Por su misma naturaleza, el Cristianismo es centrífugo, tiende hacia afuera, es universal en su propósito y alcance. Jesús no dijo, “Prediquen el Evangelio a un puñado de sus amigos”, o “Proclamen la Buena Noticia a su propia cultura”. En cambio, dijo a sus discípulos: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 18-19). También los instruyó a sus seguidores que las puertas mismas del infierno no prevalecerían contra la Iglesia combativa que había establecido. Por lo tanto, mantener las cosas tal como están, o administrar la declinación, o mantenerse a flote, no es en absoluto lo que Jesús quiere o espera de nosotros.

Nunca nos conformemos con mantener las cosas como están.

Permítanme decir, antes que nada, que la expansión de nuestra Iglesia no es de ninguna manera responsabilidad absoluta de obispos y sacerdotes. El Vaticano II enseña claramente, que todo Católico bautizado tiene el encargo de ser un evangelizador; así que estamos todos juntos en esto. Por tanto, ¿cuáles son algunas de las estrategias de crecimiento que puede emplear cualquier Católico? Una primera que me gustaría enfatizar es esta: toda familia que viene regularmente a Misa debería hacer propia la responsabilidad evangelizadora de traer a otra familia a Misa el año próximo. Todo fiel que asiste a Misa, que esté leyendo estas palabras, conoce gente que debería estar yendo a Misa y no lo hace. Podrían ser sus propios hijos o nietos. Podrían ser sus compañeros de trabajo que una vez fueron ardientes Católicos y que simplemente se alejaron de la práctica de la fe, o tal vez personas que están enojadas con la Iglesia. Identifiquen estas ovejas errantes y que traerlas de regreso a Misa sea su desafío evangelizador. Si todos hacemos esto exitosamente, duplicaremos el tamaño de nuestras parroquias en un año.   

Una segunda recomendación es rezar por la expansión de la Iglesia. De acuerdo a las Escrituras, nunca nada grande se logró sin recurrir a la oración. Así que pidan al Señor, insistentemente, fervientemente, incluso testarudamente, para que traiga de regreso a su oveja perdida. Tal como le tenemos que rogar al dueño de la mies que envíe obreros para la cosecha, así tenemos que rogarle para que haga crecer el rebaño. Animaría a los ancianos y a los que están recluidos, y que pertenecen a una parroquia, que tomen esta tarea específica. Y les pediría a aquellos que participan regularmente de la Adoración Eucarística, que utilicen quince o treinta minutos diarios pidiendo al Señor por este favor específico. O sugeriría a los que organizan las liturgias que incluyan peticiones por el crecimiento de la parroquia en la plegaria de los fieles en la Misa del domingo.

Una tercera obligación es invitar a los que están en la búsqueda, a formular sus preguntas. Sé por un montón de experiencias concretas de los últimos veinte años, que muchos jóvenes, incluso aquellos que afirman ser hostiles a la fe, están profundamente interesados en la religión. Como Herodes escuchando la predicación de Juan el Bautista en prisión, incluso los aparentemente antirreligiosos navegarán en sitios web religiosos y prestarán atención cuidadosamente a lo que se está conversando. Así que pregunten a aquellos que se han desafiliado por qué no vienen más a Misa. Se sorprenderán cuán predispuestos están a responderles. Pero luego, deben seguir la recomendación de San Pedro: “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (1 Pe 3, 15). En otras palabras, si provocan las preguntas, mejor que estén listos para dar algunas respuestas. Esto significa que tienen que ponerse al día con su teología, su apologética, sus Escrituras, su filosofía y su historia de la Iglesia. Si eso les suena abrumador, recuerden que los últimos veinticinco años aproximadamente ha habido una explosión de literatura justo en estas áreas, enfocándose precisamente en la clase de cuestiones que los jóvenes que buscan tienden a preguntar –y la mayoría de eso está listo y disponible en internet.

Una cuarta y última sugerencia que haría es sencillamente la siguiente: sean amables. Sherry Waddell, cuyo libro Formación de Discípulos Intencionales se ha convertido en un clásico en el campo de la evangelización, dice que un primer paso crucial para traer alguien a la fe es el establecimiento de confianza.

