.

La paz esté con ustedes. Amigos, ahora en este quinto domingo de Cuaresma, las cosas se están intensificando cuando estas lecturas maravillosas, condensadas espiritualmente llegan a una especie de clímax. Nos estamos preparando para Semana Santa y entonces estamos considerando algunos de los textos más sagrados en la gran tradición. La primera lectura, y quiero ocupar algo de tiempo con ella, es del libro del profeta Jeremías, y el pasaje aquí es uno de los más determinantes del Antiguo Testamento. Es fácil de recordar, ya que estamos. Es Jeremías 31,31 y lo que sigue. Pero recuerden eso. Saquen sus biblias, Jeremías 31,31. Este es el texto: “Se acerca el tiempo, dice el Señor, en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva”.

Vocabulario de alianza. Fue San Ireneo que mucho tiempo atrás dijo que la mejor manera de interpretar el Antiguo Testamento es en términos de las alianzas que Dios hace con su pueblo. Regresemos a la especie de alianza con Adán, la alianza con Noé, alianza con Abraham, una alianza con Moisés, una alianza con David. ¿Qué son estas alianzas? No tanto contratos, o intercambio de bienes, sino como compromisos de vida. La forma básica de alianza en el Antiguo Testamento es esta:

“Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”. Una alianza significa una especie de compartir la vida. Es un compromiso de vida, de uno con el otro. Dios dice, “Yo seré leal y fiel a ustedes”. Israel dice, “Señor, seremos leales y fieles a ti”. Está en el corazón de la religión israelita, en muchos aspectos, está el hecho y la lucha de la alianza porque ¿Qué sabemos ahora a partir de la lectura más somera del Antiguo Testamento? Muy seguido, se violaron estas alianzas. Por lo tanto, “haré una nueva alianza”.

Lo que Jeremías está visualizando aquí es el día en que de un modo definitivo Dios establecerá esta relación permanente con su pueblo de Israel. Ahora, esto es algo muy importante para comprender cuando hablamos de alianzas. Casi invariablemente se ratificaban en el Antiguo Testamento con sangre. Piensen entonces en Noé cuando Dios hace la alianza, y el arco iris es el signo, pero es sellada por un sacrificio cruento que realiza Noé. Piensen en Abraham cuando realiza esta gran alianza con el Señor. El Señor le dice que corte en dos estos varios animales —recuerden esa escena dramática del libro del Génesis— y Abraham atraviesa las partes cercenadas y luego la luz de una antorcha simboliza la presencia de Dios. Se dice que la idea era, la persona estaba diciendo, “Esto podría sucederme a mí” —lo que les sucedió a estos animales— “me podría suceder si violara esta alianza”. Se sellaban con sangre. Piensen en Moisés cuando llegan los Diez Mandamientos y la Alianza del Sinaí, ¿cómo se sella? Bueno, este gran sacrificio de animales. Y parte de él es esparcido sobre el altar. La otra parte es esparcida sobre la gente. ¿Cuál es la idea? Es el intercambio de sangre. La sangre significa vida. Como si fuera Israel derramando su sangre sobre Dios. Dios derramando su sangre sobre Israel. Piensen en los antiguos que se convertían en hermanos de sangre. Si se cortan las muñecas y luego mezclan la sangre de las dos personas. Esa es la idea. Vean, es mucho más que un contrato, que es una especie de artilugio legal, un acuerdo legal. Una alianza es un vínculo de sangre entre Dios y su pueblo sagrado.

 

