Isaías 25:6-9 / 1 Tesalonicenses 4:13-18 / Marcos 15:33-39; 16:1-6
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis abandonado? Este versículo del salmo 21 que Jesús llamó con toda la fuerza a la cruz expresa de forma profunda el rasgado radical del ser humano ante la muerte. Sintetiza, hermanos y hermanas queridos, la experiencia humana de Jesús en el momento de la máxima derrota. Vive su adhesión al Padre, porque el grito es una invocación, pero no siente su proximidad –él, el mayor de los místicos– ni ve su salvación. La oscuridad que, según el evangelista, envolvía la tierra a pesar de estar a primera hora de la tarde, era aún más oscura en la intimidad de Jesús. La muerte le llega inexorablemente. Y la naturaleza humana se sobrecoge. Jesús arrojó un gran grito y expiró. Luego viene el descendimiento de la cruz, la mortaja, y la gran piedra que cierra la entrada del sepulcro. Para siempre, a ojos de la mayoría de quienes lo contemplaron.
El por qué de Jesús arriba la cruz sintetiza a todos los por qué humanos ante la muerte. Ante la propia muerte. Ante la muerte de los seres queridos.
Ante las víctimas mortales de la enfermedad, el hambre, los accidentes, la violencia y la guerra. Ante el hecho mismo de la muerte insoslayable. El por qué de Jesús arriba la cruz sintetiza tantos por qué que se han pronunciado –y se pronuncian todavía- en las UCI, en las residencias de ancianos, en las familias,… ante la muerte de personas, queridas o desconocidas, en el largo de la pandemia que nos asedia. Puede que sí, que alguien estoicamente puede decir que ve la muerte como un proceso biológico natural, que hay que ser realistas y aceptarla elegantemente; que es, como dice el poeta, un “desagradecimiento gradual del humano desencanto” (J. Carner, Nabí, 8). Pero el deseo infinito de plenitud, de vida y de felicidad que hay en el corazón humano choca con la finitud de la muerte, y en la razón de quien piensa surge una y otra vez la pregunta: ¿por qué?
La liturgia de hoy, con su tono contenido, grave, quiere ayudarnos a vivir todo el drama humano que supone la muerte. Y a vivirlo con esperanza. Con su muerte, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, se hace solidario con la muerte de todos. Pero ésta no es la única palabra que, en la liturgia de hoy, el Dios de la vida nos ofrece sobre la muerte.
Ese día, el Señor del universo preparará para todos los pueblos un banquete. El profeta Isaías nos hablaba, en la primera lectura, de los últimos tiempos. Utilizaba la imagen de un banquete para referirse al bienestar, a la felicidad, a la alegría, a la plenitud, a la comunión con Dios y de unos con otros. Esto será –dice– en la montaña del Señor. Es decir, en la vida futura, en la vida eterna, de la que la muerte es la puerta. Entonces, decía el profeta, las lágrimas de todos los hombres serán secadas, desaparecerá el velo de luto que cubre todos los pueblos, el sudario que amortaja a las naciones y la Muerte será sometida para siempre.
La Muerte será sometida para siempre. Viendo la muerte que cada día hace estragos, cabe preguntarse si no es una visión ilusoria, sin ningún contacto con la realidad, ésta del profeta. ¿Es un consuelo fácil para adormecernos intelectualmente y no experimentar el drama de la muerte? Podría serlo si esa gran piedra hubiera dejado cerrada la puerta del sepulcro de Jesús. Pero, como hemos oído en la segunda lectura, Jesús murió y resucitó. Con él se empezó a hacer realidad la palabra del profeta: la Muerte ha sido vencida y, por tanto, es sólo un paso –aunque sea doloroso– y no una realidad definitiva.
Por eso, en este día en que pensamos en nuestros difuntos, acogemos el mensaje de esperanza y reconfort que nos viene de la Palabra de Dios. Quienes nos han dejado confiando en Cristo o, quizás sin haberlo conocido tal y como es, pero que buscaron hacer el bien según su conciencia, viven con él. Por eso, la liturgia de hoy, pese a su tono grave, tiene también un tono de esperanza; domina la Pascua del Señor. Hagámonos nuestras, pues, las palabras del Apóstol, que hemos escuchado: no querríamos que se entristezcéis, como lo hacen los que no tienen esperanza: Dios se ha llevado con Jesús a los que han muerto en él. Y en cuanto a nosotros, si hemos procurado vivir según la Palabra de Jesús, en el momento de nuestra muerte, también nos será dado encontrarnos con el Señor y vivir cerca de él en la plenitud de la felicidad, en el convite del Reino. Consolémonos, pues, unos a otros con esta realidad admirable, mientras hacemos memoria de nuestros padres, madres, hermanos, familiares y amigos difuntos; mientras nuestra comunidad recuerda de forma particular A SISTER OLGA Y MAMA DORIS Y TANTOS HERMANOS Y HERMANAS.
