San Agustín de Hipona

 

Jonás 3,1-10: Los habitantes de Nínive se arrepintieron de su mala conducta. Es una lectura con gran valor teológico sobre el perdón de los pecados. Gran contraste entre Israel, el pueblo elegido, que no escucha a los profetas y es castigado, y Nínive, ciudad pagana, que escucha a Jonás y hace penitencia, obteniendo el per-dón de sus pecados. Escuchemos a San Clemente Romano:

«Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo.

«Recorramos todos los tiempos y aprendamos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a Él. Noé predicó la penitencia y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser de no ser del pueblo elegido. De la penitencia hablaron inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios.

«Y el mismo Señor de todas las cosas habló también, con juramento, de la penitencia: «Por mi vida, oráculo del Señor, que no quiero la muerte del pecador, sino que cambie de conducta«. Y añade aquella hermosa sentencia: «Cesad de obrar el mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo: Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si os convertís a Mí de todo corazón y decís: `Padre ́; os escucharé como a mi pueblo santo».

«Queriendo, pues, el Señor que todos los que Él ama tengan parte en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad» (Carta a los Corintios 7,4–8,3).

–Una vez más utilizamos el Salmo 50 –que ya comentamos el Miércoles de Ceniza–, texto magnífico para expresar el arrepentimiento de los pecados. Convertíos a Mí de todo corazón en ayunos y lágrimas y llantos, dice el Señor. Rasgad vuestros corazones y convertíos al Señor, porque Él es benigno y misericordioso, paciente y bondadoso y siempre dispuesto a perdonar el mal… Perdona, Señor, perdona a tu pueblo y no des al oprobio tu heredad (cf. Joel)

Dios quiere la penitencia. Una penitencia cordial y sincera. Quiere el arrepentimiento, la contrición, pero también las obras externas de mortificación y de ejercicio de la virtud de caridad.

Lucas 11,29-32: A esta generación no se le dará otro signo que el de Jonás. A lo largo de la Cuaresma todos somos invitados a la penitencia y a la conversión. Comenta San Agustín:

«Jonás anunció no la misericordia, sino la ira, que era inminente… Solamente amenazó con la destrucción y la proclamó; no obstante, ellos, sin perder la esperanza en la misericordia de Dios, se convirtieron a la penitencia y Dios los perdonó. Mas, ¿qué hemos de decir? ¿Que el profeta mintió? Si lo entiendes carnalmente, parece haber dicho algo que fue falso; pero, si lo entiendes espiritualmente, se cumplió lo que predijo el profeta. Nínive, en efecto, fue derruida.

«Prestad atención a lo que era Nínive y ved que fue derruida. ¿Qué era Nínive? Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; se entregaban al perjurio, a la mentira, a la embriaguez, a los crímenes, a toda clase de corrupción. Así era Nínive. Fíjate cómo es ahora: lloran, se duelen, se contristan en el cilicio y la ceniza, en el ayuno y en la oración. ¿Dónde está aquella otra Nínive? Ciertamente ha sido derruida, porque sus acciones ya no son las de antes» (Sermón 361,2).

Manuel Garrido Bonaño

Fuente: deiverbum.org