Debemos desarrollar una teología y espiritualidad del trabajo. El trabajo significativo despierta nuestro deseo de colaborar en la creatividad de Dios. Al ver el trabajo de esta manera —como acción espiritual y moral— conquistamos nuestra melancolía, nos da dignidad, y nos lleva a la unidad con los propósitos del Señor.
La primera Lectura del maravilloso libro de Proverbios
Lo pueden encontrar en sus biblias justo luego del libro de los Salmos. Es parte de los llamados «libros sapienciales», así que estos textos son de naturaleza más poética. Se asocia a Proverbios con el Rey Salomón, quien es el personaje sabio paradigmático en el Antiguo Testamento. Está formado por una serie de aforismos, o breves afirmaciones, mayormente sobre la vida moral —aunque, pueden encontrar también un poco de teología muy elevada. Vayan al capítulo 8 de Proverbios, y verán las reflexiones sobre la Sabiduría, quien está con Dios en el principio cuando creó todas las cosas. Y eso tuvo una gran influencia en la posterior conjetura sobre el «Logos» en la Iglesia. Así que el libro de Proverbios —maravilloso. Es un gran libro para leer detenidamente. No hace falta leerlo de principio a fin, sino que pueden encontrar sabiduría en estos aforismos. Bien, la lectura de hoy está tomada del mismo final de Proverbios, del capítulo 31, el capítulo final. Es muy interesante cómo un libro dedicado a la sabiduría termina con una especie de himno de alabanza a una esposa sabia, laboriosa, habilidosa. Finaliza cantando esta alabanza a esta mujer maravillosa. Podríamos decir, si se quiere, de una suerte de feminismo dentro del libro de Proverbios ya que finaliza de este modo, y la Sabiduría es identificada en Proverbios capítulo 8. Pero no quiero centrarme demasiado en ese tema hoy, sino más bien en lo que llamo una teología y una espiritualidad del trabajo.
Es un tema muy estimado por el Papa San Juan Pablo II, pero sobre el que no reflexionamos, pienso, adecuadamente: que el trabajo en sí mismo en sus diferentes manifestaciones no es algo extraño a la vida espiritual, no es algo profano que hacemos al mismo tiempo que nuestros intereses espirituales, sino que de hecho está lleno de poder espiritual. Cuando estaba llegando a la adultez, no puedo decirles cuántas veces escuché este pequeño adagio: «No se trata de lo que haces, se trata de quién eres». No es lo que haces, no es el hacer lo que importa tanto, es ser lo que importa. Bueno, admito que hay algo de razón en esa distinción. Seguro. Lo entiendo. Al mismo tiempo, siempre he sentido que esa distinción es simplista, como si simplemente pudiéramos divorciar nuestro ser de nuestro obrar, nuestro ser de lo que hacemos, cuando en razón de verdad, creo que nuestro ser está profundamente influenciado por nuestro obrar y por nuestro hacer. El trabajo tiene mucho que ver con la clase de gente en que nos convertimos. De nuevo, otro tema de Juan Pablo II. En nuestras elecciones morales, dijo, nos hacemos las personas en que nos estamos convirtiendo, y de un modo similar, en el trabajo que hacemos, nos convertimos en las personas que estamos destinadas a ser. Ahora, esta es una primera cosa para pensar bajo esta categoría. A Adán, de acuerdo al libro del Génesis, se le dio trabajo para realizar no únicamente luego de la caída sino que antes de la caída. Es que hay una tendencia a pensar, bueno, sí, luego que el pecado entró al mundo, entonces el trabajo es esta especie de terrible carga. Tenemos que trabajar con el sudor de nuestras frentes, etcétera. Ahora, no niego ni por un segundo que el trabajo, como todo lo demás en la vida, se volvió peor después de la caída. Se volvió más difícil y complicado. Eso es verdad. Sin embargo, recuerden: A Adán se le dio trabajo para realizar antes de la caída. Por lo tanto pertenece a lo que es bueno, y hermoso, y positivo en nuestro modo de ser humano. Alguien que fue muy destacado en nuestro país algunas décadas atrás, el comentarista político William F. Buckley Jr., dijo esto una vez. Y transmito este consejo a mucha gente que lucha contra la depresión. Dijo, «La laboriosidad es la enemiga de la melancolía».