En esta vida, se entrelazan el por qué que nos cuestiona y la fe en el banquete inaugurado por la resurrección de Jesucristo. Para ayudarnos a vivir con esperanza en la vida futura y para nutrirnos espiritualmente, el Señor, como cantábamos en el salmo, ahora pone mesa ante nosotros y nos guía por los caminos seguros por el amor de su nombre. Así su bondad y su amor nos acompañan toda la vida hasta el momento de ser llamados a vivir años y más años en la casa del Señor, en la vida sin fin.
Hermanos y hermanas queridos:
Nos hemos reunido en torno a este altar dedicado a la Virgen María para orar por los cofrades difuntos de la Cofradía de la Virgen de Montserrat. Sus nombres se encuentran escritos en el librito recordatorio de esta celebración. El hecho de que fueran cofrades significa que eran unos hombres y mujeres de fe, que amaban a la Virgen en su advocación de Montserrat, que la invocaban en la oración y que procuraban vivir cristianamente según el ejemplo de Santa María.
Hoy, sus familiares, amigos y hermanos de la Cofradía los recordamos y los ponemos bajo la mirada amorosa de Dios confiando en que les acompaña maternalmente la Virgen María. Con esto, repetimos ese gesto bueno y noble del que hablaba la primera lectura, sacada del segundo libro de los Macabeos. El gesto bueno y noble era recordar ante Dios a los difuntos que habían dado la vida defendiendo la fe de sus padres ante quienes la querían eliminar imponiendo costumbres paganas. Los recordaban en la oración inspirados por la esperanza de la resurrección. Una esperanza que por aquella gente quedaba todavía envuelta en oscuridad, pero que para nosotros, a la luz de Jesucristo muerto y resucitado, esta esperanza nos queda plenamente iluminada. Ya no es un sacrificio según el ritual del Antiguo Testamento, sino que es el sacrificio eucarístico el que ahora ofreceremos a Dios para que los cofrades muertos sean absueltos de sus pecados.
La esperanza que nos ofrece la resurrección de Jesucristo nos garantiza –tal y como decía san Pablo en la segunda lectura- que no seremos defraudados. Porque Cristo murió por nosotros y con su muerte nos dio prueba del amor que nos tiene. Con su sangre, a pesar de nuestro pecado, nos reconcilió con Dios y nos ganó la salvación eterna. Estas palabras del Apóstol nos confortan cuando pensamos en la muerte de nuestras personas queridas, sobre todo de aquellas que murieron perseverando en la fe. Y nos confortan también cuando pensamos en nuestra condición mortal. El fundamento de nuestra certeza es la gracia que Dios nos otorga en Cristo y el don del Espíritu que él gratuitamente ha derramado en nuestros corazones, como lo había hecho también con nuestros cofrades difuntos.
Y, por si esto no bastara, Jesús en el evangelio, ha reafirmado aún más nuestra esperanza ante el misterio de la muerte. Nos ha dicho: quien come ese pan bajado del cielo vivirá para siempre. Y ha insistido diciendo: quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Recibir la eucaristía es recibir una fuente de vida en el Espíritu ya ahora y de vida para siempre después de la muerte corporal.
La Palabra de Dios que hemos escuchado, pues, hace que nuestra oración por los cofrades difuntos sea confiada y llena de esperanza viendo lo que Dios nos revela sobre la muerte de quienes creen en él. Con razón podemos repetir con el salmista lo que cantábamos: No se llevarán un desengaño a quienes esperan en ti, Señor. Porque él, en su amor misericordioso, se compadece, ve la aflicción, las penas, las debilidades y los pecados de quienes han muerto confiando en él y los libra.
Ofrecemos este sacrificio eucarístico por nuestros familiares, amigos y hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora de Montserrat que han muerto. Lo hacemos pensando de forma particular en los que hemos conocido. Pero, mientras damos gracias por los 800 años de la Cofradía, también hacemos memoria ante Dios a todos los que han sido cofrades a lo largo de estos ocho siglos. Dios los conoce uno a uno y sabe cuál fue su fe y su devoción a la Virgen María. Ahora, confiando en la Palabra de Dios que hemos escuchado, invocamos la misericordia divina para que los tenga en la casa celestial.