Y luego piensen en la gran alianza con David, que se sella con miles y miles de sacrificios en el templo de Jerusalén. ¿Acaso no fue aquello el derramamiento de sangre? La misma idea. El que realiza el sacrificio dice, “Esto me podría suceder” —la muerte de este animal— “esto me podría suceder si rompo este lazo, y la sangre derramada simboliza mi sangre vital, Señor, derramada por ti”. Luego la sangre se esparcía sobre la gente. Regresemos ahora al Día de la Expiación, el día más sagrado del calendario litúrgico israelita, y el único día en que el Sumo Sacerdote ingresaba al Sanctasanctórum, y colocaba los pecados de Israel sobre el chivo expiatorio y lo enviaba fuera al desierto. Pero del otro animal que sacrificaba, esparcía la sangre alrededor del Sanctasanctórum, y luego, llevando el resto en un recipiente, salía y lo esparcía sobre el pueblo. La misma idea. La gente decía, “Señor, comprometemos nuestra vida contigo”. Ese era el esparcimiento alrededor del Sanctasanctórum. Pero luego cuando el sacerdote salía llevando la sangre y la derramaba sobre el pueblo, eso era Yahweh, el Dios de Israel, derramando su vida sobre su pueblo elegido. De acuerdo. Esa es la maravillosa, rica, extraña para nosotros, pero maravillosa teología sobre la alianza en el Antiguo Testamento. Sacrificio de sangre. Ahora, como digo, una de las características tristes de la historia del Antiguo Testamento es que esa alianza, aunque es ratificada una y otra vez, Dios realiza este acuerdo una y otra vez con su pueblo, típicamente es quebrantado. Típicamente es violado. Entonces el profeta Jeremías, que conocía todo sobre las alianzas que he mencionado, conocía toda esa historia de Israel, está parado sobre el terrible umbral de la destrucción porque los babilonios están a punto de destruir el templo de Jerusalén. Pero Jeremías conoce la larga historia de alianza y de cruentos sacrificios y del intento por parte de Dios de hermanar su vida con la de su pueblo. Y dice —de nuevo, Jeremías 31, 31— “Se acerca el tiempo, dice el Señor, en que haré con la casa de Israel… una alianza nueva”. Él conocía todas las anteriores. Está llegando algo nuevo. Ahora, ¿qué lo distinguirá? Escuchen cómo continúa, “No será como la alianza que hice con los padres de ustedes … Ésta será la alianza nueva que voy a hacer con la casa de Israel: Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. De acuerdo. La ley entonces, los mandamientos de Dios, Yo seré su Dios, ustedes serán mi pueblo, y esta es la manera en la que quiero que vivan. En cierto modo la ley era externa al pueblo. Estaba allí afuera y fueron llamados a obedecerla. ¿Qué está diciendo aquí, el profeta Jeremías? Se acerca el tiempo en que haré una alianza en que la ley no estará fuera de ustedes, sino que estará dentro, que este compartir de la sangre será tan intenso que Dios y su pueblo se fundirán juntos, la ley de Dios en sus corazones. De acuerdo.

 

La Iglesia quiere que meditemos sobre Jeremías 31,31 porque, adelantemos alrededor de seis siglos desde la época de Jeremías, y llegamos a una cena Pascual ofrecida por este joven rabino y sus doce discípulos. Una cena Pascual. Sobre el pan Pascual, dice, “Esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes”. Y luego, sobre la segunda copa, dice esto: “Este es el cáliz de mi sangre, sangre”, escuchen ahora, “de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”. A nadie que lo escuchara en esa mesa aquella noche se le habría escapado la referencia. Era gente intensamente bíblica. No se les habría escapado la referencia a Jeremías 31,31. ¿De qué está hablando? La nueva alianza que predice Jeremías, esta sangre compartida definitivamente entre Dios y su pueblo sagrado. Dice Jesús, “Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”, y les ofrece su sangre para beber. Moisés esparció la sangre sobre el pueblo. El Sumo Sacerdote en el Yom Kipur salía y esparcía simbólicamente la sangre sobre el pueblo. ¿Qué está ocurriendo aquí? Dios mismo está ofreciendo su sangre de vida para que su pueblo beba, para que la incorpore, para que se convierta en su vida. Lo que está diciendo Jesús de Nazaret aquí es que Jeremías 31,31 se ha cumplido.

Y observen: ¿Adónde va ahora la ley de Dios cuando la Iglesia bebe la sangre de Cristo? Ya no está más fuera, escrita sobre tablas de piedra. No está allí como un desafío moral. Jesús mismo es la ley de Dios, ¿cierto? Jesús mismo es la Torá hecha carne. Por lo tanto, cuando bebemos su sangre, Dios está escribiendo su ley en nuestros corazones. Todo lo que se anticipó, en otras palabras, en la historia de alianzas del Antiguo Testamento.