Si alguien piensa que eres una persona buena y decente, es mucho más probable que te escuche hablar de tu fe. ¿Podría serles franco? Incluso hasta un vistazo casual en las redes sociales Católicas revela una plétora de conductas detestables. Muchos, muchísimos parecen decididos a proclamar su propia corrección, centrándose en temas pequeños que son ininteligibles e irrelevantes para la mayoría de la gente. Un colega mío relató que en su conversación con los que están distanciados y desafiliados, lo que los mantiene lejos de la Iglesia es su experiencia de lo que describen como la mezquindad de los creyentes. Así que, tanto en internet como en la vida real, sean amables. Nadie estará interesado en escuchar sobre la vida de fe de personas amargadas e infelices.  

Tenemos entonces nuestras órdenes de marcha: proclamen al Señor Jesucristo a todas las naciones. Comencemos con nuestras propias parroquias, nuestras propias familias. Y nunca nos conformemos con mantener las cosas como están.

«Es precisamente la clase dirigente la que cierra las puertas al modo como Jesús quiere salvarnos». En este sentido, «se comprenden los diálogos fuertes de Jesús con la clase dirigente de su tiempo: discuten con él, lo ponen a prueba, tratan de hacerlo caer en una trampa», porque en ellos hay precisamente «una resistencia a ser salvados». Ante esta actitud, Jesús les dice: «No os entiendo. Sois como esos niños: os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, os hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado. ¿Qué queréis?». La respuesta sigue siendo: «Queremos la salvación a nuestro modo». Por tanto, vuelve «siempre esta cerrazón» ante el modo de obrar de Dios. (…) Es «un drama» que «también cada uno de nosotros tiene dentro». Por eso sugirió algunas preguntas con vistas a un examen de conciencia: «¿Cómo quiero yo ser salvado? ¿A mi modo? ¿Al modo de una espiritualidad que es buena, que me hace bien, pero que está fija, tiene todo claro y no hay riesgo? ¿O al modo divino, es decir, siguiendo el camino de Jesús, que siempre nos sorprende, que siempre nos abre las puertas al misterio de la omnipotencia de Dios, que es la misericordia y el perdón?».  (Homilía Santa Marta, 3 octubre 2014)

  • Luke 7:31-35

En el Evangelio de hoy, Jesús observa que la gente lo critica como “amigo de recaudadores de impuestos y pecadores”.

Jesús vino como el propio Dios a nuestro mundo disfuncional. Vino a traer la luz de la presencia y el amor de Dios a un lugar lejano de pecado y muerte. En consecuencia, se dirigió a los pobres, los discapacitados, los marginados, los olvidados, los lisiados por el pecado.

Vino a traer el ordo de Dios a un mundo desordenado. Vino como una nota clave para sintonizar un universo cacofónico. Y por ello, los defensores del desorden y los productores de la cacofonía buscaron destruirlo.

La Iglesia es el Cuerpo Místico de Jesús, un organismo vivo que hace presente la mente y voluntad de Cristo en el mundo. Es Su amor hecho carne a lo largo de los siglos, Sus manos, Sus pies, Sus ojos y Su corazón. Todos somos, a través del Bautismo, miembros de ese Cuerpo. Nuestro propósito es Su propósito: llevar el amor no violento y perdón de Dios a un mundo hambriento, ir a los lugares más oscuros, a países lejanos en busca de pecadores; ser al mismo tiempo juez (signo de contradicción) y portador de salvación.

103 mártires de Corea, Santos

Memoria Litúrgica, 20 de septiembre

Santos Martires Coreanos
Andrés Kim Tae-Gon y Pablo Chong Ha-Sang y 101 compañeros

Martirologio Romano: Memoria de los santos Andrés Kim Taegön, presbítero, Pablo Chöng Hasang y compañeros, mártires en Corea. Se veneran este día en común celebración todos los ciento tres mártires que en aquel país testificaron intrépidamente la fe cristiana, introducida fervientemente por algunos laicos y después alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los misioneros. Todos estos atletas de Cristo —tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños—, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia en Corea (1839-1867).

Fecha de canonización: Los 103 mártires fueron canonizados por S.S. Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984, en Seúl, Corea.