En el evangelio, el Señor además de decirnos que quien come su carne y bebe su sangre tendrá vida eterna, vivirá para siempre, nos ha dicho también algo fundamental para nuestra vida espiritual. Ha dicho: quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Con esto nos enseña que la comida eucarística es el momento privilegiado de entrar en comunión con él y, por tanto, de vivir con él un intercambio de conocimiento y de amor. Y no sólo con Jesucristo, también con el Padre suyo y nuestro. Es un intercambio de amistad que nos hace tener un conocimiento más íntimo de Jesucristo que nos habla corazón a corazón. Y a través del cual él nos conoce a nosotros, sin que nosotros tengamos que contarle nada. Y esa comunión de amor vivida en esta vida está destinada a alcanzar la plenitud en la vida eterna.
Y esto nos llena de alegría y de esperanza mientras hacemos camino, acompañados maternalmente por la Virgen María, hacia el encuentro definitivo con Jesucristo a través del sueño de la muerte.
John 6:37-40
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos habla de la promesa de vida eterna del Padre para todo aquel que crea en el Hijo. Todo ser humano es un sujeto de inestimable valor porque ha sido creado por Dios y destinado a la vida eterna.
Cuando Jesús habla a la mujer samaritana junto al pozo y le promete un “manantial que brotará hasta la vida eterna”, evoca lo que Tomás de Aquino dice respecto a la creación: la presencia de Dios siempre obrando en las raíces mismas de nuestro ser. La creación no es un acto único y para siempre de un Dios esencialmente trascendente, sino más bien un regalo siempre presente y nuevo que se derrama desde su fuente divina. Lo que Aquino implica es que las criaturas están en relación con la energía de Dios, que las atrae continuamente del no ser al ser, haciéndolas nuevas.
Una vez que el alma es transfigurada, el único camino atractivo es aquel que recorrió Cristo, es decir, el camino de ofrecerse a Sí mismo, de entrega total. Con el ardor que nos da tomar conciencia de Dios, en contacto con la fuente divina que está dentro de nosotros, bebiendo del pozo de la vida eterna, estamos inspirados para derramarnos en amor.
«La esperanza no falla» (Rm 5,5) (…) La esperanza nos atrae y da sentido a nuestras vidas. No veo el más allá, pero la esperanza es el don de Dios que nos atrae hacia la vida, hacia la alegría eterna. La esperanza es un ancla que tenemos al otro lado, y nosotros, aferrándonos a la cuerda, nos sostenemos (cf. Hb 6,18-20). “Sé que mi Redentor vive y lo veré».” Y esto, hay que repetirlo en los momentos de alegría y en los malos momentos, en los momentos de muerte, digámoslo así. Esta certeza es un don de Dios, porque nosotros nunca podremos alcanzar la esperanza con nuestras propias fuerzas. Tenemos que pedirla. La esperanza es un don gratuito que nunca merecemos: se nos da, se nos regala. Es gracia. Y después, el Señor la confirma, esta esperanza que no falla: «Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí» (Jn 6,37). Este es el propósito de la esperanza: ir a Jesús. Y «al que venga a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado« (Jn 6,37-38). El Señor que nos recibe allí, donde está el ancla.
La vida en esperanza es vivir así: aferrados, con la cuerda en la mano, con fuerza, sabiendo que el ancla está ahí.
Y esta ancla no falla, no falla. Hoy, pensando en los muchos hermanos y hermanas que se han ido, nos hará bien mirar los cementerios y mirar hacia arriba. Y repetir, como Job: “Sé que mi Redentor vive, y yo mismo le veré, le mirarán mis ojos, no los de otro”. Y esta es la fuerza que nos da la esperanza, este don gratuito que es la virtud de la esperanza. Que el Señor nos la dé a todos. (Homilía, Camposanto Teutónico, 2 noviembre 2020)
Fieles difuntos
Memoria litúrgica, 2 de noviembre
Conmemoración de todos los fieles difuntos. La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud en celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe sólo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha del pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna.
Un poco de historia
La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.
Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.
Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.
A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.
Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.
La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. «No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos».
Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.
Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)
Costumbres y tradiciones.
El altar de muertos
Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.
Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.
Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.
Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban.
La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas.
Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.
Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.
El difunto ese día se convertía en el «huésped ilustre» a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.
Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.
La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.
El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.
Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.
Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.
El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imágen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.
El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.
Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.
Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.
