No escapando del cuerpo y ascendiendo a cierto reino espiritual. No. Esperamos, acaso no lo decimos, la resurrección de la muerte, esperamos la resurrección del cuerpo. Es el vocabulario de nuestro credo. No el escape del alma del cuerpo. No, la elevación y transfiguración del cuerpo. Piensen en esto. Regresen al comienzo de la Biblia, y tenemos a Dios creando todo el orden material con toda su belleza y su complejidad diversa. ¿Piensan que Dios solo quiere que todo esto simplemente se esfume? ¿Ha realizado todo eso y no vale nada? ¿La idea es escapar de todo eso? No, no. “Estoy creando un nuevo cielo y una nueva tierra”. Dios quiere renovar toda la creación. Quiere renovar e orden material. Todo esto implícito y contenido en esta idea de la resurrección. San Pablo habla del cuerpo espiritual. Esa es su forma de expresar simbólicamente esta realidad paradojal. Pablo, les recuerdo, que lo vio, Pablo, que era enemigo de la fe, persiguiéndola y luego toda su vida cambió porque se encontró con él. Lo encontró en el camino a Damasco. De esto estamos hablando, de este Jesús, en su cuerpo, dando testimonio de sus heridas, comiendo y bebiendo frente a ellos, y transfigurado y elevado a un estadío más elevado. Esto es lo que celebramos durante este tiempo de Pascua. Saben, cerraré con esto. Pienso que una manera de movernos espiritualmente a través del tiempo de Pascua es cultivar su capacidad de sorpresa. Lo que Dios tiene preparado para nosotros, no es nada, no es regresar al polvo de la tierra. No es el alma que deja atrás el cuerpo. No, no. “Ni ojo vio, ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman”. Cultiven su capacidad de sorprenderse. Cultiven su capacidad de imaginar un cuerpo espiritual. Eso está en el corazón de la esperanza Cristiana. Eso está en el corazón de nuestro tiempo de Pascua. Y Dios los bendiga.

John 6:22-29

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús le dice a la multitud, a quienes acaba de alimentar, que crean en Él y se relacionen con Él personalmente. ¿Por qué es esto tan difícil? Bueno, es intelectualmente contradictorio. ¿Por qué esta figura, este Jesús, sería el único? ¿Por qué debería elegir relacionarme con Él, y no con otros numerosos líderes religiosos y filósofos? ¿Están todas las demás personas religiosas simplemente perdidas o equivocadas? ¿No sería más fácil relacionarse con las ideas y principios de Jesús, e imitar su estilo de vida? Sí, de hecho, lo haría, pero eso no es lo que dice. 

Quizás podríamos mirar esto desde el lado de Jesús. Él ya no nos llama “siervos” sino “amigos”. ¿Qué pasaría si tuvieras alguien que quiere ser amigo tuyo y tú le dijeres: “¡Ciertamente! Te admiro y me gustaría imitar tu forma de vida, pero no quiero pasar mucho tiempo contigo”. ¿Qué le parecería eso a tu potencial amigo? 

Lo que es propio del cristianismo es que Dios nos ofrece una amistad. No se juega con la amistad; no la conviertes en algo abstracto; no la pones en peligro. Más bien nos adentramos de lleno en ella.

Este es un caso en el que Jesús corrige la actitud de la gente, de la multitud, porque a mitad del camino se había desviado un poco del primer momento, del primer consuelo espiritual y había tomado un camino que no era el correcto, un camino más mundano que evangélico. Esto nos hace pensar que muchas veces en la vida empezamos a seguir a Jesús, vamos detrás de Jesús, con los valores del Evangelio, y a mitad de camino se nos presenta otra idea, vemos otros signos y nos alejamos y nos conformamos con algo más temporal, más material, más mundano, tal vez, y perdemos el recuerdo de ese primer entusiasmo que tuvimos cuando escuchábamos hablar a Jesús. El Señor siempre nos hace volver al primer encuentro, al primer momento en que nos miró, nos habló e hizo nacer en nosotros el deseo de seguirle. Esta es una gracia que hay que pedirle al Señor, porque en la vida siempre tendremos esta tentación de alejarnos porque vemos otra cosa: “Eso irá bien, esa idea es buena…”. Nos alejamos. La gracia de volver siempre a la primera llamada, al primer momento: no olvidar, no olvidar mi historia, cuando Jesús me miró con amor y me dijo: “Este es tu camino», (Santa Marta, 27 de abril de 2020)

Damián de Molokai, Santo

Sacerdote, 15 de abril

Apóstol de los leprosos

Martirologio Romano: En Kalawao, de la isla de Molokay, en Oceanía, San Damián de Veuster, presbítero de la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, quien, entregado a la asistencia de los leprosos, terminó él mismo contagiado de esta enfermedad († 1889).