La laboriosidad es la enemiga de la melancolía. En otras palabras, cuando se sientan tristes, una de las mejores cosas que pueden hacer es ponerse a trabajar. Pónganse a trabajar en un proyecto. Tiende a hacerte sentir mejor. Ahora, ¿por qué? ¿por qué? Porque el trabajo involucra las aptitudes. Piensen en sus aptitudes mentales, sus aptitudes de la voluntad, sus aptitudes de la creatividad e imaginación. Todo esto se despierta cuando nos dedicamos a un proyecto. Les daré un ejemplo tonto de mi propia vida. Gran parte de mi vida es de tipo intelectual. Estoy preparando cosas como esta, como un sermón. Estoy escribiendo un artículo. Estoy yendo a dar una charla a algún lugar. Algo que realmente encuentro agradable, no es broma, es lavar los platos. Así que especialmente durante el COVID, he estado en casa más a menudo. Así que me puse el encargo de lavar los platos luego de la cena. Y podrán decir, «Oh, esto es muy aburrido, y debe ser realmente tedioso». Realmente no. Para mí, es como que lo disfruto. Aquí está este gran lío de platos. Y luego a través de un simple esfuerzo de mis manos y así, puedo llegar a ordenar todo. Hay algo agradable en ello. Ahora, extrapolemos eso a todas estas diferentes formas de trabajo en que nos involucramos y cuán potentes son, cuánto despiertan lo mejor de nosotros. Piénsenlo también de este modo. Juan Pablo II planteó este punto muchas veces. En nuestro trabajo, nos convertimos en colaboradores de Dios –»co labore», trabajar con. ¿Puede Dios lograr todos sus propósitos por sí mismo? Bueno sí, por supuesto podría. Es Dios. Pero Dios nos da el extraordinario privilegio de cooperar con su obra. Nos atrae a esta actividad para que podamos, con él, propiciar un mundo más grande. De acuerdo. Ahora, con todo eso en mente, como una teología o espiritualidad general del trabajo, quiero que miren este hermoso pasaje del capítulo treinta y uno de Proverbios, mientras el autor canta la alabanza a esta mujer laboriosa, inteligente. Escuchen. «Adquiere lana y lino y los trabaja con sus hábiles manos.
Es como un barco mercante que de lejos trae provisiones». ¿Saben lo que adoro de eso? Sí, ella está trabajando con manos habilidosas, pero también está adquiriendo lana y lino. No es que alguien le está alcanzando a ella lo que necesita para trabajar. No, no. Ella sale con un sentido de laboriosidad y propósito, y encuentra lo que necesita como un barco mercante. Qué maravilloso —esa imagen inusual de traer productos desde muy lejos. Bueno, esto es lo que hace esta mujer laboriosa a través de su trabajo. Es más, «Se levanta cuando aún es de noche para dar de comer a su familia». Piensen cómo habrá sido en el mundo antiguo proveer alimento para sus familias. Quiero decir, yo puedo hacerme el desayuno y el almuerzo en un par de minutos porque está todo allí —los huevos, el pan, los fiambres, y sopa— todo está allí. Sólo los tengo que colocar en el microondas o en la tostadora, y está listo. Pero imagínense ahora en los tiempos antiguos, cuando tenían que proveer alimento para sus familias —salir y cazar, o criar, y tenían que prepararlo. Así que por supuesto, está levantada en medio de la noche, trabajando cada día, trabajando, involucrando sus aptitudes en beneficio de su familia. ¿Qué les parece esto? Continuo todavía con este pasaje. «Examina y compra tierras, con sus ganancias planta viñas». Bueno, esta mujer no está solamente haciendo labor manual. Está haciendo eso, sí. Pero es una persona de negocios que sale y busca diferentes opciones. Examina estas tierras. Las compra. Invierte. Está involucrando no sólo sus aptitudes manuales sino sus aptitudes intelectuales. Juan Pablo II es contundente en eso también. No pude dejar de pensar, con este gran acento en las manos en este pasaje —el trabajo manual, y el fruto de tus manos. Uno de mis grandes héroes, Bob Dylan, tiene esa canción maravillosa «Por siempre joven». Tiene este verso, Que tus manos estén siempre ocupadas, que tus pies estén siempre rápidos, que tengas un cimiento firme cuando soplen los vientos de cambio». Esa es una idea profundamente bíblica.