La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:
1) La Iglesia Purgante, conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.
2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.
3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.
Cuida tu fe
Halloween o la noche de brujas: Halloween significa “Víspera santa” y se celebra el 31 de Octubre. Esta costumbre proviene de los celtas que vivieron en Francia, España y las Islas Británicas.
Ellos prendían hogueras la primera luna llena de Noviembre para ahuyentar a los espíritus e incluso algunos se disfrazaban de fantasmas o duendes para espantarlos haciéndoles creer que ellos también eran espíritus.
Podría distraernos de la oración del día de todos los santos y de los difuntos. Se ha convertido en una fiesta muy atractiva con disfraces, dulces, trucos, diversiones que nos llaman mucho la atención.
Puede llegar a pasar que se nos olvide lo realmente importante, es decir, el sentido espiritual de estos días.
Si quieres participar en el Halloween y pedir dulces, disfrazarte y divertirte, Cuídate de no caer en las prácticas anticristianas que esta tradición promueve y no se te olvide antes rezar por los muertos y a los santos.
Debemos vivir el verdadero sentido de la fiesta y no sólo quedarnos en la parte exterior. Aprovechar el festejo para crecer en nuestra vida espiritual.
Algo que no debes olvidar
La Iglesia ha querido instituir un día que se dedique especialmente a orar por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.
Los vivos podemos ofrecer obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para que los difuntos alcancen la salvación.
La Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo entre el 1 y el 8 de noviembre, podemos abreviar el estado de purificación en el purgatorio.
Oración
Que las almas de los difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Así sea.
Catholic.net ha organizado, juntamente con diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, una novena de oraciones por todos los Fieles Difuntos, con adoraciones, oraciones, el rezo del rosario, y una intención especial en la Santa Misa el día 2 de noviembre celebrada por sacerdotes amigos de Catholic.net que se han sumado a nuestra primer Novena de los Fieles Difuntos.
Únase a nuestras oraciones, y envíenos los nombres de los difuntos a quienes usted desea que encomendemos. Tendremos un recuerdo especial para ellos durante los nueve días previos a la fiesta de los Fieles Difuntos el día 2 de noviembre. Si desea enviarnos los nombres y sus intenciones es muy sencillo, rellenando el formulario en nuestro sitio Novenas Catholic.net (click aquí) Nosotros enviaremos estos nombres e intenciones a los diversos conventos y casas de religiosos y religiosas, y sacerdotes diocesanos que se han sumado a esta Novena de los Fieles Difuntos.
Indulgencias para el Día de los Fieles Difuntos
Condiciones para ganar la indulgencia
Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net
DEL «ENCHIRIDION INDULGENTIARUM» DE S.S. PAULO VI
2 DE NOVIEMBRE – CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
Visitas a Iglesias u Oratorio:
Se concede indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio, a los fieles cristianos que, el día en que se celebra la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos, visiten piadosamente una iglesia u oratorio. Dicha indulgencia podrá ganarse o en el día antes indicado o, con el consentimiento del Ordinario, el domingo anterior o posterior, o en la solemnidad de Todos los Santos. En esta piadosa visita, se debe rezar un Padrenuestro y Credo.
1 AL 8 DE NOVIEMBRE:
Visitas al cementerio:
Se concede indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio, a los fieles cristianos que visiten piadosamente un cementerio (aunque sea mentalmente) y que oren por los difuntos. Para ganar una indulgencia plenaria, además de querer evitar cualquier pecado mortal o venial, hace falta cumplir tres condiciones:
Confesión sacramental
Comunión Eucarística y
Oración por las intenciones del Papa.
Las tres condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de rezar o hacer la obra que incorpora la indulgencia, pero es conveniente que la comunión y la oración por las intenciones del Papa se realicen el mismo día rezando a su intención un solo Padrenuestro y un Avemaría; pero se concede a cada fiel la facultad de orar con cualquier fórmula, según su piedad y devoción. La indulgencia plenaria únicamente puede ganarse una vez al día, pero el fiel cristiano puede alcanzar indulgencia plenaria in artículo mortis, aunque el mismo día haya ganado otra indulgencia plenaria .
Conoce más sobre las Indulgencias
Día de muertos: ¡qué es y cómo vivirlo!
Todo lo que se vive en familia deja una huella profunda.
En México tenemos una cultura muy rica y llena de tradiciones.
Una de ellas es el Día de muertos y fíjate bien que no dije halloween.
El Día de muertos es un día especial en el que dedicamos un tiempo particular para recordar a nuestros seres queridos que ya están gozando de la presencia de Dios.
