Hechos de los Apóstoles 6:8-10; 7:54-59 / Mateo 10:17-22.
Continuamos, queridos hermanos y hermanas, celebrando, hoy, día de San Esteban, la Navidad, aunque nuestra comunidad, sus familiares y amigos ruegan en esta eucaristía por el reposo de nuestro hermano Pere Damià Coral Sendrós, monje, que murió en el corazón de la noche de ayer, mientras nosotros estábamos en la misa del Gallo. Quisiéramos acompañarle y dirigirnos al Señor con las palabras del salmo responsorial: Confío mi aliento en vuestras manos. Jesús de Nazaret vivió en el mundo entre Navidad y Pascua. Su vida en la tierra nos ha dejado el testimonio de quién era, de qué decía, de lo que nos pedía. Ese tiempo, esta existencia no empezó como la de cualquier ser humano en el momento de su nacimiento. El sentido profundo de la Navidad es que esta vida de Jesús, es la de Cristo, la del Ungido, la del Mesías, la de la Palabra de Dios hecha carne y esto marca profundamente a su persona, su humanidad que está siempre unida a la divinidad que le corresponde como verbo de Dios hecho hombre. Su muerte tampoco fue un final. Por su resurrección y ascensión al cielo recuperó el lugar junto al Padre, pero llevó allí a esta humanidad con la que había paseado, hablado, llorado y amado. Sólo desde esa posición el Señor nos pide la donación radical. Toda vida cristiana está llamada a reproducir e imitar a Jesús de Nazaret en la dinámica que se mueve entre la Navidad y la Pascua, pero también aspira a seguirle más allá de la muerte, en la resurrección. Nuestro nacimiento, tanto el natural como el espiritual en la fe, es nuestra inserción en la comunión con Dios, en la Iglesia. Por el bautismo nos incorporamos a Él, y ya en la liturgia del bautismo está presente el anhelo y el deseo definitivo, aquél que espera todo cristiano que es compartir finalmente la gloria de Cristo, junto a Dios, con María, asunta también al Cielo . Todo esto nos trae, para decirlo con palabras sencillas, que Dios entró en nuestra casa en Navidad, para hacernos entrar en casa de Él en Pascua. El hermano Pere Damià fue experimentando esta vida de fe, ya antes de entrar en el monasterio en su relación con los oblatos del monasterio. La fe puede vivirse en muy variadas opciones. Cualquier vida puede concretar esa dinámica. Uno de los primeros ejemplos es el santo que el calendario nos propone para hoy, precisamente al día siguiente de la solemnidad de la Navidad: San Esteban, el llamado protomártir de nuestra fe. La conciencia temprana de seguir los pasos de Cristo le dieron la fuerza de la confesión y de la fidelidad.
Él nos ayuda a identificar el núcleo de lo que creemos: apertura al Espíritu Santo, comunión con Jesús por encima de cualquier concepto establecido, confianza final en su fuerza frente a todas las dificultades. La radicalidad de las circunstancias que los primeros cristianos se encontraron han hecho que les veneremos como testigos de esta fe que cree que la Palabra de Dios encarnada da sentido a toda la vida, a la misma muerte y que su resurrección fundamenta la nuestra esperanza en la resurrección. Desde el ejemplo de los mártires, como les decía, cualquier vida puede ser vivida como seguimiento de Jesús. De una forma muy concreta, la vida monástica ha sido considerada martirial, porque da testimonio de la fe, sencillamente intentando vivir con conciencia la dinámica de encarnación y resurrección que empezó Jesucristo. Lo sin sangre, día a día, con las armas de la obediencia, la conversión y la paciencia. Nuestro hermano Pere Damià, recibió el nombre de Pedro en su bautismo, había nacido en la Geltrú como a él le gustaba matizar, no en Vilanova y la Geltrú, y vivió unos primeros años plenamente identificado con la vida de su vil. la, su familia, el trabajo en la fábrica Pirelli, incluso en la política, muestra su preocupación por el país y por su gente. A una edad madura, a los 46 años, sintió la llamada de Jesucristo de vivir la fe y el amor a Jesucristo en nuestra comunidad de Montserrat, a la que entró en septiembre de 1987 recibiendo el nombre de Pedro Damián. NO se resistió, al Espíritu Santo como los hechos de los Apóstoles nos dicen de San Esteban. Acostumbrado al trabajo, enseguida empezar a colaborar en diversas secciones del monasterio, la enfermería y las colecciones en las que combinaba algunas aficiones personales. Su labor, por ejemplo, en la colección de gozos del monasterio le ha llevado a catalogar miles y miles de ejemplares. A menudo detrás de cada uno de ellos, encontrábamos un santo, una ermita, una persona que le había hecho llegar, un testimonio de cariño hacia Montserrat y el recuerdo de una devoción o de un lugar de Cataluña. El hermano Pere Damià pertenecía a la generación que valoraba conservar y coleccionar. Hasta su muerte fue el responsable de las colecciones de sellos, monedas y postales e hizo un trabajo paciente, sencillo y humilde clasificando y, dando, por tanto valor, a todas las monedas extranjeras que los peregrinos dejaban en Montserrat . Durante unos años vivió en el Milagro, vida cerca del campo y de la gente de los alrededores, de la que siempre guardó un buen recuerdo. ¡También se ocupó de la cocina y del refectorio del monasterio, uno de los servicios importantes para que haya paz en una comunidad!