Etimológicamente: Damián = Aquel que doma su cuerpo, es de origen griego.

Fecha de canonización: 11 de Octubre de 2009 por el Papa Benedicto XVI.

Breve Biografía

El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica.

De pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras manuales, casitas como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir un día a lejanas tierras a misionar.

De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: «Este muchacho tiene energías para emprender trabajos muy grandes».

Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su hermanita a vivir como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la oración. El susto de la familia fue grande cuando notó su desaparición. Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y los devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño le espera en el futuro?
De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.

A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero los compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que tenía de hablar y de comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las simpatías de sus compañeros.

Religioso. A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la comunidad de los sagrados Corazones. Su hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas (el tal hermano perdió la fe más tarde).

Una gracia pedida y concedida. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: «Por favor alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú». Y sucedió que a otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó, y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo que más deseaba.

Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo: «yo nunca me confieso. soy mal católico, pero le digo que con usted si me confesaría». Damián le respondió: «Todavía no soy sacerdote pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados». Años mas tarde esto se cumplirá de manera formidable.

Empieza su misión. Poco después de llegar a Honolulú, fue ordenado sacerdote y enviado a una pequeña isla de Hawai. las Primeras noches las pasó debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos los habitantes de la isla eran protestantes. Con la ayuda de unos pocos campesinos católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí empezó a celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las gentes, que los protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo.

Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y acabando con muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes y reemplazándolas por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la curación de numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables: eran los leprosos.

Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno de dolor sin esperanza. Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni ayudas. Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones.

Enterrado vivo. Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y allá se fue.
En 1873 llego a la isla de los leprosos. Antes de partir había dicho : «Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo».

Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque no había habitación preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban desesperados.

Trabajo y distracción. El Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los enfermos mas abandonados, y él mismo los atendía como abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio agradable para vivir.

Pidiendo al extranjero. Empezó a escribir al extranjero, especialmente a Alemania, y de allá le llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban alimentos en las costas, los cuales el misionero repartía de manera equitativa. Y también le enviaban medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres. Hasta los protestantes se conmovían con sus cartas y le enviaban donativos para sus leprosos.

Confesión a larga distancia. Pero como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió al Padre Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al acercarse un barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió a una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión, y recibió la absolución de sus faltas.

Haciendo de todo. Como esas gentes no tenían casi dedos, ni manos, el Padre Damián les hacía él mismo el ataúd a los muertos, les cavaba la sepultura y fabricaba luego como un buen carpintero la cruz para sus tumbas. Preparaba sanas diversiones para alejar el aburrimiento, y cuando llegaban los huracanes y destruían los pobres ranchos, él en persona iba a ayudar a reconstruirlos.

Leproso para siempre. El santo para no demostrar desprecio a sus queridos leprosos, aceptaba fumar en la pipa que ellos habían usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos en todas las acciones del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Y vino a saberlo de manera inesperada.

La señal fatal. Un día metió el pie en un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dió cuenta de que estaba leproso. Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y exclamó: «Señor. por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo».

La enfermedad se fue extendiendo prontamente por su cuerpo. Los enfermos comentaban: «Qué elegante era el Padre Damián cuando llegó a vivir con nosotros, y que deforme lo ha puesto la enfermedad». Pero él añadía: «No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se va volviendo hermosa y agradable a Dios».

Sorpresa final. Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo.
Y el 15 de abril de 1889 «el leproso voluntario», el Apóstol de los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio tan merecido por su admirable caridad.
En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros obtenidos por la intercesión de este gran misionero, lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre los enfermos de lepra.

Señor, ¿cuándo llegaste?

