Sabiduría 6:12-16 / 1 Tesalonicenses 4:13-18 / Mateo 25:1-13
Acabamos de escuchar la conocida parábola de las diez chicas invitadas a una fiesta de boda, símbolo del reino de los cielos, de la vida eterna. Una parábola de esas que invitan a la vigilancia, a estar siempre a punto. Una recomendación insistente en estos últimos domingos del año litúrgico y que también caracterizará el inicio del Adviento. «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora». Debemos velar, porque la presente situación de pandemia a escala mundial nos suscita muchas preguntas. Y también conviene que, cuando reflexionemos sobre ella a la luz de la fe, nuestra imagen que nos hacemos de Dios esté de acuerdo con el plan por el que ha creado el mundo y ha puesto en el centro al ser humano.
También el evangelio de hoy, como todas las parábolas de Jesús, nos da a conocer el designio de Dios, pero al mismo tiempo nos lo esconde, para que sepamos captar el toque de atención que Jesús nos hace. Los detalles suplementarios de lógica humana, en este caso, carecen de importancia. Por ejemplo, que las cinco chicas sensatas no son solidarias para con las compañeras, o bien qué establecimiento está abierto a medianoche para comprar aceite, este producto mediterráneo tan antioxidante para la salud y tan abrasador para atizar antorchas.
“¿Qué representa ese “aceite”, indispensable para ser admitidos en el banquete nupcial? San Agustín (cfr. Discursos 93, 4) y otros autores antiguos leen un símbolo del amor, que no se puede comprar, sino que se recibe como don, se conserva en lo más íntimo y se practica en las obras. Aprovechar la vida mortal para realizar obras de misericordia es verdadera sabiduría, porque, después de la muerte, esto ya no será posible” (Benedicto XVI, 6.11.11).
Por eso la lectura primera invitaba a madrugar para salir a buscar esa sabiduría. De hecho, el evangelio de la próxima fiesta de Cristo Rey, describiendo el Juicio final, será algo más que una invitación a velar. Será una interpelación sobre si hemos sido sensatos, llenos de la sabiduría de que la catequesis cristiana, a partir del texto evangélico, ha sistematizado en las llamadas obras de misericordia: “Cuando yo tenía hambre, no me diste comida, cuando tenía sed, no me disteis beber, cuando era forastero, no me acogiste, cuando me viis desnudo, no me vististe, cuando estaba enfermo o en la cárcel no me visitó”.
Aceite de calidad para las antorchas! “Amor, pues, que no se puede comprar, sino que se recibe como don, se conserva en lo más íntimo y se practica en las obras… Y ese amor es don de Cristo, derramado en nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en Dios que es Amor lleva en él una esperanza invencible, como una luz para atravesar la noche más allá de la muerte, y llegar a la gran fiesta de la vida” (Benedicto XVI, yb.).
Que podamos acoger siempre ese don, con el realismo al que nos aboca la hora presente, pero también sabiendo aguantar bien alta la antorcha de la fe.
Lo que llevó al Señor hasta la cruz fue un demoníaco fárrago de odio, estupidez, violencia, crueldad, injusticia institucional, preocupación por uno mismo, traición, negación e indiferencia total hacia la voluntad de Dios. Aunque muchos de los responsables de la muerte de Jesús se envolvieron en la bandera de la justicia u ofrecieron justificaciones patéticas para sus conductas, todos ellos quedaron expuestos, de hecho, como impostores y pecadores. La cruz misma sirvió como juzgamiento de la estupidez y debilidad humanas. A la luz de ella, no hubo oportunidad de ocultarse.
Por supuesto, todos adoraríamos vivir en una sociedad donde todo estuviera permitido, donde ninguna de nuestras decisiones estuviera sujeta a cuestionamiento o corrección, donde “Estoy bien y tú estás bien”.
Pero la cruz de Jesús se posiciona en contra de todo esto. Enciende una luz implacable sobre nuestro pecado, especialmente sobre nuestro pecado oculto; nos convence, más allá de toda duda, que no estamos bien. Y todo esto es para bien, porque si nunca admitimos que pecamos, nunca estaremos abiertos a la salvación.
Al mismo tiempo, los relatos de la Resurrección del Señor revelan lo opuesto a la cultura de la cancelación. A la misma gente que lo ha negado, traicionado y abandonado, Jesús le muestra sus heridas por si acaso olvidaron sus pecados, pero luego pronuncia la incomparablemente hermosa palabra “Shalom”. En cualquier relato convencional de una historia como esta, el ofendido, al regresar de la muerte, se hubiera decidido por la venganza.