La vida monástica y nuestra Regla de San Benito define espiritualmente algunos oficios. Los monjes leemos ordenadamente toda la Regla y cada día del año nos corresponde un fragmento. El día 24 de diciembre, se nos propone leer el capítulo dedicado a los porteros del monasterio que san Benito define pidiendo que sean un hombres llenos de sensatez y que estén siempre listos para que quienes lleguen encuentren a alguien que les responda. El hermano Pere Damià había estado muchas horas en la portería del monasterio acogiendo y respondiendo a quienes llegaban. Lo hacía con amabilidad y era recordado por eso. San Benito nos enseña que en los huéspedes acogemos al propio Jesucristo y que debemos tratarlos con humanidad.
Pero un día quien llamará definitivamente a la puerta será Cristo mismo y habrá que entrenarnos para responderle. Esta noche de Navidad, Jesús llamó a la puerta del G. Pere Damià, algo inesperadamente. Es nuestra confianza en que una vida larga, vivida con fe y humilde en tantos servicios la haya preparado para estar listo y que le haya respondido enseguida y con la gran confianza de la que nos habla el salmo responsorial de hoy.
Deje ver a su siervo
la claridad de su mirada;
sálvame, por el amor que me tenéis
Como vemos en las lecturas de hoy, las dificultades forman parte del camino y tampoco le fueron ahorradas durante estos últimos años a nuestro hermano en forma de diversas enfermedades y problemas de salud que fue soportando sin que le afectaran el sentido del humor, el amor a la comunidad, sintiéndose hermano y en algunos momentos graves encomendándose a su venerado beato Pere Tarrés ya los beatos mártires de Montserrat.
Como en San Esteban, la fe, la llamada y la convicción monástica marcaron una vida que quiso imitar la de Jesucristo siguiendo su evangelio desde su bautismo. Hoy al despedirle y al enterrarlo, esperamos que también habrá entrado a participar en aquella vida del cielo que el Señor inauguró con su Pascua, porque toda su humanidad, redimida conjuntamente con la de todos por la Encarnación de Jesucristo continúe espiritualmente en la alegría de la inmortalidad, por la misericordia de Dios capaz de salvar y perdonar a todos los que en Él confían y llegar uno el día final de la resurrección de los muertos en la plena comunión con todos los santos y redimidos de Dios.
Lucas 2:16-21
Amigos, hoy celebramos a la Santísima Virgen María como Madre de Dios.
San Ireneo dice que, a lo largo de la historia de la salvación, Dios fue probando a la humanidad, adaptando gradualmente la divinidad y la humanidad entre sí, preparándose para la Encarnación. Toda esa preparación fue el preludio de la niña israelita que diría sí a la invitación de ser Madre de Dios.
Decir que María es la Madre de Dios es insistir en la densidad de la afirmación de que Dios verdaderamente se hizo humano. Como comentó Fulton J. Sheen, María es como la luna, porque su luz es siempre el reflejo de una luz superior.
La teología católica ha extraído una implicación adicional del estatus de María como Madre de Dios: su papel como Madre de la Iglesia. Si ella es aquella por quien Cristo nació, y si la Iglesia es efectivamente el Cuerpo Místico de Cristo, entonces ella debe ser, en un sentido muy real, la Madre de la Iglesia. Ella es aquella por quien Jesús sigue naciendo en el corazón de los que creen. No se trata de confundirla con el Salvador, sino de insistir en su misión de mediadora e intercesora.