Todo lo que predijo Jeremías se realiza en la Última Cena, se realiza con el derramamiento de la sangre de Cristo. Ya he dicho esto antes, el único propósito de alianzas, ley, templo, profecía, todo fue unir divinidad con humanidad, ¿cierto? Ese fue todo el propósito de eso. ¿Quién es Jesús? Él es en su misma persona la reunión de divinidad y humanidad. Él es la alianza en persona. Por lo tanto, observen: Cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre, la alianza llega dentro nuestro, la ley se escribe en nuestros corazones. El último paso, vamos desde Jeremías hasta la Última Cena ahora hasta cada vez que asisten a Misa. “Oh, la Misa. Es un tiempo lindo para reunirse, celebrar nuestra comunidad, un tiempo bonito para escuchar la Palabra de Dios, para cantar juntos”, y sí, grandioso, estoy de acuerdo con todo eso. Pero sin embargo ese no es el corazón. ¿Cuál es el corazón de la Misa?

Este es el cordero de Dios. Este es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Bendito los que son llamados a la cena del Cordero. Y luego, uno por uno, la gente se acerca adelante para comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús. Se acerca el tiempo dice el Señor en que haré con la casa de Israel una alianza nueva. No será como la alianza antigua escrita en piedra. Sino que escribiré mi ley en sus corazones. Se vuelve realidad cada vez que se acercan a comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús. El Señor está escribiendo su ley, su alianza, en sus corazones. Esa es la razón, ¿quieren ser felices? ¿Quieren encontrar el motivo y el propósito de la vida? Acérquense a Jesús y permanezcan con él. Coman su cuerpo y beban su sangre. Lleven su ley literalmente dentro de sus cuerpos. De esa forma, la gran relevación de Dios llega a su cumplimiento. Y que Dios los bendiga.

 

John 7:40-53

Amigos, el Evangelio de hoy nos da cuenta de las reacciones de las personas al mensaje de Jesús. ¿Qué decía mientras predicaba? “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”. No debemos reducir esto, o hacerlo demasiado abstracto espiritualmente, como si sólo estuviera hablando acerca de volvernos personas más agradables, generosas y amables. Su prédica fue mucho más que eso. Era parte de Su vocación Mesiánica.

Lo que estaba diciendo era esto: un nuevo orden está surgiendo en Israel, las tribus están volviendo a unirse y Yahvé reinará. Por lo tanto, ustedes deben modificar sus vidas, su visión, sus expectativas. Comiencen a vivir, ahora mismo, como miembros de este nuevo reino.

 

Los Israelitas sabían que una tarea importante del Mesías era combatir a los enemigos de Israel, confrontar definitivamente los poderes opuestos al propósito creador de Dios. Esto incluía a opresores políticos, charlatanes religiosos y fariseos egocéntricos—a quienes Jesús combate y confronta.

 

 

“Y cada uno regresó a su casa” (Jn 7,53): después de la discusión y todo esto, cada uno volvió a sus convicciones. Hay una ruptura en el pueblo: el pueblo que sigue a Jesús lo escucha —no se da cuenta de cuánto tiempo pasa escuchándolo, porque la Palabra de Jesús entra en sus corazones— y el grupo de doctores de la Ley que a priori rechazan a Jesús porque no obra según la ley, según ellos. Son dos grupos de personas. El pueblo que ama a Jesús, lo sigue y el grupo de intelectuales de la Ley, los líderes de Israel, los líderes del pueblo. Se ve claramente cuando “los guardias volvieron donde los sumos sacerdotes y éstos les preguntaron: “¿Por qué no lo habéis traído?”, y respondieron los guardias:

“Nunca un hombre ha hablado así”. Pero los fariseos les respondieron: “¿Vosotros también os habéis dejado engañar? ¿Acaso ha creído en él algún líder de los fariseos? Pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos” (Jn 7, 45—49). Este grupo de doctores de la Ley, la élite, siente desprecio por Jesús. Pero también desprecia al pueblo, “esa gente”, que es ignorante, que no sabe nada. El santo pueblo fiel de Dios cree en Jesús, lo sigue, y este pequeño grupo de élite, los Doctores de la Ley, se separa del pueblo y no recibe a Jesús. ¿Pero cómo es posible, si estos eran ilustres, inteligentes, habían estudiado? Tenían un gran defecto: habían perdido la memoria de su pertenencia a un pueblo. (Homilía Santa Marta, 28 de marzo de 2020).

