San Pedro Damián nació en Rávena en el año 1007
Quedó huérfano muy pequeño
Ingresó a los 28 años en la Orden Camaldulense
Conmemoracion: 21 de Febrero
Hoy recordamos a un monje, austero, rígido, Obispo de Ostia, Legado de los Papas, Apóstol de la Reforma, proclamado Doctor de la Iglesia en l828: San Pedro Damián. Un hombre a quien no le importa el saber, sino la salvación cuya vía conduce a la mortificación y a la humildad. Escribe sobre temas tan candentes y necesarios de la época como el celibato, la virginidad, la entrega a Jesucristo, y también trata temas muy bellos sobre la Virgen María a la que ama con toda su alma y como buen hijo extiende su verdadera devoción a lo largo de toda su actividad.
San Pedro Damián nació en Rávena en el año 1007 en el seno de una familia numerosa y de condición modesta. Quedó huérfano muy pequeño y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos. Pero de pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro santo se llamó siempre Pedro Damián.
Después de haber revelado dotes insignes en los estudios realizados en Rávena, Faenza, Padua y Parma, se dedicó a la enseñanza, llegando a dictar clases en las universidades a los 25 años. Sin embargo, como ésta no era su vocación, ingresó a los 28 años en la Orden Camaldulense, fundada recientemente por San Romualdo. Entró en el Monasterio de Fuente Avellana, donde, estimulados por el ejemplo de su vida virtuosa, los monjes lo eligieron Abad, después del fallecimiento del superior de aquella casa.
Su actuación en este honroso cargo fue altamente benéfica para la Orden, no sólo por la fundación de varios monasterios, sino por la reforma de la Orden de los Monjes de la Santa Cruz. Varios discípulos suyos alcanzaron la santidad, como San Rodolfo, San Juan de Lodi y Santo Domingo Loricato.
En sus años de monje, San Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran sabiduría con la que fueron compuestas. Imbuido de una caridad verdadera, no se contentó con vivir tranquilamente en su monasterio, mientras numerosas almas se perdían en el mundo. Juzgó su deber atacar con vigor los errores y vicios de la época, especialmente los diseminados en los ambientes eclesiásticos.
Después de aquellas luchas en defensa de la Iglesia, San Pedro Damián deseaba retirarse para llevar una vida solitaria, propia a su vocación de camaldulense. Sin embargo, este gran contemplativo fue compelido a una vida activa, repleta de viajes y polémicas, opuesta a la soledad y al silencio de un claustro.
Después de la muerte de San León IX, fue electo un nuevo Papa que murió al poco tiempo. Su sucesor, Esteban IX, manifestó su deseo de concederle el capelo cardenalicio al infatigable Abad de Fuente Avellana, como recompensa por los grandes servicios prestados a la Iglesia. Y lo nombró asimismo obispo de Ostia. San Pedro Damián, sin embargo, rehusaba el ofrecimiento con tal vigor, que fue necesario amenazarlo con la excomunión si persistía en la negativa.
Además de la ardiente defensa de la doctrina, y su incansable lucha contra las principales lacras de la época: la simonía y la inmoralidad del clero, fue artífice de paz y de reconciliación entre facciones contrarias, siendo con su rigor ascético y su lucha para liberar a la Iglesia de los asuntos temporales.
La obra de San Pedro Damián comprende 60 Opúsculos, de los que algunos tratan de cuestiones dogmáticas: “La Fe Católica”, compilación de lo concerniente a los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de las dos naturalezas y las dos voluntades de la única persona de Jesucristo; “La procesión del Espíritu Santo”; “Respuesta a los judíos” y “Diálogo”.
Varios de los Opúsculos de San Pedro Damián están consagrados a la vida monástica: “El desprecio del siglo” (l2); “La perfección de los monjes” (l3); “El Orden de los eremitas” (l4); “Los estatutos de la Congregación” (l5); “Las horas canónicas” (20); “Los ayunos de las vigilias” (54-55). Muchos tratan también del tema que tanto le interesaba a él: la reforma del clero: “El libro de Gomorra” (7); “El Sacerdocio” (25) y otros.
