St. John Chrysostom
Luke 6:20-26
Amigos, el Evangelio de hoy es una versión breve de las bienaventuranzas. Primero se nos dice: “Bienaventurados los pobres”.
Notamos que no está la moderación ofrecida por Mateo (“pobres de espíritu”), sino una afirmación simple y directa de la bendición de ser pobre. ¿Cómo interpretamos lo que parece prima facie una glorificación de la pobreza económica? Permítanme proponer lo siguiente: “Qué suerte tienes si no eres adicto a las cosas materiales”. Uno de los sustitutos clásicos de Dios es la riqueza material, la acumulación de “cosas”.
La libertad y plenitud del desapego probablemente no se expresan mejor que en el hermoso mantra de Juan de la Cruz: “Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada”.
Esta cuádruple negación no es otra cosa que la más profunda afirmación. Al final de cuentas, es ver el mundo tal como es, y no a través de la lente distorsionadora de la codicia y el egoísmo.
La página del Evangelio de hoy nos invita, (…) a reflexionar sobre el profundo significado de tener fe, que consiste en fiarnos totalmente del Señor. Se trata de derribar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y verdadero; solo él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y sin embargo tan difícil de alcanzar. Hermanos y hermanas, hay muchos, también en nuestros días, que se presentan como dispensadores de felicidad: vienen y prometen éxito en poco tiempo, grandes ganancias al alcance de la mano, soluciones mágicas para cada problema, etc. Y aquí es fácil caer sin darse cuenta en el pecado contra el primer mandamiento: es decir, la idolatría, reemplazando a Dios con un ídolo.(…)
Por eso Jesús abre nuestros ojos a la realidad. Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados, y lo somos desde el momento en que nos ponemos de la parte de Dios, de su Reino, de la parte de lo que no es efímero, sino que perdura para la vida eterna. Nos alegramos si nos reconocemos necesitados ante Dios (…) y si como Él y con Él estamos cerca de los pobres, de los afligidos y de los hambrientos. Nosotros también lo somos ante Dios: somos pobres, afligidos, tenemos hambre ante Dios. (Ángelus, 17 febrero 2019)
Juan Crisóstomo, Santo
Memoria Litúrgica, 13 de septiembre
Obispo y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Juan, obispo de Constantinopla y doctor de la Iglesia, antioqueno de nacimiento, que, ordenado presbítero, llegó a ser llamado «Crisóstomo» por su gran elocuencia.
Gran pastor y maestro de la fe en la sede constantinopolitana, fue desterrado de la misma por insidias de sus enemigos, y al volver del exilio por decreto del papa san Inocencio I, como consecuencia de los malos tratos recibidos de sus guardianes durante el camino de regreso, entregó su alma a Dios en Cumana, localidad del Ponto, el catorce de septiembre († 407).
Patronazgo: predicadores y oradores
Breve Biografía
Educado por la madre, santa Antusa, Juan (que nació en Antioquía probablemente en el 349) en los años juveniles llevó una vida monástica en su propia casa.
Después, cuando murió la madre, se retiró al desierto en donde estuvo durante seis años, y los últimos dos los pasó en un retiro solitario dentro de una cueva con perjuicio de su salud.
Fue llamado a la ciudad y ordenado diácono, luego pasó cinco años preparándose para el sacerdocio y para el ministerio de la predicación. Ordenado sacerdote por el obispo Fabián, se convirtió en celoso colaborador en el gobierno de la Iglesia antioquena. La especialización pastoral de Juan era la predicación, en la que sobresalía por las cualidades oratorias y la profunda cultura. Pastor y moralista, se preocupaba por transformar la vida de sus oyentes más que por exponer teóricamente el mensaje cristiano.
