• Mark 12:28-34

Amigos, el Evangelio de hoy nos presenta lo que los antiguos israelitas llamaron el shemá: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor”. ¿Podría invitarte a hacer un examen de conciencia sobre la base del shemá? ¿Es Dios el único Señor en tu vida? ¿Quién o qué son rivales que atraen tu atención, tu máxima preocupación? O mejor demos vuelta la pregunta: ¿es que absolutamente todo en tu vida pertenece a Dios? 

Podrías preguntar, ¿cómo es que me entrego a una realidad que no puedo ver? Aquí es donde el segundo mandamiento de Jesús entra en juego. Cuando se le preguntó cuál era el primero de todos los Mandamientos, Jesús respondió con el shemá, pero luego agregó algo a la tradición, un segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a tí mismo”. 

Aquí hay una lógica estricta funcionando aquí. Cuando realmente amas a alguien, tiendes a amar, también, lo que ellos aman. Bueno, ¿qué es lo que Dios ama? Él ama todo y a todos los que Él ha creado. Entonces, si quieres amar a Dios, y encuentras esto difícil porque Dios parece tan distante, ama a todos los que encuentres por el bien de Dios.

Tomemos hoy ejemplo de este escriba. Repitamos las palabras de Jesús, hagámoslas resonar en nosotros: “Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas y al prójimo como a mí mismo». Y preguntémonos: ¿orienta realmente mi vida este mandamiento? ¿Se refleja este mandamiento en mi vida diaria? Nos hará bien esta noche, antes de dormirnos, hacer el examen de conciencia sobre esta Palabra, para ver si hoy hemos amado al Señor y hemos dado un poco de bien a los que nos hemos encontrado. Que cada encuentro sea dar un poco de bien, un poco de amor, que viene de esta Palabra. Que la Virgen María, en quien se hizo carne el Verbo de Dios, nos enseñe a acoger en nuestro corazón las palabras vivas del Evangelio. (Ángelus, 31 de octubre de 2021)

Juan de Dios, Santo

Memoria Litúrgica, 8 de marzo

Religioso

Martirologio Romano: San Juan de Dios, religioso, nacido en Portugal, que, después de una vida llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad a los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció a compañeros con los que constituyó después la Orden Hospitalaria San Juan de Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno descanso. ( 1550)

Fecha de canonización: 16 de octubre de 1690 durante el pontificado de Alejandro VIII

Breve Biografía

«En el año de 1538, reinando en españa el Emperador Carlos V, y siendo Arzobispo de la Ciudad de Granada don Gaspar de Avalos… que alcanzó felicidad en sus tiempos, de florecer en su obispado hombres señalados en santidad y virtud; entre los cuales fue unop, pobre, bajo y desechado en los ojos de los hombres, pero muy conocido y estimado en los de Dios, pues mereció llamarse en apellido Juan de Dios”.

Se trata de Juan Ciudad Duarte, un hombre nacido año 1495 en el pueblo portugués de Montemor o Novo, del obispado de Évora, Portugal y que muere en Granada, España, el año 1550 a la edad de 55 años, siendo considerado uno de los tesoros de la ciudad. Para todos es conocido como «el santo». El apellido de Dios le vino impuesto por un Obispo conocedor de su obra a favor de los pobres y enfermos. No cabe mayor honor que apellidarse de Dios y nada refleja mejor el modo de hacer de este hombre.

Aparece a la edad de ocho años en el pueblo toledano de Oropesa. En las biografías de Juan de Dios, hay las grandes lagunas y muchos interrogantes, algunos todavía no resueltos, en relación a su ascendencia, pueblo, familia, vida, hasta bien entrado en años… La tradición habla que vino con un clérigo que pasó por su casa y es acogido en la de Francisco Cid Mayoral donde vivió mucho tiempo, casi la friolera de 29 años en dos ocasiones diferentes.

Siendo mancebo de veintidós años le dio voluntad de irse a la guerra» luchando en la compañía del Conde de Oropesa, al servicio del Emperador Carlos V que fue en socorro de la plaza de Fuenterrabía atacada por el Rey Francisco I de Francia. La experiencia no puede ser más desastrosa, está a punto de ser ahorcado y regresa de nuevo a Oropesa hasta que es solicitado para defender Viena, en un momento de amenaza por parte de los turcos.

Después de estas experiencias guerreras vuelve al oficio de pastor, leñador para ganarse el sustento, albañil en la construcción de las murallas de Ceuta y finalmente, inicia en Gibraltar el oficio de librero, que ejerce en Granada de forma estable en un puesto de la calle Elvira, hasta su conversión.