Integran el grupo: santos Simeón BerneuxAntonio DaveluyLorenzo Imbert, obispos; Justo Ranfer de BretenièresLuis BeaulieuPedro Enrique DoriePadro MaubantJacobo ChastanPedro AumaîtreMartín Lucas Huin, presbíteros; Juan Yi Yun-il, Andrés Chong Hwa-gyong, Esteban Min Kuk-ka, Pablo Ho Hyob, Agustín Pak Chong-won, Pedro Hong Pyong-ju, Pablo Hong Yong-ju, José Chang Chu-giTomás Son Cha-sonLucas Hwang Sok-tu, Damián Nam Myong-hyog, Francisco Ch’oe Kyong-hwanCarlos Hyon Song-munLorenzo Han I-hyong, Pedro Nam Kyong-mun, Agustín Yu Chin-gil, Pedro Yi Ho-yong, Pedro Son Son-ji, Benedicta Hyon Kyongnyon, Pedro Ch’oe Ch’ang-hub, catequistas; Agueda Yi, María Yi In-dog, Bárbara Yi, María Won Kwi-im, Teresa Kim Im-i, Columba Kim Hyo-im, Magdalena Cho, Isabel Chong Chong-hye, vírgenes; Teresa Kim, Bárbara Kim, Susana U Sur-im, Agueda Yi Kan-nan, Magdalena Pak Pong-son, Perpetua Hong Kum-ju, Catalina Yi, Cecilia Yu Sosa, Bárbara Cho Chung-i, Magdalena Han Yong-i, viudas; Magdalena Son So-byog, Agueda Yi Kyong-i, Agueda Kwon Chin-i, Juan Yi Mun-u, Bárbara Ch’oe Yong-i, Pedro Yu Chong-nyulJuan Bautista Nam Chong-samJuan Bautista Chon Chang-unPedro Ch’oe HyongMarcos Chong Ui-baeAlejo U Se-yong, Antonio Kim Song-u, Protasio Chong Kuk-bo, Agustín Yi Kwang-hon, Agueda Kim A-gi, Magdalena Kim O-bi, Bárbara Han Agi, Ana Pak Ag-i, Agueda Yi So-sa, Lucía Pak Hui-sun, Pedro Kwon Tu-gin, José Chang Song-jib, Magdalena Yi Yong-hui, Teresa Yi Mae-im, Marta Kim Song-im, Lucía Kim, Rosa Kim, Ana Kim Chang-gum, Juan Bautista Yi Kwang-nyol, Juan Pak Hu-jae, María Pak Kuna- gi Hui-sun, Bárbara Kwon-hui, Bárbara Yi Chong-hui, María Yi Yon-hui, Inés Kim Hyo-ju, Catalina Chong Ch’or-yom, José Im Ch’i-baeg, Sebastián Nam I-gwan, Ignacio Kim Che-jun, Carlos Cho Shin-ch’ol, Julita Kim, Águeda Chong Kyong-hyob, Magdalena Ho Kye-im, Lucía Kim, Pedro Yu Taech’olPedro Cho Hwa-soPedro Yi Myong-soBartolomé Chong Mun-hoJosé Pedro Han Chae-kwonPedro Chong Won-jiJosé Cho Yun-ho, Bárbara Ko Sun-i y Magdalena Yi Yong-dog.

Breve Semblanza

París, rue du Bac. La calle está hoy compartida. Una de sus aceras la ocupan casi íntegramente los inmensos almacenes «Au bon marché». La otra acera conserva todavía un cierto aire del primitivo París. Una puerta humilde, que da a un estrecho callejón, conduce a una iglesia objeto de la veneración de todos los católicos del mundo: la capilla de las apariciones de la Virgen Milagrosa. Siguiendo por la misma acera encontramos otro edificio, también humilde en apariencia, pero de enorme significación en la historia de la Iglesia: el seminario de misiones extranjeras. Allí se forjó un nuevo estilo en la manera de concebir la tarea misional y allí, por vez primera, en forma orgánica, el clero secular forjó sus armas para salir a luchar las rudas batallas contra el paganismo.

El seminario llevaba ya muchos años funcionando cuando en 1831 se confiaba a sus alumnos un nuevo territorio de misión: la península de Corea. Territorio muy vasto, su extensión equivale prácticamente a la de Italia, y cuya evangelización habría de resultar muy penosa. Pese a estar a la misma latitud que España o Italia, el clima es duro, continental, extremado. Por otra parte, el país es pobre, y no podría resultar fácil la vida de los misioneros. En cambio iban a tener éstos una ventaja: les esperaban unas cristiandades que habían sufrido ya su bautismo de sangre y la terrible prueba de la persecución.