En el 398 Juan de Antioquía (el sobrenombre de Crisóstomo, es decir Boca de oro, le fue dado tres siglos después por los bizantinos) fue llamado a suceder al patriarca Netario en la célebre cátedra de Constantinopla. En la capital del imperio de Oriente emprendió inmediatamente una actividad pastoral y organizativa que suscita admiración y perplejidad: evangelización en los campos, fundación de hospitales, procesiones antiarrianas bajo la protección de la policía imperial, sermones encendidos en los que reprochaba los vicios y las tibiezas, severas exhortaciones a los monjes perezosos y a los eclesiásticos demasiado amantes de la riqueza.
Los sermones de Juan duraban más de dos horas, pero el docto patriarca sabía user con gran pericia todos los recursos de la oratoria, no para halagar el oído de sus oyentes, sino para instruír, corregir, reprochar.
Juan era un predicador insuperable, pero no era diplomático y por eso no se cuidó contra las intrigas de la corte bizantina. Fue depuesto ilegalmente por un grupo de obispos dirigidos por Teófilo, obispo de Alejandría, y desterrado con la complicidad de la emperatriz Eudosia. Pero inmediatamente fue llamado por el emperador Arcadio, porque habían sucedido varias desgracias en palacio. Pero dos meses después era nuevamente desterrado, primero a la frontera de Armenia, y después más lejos a orillas del Mar Negro.
Durante este último viaje, el 14 de septiembre del 407, murió. Del sepulcro de Comana, el hijo de Arcadio, Teodosio el Joven, hizo llevar los restos del santo a Constantinopla, a donde llegaron en la noche del 27 de enero del 438 entre una muchedumbre jubilosa.
De los numerosos escritos del santo recordamos un pequeño volumen Sobre el Sacerdocio, que es una obra clásica de la espiritualidad sacerdotal.
Recordar para que hemos sido creados
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quiero dejarme amar…Te conozco desde antes que nacieras, sé tu historia conozco tus problemas. Sé de tus heridas y de tu pasado y aun así te amo. Sólo abandónate en mis brazos, confía en mi amor que lo puede todo… Jesús.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 20-26
«Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas. Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!»
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Detenernos a meditar en este Evangelio nos hace recordar inmediatamente, o debería, a nuestros hermanos perseguidos en medio oriente. Verdaderamente su testimonio de vivencia radical de su fe, debería conmover nuestros corazones y hacernos despertar.
¿En qué momento perdimos el rumbo? ¿En qué momento olvidamos que ésta no es nuestra patria final, que sólo estamos de paso por este mundo, que de nada le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?
Es necesario alzar la voz contra la tiranía de la superficialidad, que nos inhibe continuamente para no pensar en la trascendencia. A buscar sólo el placer y vivir al día a día, como si no existiese mañana. A no preocuparnos por lo espiritual, cuando tienes muchas cosas materiales y terrenas por las que preocuparte. A no tener momentos de silencio y encuentro personal, para poder así pretender callar la sed y la voz de mi alma que sufre y gime por no poder saciar la sed de infinito que tiene, con ruido, cosas materiales, finitas y pasajeras.
Hoy es el día. Hoy es una nueva oportunidad de vivir en el amor. Háblale a tu Creador, tu Dios y Señor,quien vive en tu interior y, continuamente, toca a la puerta de tu corazón esperando que le abras para cenar contigo. Él te dirá lo que tienes que hacer
Madre Santísima, danos el valor y coraje de vivir coherentemente nuestra fe. Que continuamente tu recuerdo nos permita recordar para que hemos sido creados.
«Cada uno de nosotros hoy puede preguntarse: ¿Me detengo para escuchar la Palabra de Dios, tomo la Biblia en las manos, y me está hablando?; ¿mi corazón se ha endurecido? ¿Me he alejado del Señor? ¿He perdido la fidelidad al Señor y vivo con los ídolos que me ofrece la mundanidad de cada día? ¿He perdido la alegría del estupor del primer encuentro con Jesús? Hoy es una jornada para escuchar. Escuchad, hoy, la voz del Señor, hemos rezado. «No endurezcáis vuestro corazón». Pidamos esta gracia: la gracia de escuchar para que nuestro corazón no se endurezca».
