de realzar, con una terrible eficacia, todo acto más o menos “público” en el ámbito de cualquiera de nuestras diferentes actividades. Este inevitable riesgo no debe sin embargo servir de pretexto para no comprometernos.

La exigencia de la neutralidad

No es siempre posible, ni necesario, mantener de manera discreta nuestras creencias y compromisos, sin embargo, no me parece deseable, por el contrario, anunciar explícitamente nuestra fe en el ámbito profesional: el trabajo es un lugar donde se debe acoger la diversidad humana en el respeto a cada uno, lo que exige una cierta neutralidad. Miguel es para mí, un colega cercano, cristiano: su reacción en el fondo fue condescendiente y útil, ayudándome a conciliar, de la mejor manera, los valores del Evangelio con las realidades de la economía.

Sin embargo, para un “Miguel”, cuántos otros colegas existen que no dirían nada y ni siquiera lo pensarían, sobretodo si buscan el proselitismo en el trabajo, de alguna u otra forma… El evangelio de Mateo (en el capítulo 6) nos relata los propósitos de Jesús al hablarle a sus discípulos en la montaña: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.”

Aquella línea de conducta me parece muy explícita y siempre plena de actualidad.Algunos, no obstante, llegan hasta interpretarla como una invitación a reaccionar como cristianos sólo dentro de esferas estrictamente privadas, con dos posibles tipos de actitud en la vida profesional: considerar que se trata de todos modos de un universo impuro y condenable del cual vale mejor estar fuera en la medida de lo posible; o pensar que para sobrevivir es necesario, aceptar las duras leyes de la economía, “ser lobo entre los lobos”

Los actos importantes

Creo que no existe lugar que no esté llamado a recibir la luz del Evangelio, y que no podemos ser cristianos aquí sin serlo allá. Estamos llamados a vivir nuestra fe por donde estemos y donde ejerzamos nuestras responsabilidades. En nuestro lugar de trabajo, estamos llamados a ser aquel que integra, y no el que excluye, particularmente a los más frágiles, a los menos reconocidos. Esto no es muy natural ni está de acuerdo con la lógica de competencia que reina generalmente dentro de la empresa. También, para lograr marcar la diferencia, a fin de respetar nuestras propias convicciones, me parece de utilidad, encontrar lugares fuera del trabajo para debatir con los otros cristianos las posibles vías de reacción. Así, aprovechamos la fuerza y la convicción de la experiencia de los otros que abren a la creación de vías que no sean actitudes fatalistas frente a lógicas que nos sobrepasan.

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Recuerdo haber tenido una reunión en la sede del Movimiento cristiano al que pertenezco sobre este tema: ¿Cómo comportarnos frente a aquellos que son considerados como “malos” o “marginados”? ¿Los añadimos a la exclusión, asegurándonos de estar del lado bueno, o bien tratamos de ayudarlos? Intercambiando nuestras experiencias, nos dimos cuenta que el no sentirnos tan orgullosos de nuestro comportamiento, ayuda a cambiar nuestra mirada y nuestra actitud. Estamos llamados a una conversión personal en nuestro día a día, por medio de pequeños pasos, de gestos sencillos, una mirada, un arriesgarse por el otro, dar una recompensa de una manera despectiva, o decir algo difícil a alguien con mucho respeto, lo que ayuda a crecer; en pocas palabras, estamos llamados a discernir, en el ejercicio de nuestras responsabilidades, aquello que humaniza.

“Te pido perdón”

El trabajo en si mismo, es un don de Dios, esto la Iglesia nos lo dice claramente. Lo que torna difícil y penoso el trabajo, es en gran parte nuestro pecado. Puedo realizar un acto de esperanza sobre estos puntos precisos, ya que sé que Jesús ha ofrecido su vida por nosotros y ha vencido el pecado: el perdón en el medio laboral, en el estricto respeto de las convicciones de cada uno, es algo que otorga gracias. En una de nuestras reuniones de equipo del Movimiento, uno de nosotros, Ricardo, relató el siguiente ejemplo:

Hace algunos años, su equipo dejó escapar un mercado a la competencia. Furioso, organizó una reunión en presencia del jefe y en ella denigró a todo su equipo. Al final de aquella reunión, se percató cuán injusto y destructor había sido su comportamiento al hacer recaer la responsabilidad sobre los otros. Tuvo vergüenza y se dijo que esa reacción sólo desmotivaba a todo el equipo. Las personas estaban pálidas de miedo y no dejaban de acusarse a ellos mismos. ¿Cuál fue el resultado de todo ello? Nada, ocho días después, Ricardo organizó otra reunión que comenzó así: “Hace una semana, tuve una actitud incalificable hacia ustedes, y les pido perdón”. Ese paso le costó mucho, sin embargo no se pueden imaginar cómo aquello cambió las relaciones en el seno de su equipo. Recordando la experiencia con nosotros, testimonió la importancia de estar lleno de esperanza en el trabajo, que debemos – ya que es a la vez un acto de esperanza, de fe y de caridad – decidir ser felices y permitirlo a nuestros colaboradores.

De ese modo, estamos llamados a testimoniar la Buena Nueva en el corazón de nuestra realidad profesional por medio de nuestros actos y de nuestra relación con los demás. Lo que no significa que no vayan a surgir desacuerdos con algunos de nuestros colegas – cristianos o no – sobre el tema de la fe, en el marco de una voluntad compartida. Por cierto, Miguel y yo, tenemos nuestras discusiones con regularidad.

“ …Trabaja, trabaja, trabaja…
que el trabajo hace el cuerpo de roca
y hace el alma de luz y de cristal…”

Jesús te ama