Pero en la historia del Evangelio, el hombre que ha sido herido tanto como una persona puede ser herida, regresó con amor indulgente. Y profundicemos el punto, porque la persona en cuestión no era simplemente un hombre sino el verdadero Dios. Por lo tanto, ellos mataron a Dios y Dios les ofreció una palabra de paz y reconciliación. Si en la historia de la humanidad hubo algunos que merecieron ser cancelados, fueron todos aquellos que contribuyeron a la muerte de Jesús, aunque por el contrario fueron perdonados. Y esto significa (y es la Buena Noticia del Evangelio que se aplica a todas las personas a lo largo y ancho de los tiempos) que todo pecado es perdonable, que Dios no cancela a nadie.
Y entonces, para la cultura de la cancelación que dice, “Todo está permitido pero nada es perdonado”, los Cristianos deberíamos contestar, “A la luz de la cruz, sabemos que muchas cosas no deben permitirse”, y a la luz de la Resurrección, “en principio todo puede perdonarse”. En esa inversión de la ortodoxia actual, encontramos una palabra verdaderamente salvadora
Lucas 17:7-10
Amigos, el Evangelio de hoy describe la obediencia de un siervo fiel. Nuestras vidas no se tratan de nosotros; son sobre el Rey. Estamos hechos no para mandar a los demás sino para la obediencia. En presencia del asombroso señorío de Dios, esa mente y voluntad cuya grandeza apenas podemos comprender, nos inclinamos, escuchamos y nos rendimos.
El Señor es el Rey, quien manda, dirige y vigila, y quien, en consecuencia, exige obediencia. Para una tribu militar como los antiguos hebreos, este término tenía, sin duda, una resonancia especialmente poderosa. La respuesta adecuada a un rey es la obediencia. El rey ordena y el sirviente responde: simple, rápidamente y sin vacilar. Un cortesano o un mensajero puede no entender el fundamento o las consecuencias de lo que el rey le ha dicho que haga, pero lo hace confiando en la sabiduría y el poder de quien lo envía. La palabra “obedecer” se deriva del latín obedire, escuchar atentamente, prestar atención. En presencia de Dios el Señor, nosotros, sus siervos, debemos escuchar, inclinando nuestro oído y nuestra voluntad a su palabra.
Lorenzo O’Toole, Santo
Obispo de Dublín, 14 de noviembre
Martirologio Romano: En la localidad de Eu, en Normandía, tránsito de san Lorenzo O’Toole, obispo de Dublín, que entre las dificultades de su tiempo promovió valerosamente la disciplina regular de la Iglesia, procuró poner paz entre los príncipes y, finalmente, habiendo ido a visitar a Enrique, rey de Inglaterra, consiguió los gozos de la paz eterna († 1180)
Breve Biografía
San Lorenzo nació en Irlanda hacia el año 1128, de la familia O’Toole que era dueña de uno de los más importantes castillos de esa época.
Cuando el niño nació, su padre dispuso pedirle a un conde enemigo que quisiera ser padrino del recién nacido. El otro aceptó y desde entonces estos dos condes (ahora compadres) se hicieron amigos y no lucharon más el uno contra el otro.
Cuando lo llevaban a bautizar, apareció en el camino un poeta religioso y preguntó qué nombre le iban a poner al niño. Le dijeron un nombre en inglés, pero él les aconsejó: «Pónganle por nombre Lorenzo, porque este nombre significa: ‘coronado de laureles por ser vencedor’, y es que el niño va a ser un gran vencedor en la vida». A los papás les agradó la idea y le pusieron por nombre Lorenzo y en verdad que fue un gran vencedor en las luchas por la santidad.
Cuando el niño tenía diez años, un conde enemigo de su padre le exigió como condición para no hacerle la guerra que le dejara a Lorenzo como rehén. El Sr. O’Toole aceptó y el jovencito fue llevado al castillo de aquel guerrero. Pero allí fue tratado con crueldad y una de las personas que lo atendían fue a comunicar la triste noticia a su padre y este exigió que le devolvieran a su hijo. Como el tirano no aceptaba devolverlo, el Sr. O’Toole le secuestró doce capitanes al otro guerrero y puso como condición para entregarlos que le devolvieran a Lorenzo. El otro aceptó pero llevó al niño a un monasterio, para que apenas entregaran a los doce secuestrados, los monjes devolvieran a Lorenzo.
Y sucedió que al jovencito le agradó inmensamente la vida del monasterio y le pidió a su padre que lo dejara quedarse a vivir allí, porque en vez de la vida de guerras y batallas, a él le agradaba la vida de lectura, oración y meditación. El buen hombre aceptó y Lorenzó llegó a ser un excelente monje en ese monasterio.