(Homilía de S.S. Francisco, 23 de marzo de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicaré un espacio al final del día para hacer un balance sobre mis actitudes y actividades buscando retomar el rumbo hacia la santidad. Dios me quiere santo y ya me está dando todas las gracias para ello.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Quiénes son los pobres de espíritu?
Si todo lo hemos recibido por Jesucristo, démoslo también por Él.
“Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios. Busquen la justicia, busquen la humildad”.
Con estas palabras el Profeta Sofonías anima a los miembros del Pueblo de Israel, que se sienten confundidos ante la trágica muerte del Rey Josías, quien había corregido los malos gobiernos que le precedieron, y restaurado el culto en fidelidad a Dios. Por lo cual, particularmente los más desprotegidos comenzaban a desconfiar si Dios está o no con ellos, e incluso a sentirse abandonados por la Providencia divina.
En esas circunstancias, el profeta les dirige estas alentadoras palabras: “yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras”.
Así, el profeta señala que la gente pobre y humilde, minusvalorada, resto de la sociedad, es elegida para transmitir la presencia y la continuidad del pueblo de Israel como el Pueblo elegido por Dios para manifestarse a los demás pueblos. Esta vocación que continúa la Iglesia por mandato de Jesucristo, la reitera el apóstol San Pablo al dirigirse a la comunidad cristiana de Corinto:
“Hermanos: Consideren que entre ustedes, los que han sido llamados por Dios, no hay muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, según los criterios humanos. Pues Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios”.
San Pablo aclara contundentemente que la obra de Dios solamente será efectiva si estamos unidos a Cristo Jesús, y que a través de esta comunión con Él, desarrollaremos la sabiduría necesaria para conducirnos rectamente en el cumplimiento de nuestra particular vocación, obteniendo la justicia, la santificación y la redención: “por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención.
La consecuencia es que debemos ser humildes y reconocer que todo lo hemos recibido gracias a Jesucristo, el Señor: “Por lo tanto, como dice la Escritura: El que se gloría, que se gloríe en el Señor”.
El Evangelio reitera en labios de Jesús esta misma afirmación sobre la necesidad de la humildad en el discípulo de Cristo, al proclamar que la pobreza de espíritu es indispensable para obtener la participación y la experiencia del Reino de los Cielos:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Por tanto, la pobreza de espíritu es consecuencia de la humildad, virtud que genera el reconocimiento que todo lo que poseemos y adquirimos a lo largo de nuestra vida es don y regalo de Dios.
Ahora bien, si lo que tenemos nos viene por la generosidad divina, debemos atender a las personas que no cuentan habitualmente en la vida social de una población; es decir, los pobres y todo tipo de marginados, deben ser siempre atendidos y auxiliados en sus necesidades temporales, por quienes si hemos recibido dones materiales, y reconocemos que provienen de la Providencia divina.
En esta reflexión entenderemos mejor porque la Caridad es la máxima de las virtudes que debe practicar un discípulo de Cristo, como tantas veces lo ha señalado el Magisterio de la Iglesia; y en estos años el Papa Francisco, lo ha mostrado en su ministerio, indicándonos que al encontrarnos con ellos y asistirlos, nos encontramos con Cristo
Hay otras dos bienaventuranzas en la parte final que completan nuestra reflexión: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Es decir, también los hijos de Dios debemos promover y practicar la justicia, y procurar la buena relación entre los miembros de una sociedad. Lo cual, sin lugar a dudas, afectará a todos los que proceden arbitrariamente, buscando solo su beneficio y dejando de lado la práctica de la justicia. Esto precisamente es lo que, en muchas ocasiones, provoca la injuria, la calumnia y la persecución contra los que buscan la justicia, la reconciliación y la paz.