María, Madre de Dios, Santa
Solemnidad Litúrgica. 1 de enero
Primera fiesta mariana que apareció en la Iglesia occidental
En la octava de la Natividad del Señor y en el día de su Circuncisión. Los Padres del Concilio de Efeso la aclamaron como Theotokos, porque en ella la Palabra se hizo carne, y acampó entre los hombres el Hijo de Dios, príncipe de la paz, cuyo nombre está por encima de todo otro nombre.
Es el mejor de los comienzos posibles para el santoral. Abrir el año con la solemnidad de la Maternidad divina de María es el mejor principio como es también el mejor colofón. Ella está a la cabeza de todos los santos, es la mayor, la llena de Gracia por la bondad, sabiduría, amor y poder de Dios; ella es el culmen de toda posible fidelidad a Dios, amor humano en plenitud. No extraña el calificativo superlativo de «santísima» del pueblo entero cristiano y es que no hay en la lengua mayor potencia de expresión. Madre de Dios y también nuestra… y siempre atendida su oración.
Los evangelios hablan de ella una quincena de veces, depende del cómputo que se haga dentro de un mismo pasaje, señalando una vez o más.
El resumen de su vida entre nosotros es breve y humilde: vive en Nazaret, allá en Galilea, donde concibió por obra del Espíritu Santo a Jesús y se desposó con José.
Visita a su parienta Isabel, la madre del futuro Precursor, cuando está embarazada de modo imprevisto y milagroso de seis meses; con ella convive, ayudando, e intercambiando diálogos místicos agradecidos la temporada que va hasta el nacimiento de Juan.
Por el edicto del César, se traslada a Belén la cuna de los mayores, para empadronarse y estar incluida en el censo junto con su esposo. La Providencia hizo que en ese entonces naciera el Salvador, dándolo a luz a las afueras del pueblo en la soledad, pobreza, y desconocimiento de los hombres. Su hijo es el Verbo encarnado, la Segunda Persona de Dios que ha tomado carne y alma humana.
Después vino la Presentación y la Purificación en el Templo.
También la huída a Egipto para buscar refugio, porque Herodes pretendía matar al Niño después de la visita de los magos.
Vuelta la normalidad con la muerte de Herodes, se produce el regreso; la familia se instala en Nazaret donde ya no hay nada extraordinario, excepción hecha de la peregrinación a Jerusalén en la que se pierde Jesús, cuando tenía doce años, hasta que José y María le encontraron entre los doctores, al cabo de tres días de angustiosa búsqueda.
Ya, en la etapa de la «vida pública» de Jesús, María aparece siguiendo los movimientos de su hijo con frecuencia: en Caná, saca el primer milagro; alguna vez no se le puede aproximar por la muchedumbre o gentío.
En el Calvario, al llegar la hora impresionante de la redención por medio del cruentísimo sufrimiento, está presente junto a la cruz donde padece, se entrega y muere el universal salvador que es su hijo y su Dios.
Finalmente, está con sus nuevos hijos _que estuvieron presentes en la Ascensión en el «piso de arriba» donde se hizo presente el Espíritu Santo enviado, el Paráclito prometido, en la fiesta de Pentecostés.
Con la lógica desprendida del evangelio y avalada por la tradición, vivió luego con Juan, el discípulo más joven, hasta que murió o no murió, en Éfeso o en Jerusalén, y pasó al Cielo de modo perfecto, definitivo y cabal por el querer justo de Dios que quiso glorificarla.
Dio a su hijo lo que cualquier madre da: el cuerpo, que en su caso era por concepción milagrosa y virginal. El alma humana, espiritual e inmortal, la crea y da Dios en cada concepción para que el hombre engendrado sea distinto y más que el animal. La divinidad, lógico, no nace por su eternidad.
El sujeto nacido en Belén es peculiar. Al tiempo que es Dios, es hombre. Alta teología clasifica lo irrepetible de su ser, afirmando dos naturalezas en única personalidad. El Dios infinito, invisible, inmenso, omnipotente en su naturaleza es ahora pequeño, visible, tan limitado que necesita atención. Lo invisible de Dios se hace visible en Jesús, lo eterno de Dios entra con Jesús en la temporalidad, lo inaccesible de Dios es ya próximo en la humanidad, la infinitud de Dios se hace limitación en la pequeñez, la sabiduría sin límite de Dios es torpeza en el gemido humano del bebé Jesús y la omnipotencia es ahora necesidad.
María es madre, amor, servicio, fidelidad, alegría, santidad, pureza. La Madre de Dios contempla en sus brazos la belleza, la bondad, la verdad con gozoso asombro y en la certeza del impenetrable misterio.
Números 6:22-27 / Gálatas 4:4-7 / Lucas 2:16-21
«Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley».