Santo Evangelio según San Juan 6, 22-29. Lunes III de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, abre mi corazón y mis ojos para que pueda reconocerte en cada momento que te acercas a mí.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 22-29

Después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús dio de comer a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la multitud, que estaba en la otra orilla del lago, se dio cuenta de que allí no había más que una sola barca y de que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos. En eso llegaron otras barcas desde Tiberíades al lugar donde la multitud había comido el pan. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste acá?» Jesús les contestó: «Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué debemos hacer para llevar a cabo las obras de Dios?» Respondió Jesús: «La obra de Dios consiste en que crean en aquél a quien él ha enviado».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La palabra que se proclama el día de hoy muestra el encuentro y corrección paternal de Cristo con la muchedumbre que, asombrada, pregunta: «Maestro, ¿cuándo llegaste acá?».

Jesús, conociendo sus corazones, les corrige haciéndoles ver su debilidad interior, aunque externamente se muestren creíbles. «Ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse». De esta misma forma Jesús deja que te acerques a Él, y sabe que te falta crecer en el deseo de estar a su lado.)

Jesús espera tengas el deseo de preguntarle «¿Qué debo hacer para llevar a cabo las obras de Dios?», y más que la simple pregunta es el hecho que te acerques e interactúes con Él haciéndole partícipe de tu vida, pues en esta medida, junto a Él, irás superándote como persona en todos los ámbitos, tanto personal, afectivo e intelectual.

Que puedas decir: Señor, ¿cuándo llegaste?, con la conciencia de querer saber, sorprenderte y disfrutar de su llegada a tu vida.

«Quienes ya viven junto a Dios pueden, en efecto, sostenernos e interceder por nosotros, rezar por nosotros. Por otro lado, también nosotros estamos siempre invitados a ofrecer obras buenas, oraciones y la Eucaristía misma para aliviar la tribulación de las almas que están todavía esperando la bienaventuranza final. Sí, porque en la perspectiva cristiana la distinción ya no es entre quien está muerto y quien no lo está aún, sino entre quien está en Cristo y quien no lo está. Este es el elemento determinante, verdaderamente decisivo, para nuestra salvación y para nuestra felicidad».

(Catequesis de S.S. Francisco, 26 de noviembre de 2014).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicaré 15 minutos para meditar los hechos que han sucedido hasta el momento de leer estas líneas y revisaré si los he vivido al lado de Cristo.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Fotos rara vez vistas de san Damián de Molokai

PD

Philip Kosloski – publicado el 10/05/21 – actualizado el 26/01/24

Estas imágenes revelan a un apuesto sacerdote antes de que le atacara la lepra mientras servía a los enfermos en Hawai

Mientras estudiaba para el sacerdocio, el hermano Damián rezaba ante una imagen de san Francisco Javier pidiéndole que intercediera por él para que pudiera ser enviado como misionero.

Su deseo fue concedido tres años después, cuando fue enviado a una colonia de leprosos en Hawai.

Cuando llegó por primera vez, era un joven sacerdote fornido. Sin embargo, eligió entregarse a los leprosos e incluso convertirse en uno de ellos.

Su historia es notable y tiene aún más impacto cuando ves las fotos de él antes y después de su llegada a Hawái. San Damián imitó a Jesucristo y entregó todo su ser, cuerpo y alma, a las personas a las que servía.

Galería fotográfica

Quién fue san Damián de Molokai

Jozef De Veuster creció en una granja en Bélgica y se esperaba que se hiciera cargo del negocio familiar.

Sin embargo, se dio cuenta de que Dios tenía otros planes para él e ingresó en la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María en Lovaina. Tomó el nombre de Hermano Damián y sentía compasión por otros.

Eso le condujo hasta Hawai, donde se entregó a los leprosos hasta el punto de convertirse en uno de ellos y dar su vida.

Su presencia en la isla aumentó considerablemente la calidad de vida de los leprosos. Además de construir una iglesia parroquial, ayudó en todos los aspectos de la vida y se ocupó de sus necesidades físicas y médicas tan bien como pudo.Esto renovó la esperanza de la gente allí, que hasta entonces habían vivido vidas miserables como parias sociales.

Él los trató con gran dignidad, sin importar su religión. Les mostró que, incluso viviendo en los márgenes de la sociedad, se puede vivir con júbilo.

Pablo VI declaró que era «venerable» en 1977 y Juan Pablo II lo beatificó en 1995. Benedicto XVI más tarde confirmó los numerosos milagros que se le atribuían y lo canonizó en 2009.