San Gregorio de Nisa, obispo

Homilía VI de las Bienaventuranzas

«Crea en mí un corazón puro» (Sal 50,12).

 

«Bienaventurados los limpios de corazón, ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Creemos fácilmente que un corazón purificado nos hará conocer la felicidad suprema. Pero esta purificación del corazón parece tan ilusoria como la subida al cielo. ¿Qué escala de Jacob (Gn 28,12), qué carro de fuego semejante al que se llevó al profeta Elías al cielo (2R 2,11) encontraremos para llevar nuestro corazón hacia la bienaventuranza celeste y liberarlo de todo su peso terrestre?…

No alcanzamos sin dificultad la virtud: ¡Qué de sudores y de pruebas! ¡Qué de esfuerzos y de sufrimientos! La Escritura a menudo nos lo recuerda: «estrecha y angosta» es la puerta del Reino, mientras que el pecado nos lleva a la perdición por un camino ancho e inclinado (Mt 7,13-14). Y sin embargo la misma Escritura nos asegura que se puede llegar a esta existencia superior… ¿Cómo llegar a ser puro? El sermón de la montaña nos lo enseña por todas partes. Leed los mandamientos unos tras otros, y descubriréis el verdadero arte de la purificación del corazón…

Al mismo tiempo que Cristo nos promete la bienaventuranza, nos instruye y nos forma a la consecución de esta promesa. Sin duda no alcanzamos sin dificultad la bienaventuranza. Pero compara estas penas con la existencia de la vida de la que te alejan, y verás cómo el pecado es más penoso, si no inmediatamente, por lo menos en la vida futura… ¡Qué desgraciados son aquellos cuyo espíritu se obstina en las impurezas! Sólo verán la cara del Adversario. La existencia de un justo, al contrario, queda marcada con la efigie de Dios…

Sabemos qué consecuencias tiene, por un lado, una vida de pecado y, por otro, una vida de justicia, y ante la alternativa tenemos la libertad de escoger. Evitemos pues la cara del demonio, arranquemos su máscara odiosa y, revestidos de la imagen divina, purifiquemos nuestro corazón. Así poseeremos la felicidad y la imagen divina brillará en nosotros, gracias a nuestra pureza en Cristo Jesús nuestro Señor.

Fuente: deiverbum.org