Su comportamiento en la vida religiosa fue verdaderamente ejemplar. Dedicadísimo a los trabajos del campo y brillante en los estudios. Fervoroso en la oración y exacto en la obediencia. Fue ordenado sacerdote y al morir el superior del monasterio los monjes eligieron por unanimidad a Lorenzo como nuevo superior.
Por aquellos tiempos hubo una tremenda escasez de alimentos en Irlanda por causa de las malas cosechas y las gentes hambrientas recorrían pueblos y veredas robando y saqueando cuanto encontraban. El abad Lorenzo salió al encuentro de los revoltosos, con una cruz en alto y pidiendo que en vez de dedicarse a robar se dedicaran a pedir a Dios que les ayudara. Las gentes le hicieron caso y se calmaron y él, sacando todas las provisiones de su inmenso monasterio las repartió entre el pueblo hambriento. La caridad del santo hizo prodigios en aquella situación tan angustiada.
En el año 1161 falleció el arzobispo de Dublín (capital de Irlanda) y clero y pueblo estuvieron de acuerdo en que el más digno para ese cargo era el abad Lorenzo. Tuvo que aceptar y, como en todos los oficios que le encomendaban, en este cargo se dedicó con todas sus fuerzas a cumplir sus obligaciones del modo más exacto posible. Lo primero que hizo fue tratar de que los templos fueran lo más bellos y bien presentados posibles. Luego se esforzó porque cada sacerdote se esmerara en cumplir lo mejor que le fuera posible sus deberes sacerdotales. Y en seguida se dedicó a repartir limosnas con gran generosidad.
Cada día recibía 30, 40 o 60 menesterosos en su casa episcopal y él mismo les servía la comida. Todas las ganancias que obtenía como arzobispo las dedicaba a ayudar a los más necesitados.
En el año 1170 los ejércitos de Inglaterra invadieron a Irlanda llenando el país de muertes, de crueldad y de desolación. Los invasores saquearon los templos católicos, los conventos y llenaron de horrores todo el país. El arzobispo Lorenzo hizo todo lo que pudo para tratar de detener tanta maldad y salvar la vida y los bienes de los perseguidos. Se presentó al propio jefe de los invasores a pedirle que devolviera los bienes a la Iglesia y que detuviera el pillaje y el saqueo. El otro por única respuesta le dio una carcajada de desprecio. Pero pocos días después murió repentinamente. El sucesor tuvo temor y les hizo mucho más caso a las palabras y recomendaciones del santo.
El arzobispo trató de organizar la resistencia pero viendo que los enemigos eran muy superiores, desistió de la idea y se dedicó con sus monjes a reconstruir los templos y los pueblos y se fue a Inglaterra a suplicarle al rey invasor que no permitiera los malos tratos de sus ejércitos contra los irlandeses.
Estando en Londres de rodillas rezando en la tumba de Santo Tomás Becket (un obispo inglés que murió por defender la religión) un fanático le asestó terribilísima pedrada en la cabeza. Gravemente herido mandó traer un poco de agua. La bendijo e hizo que se la echaran en la herida de la cabeza, y apenas el agua llegó a la herida, cesó la hemorragia y obtuvo la curación.
El Papa Alejandro III nombró a Lorenzo como su delegado especial para toda Irlanda, y él, deseoso de conseguir la paz para su país se fue otra vez en busca del rey de Inglaterra a suplicarle que no tratara mal a sus paisanos. El rey no lo quiso atender y se fue para Normandía. Y hasta allá lo siguió el santo, para tratar de convencerlo, pero a causa del terribilísimo frío y del agotamiento producido por tantos trabajos, murió allí en Normandía en 1180 al llegar a un convento. Cuando el abad le aconsejó que hiciera un testamento, respondió: «Dios sabe que no tengo bienes ni dinero porque todo lo he repartido entre el pueblo. Ay, pueblo mío, víctima de tantas violencias ¿Quién logrará traer la paz?». Seguramente desde el cielo debe haber rezado mucho por su pueblo, porque Irlanda ha conservado la religión y la paz por muchos siglos. Estos son los verdaderos patriotas, los que como San Lorenzo de Irlanda emplean su vida toda por conseguir el bien y la paz para sus conciudadanos. Dios nos envíe muchos patriotas como él.
Dichosos los que buscan la paz porque serán llamados hijos de Dios. (Jesucristo).
Por mandato o por amor
Santo Evangelio según San Lucas 17,7-10.