En Granada comienza la ve Juan de Dios, cuando más asentado y cuando al parecer, había terminado su “andadura” española y europea. Juan había caminado tanto en bucsa de una cita que por fin acontece el año 1539, fiesta de S. Sebastián en el Campo de los Mártires, a la vera de la Alhambra. Ese día un predicador de fama, S. Juan de Ávila es el encargado del sermón. No sabemos qué munición usó el «maestro Ávila», el caso es que el corazón de Juan de Dios quedó tocado, sus palabras «se le fijaron en las entrañas» y «fueron a él eficaces», dice su biógrafo Castro. Juan parece haberse vuelto loco y grita, se revuelca clamando «misericordia». Se produce un total despojo de sus pocos haberes, hasta de sus vestidos…

El pueblo se divide: unos dicen que era loco y otros que no era sino santo y que aquella obra era de Dios. Aquello era ni más ni menos que la cita con Dios.

No es un asunto fácil. Desde ahora comienza una nueva aventura totalmente inédita en la vida de Juan. Después de la experiencia espectacular de su conversión tiene que entrar en contacto con los pobres más marginados de siempre, los enfermos mentales. “Dos hombres honrados compadecidos tomaron de la mano a Juan y lo llevaron… ¿Dónde? Al manicomio. Un ala del Hospital Real de Granada estaba ocupada por los locos. Allí, siente en sus carnes el duro tratamiento que se da a estos enfermos en su propia carne y se rebela de ver sufrir a sus hermanos. De esta experiencia surge la conversión a los hombres, que ya serán para Juan, «hermanos». «Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo».

El corazón herido, cogido por el amor desbordante de Dios no le dejará en paz hasta el último momento en que muere de rodillas. En el año 1539, de acuerdo con san Juan de Avila, es huésped en Guadalupe donde se prepara en las artes médicas, y en 1540 inicia su primera obra, un pequeño hospital en la calle de Lucena, «tanta gente acudía por la fama de Juan y por su mucha caridad que los amigos le compraron una casa para hospital en la cuesta Gomérez”.

La fama de Juan es grande en Granada: acoge a todos los pobres inválidos que encuentra, a los niños huérfanos y abandonados, visita y rehabilita a muchas mujeres prostitutas, y todo sin renta fija, salvo la limosna en la cuál es verdadero maestro, «¿quién se hace bien a si mismo dando a los pobres de Cristo?» -sería su lema cotidiano. El corazón encendido de Juan, contrasta con el fuego del Hospital Real en llamas el día 3 de julio de 1549. Allí acude como toda la ciudad, pero no para lamentarse, sino para remangarse y entrar y sacar los enfermos saliendo sano y salvo.

Desde ese momento, Juan adquiere la categoría de santo y su fama llega a todos los que pudieran tener alguna duda de su pasado en la zona de los enfermos mentales. En el mes de enero de 1550, tratando de salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil, enfermó gravemente.

En el lecho de muerte a Juan le queda la herencia que entrega al arzobispo y a su sucesor, Antón Martín: libro de las deudas y los enfermos asistidos. Así se continúa la obra de Juan de Dios hasta nuestros días.

Juan muere el día 8 de marzo de 1550. Su entierro es una auténtica manifestación de duelo y simpatía hacia su persona y su obra.

Actitudes para vivir el amor al prójimo

Santo Evangelio según San Marcos 12, 28-34. Viernes III de Cuaresma.

Por: Jesús Salazar, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Ven, Señor, a mi vida para que Tú seas el centro y pueda amar con un corazón como el tuyo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le respondió: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de Él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había hablado sensatamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas. Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Es frecuente ver en el Evangelio, como en la vida cotidiana, escenas donde la gente quiere poner a prueba a Jesús. Hoy meditamos un episodio muy peculiar porque el escriba se está acercando a Jesús con una actitud humilde, como la de aquél que quiere buscar a Dios con todas sus fuerzas.

El escriba, como persona conocedora de la fe de Israel, sabía muy claramente cuál era el primer mandato de la ley; sin embargo, no basta saber las cosas «de memoria», la Palabra de Dios se aprende viviéndola. ¿Qué podemos hacer, entonces, en nuestra vida cotidiana para que amar al Señor y al prójimo sea nuestro motor?

