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• John 6:60-69

Amigos, llegamos hoy al final del extraordinario capítulo sexto del Evangelio de Juan. Jesús les ha dicho a quienes lo escuchaban: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”. 

Escuchamos que “muchos de sus discípulos decían: ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo? Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza?”. Ahora bien, si sus palabras hubieran tenido un sentido simbólico, no habrían tenido este efecto explosivo e impactante en sus oyentes. Y en cada oportunidad ofrecida para aclarar el significado, Jesús no hace nada al respecto. 

Lo que se desprende de estas palabras del Señor es uno de los momentos más tristes del Nuevo Testamento: la Escritura nos dice que muchos de sus seguidores lo abandonaron. 

Pero cuando Jesús pregunta si sus discípulos también se irán, Pedro habla por los Doce: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”. 

La Iglesia, a través de los siglos, y hasta el día de hoy, ha estado con Pedro. Jesús no es un maestro interesante entre muchos; Él es el único, el que tiene palabras de Vida eterna; de hecho, es el Santo de Dios. Y viene a nosotros a través de la Carne y la Sangre de la Eucaristía.

 

 

Inés de Montepulciano, Santa

Virgen, 20 de abril
Por: n/a | Fuente: Archidiócesis de Madrid

 

Martirologio Romano: En Montepulciano, en la Toscana, Italia, santa Inés, virgen, que vistió el hábito de las vírgenes a los nueve años, y a los quince, en contra de su voluntad, fue elegida superiora de las monjas de Procene, fundando más tarde un monasterio, sometido a la disciplina de santo Domingo, donde dio muestras de una profunda humildad († 1317).

Etimológicamente: Inés = Aquella que se mantiene pura, es de origen latino.

Breve Biografía


Nació alrededor del año 1270. Hija de la toscana familia Segni, propietarios acomodados de Graciano, cerca de Orvieto.



Cuanto solo tiene nueve años, consigue el permiso familiar para vestir el escapulario de «saco» de las monjas de un convento de Montepulciano que recibían este nombre precisamente por el pobre estilo de su ropa.



Seis años más tarde funda un monasterio con Margarita, su maestra de convento, en Proceno, a más de cien kilómetros de Montepulciano. Mucha madurez debió ver en ella el obispo del lugar cuando con poco más de quince años la nombra abadesa. Dieciséis años desempeñó el cargo y en el transcurso de ese tiempo hizo dos visitas a Roma; una fue por motivos de caridad, muy breve; la otra tuvo como fin poner los medios ante la Santa Sede para evitar que el monasterio que acababa de fundar fuera un día presa de ambiciones y usurpaciones ilegítimas. Se ve que en ese tiempo podía pasar cualquier cosa no sólo en los bienes eclesiásticos que detentaban los varones, sino también con los que administraban las mujeres.




 

 

Apreciando los vecinos de Montepulciano el bien espiritual que reportaba el monasterio de Proceno puertas afuera, ruegan, suplican y empujan a Inés para que funde otro en su ciudad pensando en la transformación espiritual de la juventud. Descubierta la voluntad de Dios en la oración, decide fundar. Será en el monte que está sembrado de casas de lenocinio, «un lugar de pecadoras», y se levantará gracias a la ayuda económica de los familiares, amigos y convecinos. Ha tenido una visión en la que tres barcos con sus patronos están dispuestos a recibirla a bordo; Agustín, Domingo y Francisco la invitan a subir, pero es Domingo quien decide la cuestión: «Subirá a mi nave, pues así lo ha dispuesto Dios».



 

Su fundación seguirá el espíritu y las huellas de santo Domingo y tendrá a los dominicos como ayuda espiritual para ella y sus monjas.



Con maltrecha salud, sus monjas intentan procurarle remedio con los baños termales cercanos; pero fallece en el año 1317.



Raimundo de Capua, el mayor difusor de la vida y obras de santa Inés, escribe en Legenda no sólo datos biográficos, sino un chorro de hechos sobrenaturales acaecidos en vida de la santa y, según él, confirmados ante notario, firmados por testigos oculares fidedignos y testimoniados por las monjas vivas a las que tenía acceso por razones de su ministerio. Piensa que relatando prolijamente los hechos sobrenaturales -éxtasis, visiones y milagros-, contribuye a resaltar su santa vida con el aval inconfundible del milagro.

Por ello habló del maná que solía cubrir el manto de Inés al salir de la oración, el que cubrió en interior de la catedral cuando hizo su profesión religiosa, o la luz radiante que aún después de medio siglo de la muerte le ha deslumbrado en Montepulciano; no menos asombro causaba oírle exponer cómo nacían rosas donde Inés se arrodillaba y el momento glorioso en que la Virgen puso en sus brazos al niño Jesús (antes de devolverlo a su Madre, tuvo Inés el acierto de quitarle la cruz que llevaba al cuello y guardarla después como el más preciado tesoro). Cariño, poesía y encanto.