Corea es uno de los pocos países del mundo en donde el cristianismo no fue introducido por los misioneros. Durante el siglo dieciocho se difundieron por el país algunos libros cristianos escritos en chino, y uno de los hombres que los leyeron, se las arregló para ingresar al servicio diplomático del gobierno coreano ante el de Pekín, buscó en la capital de China al obispo Mons. de Gouvea y de sus manos recibió el bautismo y algunas instrucciones. Este intelectual coreano, bautizado en Pekín, fue quien consiguió -a partir de su retorno en 1784- introducir el cristianismo en Corea.

Pero aquella naciente cristiandad sufrió una dura persecución y estuvo a punto de ser aniquilada. Sin embargo, cuando diez años más tarde, en 1794, un sacerdote chino vino de Pekín encontró todavía cuatro mil cristianos, tan fervorosos que en poco tiempo su número se duplicó. Siete años más tarde, en 1801, se produce una nueva represión, y el sacerdote fue ejecutado con unos trescientos cristianos, entre quienes destacaba la noble figura de Juan Niou y su mujer Lutgarda, que habían contraído matrimonio sin usar nunca del mismo.

Existe una carta escrita por los coreanos para implorar al Papa Pío VII que enviase sacerdotes a aquella pequeña grey que, sin embargo, ya había dado mártires a la Iglesia.

Treinta años después, la Sagrada Congregación de Propaganda erigía un vicariato apostólico en Corea y lo confiaba, según hemos dicho, al Seminario de Misiones Extranjeras, de París. Pese a que en 1815 y en 1827 había habido nuevas oleadas de persecución, el número de cristianos sobrepujaba ya los seis millares. Al frente del nuevo vicariato iba a ser colocado un fervoroso misionero de China: Lorenzo José Mario Imbert.

Su nombre es el primero y el más destacado de la larga relación de mártires cuya fiesta se celebra hoy. Había nacido en la diócesis de Aix-en-Provence. Su familia residía en Calas, y era harto pobre. Es conmovedor saber cómo aprendió a leer: un día encontró un centimillo en la calle, con el compró un alfabeto y rogó a una vecina que le enseñara las letras. Así, a fuerza de perseverancia, consiguió la preparación suficiente para poder ingresar, en 1818, en el seminario de Misiones Extranjeras. Después de dos años de estudios se embarca en Burdeos y marcha a trabajar a China.

En plena tarea apostólica le sorprende el nombramiento de vicario apostólico de Corea y su elevación al episcopado. En mayo de 1837 es consagrado en Seu-Tchouen, y al terminar el año llega a Corea.

No era el primero en llegar. Le habían precedido ya otros dos misioneros, llamados a compartir el martirio con él. Los dos franceses: Pedro Filiberto Maubant, nacido en la diócesis de Bayeux, y Santiago Honorato Castán, nacido en la diócesis de Digne. El primero había venido directamente de Francia. El segundo había trabajado anteriormente en Siam.

Inmediatamente pusieron manos a la obra. Ante todo fue necesario aprender la lengua coreana, tributaria del chino, pero con muchas analogías con los dialectos siberianos. Después pudieron ya ponerse de lleno al trabajo apostólico.

Escuchemos a monseñor Imbert lo que era su vida:

«No permanezco mas que dos días en cada casa que reúno los cristianos, y antes de que amanezca el tercer día paso a otra casa. Me toca sufrir mucha hambre, porque después de haberme levantado a las dos y media de la madrugada, esperar hasta el mediodía y recibir entonces una comida mala y floja, bajo un clima bajo y seco, no es cosa fácil. Después de comer reposo un poco, y a continuación doy clase de teología a mis seminaristas; después oigo confesiones hasta la noche. Me acuesto a las nueve sobre la tierra cubierta de una lona y un tapiz de lana de Tartaria, porque en Corea no hay ni camas ni mantas. He tenido, siempre un cuerpo débil y enfermizo, y a pesar de todo he llevado adelante una vida laboriosa y bien ocupada; pero aquí pienso haber llegado a lo superlativo y al nec plus ultra de trabajo. Ya os imaginaréis que con una vida tan penosa no tengamos miedo al golpe de sable que debe terminarla.»