Que tus manos estén siempre ocupadas, involucradas, activas. Ahora qué tal esto —un tipo diferente de trabajo manual. Tiende sus manos al necesitado y ofrece su ayuda al indigente.» Qué maravilloso. Las mismas manos que preparan la comida y trabajan los terrenos ahora las está tendiendo a los necesitados. Tal vez sea el fruto de su laboriosidad que le da la riqueza que ahora puede compartir. Eso también es un tipo de trabajo ¿cierto? Trabajar en nombre de los pobres. Estupendo. Ella hace eso también. Ahora esto. Se describe su vestimenta, y es descripta como de «las telas más finas». Eso quiere decir que es de clase muy alta. Nosotros diríamos que es una vestimenta muy lujosa. Pero escuchen: pero «Va vestida de fuerza y dignidad». Estupendo, ¿cierto? Así que está vistiendo prendas finas, pero la real belleza de su atuendo está en su fuerza y dignidad. ¿Cómo se hizo fuerte? A través del trabajo. ¿De dónde viene su dignidad? De su trabajo. Aquellos que sufren el desempleo —y eso es un maleficio en nuestra sociedad— lo que sienten no es sólo la carga financiera de eso, sino la pérdida de la dignidad que la gente a menudo siente cuando pierde su empleo, pierde su sustento. De allí es de donde proviene. Luego esto —no sólo trabajo físico, no sólo inversión, no sólo dar a los pobres, sino que escuchen esto. «Abre su boca con sabiduría y su lengua instruye con cariño». También realiza trabajo intelectual. Juan Pablo II habló de eso —y fue un hombre que conocía tanto el trabajo manual cuando fue joven, y luego un montón de trabajo intelectual: filósofo, teólogo, escritor, maestro —hablaba de su escritorio como su mesa de trabajo intelectual.
Siempre me ha gustado eso porque hago un montón de trabajo de ese tipo. Y cuando estoy sentado en mi oficina ante mi computadora, a menudo pienso en esa línea de Juan Pablo II. Esta es tu mesa de trabajo intelectual. Pones una buena cantidad de horas de trabajo en un sermón, en un artículo, o un libro. ¿Qué están haciendo? Bueno, escuchen de nuevo. «Abre su boca con sabiduría y su lengua instruye con cariño». Realiza trabajo intelectual. Estupendo, estupendo. Y entonces aquí está la hermosa conclusión con la que termina la lectura de hoy: «Son engañosos los encantos y vana la hermosura». Verdad, ¿cierto? «¡Cielos! Esa persona es encantadora». Eso puede ser engañoso. Tal vez son encantadoras porque quieren conseguir algo de ti. Son encantadoras porque están jugando un juego. ¿La hermosura? Todos sabemos eso: es efímera. Incluso la gente más hermosa —¿cuánto dura eso? No tanto tiempo. Pero escuchen: «merece alabanza la mujer que teme al Señor. Es digna de gozar del fruto de sus trabajos y de ser alabada por todos». Ven lo que hace ahora al final es correlacionar todo este hermoso trabajo que hace esta mujer —intelectual, moral, físico, todo este trabajo por el que se realiza a sí misma— y lo coloca ahora bajo la tutela del temor del Señor. Muy apropiado, muy apropiado. Es bajo Dios que hacemos el trabajo que conquista nuestra melancolía, ciertamente; pero más aún, que despierta nuestras aptitudes; pero más aún, nos da la dignidad que Dios quiere que tengamos. Entonces, a la luz de esta hermosa lectura, podría invitarlos a todos los que me están escuchando ahora, cuando salgan a trabajar —sea lo que sea. Quiero decir desde lavar los platos, a salir a sus oficinas en un rascacielos, desde cuidar a sus familias, al trabajo intelectual. No me interesa lo que sea. Pero piensen ahora en esto como colaboración con los propósitos de Dios. Véanlo como un acto espiritual, como un acto moral, como un acto que los lleva a la unión con el propósito de Dios. Y Dios los bendiga.
Mateo 25:14-30
Amigos, el evangelio de hoy es la parábola de los talentos. Quiero compartir la interpretación del P. Robert Schoenstene, el mejor que he escuchado jamás. Dice que en la antigüedad un solo talento podía representar hasta cincuenta libras de plata u oro.