 

 

Heriberto de Colonia, Santo

Obispo, 16 de marzo





 

Martirologio Romano: En Colonia, en Alemania, san Heriberto, obispo, que, siendo canciller del emperador Otón III, fue elegido a la fuerza para la sede episcopal, desde donde iluminó constantemente al clero y al pueblo con el ejemplo de sus virtudes, que también recomendaba en la predicación († 1021).

Etimológicamente: Heriberto = Aquel que es temido en la batalla, es de origen germánico.

Breve Biografía


Nació en Worms, en el año 970, murió el 16 de Marzo de 1021 en Colonia.

Fue arzobispo de Colonia, canciller del emperador Otón III y fundador de la abadía de Deutz.

Heriberto era hijo del duque Hugo de Worms. Tras estudiar en la escuela de la catedral de Worms, su ciudad natal, pasó algún tiempo en el monasterio benedictino de Gorza, situado en el ducado de Lorena.

Después de este periodo fue nombrado rector de la catedral de Worms.

En 994 fue ordenado sacerdote. Ese mismo año el rey Otón III le nombró canciller para Italia y cuatro años más tarde, también para Alemania, cargo que mantuvo hasta la muerte del emperador en 23 de enero de 1002.
 

Como canciller, Heriberto se convirtió en el consejero más importante de Otón III, a quien acompañó a Roma en 996 y 997. Todavía estaba en Italia cuando en 999 fue elegido arzobispo de Colonia.

Recibió la investidura eclesiástica y el palio de parte del papa Silvestre II el 9 de julio de 999 en la ciudad italiana de Benevento, siendo consagrado en la Catedral de Colonia en día de Navidad de ese mismo año.

El año 1002 estuvo presente en el lecho de muerte del emperador en Paterno.

Caundo regresaba a Alemania con los restos del emperador y la insignia imperial, fue hecho prisionero por un tiempo por el futuro rey Enrique II, a cuya candidatura Heriberto se había opuesto inicialmente.

Tan pronto como Enrique fue elegido nuevo rey, el 7 de junio de 1002, cambió de postura para pasar a reconocer al nuevo rey y servirlo fielmente, acompañándolo a Roma en 1004 y mediando entre el monarca y la Casa de Luxemburgo entre otras obras.

Sin embargo Heriberto nunca se ganó la total confianza de Enrique II hasta el año 1021, cuando el rey reconoció su error y pidió perdón al arzobispo, el mismo año de la muerte del santo.

Heriberto fundó el monasterio benedictino y la iglesia de Deutz, al que hizo generosos donativos y donde se encuentra su tumba. Heriberto fue considerado santo ya en vida.

El papa Gregorio VII lo canonizó entre 1073 y 1075. Su fiesta se celebra el mismo día de su fallecimiento, el 16 de marzo.

 

 

Nadie habló jamás como este hombre

Santo Evangelio según san Juan 7, 40-53.

Sábado de la IV semana de Cuaresma.







En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)


María, Madre de Misericordia, te pido tu maternal ayuda para poder reflexionar y meditar en las Palabras de tu Hijo Jesucristo, que son palabras de vida eterna.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Juan 7, 40-53



En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: «Éste es de verdad el profeta». Otros decían: «Éste es el Mesías». Pero otros decían: «¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?». Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: «¿Por qué no lo habéis traído?». Los guardias respondieron: «Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Los fariseos les replicaron: «¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos». Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?». Ellos le replicaron: «¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas». Y se volvieron cada uno a su casa.


Palabra del Señor.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



 

En este pasaje no aparece ninguna palabra de Cristo, pero se descubren los pensamientos sobre Jesús que hay en muchos corazones (Lc 2, 35). Muchos se maravillan de la humilde procedencia de Jesús, pero porque no lo conocen. En nuestra vida nos puede pasar del mismo modo, el maravillarnos de lo que se dice de Dios, malo o bueno, pero nosotros no decimos nada porque le conocemos muy poco y no lo hemos experimentado.