La primera actitud es la escucha humilde de lo que Dios nos pide. El escriba llegó con esta actitud porque sabía que Jesús tenía para su vida una respuesta diferente; objetivamente la respuesta fue muy simple, pero las palabras de Jesús iban cargadas de un mensaje personal para él. Es común que cuando escuchamos a Dios en la Palabra o en nuestra conciencia, queramos hacernos los sordos, no obstante, no podemos apagar la voz de Dios que trae lo que más necesitamos.

La segunda actitud es dejar a Dios ser Dios. ¿Qué lugar real ocupa Dios en nuestra vida? ¿Un lugar marginal, donde nos acordamos de él por tradición, porque «tenemos que»? ¿O realmente buscamos estar con él aunque sea unos minutos en medio de las carreras cotidianas.

La amistad con Dios es lo más alto a lo que el hombre puede aspirar en esta vida, y Él nos la ofrece gratis, sin prejuicios, en la confesión y la Eucaristía. Él puede actuar donde nadie más cree en las posibilidades.

La tercera actitud es la más sencilla de llevar a cabo, pero la que, a su vez, requiere que pongamos un poco de nuestra parte. Amar al prójimo como a sí mismo implica renuncia a nuestro ego y ampliar nuestra mirada hacia el que tenemos a la par, no para criticarlo ni pasarle por encima, sino para ver en él el reflejo vivo de Dios y tratarlo así. Esta renuncia nos hará sentirnos más ligeros de peso, con más alegría y paz interior. Jesús no nos pide cosas que Él mismo no haya hecho antes.

Finalmente, pidamos a Dios la gracia de vivir según este amor, para que sea Él quien reine en nuestros corazones y sea la bondad y el amor de Jesús lo que los otros vean en nuestros rostros. «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo».

«El amor al prójimo corresponde al mandato y al ejemplo de Cristo si se funda sobre un verdadero amor hacia Dios. Es así posible para el cristiano, a través de su dedicación, que haga experimentar a los demás la ternura procedente del Padre celestial. Para dar amor a los hermanos, hace falta, en cambio, sacarlo del horno de la caridad divina, mediante la oración, la escucha de la Palabra de Dios y el sustento de la santa Eucaristía. Con estas referencias espirituales, es posible obrar en la lógica de la gratuidad y del servicio».

(Discurso de S.S. Francisco, 25 de septiembre de 2017).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy procuraré hablar siempre bien de los demás y, si es posible, tendré un gesto de bondad con alguien.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

San Juan de Dios, el precursor de la beneficencia moderna

Cathopic | Aleteia

San Juan de Dios

Juan Ciudad Duarte se convirtió al catolicismo a los 42 años y fundó la Orden de los Hermanos Hospitalarios

Juan Ciudad Duarte nació en 1495 en el seno de una familia pobre, en Montemayor el Nuevo (Portugal).

Siendo todavía un niño comienza a viajar con ánimo de aventura y de encontrar un medio de subsistencia.

Va primero a Oropesa (España), luego a la guerra en Fuenterrabía, y más tarde a Sevilla, Ceuta, Gibraltar y Algeciras.

A los 42 años llega a Granada, abre una librería y se interesa por los libros de espiritualidad.

El 20 de enero de 1539 conoce a san Juan de Ávila, que está predicando en la ermita de los Mártires, y se siente profundamente arrepentido por la mala vida que ha llevado en el pasado.

De la pena a la acción

Pero el santo encauza aquella penitencia proponiéndole que haga obras de caridad.

Juan de Dios funda entonces la Orden de los Hermanos Hospitalarios. Sus cuatro primeros compañeros son pecadores públicos que se arrepienten: un traficante de prostitutas, un asesino, un espía y un usurero.

Después de una peregrinación a Guadalupe, regresa a Granada y busca a los primeros enfermos que atenderá la orden.

En su hospital, acogen a los enfermos, los alimentan, los curan, les escuchan y hacen que se sientan queridos y respetados.

En su biografía, se cuenta que un día se declaró un incendio. Juan de Dios no lo dudó: tomó sobre sus espaldas a los enfermos uno a uno, y los salvó a todos. Él quedó ileso. Esa era la actitud.

El santo falleció a los 55 años, en 1550, y se le considera el precursor de la beneficencia moderna.

Oración

Padre de misericordia,
que concediste a san Juan de Dios un gran amor y compasión
hacia los pobres y los enfermos,
haz que también nosotros sirvamos a nuestros hermanos con espíritu de caridad
y merezcamos, por ello, ser colocados a tu derecha en el día del retorno de tu Hijo,
que vive y reina contigo.