Martes XXXII del Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Padre mío, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. (Oración del Beato Charles de Foucault)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 7-10
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «Quien de ustedes si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y ponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú?’ ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su aligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: «No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Me presentas hoy una parábola en la que me invitas a procurar, en todas mis acciones, la pureza de intención. Sería interesante preguntarme cuáles son las motivaciones más profundas de mi actuar, las intenciones que me llevan a trabajar, a rezar, a dedicar tiempo a alguna cosa en lugar de otra, a acoger a tal persona y rechazar a otra. Las intenciones manifiestan mucho qué lugar ocupas en mi vida.
Hoy me invitas a actuar siempre por tu gloria, por tu Reino, por amor a ti. Evitar en mi vida todo lo que pueda sonar a vanidad, a orgullo, a indiferencia, a amor propio. Cuando cumpla tu voluntad que lo haga por amor, porque de verdad quiero hacerlo y no sólo por cumplir un mandato, por salir de ese compromiso.
Quieres que tenga ante ti, además, la humildad del que se sabe criatura, necesitado de su Señor, de quien todo lo ha recibido. Ponerme en el lugar que me corresponde, de hijo, de criatura, de servidor, ya implica darte el lugar que mereces en mi vida y en todo lo que hago.
Señor, aparta de mi vida la vanidad de aparecer ante los demás como alguien que no soy, la soberbia de creer que todo lo puedo por mis medios, el orgullo de pensarme superior a los demás, la rebeldía de no darte el primer lugar en mi existencia.
«Con la serenidad del cuerpo y del espíritu podemos dedicarnos al servicio. Serenidad, servir al Señor en paz. Los obstáculos -tanto las ganas de poder, como la deslealtad- arrebatan la paz y te llevan a esa picazón del corazón de no estar en paz, siempre ansioso, mal… sin paz. Una insatisfacción que nos lleva a vivir en esa tensión de la vanidad mundana, vivir para aparentar. Así se ve mucha gente que vive solamente para ponerse en muestra, aparentar, para que digan: «ah, qué bueno que es», por la fama, fama mundana. Pero así no se puede servir al Señor. Por ello, entonces pedimos al Señor que retire los obstáculos para que con la serenidad, tanto del cuerpo como del espíritu podamos dedicarnos libremente a su servicio». (Homilía de S.S. Francisco, 8 de noviembre de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Me esforzaré por cumplir mis responsabilidades por amor a Dios y sin quejarme.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Realizarse en el servicio
El servicio implica verdadero amor. No se trata de satisfacer los caprichos del otro sino hacer lo que es un bien para él
Para ser feliz hay una sola fórmula: ´realizarse´. Se ha usado tanto este término que su significado queda algo oscuro.
En la mentalidad contemporánea, realizarse es el fin del hombre. Hasta aquí se puede llegar fácilmente. El problema nace al querer definir este ´fin del hombre´.
Si es el hombre mismo, entonces realizarse será un círculo egocéntrico de yo a yo, en el cuál el criterio, origen y fin de la existencia es el yo. En este caso la realización de sí mismo implica una nueva concepción de la familia, del trabajo, de la vida en sociedad, del amor… todas centradas en el yo y poco convincentes.
Si se toma la definición cristiana del ´fin del hombre´, o sea servir, conocer y amar a Dios, entonces abrimos otra perspectiva para el hombre.
Ya no se trata de ´realizarse´ en relación a sí mismo, sino en relación a Otro, Dios, y a otros, nuestros hermanos. Dios es Amor porque es don de sí mismo. El hombre, creado a imagen de Dios, es llamado a imitar a Dios en lo que lo define: el ser don para los demás. ¿Por qué entonces definir el hombre realizado como un dios aislado cuando el mismo Dios no es un dios aislado?
El don de sí mismo es servicio. ´No he venido para ser servido, sino para servir´ dijo Cristo (cf. Mt 20,28). En el servicio al otro el hombre encuentra esta dimensión profunda de su ser hecho para amar. Se sirve en la simplicidad del momento presente, sin tener la sensación de cambiar al mundo; y sin embargo, un hombre humilde que sirve es una revolución. Está sustituyendo la definición ´natural´ de realización personal centrada en su yo por la definición divina centrada en el otro, y el primer Otro es Dios.
El servicio es hacer a los demás ´lo que queremos que los demás nos hagan´. El servicio implica verdadero amor. No se trata de satisfacer los caprichos del otro sino hacer lo que es un bien para él. El amor es inteligente. El servicio no es sumisión servil, es realización de sí mismo en el otro.
¡Vence el mal con el bien!