Precisamente quien escucha a Jesús, quien lo conoce de cerca, queda maravillado. Quien oye las palabras de Cristo no puede quedar igual. Por eso en el texto evangélico los soldados que habían sido enviados a apresar al Señor, vuelven asombrados diciendo que nadie antes había hablado como Él. Esto hace que el enojo de los fariseos se agudice más porque no pueden realizar sus artimañas malintencionadas. Nosotros en cambio debemos acercarnos a Cristo, dejar que Él nos hable al corazón por medio del Evangelio, de la Eucaristía, de la Reconciliación. Poco a poco irá transformando nuestra alma e irá convenciéndonos suavemente con su amor, con su bondad, con su alegría. Si escuchar la Palabra de Dios puede cambiar el corazón, cuánto más no podrá hacer Él cuando le tenemos dentro.


Conocer a Cristo es una empresa apasionante que sólo experimentan quienes quieren hacer esta experiencia. Uno sale transformado de cada encuentro con el Señor, no porque nosotros hagamos o digamos algo, sino porque es Él el primer interesando en nuestra santificación y en nuestro bien. Y cuando a Cristo le abrimos la puerta del corazón, silenciosamente va invadiendo toda la casa hasta llenarla y poseerla toda, entonces es cuando como San Pablo podemos decir «y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal. 2, 20).


Pero poseer a Cristo es también transmitirlo, y al transmitirlo a los demás corremos el riesgo de no ser tomados en cuenta, o de ser tachados por los demás de cualquier cosa. Así le pasó a Nicodemo al querer hacer ver que se cometería una injusticia al juzgar a Jesús sin antes oírlo. Estas son las injusticias que sufren los amigos del Señor, pero Él ya lo había anunciado en el sermón de las bienaventuranzas: «Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa…» (Mt 5, 11). Y nadie que haya querido ser amigo verdadero de Jesús ha quedado defraudado ni se ha arrepentido porque Dios siempre cumple sus promesas.



«También hoy, queridos hermanos y hermanas, nuestra alegría es compartir esta fe y responder juntos al Señor Jesús: “Tú eres para nosotros el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Nuestra alegría también es ir a contracorriente e ir más allá de la opinión corriente, que, como entonces, no logra ver en Jesús más que a un profeta o un maestro. Nuestra alegría es reconocer en Él la presencia de Dios, el enviado del Padre, el Hijo que vino para ser instrumento de salvación para la humanidad. Esta profesión de fe proclamada por Simón Pedro es también para nosotros. La misma no representa sólo el fundamento de nuestra salvación, sino también el camino a través del cual ella se realiza y la meta a la cual tiende».
(Homilía de S.S. Francisco, 10 de noviembre de 2015).



Diálogo con Cristo


Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.


Propósito


Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.


Haré una breve oración por las personas que pasan por alguna necesidad o problema.


 

 

Despedida


Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

1
 ORACIÓN EN EL HUERTO

Santa Teresa sintió en su corazón todos y cada uno de los momentos de duro tránsito de Jesús, empezando por los angustiosos instantes en el Huerto de los Olivos. 

 

 

«En especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto. Allí era mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había tenido, si podía. Deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor. Mas acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo más que me dejaban mis pensamientos con Él, porque eran muchos los que me atormentaban. Muchos años, las más noches antes que me durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir».

2
 PASIÓN DE CRISTO

 

La Pasión de Cristo debe ser para los cristianos ejemplo de sufrimiento, de resignación. Así nos lo explica en Camino de Perfección:

«Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo sufrimiento la dice y se queja de ella! O miradle atado a la columna, lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama; tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por Él, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar. O miradle cargado con la cruz, que aun no le dejaban hartar de huelgo. Miraros ha Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, solo porque os vayáis vos con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle».

3
 RESURRECCIÓN

Tras la crucifixión, la Resurrección es el momento más sublime de la Semana Santa, el momento de la esperanza para toda la humanidad: 

“Si estáis alegre, miradle resucitado; que solo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a sí con él. Pues ¿es mucho que a quien tanto os da volváis una vez los ojos a mirarle?”

 

 

Santa Teresa de Jesús nos inspira para sumergirnos en los momentos más trascendentales de la vida de Jesús y de la piedad cristiana. Nos enseña a acompañarlo en la cruz, en el dolor y en la redención. 

Mirad lo que le costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo que, por librarnos de la muerte, la murió tan penosa como muerte de cruz»