Todo esto había que hacerlo con el mayor secreto. Las quince o veinte personas a las que había atendido cada día: confesiones, bautismos, confirmaciones, matrimonios, etcétera, tenían que retirarse antes de la aurora. Aun así, aquella vida no pudo prolongarse mucho tiempo. Dos años después de su llegada, el 11 de agosto de 1839, monseñor Imbert era detenido por los perseguidores.

Comprendió bien que había llegado el final de su vida. Y creyó un deber, para evitar apostasías a los fieles seguidores, invitar a sus dos compañeros a entregarse. La tarjeta enviada por el obispo, que era una invitación al martirio, llegó primero al padre Maubant, quien la transmitió a su compañero el padre Castán. Ambos obedecieron sin vacilar. Cada uno redactó una instrucción para uso de sus fieles y luego en común unas líneas dirigidas a toda la cristiandad coreana. Escribieron una breve memoria para el Cardenal Prefecto de Propaganda Fide y una carta a sus hermanos de las Misiones Extranjeras para encomendarles a sus neófitos. En esta carta es donde alegremente, como si quisieran aliviarles la pena, dicen que «el primer ministro Ni, actualmente gran perseguidor, ha hecho fabricar tres grandes sables para cortar cabezas».

Todo esto llevaba la fecha del 6 de septiembre. Y una vez terminados los preparativos, los dos misioneros se unieron a su obispo. Los tres europeos comparecieron ante el prefecto y confesaron noblemente su fe: «Por salvar las almas de muchos, no hemos vacilado ante una distancia de diez millares de lys. Denunciar a nuestras gentes, y hacerles daño, olvidando los diez mandamientos, no lo haremos jamás, preferimos morir.» Aquel mismo día 15 de septiembre recibieron la primera paliza, con bastones. Otra nueva les esperaba, después de un interrogatorio similar, el día 16. Por fin, el día 21 tuvo lugar el suplicio final.

Les desnudaron hasta la cintura, y les asaetearon cruelmente, de arriba a abajo, a través de las orejas, les colmaron de heridas y, por fin, los rociaron de cal viva. Después de obligarles a dar por tres veces la vuelta a la plaza, mostrándose al público que se burlaba de ellos, se les hizo arrodillarse. Los soldados empezaron a correr en su derredor y al pasar les golpeaban con su sable. El padre Castán se puso instintivamente de pie al recibir el primer golpe. Después se arrodilló junto a sus dos compañeros, que estaban inmóviles. Al poco tiempo, los tres habían muerto.

Pero no eran ellos solos. Antes y después iban a perecer en aquella misma persecución otros muchos cristianos.

El primer lugar, un sacerdote nativo: el padre Andrés Kim. De acuerdo con las mejores tradiciones del seminario de Misiones Extranjeras, los misioneros se habían preocupado de ir preparando, en lo posible, un clero nativo. Cuando ellos murieron, el padre Kim se esforzó por conseguir que vinieran nuevos misioneros. En estos afanes le sorprendieron los perseguidores. Después de larga estancia en la cárcel, fue decapitado en 1846.

En la misma persecución murieron también diez catequistas y una muchedumbre de fieles. De entre ellos se escogieron unos cuantos, a quienes hoy veneramos en los altares: setenta y cinco héroes «nobles y plebeyos, jóvenes y viejos, mujeres ya maduras y jóvenes en la más florida edad, que prefirieron las cárceles, los tormentos, el fuego, el hierro, las cosas más extremas a trueque de no apartarse de la religión santísima. Para tentar su fe, los bárbaros verdugos recurrieron a los tormentos más refinados. Unos fueron ahorcados, a otros les rompieron las piernas, otros fueron azotados hasta la muerte, otros quemados con planchas ardientes, otros enterrados vivos en nichos para que murieran de hambre, y así todos cambiaron esta vida por otra inmortal y feliz. Tantos y tan crueles suplicios los sufrieron todos con invicta fortaleza». Tales son las palabras del Decreto de beatificación expedido por el papa Pío XI. Porque, como ya anteriormente se había escrito en el Decreto de tuto, aquella muchedumbre, en la que había incluso niños de quince y trece años, «mostró tanta constancia en profesar la fe, que en manera alguna pudo la rabia de los perseguidores llegar a vencerla. Ni las cárceles largas y horribles, ni los tormentos crudelísimos, ni el hambre y la sed, con la que ellos eran probados, ni otros horrendos suplicios, ni el terror y los halagos de los jueces impíos, ni la edad juvenil o provecta, ni el amor materno, ni la piedad filial, ni el dulce yugo del matrimonio, fueron capaces de superar la fortaleza y firmeza de aquellos mártires».