Santa Catalina de Siena, nacida unos años después y dominica como ella, será la santa que, profundamente impresionada por sus virtudes, hablará de lo de dentro de su alma. Llegó a afirmar que, aparte de la acción del Espíritu Santo, fueron la vida y virtudes ejemplares vividas heroicamente por santa Inés las que le empujaron a su entrega personal y a amar al Señor. Resalta en carta escrita a las monjas hijas de Inés de Montepulciano -una santa que habla de otra santa- la humildad, el amor a la Cruz, y la fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero el mayor elogio que puede decirse de Inés lo dejó escrito en su Diálogo, poniéndolo en boca de Jesucristo: «La dulce virgen santa Inés, que desde la niñez hasta el fin de su vida me sirvió con humildad y firme esperanza sin preocuparse de sí misma».



Fue canonizada por S.S. Benedicto XIII en el año 1726.

 

 

La cima de hoy

Santo Evangelio según San Juan 6,60-69.

 

Sábado III de Pascua.
Por: José Romero, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Señor, ayúdame a verte hoy. Aumenta mi fe, esperanza y, sobre todo, mi amor por ti. Concédeme guardar el silencio que me permitirá escucharte.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69



En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús dijeron al oír sus palabras: «Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?». Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen». (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También ustedes quieren dejarme?» Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».



Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hace unos años fui de paseo a la montaña con unos hermanos. La montaña era bastante boscosa y el camino, difícil; además, mis problemas de rodilla no me facilitaba la subida. Hubo un momento que me quise devolver, pero perderme la cima era algo que no quería. Llegué muy cansado pero valió la pena, pues no había estado en mejor lugar hasta entonces; aquella cima fue el mejor premio que pude tener:

Nuestro día a día se pueden relacionar con uno de estos paseos. Ser cristiano hoy en día resulta una subida bastante difícil y en algunas ocasiones parece normal querer dejar de subir, dejar de ser cristiano por unos momentos, olvidar un poco lo hermoso de la cima, olvidar un poco a Cristo y, así, descansar en el camino o devolverme. Pero Jesús me pregunta ¿También tú quieres dejarme? Una pregunta que me interpela y me hace pensar sobre lo que realmente quiero, ¿quiero ver la cima? ¿Quiero ver a Cristo?

La subida no es lo que quiere, jamás será mi objetivo. Lo que toda persona desea es ver la cima. ¿Qué mejor cima que aquella que lleva como nombre Cristo? Porque no hay nada más alto, más hermoso, más grande que la cima del amor de Cristo, un lugar donde siempre puedo descansar, un lugar donde nunca me decepcionaré.

Esta cima la puedo subir todos los días de mi vida cuando hago la opción de amar a Cristo. Y cada momento que sienta la debilidad de mis rodillas y desee regresar debo responder a la pregunta de Cristo, ¿a quién iré? Porque sólo el amor de Cristo es el lugar perfecto para mí, sólo Cristo es la cima más hermosa que puedo subir.

«Ser transformados: esta es la gracia de la salud que trae Jesús. Muchas veces, cuando pensamos en esto, decimos: «pero, ¡yo no puedo!», porque comenzar una vida nueva, dejarme transformar, dejarme re-crear por Jesús es muy difícil. Isaías profetiza: «Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis! Mirad a vuestro Dios». «Valentía» es la palabra de Dios: «Valentía, dejaros re-crear». No sanar solamente, sino re-crear: re-crear; y esa raíz amarga florecerá, florecerá con las obras de justicia; y tú serás un hombre nuevo, una mujer nueva». (Homilía de S.S. Francisco, 5 de diciembre de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

 

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hacer un acto de caridad por amor a Cristo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Santa Inés de Montepulciano, elegida desde la cuna

 

 

Conoce a una abadesa de la Orden de santo Domingo llena de humildad, piedad y sencillez

Inés de Montepulciano nace en Gracciano Vecchio, cerca de Montepulciano (Italia) en 1268, en la rica familia Segni.

Al nacer, en la cuna se vieron una luminarias encendidas y eso se interpretó como una señal de elección por parte de Dios.

A los nueve años se retiró al monasterio de Montepulciano para servir a Dios.

Era tan notable su santidad, que sido una adolescente, a los 15 años fue elegida priora de un monasterio en Procena (Viterbo), que ella misma había promovido. Ella creía que debía rechazar el cargo para ser humilde pero el Papa intervino y tuvo que aceptarlo.

Veintidós años más tarde regresó a Montepulciano para presidir un nuevo monasterio fundado por ella, bajo la regla de san Agustín primero y más tarde bajo la regla de santo Domingo.

Falleció el 20 de abril de 1317, después de una vida modélica de sencillez, abnegación y caridad.

De la vida de santa Inés se cuentan numerosos milagros, entre ellos que se le apareció la Virgen y le entregó al Niño Jesús en brazos. 

Oración

Tú, Señor, que concediste a santa Inés de Montepulciano 
el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, 
concédenos también a nosotros, por intercesión de esta santa, que, 
viviendo fielmente nuestra vocación, 
tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo, 
que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.
Amén