Esta plenitud del tiempo y el envío de Cristo a la tierra fue el resultado de lo esperado y preparado en la tradición de Israel. Fue la culminación y la confirmación de que el Reino de Dios era posible.
La carta a los Gálatas también dice que por el nacimiento de Jesucristo nosotros obtenemos la condición de hijos. En las lecturas y oraciones de este tiempo, encontramos sin cesar la idea de que Navidad tiene un efecto claro para nosotros. Somos hijos y herederos de Dios y lo somos a imagen de Jesucristo. Esto significa que nuestra vida como la de él tendrá un sentido pleno cuando nos comprometamos con Dios en la construcción de su Reino.
Quisiera fijarme hoy en el salmo sesenta y seis que hemos cantado entre la primera y la segunda lectura. Es un salmo que habla de la presencia del Reino de Dios en la tierra. Muchos siglos antes del nacimiento de Jesucristo, el pueblo esperaba e imaginaba. Esta tradición nos es necesaria para comprender plenamente la Navidad del Señor. Qué nos dice el salmo de hoy sobre esta nueva dimensión donde Dios será finalmente Dios
Sus versículos van desarrollando los aspectos: “Que Dios se apiade de nosotros y nos bendiga”:
Un reino es una nueva situación. La misericordia de Dios marca el inicio de este Reino. Si no empezamos por reconocer que somos limitados y que necesitamos el perdón de Dios, no daremos ni el primer paso.
El Reino de Dios es un tiempo y un estado de bendición, hoy quizá lo llamaríamos de progreso ampliamente entendido. Aparte de perdonarnos, también necesitamos que Dios nos ayude, y lo haga para todos. El Reino debe ser armónico. Bendecir significa “hacer mayor”. Pedimos a Dios que haga mayor armónicamente su Reino.
El salmo también tiene la frase repetida a menudo en el AT: «Que nos haga ver la claridad de su mirada»
La liturgia de estos días nos ha hablado a menudo de la luz. En el Credo decimos que Jesucristo es luz resplandor de la luz. La expresión «Que el Señor nos haga ver la claridad de su mirada» nos habla de nuestra relación personal con Dios.
Es en el fondo una frase navideña. En la versión original hebrea la frase dice que «Dios ilumine su rostro sobre nosotros», O que Dios nos muestre su cara, o incluso que Dios revele su cara, en la versión griega utiliza el verbo «epifania ”, lo mismo que dará nombre a la próxima fiesta de la Epifanía o de Reyes.
¿Qué es Navidad sino que Dios se ha dado a conocer? Me parece bonito que la liturgia de la Palabra extienda esta manifestación de Dios a los sentidos: Dios ha hablado, Dios ha mostrado o nos hace ver la claridad de su mirada. La oreja y la vista participan de la buena nueva, la inteligencia también.
Este versículo nos abre a la idea de que el Reino de Dios es un reino interior. Todas sus dimensiones como todos los aspectos humanos quedan fortalecidos por la fe.
El Reino tiene una parte íntima, espiritual, mística me atrevería a decir, y espero que nadie se asuste, ya que místico sólo significa la posibilidad de comunicarnos con Dios y esto es un don del Espíritu Santo para todos los bautizados. Dios ilumina su rostro sobre nosotros para que seamos capaces de ver la claridad de su mirada. Es decir, entrar en una profunda, fructífera y salvadora relación personal con Él. Es necesaria una respuesta de nuestra parte a tanta gracia, a poder seguir los caminos de comunión que nos ha vuelto a abrir Jesucristo. Al final uno de los sentidos de nuestra vida, no sólo de la de los monjes es alabar a Dios y poder repetir con el salmo.
Que os alaben las naciones, Dios nuestro,
que os alaban todos los pueblos a la vez.
Que Dios nos bendiga,
y lo veneren de una cabeza a otra de la tierra.
Lo han entendido todos los santos, que nunca han olvidado, a pesar de su fecundidad apostólica, que era necesaria la oración y la relación personal y espiritual con Dios.
El salmo todavía dice:
Usted rige el mundo con justicia,
rige las naciones con rectitud
y guíe los pueblos de la tierra.
La bendición de Dios debe ser armónica porque nuestro Dios es social. Siempre incorpora a los demás a su proyecto. Por eso decimos que el Reino de Dios está con «nosotros». La lectura en los Gálatas habla con la segunda persona del plural. La armonización de los bienes y derechos de la tierra, de la que os hablaba, es el estado que se construye sobre la justicia, la rectitud, el dejarse guiar por Dios: la Paz que Dios desea desde siempre sobre todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Estos días de fin de año, son muy indicados para encomendar a Dios tantas y tantas cosas que nos funcionan, para hacernos conscientes. Para pensar en qué podemos hacer para mejorarlas, para no empeorarlas. Por quejarnos si es necesario.