No es extraño que muy pronto se extendiera por todo el mundo la fama de su admirable ejemplo. Por eso, el papa Pío XI, superando las dificultades de tipo jurídico que se oponían a su beatificación, pues resultaba muy difícil recoger las pruebas exigidas con todo el rigor canónico, teniendo en cuenta que había certeza absoluta de la realidad del martirio, los beatificó solemnemente en 1925.  A esa lista se sumarían luego aquellos mártires que beatificó el papa Pablo VI el 6 de octubre de 1968.  Finalmente, el papa Juan Pablo II rindió homenaje a todos los mártires de Corea, canonizando a estos confesores de la fe en la ciudad de Seúl el 6 de mayo de 1984,

Su sangre, como siempre ha ocurrido, fue semilla de nuevos cristianos, y hoy Corea, al menos en su parte Sur, libre del comunismo, es una de las cristiandades más florecientes y esperanzadoras de todo el Extremo Oriente.

¿Quién tiene la razón?

Santo Evangelio según San Lucas 7, 31-35. Miércoles XXIV del tiempo ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Hazme dócil, Señor, a tu Palabra. Quiero escuchar la voz de tu Espíritu en mi espíritu, con apertura y generosidad. Guíame por el camino que conduce a ti, ilumina mi corazón para que pueda tomar las decisiones correctas en este día, para la construcción de tu Reino. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 7, 31-35

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?

Se parecen a esos niños, que se sientan a jugar en la plaza y se gritan los unos a los otros: «Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado». Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y ustedes dijeron: ‘Ese está endemoniado; Y viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores». Pero solo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen».
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Entre flautas y lamentaciones, Cristo tiene hoy un mensaje que abraza todas las generaciones. Nuestra vida cristiana requiere estar atentos a la voz de Dios y saber por dónde nos guía. Hay circunstancias para sacar la flauta y tocar y bailar; otros momentos, en cambio, requieren lamentaciones y llantos y luto. ¿Qué es lo mejor en cada momento? ¿Cómo saber qué quiere Dios?

El arte de descubrir la voz del Señor se llama discernimiento. En el camino nos encontramos un sinfín de encrucijadas, donde tenemos que escoger entre la derecha o la izquierda. Cada lado tiene sus ventajas y sus riesgos, y hagamos lo que hagamos, siempre habrá opiniones en contra y gente que se nos oponga. Por eso, una condición necesaria para ejercitarnos en el arte de discernir es la libertad de espíritu.

¿Qué significa ser libres de espíritu? Podemos imaginarnos una escena tal vez algo fantasiosa.

Estamos volando en las alas del Espíritu Santo. Y sentimos la tentación de ponerle riendas para controlar la dirección: la rienda del qué dirán los demás, de lo que a mí más me agrada, de un esquema prefabricado… Pero con el Espíritu Santo lo mejor es volar por donde Él quiera, bajo la sombra de sus alas, y no por encima de ellas. Él sabe mucho mejor que nosotros por dónde es mejor moverse; cuándo es el tiempo de la penitencia y cuándo de celebración, sin importar lo que digan los demás. Él es la sabiduría misma; los hijos de Dios saben que sólo Él tiene la razón.

Así, durante este día, coloquémonos bajo las alas del Espíritu Santo. Será necesario hacer un poco de espacio y silencio dentro del corazón. Él hablará. Pongámonos a la escucha de su voz y dejémonos guiar según sus indicaciones para el día de hoy.

«El discernimiento requiere, por parte del acompañante y de la persona acompañada, una delicada sensibilidad espiritual, un ponerse de frente a sí mismo y de frente al otro «sine propio», con completo desapego de prejuicios y de intereses personales o de grupo. Además, es necesario recordar que en el discernimiento no se trata solamente de elegir entre el bien y el mal, sino entre el bien y el mejor, entre lo que es bueno y lo que lleva a la identificación con Cristo».

(Discurso de S.S. Francisco, 20 de enero de 2017).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré unos minutos de silencio por la tarde, preguntando al Espíritu Santo a dónde me ha guiado este día.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén

Conoce a estos cuatro sorprendentes santos coreanos

Los santos Andrew Kim Taegon y Paul Chong Ha-sang.