Esta pesadez habría traído a la mente de un lector judío el peso más pesado de todos: el kabod de Yahvé. El kabod se encontraba en el templo, descansando sobre el propiciatorio dentro del Lugar Santísimo. Por tanto, lo más pesado de todo era la misericordia de Dios, que habitaba en infinita abundancia en el templo.
Entonces los talentos son una participación en la misericordia de Dios, una participación en el peso del amor divino. Pero como la misericordia siempre se dirige al otro, estos “talentos” están diseñados para ser compartidos. Aumentarán precisamente en la medida en que se regalen.
Enterrado en la tierra, abrazado fuertemente a uno mismo, tal talento necesariamente se desvanece. Y es por eso que las palabras aparentemente duras del maestro sólo deben leerse como una expresión de la física espiritual: la misericordia divina sólo crecerá en ti en la medida en que la des a los demás.
El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón… en definitiva, muchas cosas, sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que Él nos confía. No sólo para custodiar, sino para fructificar. Mientras que en el uso común el término «talento» indica una destacada cualidad individual —por ejemplo el talento en la música, en el deporte, etc.—, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El hoyo cavado en la tierra por el «siervo negligente y holgazán» (v. 26) indica el miedo a arriesgar que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo a los riesgos del amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesús no nos pide esto, sino más bien quiere que la usemos en beneficio de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijera: «Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y haz amplio uso de ello». Y nosotros, ¿qué hemos hecho con ello? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? (Ángelus, 16 noviembre 2014)
Matilde de Hakeborn (o de Helfa), Santa
Abadesa y cantante, 19 Noviembre
Matilde nació en Turingia. Ella provenía de la estirpe de los barones de Hackeborn, quienes poseían tierras en el norte de Turingia y en la zona de Harz y estaban emparentados con los Hohenstaufern.
A los siete años fue Matilde a la escuela del convento, entró más tarde en la Orden y se convirtió en directora de la escuela del convento.
Son conocidas sus grandes dotes musicales. Se convirtió en primera cantante en el coro litúrgico, sacristana, bibliotecaria, a ella le fueron confiados los valiosos escritos, copias y pinturas de libros.
Su principal obra se llama «Libro de la corriente de alabanza», en el cual Matilde de Hackeborn escribe: «Yo soy más fácil de alcanzar que cualquier otra cosa ni un hilo ni una astilla, nada es tan pequeño y tan inferior que uno pudiera atraerlo a sí con un simple acto de la voluntad. A Mí en cambio, puede el ser humano llevarme a sí con su simple voluntad»
Aquel que confía en mí
Santo Evangelio según San Mateo 25,14-30. Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Es un misterio, Señor, pero gracias por confiar en mí
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 25, 14-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes.
A uno le dio cinco millones; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue. El que recibió cinco millones fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un millón hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores. Se acercó el que había recibido cinco millones y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco millones me dejaste; aquí tienes otros cinco, que con ellos he ganado’.
Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’. Se acercó luego el que había recibido dos millones y le dijo: ‘Señor, dos millones me dejaste; aquí tienes otros dos, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel.
Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’. Finalmente, se acercó el que había recibido un millón y le dijo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu millón bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo’. El señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso. Sabías que cosecho lo que no he plantado y recojo lo que no he sembrado. ¿Por qué, entonces, no pusiste mi dinero en el banco para que, a mi regreso, lo recibiera yo con intereses? Quítenle el millón y dénselo al que tiene diez. Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene. Y a este hombre inútil, échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’». Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A veces se pierde mucho tiempo pensando en qué se va a hacer con aquello que se tiene o también en qué se va a hacer con aquello que Dios nos ha dado. Son preguntas muy válidas, incluso necesarias pero con una especie de caducidad.
Somos conscientes de nuestras capacidades y también de nuestros límites y, con este conocimiento, ponemos manos a la obra y llegamos a dar, algunas veces, más o menos de lo que se nos dio. Asimismo, puede suceder que nos veamos tan limitados que no sepamos qué hacer; nos queremos esconder.
En cualquiera de estas situaciones no debemos olvidar que lo verdaderamente importante no está en lo que tengamos o hagamos sino en que hay Alguien que confió en nosotros…, hubo alguien que nos encomendó su hacienda, que nos encargó sus bienes.