Y Dios no incorpora sólo «a los demás», sino que incorpora «a todos los demás». Un monje de nuestra comunidad ya difunto que puso un título a cada salmo que resumía su contenido, llamó a este salmo sesenta y seis: “catolicismo”, porque contempla que Dios es para todos.
La tierra conocerá sus designios, todos los pueblos verán la salvación.
Dios envió a su Hijo a la tierra para que nosotros obtuviéramos la condición de hijos. Lo envió bajo la Ley, en continuidad con la tradición de su pueblo, en la esperanza de que se cumpliera todo lo que dice este salmo.
Al hacernos hijos, nos introdujo en la esperanza radical que desea el Reino de Dios y no nos ha colocado de forma pasiva sino como colaboradores activos.
El día de hoy, día de nuevo, es un día de deseos. Me cuesta imaginar un mejor deseo que recuperar la esperanza del Reino de Dios, tal y como nos la desea el salmo sesenta seis. Jesucristo en el mundo haciéndonos hijos de Dios a su imagen debería ser el motor de nuestra conversión definitiva y nuestra energía para construir el Reino.
El coral final de la parte del oratorio de Navidad que Johann Sebastian Bach dedicó al día de Año Nuevo dice,
Jesu richte mein Beginnen,
Jesu bleibte stets bei mir,
Jesu zäumte mir die Sinnen,
Jesu sei nur mein Begier,
Jesu sei mir en Gedanken,
Jesu, lasse mich nicht wanken!
Jesús, guíe mi empresa,
Jesús, ¡quédate siempre conmigo!
(Jesús, frenad mis sentidos,)
Jesús, sed mi único deseo,
Jesús, sed en mi pensamiento
Jesús, no me deje flaquear.
Que con estos deseos, podamos adentrarnos en este año 2024, pidiendo por intercesión de Santa María, la Paz y el Bienestar, la bendición y la misericordia, con una esperanza que no desfallece porque está fundamentada en la fe y recibe la recompensa de ver los frutos de la caridad que ejercemos para con nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más necesitados.
Iniciamos el año celebrando a Santa María, madre de Dios
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La Iglesia siempre supo que María era madre de Jesús, pero no solo de su humanidad, sino de la Persona de Dios con sus dos naturalezas
El primero de enero se dedica a Santa María, Madre de Dios, una atinada manera de comenzar el año porque, si nos ponemos a reflexionar un poco, iniciar el año de esta manera es la mejor forma de recordar que la historia de la salvación preparó a la humanidad para el gran momento en que la promesa del Señor se cumpliría:
«Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón» (Gen 3,15).
Esa promesa se cumplió cuando el ángel Gabriel se presentó a una virgen de Nazaret, llamada María, para decirle que había sido favorecida por Dios y que tendría a su Hijo:
«No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 30-33).
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Verdaderamente es madre de Dios
En el concilio de Éfeso, del 431, se proclamó el dogma: María es Madre de Dios, es la Theotokos, y no solo es madre del humano, sino de Cristo con sus dos naturalezas, unidas indivisiblemente en una sola Persona: Jesucristo, el Señor, como lo había definido en el 325 el Concilio de Nicea I.
La Iglesia, madre y maestra, estaba de acuerdo. Los padres apostólicos sabían que era una verdad revelada por Dios. Una muestra es el siguiente himno compuesto por San Efrén el sirio, dado a conocer por su Santidad Benedicto XVI durante una audiencia general, en que se refleja el sentir de este extraordinario teólogo-poeta del siglo IV:
«El Señor vino a ella para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella para callar en su seno.
El rayo vino a ella para no hacer ruido.
El pastor vino a ella, y nació el Cordero, que llora dulcemente.
El seno de María ha trastocado los papeles:
El que creó todas las cosas las posee, pero en la pobreza.
El Altísimo vino a ella (María), pero entró humildemente.
El esplendor vino a ella, pero con vestido de humildad.
El que lo da todo experimentó el hambre.
El que da de beber a todos sufrió la sed.
El que todo lo reviste (de belleza) salió desnudo de ella».
(San Efrén el sirio, Himno De Nativitate 11, 6-8).
Devociones marianas:
¿Quieres estar siempre cerca del corazón de María? Aquí algunas devociones sencillas para dirigirte a ella como un hijo