La próxima JMJ será en Corea del Sur, y para muchos, resultó extraña la elección, sin embargo, te sorprenderá saber cuántos santos tienen

Ha terminado la JMJ en Lisboa, los miles de peregrinos que acudieron al llamado para vivir de cerca el mensaje de Cristo, felizmente se han retirado a sus lugares de origen, con un pensamiento en la mente: volver a verse en el 2027, cuando la siguiente Jornada se lleve a cabo en Seúl, Corea del Sur.

Para muchos fue extraño el anuncio, pues nunca se ha realizado un evento de esta naturaleza en el continente asiático, y menos en un país con una cultura tan diferente a la occidental; sin embargo, tiene mucho sentido: es un país con una historia impresionante respecto al catolicismo.

Con 103 santos, 123 beatos y más de 200 siervos de Dios, de acuerdo con la Conferencia del Episcopado de Corea del Sur, no nos cabe duda de que se trata de una tierra bendita, regada por sangre de mártires que sufrieron una cruel persecución religiosa en el siglo XIX, durante la que se calcula que fueron asesinados diez mil católicos. Actualmente, la Iglesia coreana tiene casi seis millones de fieles, 12,000 religiosos y más de 5,500 sacerdotes activos.

Para darnos una idea de la santidad que impera en Corea, presentamos a cuatro de estos campeones de la fe.

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1 ANDRÉS KIM TAEGON

Andrés Kim Taegon fue el primer sacerdote católico de origen coreano. Nació en una familia noble. Su padre fue martirizado (al igual que él) por practicar el cristianismo. Se bautizó a los 15 años y estudió en el seminario de la colonia portuguesa de Macao, que en la actualidad pertenece a China. El 17 de agosto de 1845  fue ordenado sacerdote en Shanghái y después volvió a Corea a predicar y evangelizar. Fue la época de la dinastía Joseon, que persiguió duramente el cristianismo, por tanto, los católicos recurrieron a practicar su fe en secreto. En 1846, Andrés fue torturado y decapitado cerca de Seúl en el río Han a la edad de 25 años.

2 PABLO CHONG HASANG

San Pablo Chong Hasang fue hijo del mártir Agustín Jeong Yak-jong, que murió cuando él tenía 7 años. Entonces su madre, él y sus hermanos se fueron a una zona rural. Pablo viajó a Pekín, China, como intérprete del gobierno, donde en 1825 conoció al obispo de esa ciudad, a quien pidió enviar sacerdotes a Corea y por su medio, escribió al papa Gregorio XVI para solicitar la creación de una diócesis en Corea. Pablo estaba a punto de ordenarse presbítero cuando estalló la persecución. Después de ser arrestado fue torturado y clavado a una cruz,  muriendo decapitado a los 45 años de edad.

3 YI SUNG-HUN

Yi Seung-hun, bautizado con el nombre cristiano de Pedro, fue el primer católico coreano y mártir. En 1783 viajó a Pekín con su padre, donde los misioneros jesuitas le enseñaron el catecismo y luego recibió el bautismo. Al año siguiente volvió a Corea llevando muchas publicaciones católicas. Fue maestro y bautizó a algunos coreanos. En 1794, por haber organizado la entrada en Corea del padre chino Ju Moon-mo, fue condenado al exilio y en 1841 fue condenado a muerte en la prisión de Seosomoon de Seúl. 

4 BÁRBARA CHO CHUNGI

Bárbara Cho Chungi fue una laica cristiana coreana, proveniente de una familia noble de buena reputación. A los 16 años se casó con otro cristiano que luego fue mártir también, Sebastián Nam I-gwan. Tuvieron un hijo que murió a los pocos días de nacido.

Cuando comenzó la persecución en 1801 muchos de los familiares de Bárbara fueron martirizados y su esposo Sebastián fue enviado al exilio. Protectora de sacerdotes, fue arrestada en julio de 1839. Se negó a renegar de su fe y a revelar dónde se escondía su esposo, por lo que fue severamente golpeada y torturada. Su esposo también fue arrestado y torturado. Ambos son valientes y aceptan morir por su fe. Bárbara Cho Chungi fue decapitada en las afueras de Seúl el 29 de diciembre de 1839 a la edad de 36 años, junto con otros seis católicos.