Esta certeza no tiene caducidad; esa motivación es lo que tiene que permanecer y la que nos llevará a dar el doble de lo que hayamos recibido.
Esta certeza no permite fijarse o compararse entre aquellos que aparentemente han recibido más o menos, sino que nos lleva a fijar la mirada en lo esencial… en Aquél que hoy nos confía aquello que tenemos, aquello que somos… en Dios.
«Después del final habrá un juicio. Todos seremos juzgados, cada uno de nosotros será juzgado. Por eso nos hará bien pensar: Pero ¿cómo será ese día en el que estaré delante de Jesús, cuando el Señor me pedirá que le rinda cuentas de los talentos que me ha dado o de cómo ha estado mi corazón cuando ha caído la semilla? Sugiero plantearse algunas preguntas: ¿Cómo he recibido la Palabra? ¿Con el corazón abierto? ¿La he hecho brotar por el bien de todos o a escondidas? Un examen de conciencia útil y justo porque todos seremos juzgados y cada uno se reencontrará delante de Jesús. No conocemos la fecha, pero sucederá».
(Homilía de S.S. Francisco, 22 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Con actitud de acción de gracias, trataré de dar lo mejor de mí en las pequeñas o grandes actividades de mi día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Gratitud, amor, fidelidad
La gratitud, al mismo tiempo que nos aleja del mal, nos lleva a la fidelidad, a la entrega, a la búsqueda del bien y de la justicia.
Por: Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores
Hemos recibido regalos maravillosos de Dios: su misericordia, su Amor, su Hijo. Esta verdad toca el corazón de cada bautizado, es el centro de nuestra fe, enciende la esperanza, alimenta la caridad.
Cuando abrimos el alma a los dones de Dios, cuando reconocemos que nos libró del pecado, que nos sacó de las tinieblas, que nos condujo a la luz, que nos abrió las puertas del cielo, surge casi espontánea, gozosa, la gratitud.
Desde la gratitud, ¡qué fácil sería vivir los mandamientos, huir del pecado, enraizar en el amor! Porque un corazón agradecido busca maneras concretas para corresponder a quien nos lo ha dado todo.
Vivir a fondo la gratitud nos aparta, por lo tanto, del mal. Muchos de nuestros pecados surgen porque no somos plenamente agradecidos. En otras palabras, casi no haría falta la penitencia (confesión) si viviésemos a fondo la gratitud.
El Concilio de Trento lo explicaba así: “Si tuviesen todos los reengendrados tanto agradecimiento a Dios, que constantemente conservasen la santidad que por su beneficio y gracia recibieron en el Bautismo; no habría sido necesario que se hubiese instituido otro sacramento distinto de este, para lograr el perdón de los pecados” (Los sacramentos de la penitencia y de la extremaunción, capítulo 1).
La debilidad humana, unida a tantas distracciones que nos impiden reconocer y agradecer a fondo lo que significa ser redimidos, explica ese pecado que nos aparta de Dios, que nos hace ofender al prójimo, que nos destruye internamente.
Por eso, uno de los mejores antídotos contra el pecado radica precisamente en la gratitud. La invitación de san Pablo vale para cada generación cristiana: “Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados. Y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3,15b-17).
La gratitud, al mismo tiempo que nos aleja del mal, nos lleva a la fidelidad, a la entrega, a la búsqueda del bien y de la justicia. Quien es agradecido, no traiciona al Amigo.
Somos fieles, perseveramos firme en la fe, avanzamos en el amor, si continuamente damos gracias a Dios “porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118).
Santa Matilde, el ruiseñor de Dios
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Conoce la preciosa historia de una famosa religiosa medieval con dones místicos y un cálido afecto a Jesús
Matilde de Hackeborn fue una mujer fuerte que tuvo la gracia de alumbrar una época de gran fecundidad para la vida monacal alemana a inicios del siglo XIII.
Nació en una familia noble en 1241 o en 1242, en la fortaleza de Helfta, Sajonia. Su hermana Gertrudis estaba ya en el convento cisterciense de Rodersdorf.
Un día cuando Matilde fue a visitarla, a la edad de 7 años, se enamoró de la vida conventual e ingresó como estudiante en 1248, dejando a un lado los beneficios de haber nacido en un castillo y tener un título nobiliario.