Más allá de los numerosos viajes que tuvo que emprender, no le faltaron las más diferentes cruces. Él mismo llegó a ser acusado de simoniaco por el pueblo de Florencia, lo acusaron también de credulidad excesiva. Además, es necesario resaltar que durante toda su vida tuvo que soportar una salud frágil, sufriendo especialmente de insomnio y dolores de cabeza.
Con el fin del cisma provocado por la elección del antipapa Honorio II, tan atacado por él, le pareció al Santo llegada la hora de retirarse a su monasterio. Fue entonces cuando surgió el caso del Emperador Enrique IV, que deseaba divorciarse de su legítima esposa, habiendo para ello convocado una asamblea en Frankfurt. El mal ejemplo de un Emperador podría diseminar tal pecado por toda la Cristiandad.
El Papa Alejandro II, por medio del Archidiácono Hildebrando –el futuro Papa San Gregorio VII– envió a nuestro Santo a Alemania para resolver el problema. San Pedro Damián contaba con los auxilios sobrenaturales, más que con sus propias fuerzas o influencia. Por ello consiguió impedir que el Emperador consumara el escándalo.
Después de esa misión victoriosa, aún le encargaron otra, que sería la última de su vida: la reconciliación de su ciudad natal, Rávena, con el Papa. Aquí San Pedro Damián necesitó emplear toda su caridad e inteligencia para tranquilizar los ánimos y restablecer la paz.
Al volver de esta misión, atacado de fiebre, tuvo que detenerse en Faenza, donde murió a los 65 años de edad, en el Monasterio de Santa María de los Ángeles, donde fue enterrado. Su cuerpo fue trasladado varias veces de sepultura, y por lo menos hasta el año 1595 permanecía incorrupto.
Hoy pidamos a nuestro Señor por intercesión de San Pedro Damián la gracia de que nuestros sacerdotes y obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir fielmente su celibato.
Compartamos algo de la espiritualidad de San Pedro Damián:
[…] No, no hay palabras humanas que sean capaces de alabar dignamente a Aquella de quien tomó su carne el Mediador entre Dios y los hombres. Cualquier honor que le pudiésemos dar, está por debajo de sus méritos, ya que Ella nos ha preparado en su casto seno la Carne inmaculada que alimenta nuestras almas. Eva comió un fruto que nos privó del eterno festín; María nos presenta otro que nos abre la puerta del banquete celestial […] (María y la Eucaristía – San Pedro Damián)
[…] Virgen bendita, Virgen más que bendita, deteneos en nombre de vuestra naturaleza. ¿Acaso vuestra elevación os ha hecho olvidar vuestra humanidad? No, mi Soberana. Vos sabéis bien entre qué de peligros nos habéis dejado, y cuántas son las infidelidades de vuestros servidores; no estaría de acuerdo tan gran misericordia, con el olvido de tan espantosa miseria. Si vuestra gloria os separa, que la naturaleza os llame… Vos no sois tan impasible que no podáis compadeceros. Tenéis nuestra naturaleza y no otra.
[…] Deteneos, en segundo lugar, en nombre de vuestro poder, Porque el Poderoso ha hecho en Vos grandes cosas; todo poder os ha sido dado sobre el cielo y sobre la tierra. ¿Puede oponerse a vuestro poder el poder divino que ha recibido de vuestra carne la carne que le ha hecho hombre? Vos avanzáis hacia el altar de la reconciliación, no sólo con oraciones, sino con órdenes, soberana más que sierva […]
[…]En tercer lugar, deteneos en nombre de vuestro amor. Yo sé, mi divina Maestra, que sois muy bondadosa, y nos amáis con un amor invencible, porque vuestro Hijo y vuestro Dios nos ha querido en Vos y por Vos con un amor sin límites. ¿Quién sabe cuántas veces habéis calmado la cólera del Soberano Juez, cuando la justicia ya iba a partir de Dios para golpear a los pecadores? […] (Omnipotencia de Intercesión de María. San Pedro Damián)
[…] Yo prefiero estar con José, a quien sus hermanos querían echar en un pozo porque los había acusado ante su padre de un crimen infame, que estar con Helí, el cual, presenciando la impiedad de sus hijos sin decir una palabra, sufrió la venganza del furor divino […] (Opusc. Vll, 25, San Pedro Damián)
» La oración es la elevación del alma hacia Dios y la petición de lo que se necesita de Dios.”
San Pedro Damián