Esta tradición viene de muchos años atrás y tiene características particulares que pueden variar dependiendo del lugar o la región del país.
Pero lo que todos tienen en común es ese deseo de hacer oración y recordar a las personas que ya fueron llamadas a regresar a la casa del Padre.
Hay diferentes elementos que forman parte de esta tradición. Una de ellas es ir a visitar a nuestros familiares difuntos al panteón y rezar por ellos.
Otra es mandar a decir una misa por ellos.
Y la más conocida es el altar de muertos. Que consiste en poner una foto del difunto y adornarla con papel picado de colores, poner flores, objetos y comida que le gustaba al difunto para recordarle.
A veces se confunde el significado de todo esto y se pierde el sentido Católico pero es necesario conservar nuestras tradiciones y procurar que nuestros hijos las conozcan y las vivan bien, al estilo católico.
Por eso hoy te dejo mis 5 Tips para transmitir las tradiciones a nuestros hijos y vivirlas en familia.
PRIMERO. Explícales en qué consiste.
Es básico que nuestros hijos comprendan en que consiste la verdadera tradición y entiendan por que se lleva a cabo.
En el caso del Día de muertos es importante que sepan distinguir lo que es el recuerdo de los fieles difuntos y lo que ya se vuelve un culto a la muerte, lo cual pierde todo el sentido católico.
También es importante tener claro que tampoco es lo mismo Día de muertos que halloween.
Podemos usar algún libro para que iluminen y comprendan en qué consiste, o alguna película didáctica donde se explique con claridad. La idea es que estemos seguros de que a nuestros hijos les ha quedado claro qué es y en qué consiste esta tradición.
SEGUNDO. Que participen adornando.
Siempre es mejor involucrar a nuestros hijos de forma activa para que les quede el recuerdo y la impronta de esta tradición.
Claro que su participación debe ser de acuerdo a la edad y madurez, pero siempre habrá oportunidad para que nos ayuden.
TERCERO. Que hagan manualidades sobre esta tradición.
Una bellísima forma de adornar es hacer manualidades que podemos preparar con tiempo y donde los niños y los jóvenes expresen su sentir sobre esta tradición, de esta forma la harán suya y la adoptarán para toda su vida.
¿Qué manualidades pueden hacer? Siempre deben ir de acuerdo a su edad pero hay infinidad de cosas que pueden hacer.
Especialmente para el día de muertos pueden comenzar por hacer papel picado de diferentes colores, pueden hacer algún dibujo de lo que le gustaba al difunto para el altar, pueden hacer esculturas con plastilina de la comida y bebida que le gustaba o también, los más grandes, pueden hacer un retrato del difunto.
Otra forma de colaborar puede ser ayudando a cocinar los platillos que se van a poner en el altar.
CUARTO. Que vigilen que la tradición no sufra influencia de otras tradiciones.
Un punto importante es que estemos atentos a que nuestras tradiciones no se contaminen con influencia extranjera.
En este caso, el halloween ha venido a contaminar nuestra tradición y le ha dado un giro poco agradable por lo que podemos decirles a nuestros hijos que seamos inspectores y guardianes de las tradiciones, de tal forma que ellos mismos puedan detectar cuando algo esté fuera de lugar y sean capaces de dar una pequeña explicación del por qué esta mal eso.
Estoy segura que a muchos de nuestros hijos les emocionará esta actividad y les hará amar más nuestras tradiciones porque ellos mismos las estarán resguardando.
Y QUINTO. Que lo vivan en familia. La familia es muy importante.
Si, es muy bello que nuestras tradiciones nos permitan pasar tiempo de calidad en familia y que nos den la oportunidad de crear y vivir juntos estas fechas importantes para nosotros.
A veces pensamos que nuestros hijos no son aptos para comprender lo qué pasa, pero no nos damos cuenta que los chicos de ahora cada día son más despiertos y participativos, así que podemos dejarles vivir a su nivel nuestras tradiciones.
En cuanto al Día de muertos, mientas mas pequeños menos comprenden el sentido mas trascendente de la tradición pero si pueden ir aprendiendo que la vida tiene un término en este mundo y que después continua en la vida eterna y que nosotros recordamos a nuestros seres queridos que ya se nos adelantaron, con cariño y respeto y que, por lo menos una vez al año, dedicamos un tiempo para rezar por ellos y recordarlos.
Todo lo que se vive en familia deja una huella profunda y muy especial en cada uno de nuestros hijos.