El discurso de las Bienaventuranzas, culmina afirmando: “Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Lo cual sin duda sorprende el estilo de la vida humana, que aprecia más a quien tiene riquezas temporales, o poder por la autoridad que ejerce.
Así Jesús previene a sus discípulos, que siguiendo sus enseñanzas no obtendrán reconocimiento y éxito en esta vida; sino al contrario, estarán expuestos a la injuria, la persecución y la calumnia. Porque con el estilo de vida que mira a la vida eterna y no se queda con la mirada miope de la vida terrena, siempre se tocarán intereses meramente humanos, que buscan el placer, las riquezas y el poder.
Por eso los invito a retomar y apropiarnos del Salmo 145, con el que hoy respondíamos a la Palabra de Dios: “El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente, reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos”.
Dirijamos ahora nuestra mirada y nuestra súplica a Nuestra Madre, María de Guadalupe, para aprender de ella a ser humildes y reconocer que todo bien procede de Dios, Nuestro Padre; y pidamos su auxilio para fortalecer nuestra generosidad con el pobre y el necesitado.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, y aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, ayúdanos a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, orienta nuestro camino para estar vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.
Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a manifestar a través de nuestras vidas que Cristo, tu Hijo Jesús, vive en medio de nosotros, y nos convirtamos así en sus discípulos y misioneros en el tiempo actual.
Nos encomendamos a ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
¿Por qué la Cruz de Cristo es signo de salvación?
Del santo Evangelio según san Juan: 3, 14-21
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Cultura Bíblica
Un tema que causó muchas discusiones durante la segunda mitad del siglo pasado fue el de la cruz como signo de salvación. Muchas personas opinaban que el mejor signo del cristianismo no era la cruz, sino la resurrección del Señor; sin embargo, la tradición de la comunidad cristiana a lo largo de toda su historia le ha dado el lugar central como signo de salvación a la crucifixión de Cristo.
El texto que leemos este domingo nos muestra que la cruz no fue el primer signo difícil de comprender, pues ya en el Antiguo Testamento, Dios le había pedido a Moisés que levantara una serpiente sobre un palo y quien viera esta serpiente no moriría si era mordido por una serpiente.
Así como la cruz fue usada por los romanos como instrumento de castigo, las serpientes en el caminar de Israel por el desierto fueron ocupadas por Dios para castigar la idolatría del pueblo (cfr. Nm 21,4-9).
En este pasaje de san Juan, Jesús no pone el acento en el símbolo de tortura o castigo sino en el ser levantado a lo alto. Para poder apreciar esto es importante recordar que se trata de un diálogo entre Jesús y Nicodemo. Al inicio de este diálogo Jesús pide a Nicodemo nacer de nuevo, y lo explica diciéndole que es necesario nacer de lo alto, nacer del agua y del espíritu.
La comunidad cristiana ha interpretado este texto como un discurso referido al sacramento del Bautismo, donde el signo del agua hace evidente que somos vivificados por el Espíritu Santo. A lo alto y al cielo, que es el lugar de Dios, se opone este mundo, el cual no puede acceder al Reino de Dios por sí solo.
Así pues, la cruz es un medio que tiene doble significación; para este mundo es un castigo, una tortura, un abajamiento hasta el último de los peldaños sociales. En cambio, para Jesucristo es el camino de exaltación, la vía de glorificación para llegar hasta el Padre.
Así como nosotros en el presente, trataríamos de evitar el ser crucificados, los cristianos de todos los tiempos han visto la cruz como instrumento de dolor, pero también reconocen la interpretación que Cristo le dio, a saber, elevarnos de este mundo para llegar al Padre. San Pablo ya lo decía (Col 2,12) “en el Bautismo hemos sido sepultados con Cristo para resucitar con Cristo”.
O como el mismo Señor lo dice en el mismo evangelio de San Juan: “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, permanece solo, ppero si muere dará mucho fruto” (Jn 12,24).