La historia de la Virgen de la Nube
Una devoción estrechamente relacionada a la historia de Ecuador y Perú, que rinden su tributo de amor a María en esta advocación
Nuestra Señora de la Nube es una advocación mariana del Ecuador. La imagen de la Virgen María, se presenta como una reina, en su mano derecha sujeta un cetro; la azucena representa su coraza y el olivo su fruto, símbolo de su vinculación con Israel; su brazo izquierdo sostiene al Niño Jesús que lleva al mundo en sus manos. Le sirve de pedestal la luna y las nubes.
Dice esta historia que en 1696, el obispo don Sancho de Andrade y Figueroa de Quito estaba enfermo y desahuciado por lo que el pueblo de Guápulo, de gran devoción a la Virgen María, decidió organizar una novena por su salud; una procesión del Rosario salió camino a la catedral el 30 de diciembre y de repente una imagen de María apareció, formada por las nubes. Cerca de 500 personas fueron testigos del maravilloso hecho, mientras el obispo se curó repentinamente.
La aparición
En la tarde del 30 de diciembre fue sacada en procesión de rogativa con el acompañamiento de unas quinientas personas. A eso de las 4:45 de la tarde, habiendo llegado al final del pretil de San Francisco, al concluir la segunda decena del rosario, se hizo la señal con la campanilla para que todos se arrodillasen para entonar el “Gloria Patri”. De repente, se vio claramente en el cielo, en dirección al caserío de Guápulo, una figura formada por nubes, de gran tamaño.
Fue entonces que el presbítero José de Ulloa y la Cadena, capellán del Monasterio de la Limpia Concepción de Quito, exclamó a voz en cuello: “¡La Virgen, la Virgen!”, y todos volvieron la mirada hacia el lugar señalado, viendo nítidamente sobre los aires, la figura de María Santísima dibujada por las nubes:
“Estaba la imagen de pie sobre otra nube más oscura y densa que le servía como pedestal o trono. Llevaba corona en las sienes y en la mano derecha un ramo de azucenas a manera de cetro. Con la izquierda estrechaba al Divino Niño Jesús, hacia quien tenía dulcemente inclinada la cabeza. Sobre los cabellos y espalda flotaba un airoso velo formado igualmente de una nube. Vestía una cándida túnica de sencillos y ondulantes pliegues, media oculta por un manto de amplitud majestuosa y regia”.
La aparición duró lo suficiente para que todos pudieran darse cuenta perfectamente de ella y, terminada la procesión, muy a la usanza española, se levantó un acta. En ella, declara la máxima autoridad local: el Presidente de la Audiencia y otros testigos calificados, como consta en el proceso que hasta hoy se conserva en el Archivo Arzobispal de Quito.
El pueblo católico del Ecuador rinde su tributo de amor a María, con la advocación de Virgen de la Nube.
La fiesta de la Virgen de la Nube reúne a los migrantes
Al iniciar cada año, concretamente, cada primero de enero miles de creyentes de Ecuador y del exterior llegan a la ciudad de Azogues para venerar y participar de todos los actos preparados por los franciscanos, entre los que se destaca la procesión.
La devoción por la Virgen de la Nube de Azogues no tiene fronteras. Los feligreses llegan de todas partes del país y del extranjero para agradecer por los favores recibidos. En la romería los ecuatorianos que viven en el exterior, regresan para agradecer los favores recibidos. La festividad religiosa es una tradición desde 1912.
Los confesionarios se repletan. La afluencia se incrementa cada primero de enero. En esa fecha, la iglesia no da abasto para recibir a los miles de fieles que la visitan y los hermanos franciscanos, con el apoyo de religiosos de otras comunidades, confiesan en esta festividad de la Virgen a miles de penitentes.
Nuestra Señora de la Nube en Perú
En el Perú, como un homenaje a la cuna de nacimiento de sor Antonia Lucía del Espíritu Santo, se decidió colocar este lienzo para acompañar al Señor de los Milagros en la parte posterior de las andas sagradas el 20 de octubre de 1747. Ambas salen en procesión multitudinaria en Lima en el mes de octubre. Muestra a sus pies, en posición orante al obispo favorecido de su mano, Sancho de Andrade y Figueroa, y sobre el terreno se observa una pequeña iglesia, que algunos identifican como la parroquia de Guápulo o el santuario de Las Nazarenas.
Si bien la creencia popular ubica a la Virgen de la Nube como un culto de 1800, la Madre Antonia, fundadora del monasterio de Las Nazarenas y ecuatoriana de nacimiento, habría traído la devoción en el siglo XVII. En esa época circularon también en el Ecuador muchos óleos retratando a esta Virgen y uno de ellos podría haber llegado al Perú.