Con siete años de vida, Matilde acumulaba la experiencia de haber sobrevivido a la muerte poco después de nacer y con la profecía del sacerdote que la bautizó, quien entrevió que sería una gran santa, asegurando a sus padres que Dios obraría a través de ella numerosos prodigios.
Por eso, desde muy pequeña, su hermana Gertrudis (que era la abadesa del convento) la formó espiritual e intelectualmente.
Agraciada con muchos dones… también místicos
De este modo Matilde pudo multiplicar los talentos que Dios le había regalado: una gran inteligencia y una bellísima voz por la que fue denominada «ruiseñor de Dios».
Desde niña tuvo grandes dones místicos que guardó en su corazón hasta que cumplió los quince años.
Orientada por su hermana, se convirtió en una gran formadora que tuvo a su cargo a las vocaciones.
De hecho, le confiaron a Gertrudis la Grande, cuando llegó al convento a la edad de 5 años. Y es que Matilde era una ejemplar maestra y modelo de novicias y profesas.
Enfermedad y sufrimiento
Ella, al igual que Gertrudis, la grande, vivió en carne propia la experiencia del sufrimiento ocasionado por largas y dolorosas enfermedades que fueron persistentes.
Su frágil condición fue escenario para que Dios obrara en su vida y diera grandes frutos espirituales.
Algunas de estas experiencias se las confío a sus religiosas. Una de ellas fue su discípula Gertrudis, quien se ocupó de recopilarlas en el Libro de la gracia especial, junto a otra hermana de comunidad.
En este, aparte de sus revelaciones místicas, se revela la importancia que tuvo la liturgia en su itinerario espiritual.
Caridad ardiente
Matilde fue una mujer obediente, humilde y piadosa, de gran espíritu penitencial, ardiente caridad.
Tuvo gran devoción a María y al Sagrado Corazón de Jesús con el que mantuvo místicos coloquios.
Supo llegar al corazón de las personas que pusieron bajo su responsabilidad y las llevó con gran amor a Cristo.
Cuando le rogaba a la Virgen que no le faltara su asistencia en el momento de la muerte, Ella le pidió que rezase diariamente tres avemarías «conmemorando, en la primera, el poder recibido del Padre Eterno; en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo; y, en la tercera, el amor de que me colmó el Espíritu Santo».
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María la invitó a meditar en los misterios de la vida de Cristo:
«Si deseas la verdadera santidad, está cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que santifica todas las cosas».
Libro de las gracias especiales
Eucaristía, Evangelio y oración
Durante la última y difícil etapa de su vida, ocho años llenos de sufrimiento, mostró la hondura de su unión con Cristo, a cuya Pasión unía sus dolores por la conversión de los pecadores.
La Eucaristía, el Evangelio y una vida de oración forjaron su espíritu disponiéndola al encuentro con Dios:
«Las palabras del Evangelio eran para ella un alimento maravilloso y suscitaban en su corazón sentimientos de tanta dulzura, que muchas veces por el entusiasmo no podía terminar su lectura… El modo como leía esas palabras era tan ferviente, que suscitaba devoción en todos. De igual modo, cuando cantaba en el coro estaba totalmente absorta en Dios, embargada por tal ardor que a veces manifestaba sus sentimientos mediante gestos… Otras veces, como en éxtasis, no oía a quienes la llamaban o la movían, y de mal grado retomaba el sentido de las cosas exteriores».
Libro de las gracias especiales
En una de sus visiones, es Jesús mismo quien le recomienda el Evangelio; abriéndole la llaga de su dulcísimo Corazón, le dice:
«Considera qué inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar lo encontrarás expresado más claramente que en el Evangelio. Nadie ha oído jamás expresar sentimientos más fuertes y más tiernos que estos: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros(Jn 15, 9)«.
Libro de las gracias especiales
Matilde murió el 19 de noviembre de 1299 con fama de santidad. Su fiesta se celebra el 19 de noviembre.
Proverbios 31:10-13.19-20.30-31 / 1 Tesalonicenses 5:1-6 / Mateo 25:14-30
Queridos hermanos y hermanas en la fe:
Estamos llegando a finales del año litúrgico y las lecturas de estos días nos ponen en la tesitura de una tensión escatológica que nos reenvía ya hacia el Adviento que se está acercando. En este sentido, podemos citar lo que nos decía la primera carta a los tesalonicenses: «La gente pensará que todo está en paz y bien asegurado, cuando de repente vendrá la devastación, como los dolores a la mujer que debe tener un hijo, y nadie se escapará».
Pero esa tensión escatológica también tiene su eco en la historia. También nosotros, hace unos meses, pensábamos que todo estaba en paz y bien asegurado, mientras que de repente y sin que se escape nadie nos está azotando una pandemia que ha paralizado el mundo. Como uno de los administradores de los que nos habla el evangelio, también nosotros tenemos miedo.
Tenemos miedo de enfermar gravemente, de morir dejando a medio hacer nuestros proyectos. Además, la crisis sanitaria ha venido también acompañada de una grave crisis económica: empresas y tiendas cerradas que luchan por sobrevivir hasta que lleguen tiempos mejores. Trabajadores sin trabajo. Millones de personas confinadas, algunas de ellas sufriendo en silencio dentro de los hogares la violencia de género y los abusos. El número de los suicidios ha aumentado.
La crisis nos ha cogido bien preparados a nivel técnico y científico: el desarrollo de la vacuna que en circunstancias normales se hubiera hecho en años, podremos hacerlo en unos meses. Sin embargo, no estábamos demasiado bien equipados moralmente para afrontar unos hechos tan graves como los que nos ha tocado vivir. Ya las últimas crisis económicas y sociales que habíamos vivido nos habían avisado de este hecho.
Como cristianos no podemos interpretar todos estos eventos desde puntos de vista demasiado simples o parciales. Es lógico que nos preguntemos también: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué ha permitido todo esto? ¿Acaso ha sido un castigo divino? Tenemos todo el derecho a hacernos estas preguntas. Pero también debemos saber que Dios no es como aquel dueño del evangelio que se fue fuera del país y dejó solos a sus trabajadores. Dios está siempre presente entre nosotros y nunca nos abandona.
Es más, si volvemos a las lecturas de hoy ya las de estas últimas semanas del tiempo litúrgico, vemos que Dios nos propone vivir según aquellas virtudes que nos permiten superar los obstáculos de la vida con los ojos siempre puestos en el Señor . Podríamos destacar tres de estas virtudes: la esperanza, la perseverancia y la solidaridad.
La esperanza es la virtud esencial del cristiano. Confiamos en Dios y en su amor hacia nosotros. Sabemos que nuestra peregrinación, por muy dura que sea, tiene un término feliz. La última palabra nunca la tienen el mal o la muerte, sino la felicidad y la vida. Dios siempre nos da una segunda oportunidad. La esperanza nos dice que el momento más oscuro de la noche es justo antes del amanecer.
La perseverancia nos lleva a no desfallecer, a resistir. No se trata de un mero estoicismo sino que la perseverancia es fruto de nuestra esperanza. En un mundo donde la inmediatez es tan importante, nos olvidamos a veces que hay que perseverar pacientemente para salir vencedores. No es tampoco una perseverancia pasiva, de esperar simplemente a que vengan tiempos mejores. Es necesario que vaya acompañada también de la acción prudente pero decidida.
La solidaridad nos la pone de manifiesto el evangelio que hemos leído hoy: todos nosotros debemos administrar los dones y bienes que hemos recibido y ponerlos al servicio de los demás. Nadie se salva solo: nos necesitamos unos a otros. Lo hemos visto especialmente estos días con tantos trabajadores y voluntarios: médicos, sanitarios, policías, Cáritas, Cruz Roja y un largo etcétera.
Precisamente hoy, conmemoramos la jornada mundial de los pobres, instituida por el Papa Francisco. Sólo a través de la solidaridad conseguiremos hacer un mundo más feliz y justo. Los pobres ya no sólo son «los demás» también nosotros lo somos. Nuestras debilidades y necesidades se han puesto de manifiesto ahora más que nunca.
Hermanos y hermanas, sepamos administrar bien en este mundo los dones que Dios nos ha dado para que podamos llegar un día a su presencia y oír su voz que nos dice: «Muy bien, administrador bueno y prudente. Entra a celebrarlo con tu Señor».