Comentario en la primera lectura del domingo 17 durante el año. A.
El primer libro de Reyes dedica nueve capítulos (3-11) al reinado de quien fue rey de Israel, Salomón. Lo hace con un gran optimismo, recreándose en las excelencias del reinado más próspero que tuvo Israel en toda su historia. En un momento del relato el narrador explica que “El rey Salomón superaba a todos los reyes de la tierra en riqueza y sabiduría. De todas partes venían a verle para escuchar la sabiduría que Dios le había infundido” (10,23-24). En el antiguo Oriente Próximo todos los soberanos se montaban su propia historia escrita naturalmente por su gloria y para provocar la admiración de los súbditos. Se hacían una lista de las magnificencias de su reinado que ni una brizna de sombra podía enturbiarlas y se grababan en estelas, columnas, paredes de los palacios, templos y monumentos funerarios.
El consenso mantenido durante mucho tiempo sobre Salomón y su reino defendiendo que fue señor de un gran imperio y una época de grandes construcciones y esplendor político y cultural, cada vez ha sido más cuestionado. Su nombre no es mencionado en ninguna fuente documental extra bíblica. La arqueología no atestigua ninguna época de gran esplendor cultural y las grandes construcciones atribuidas a la época salomónica en Hassor, Meguidó y Guèzer fueron, con toda probabilidad, construidas con posterioridad.
Los reyes de Babilonia y Asiria pedían a sus dioses larga vida, seguridad nacional, un ejército invencible que les permitiera la derrota de todos los enemigos, grandes riquezas y la prosperidad del país y un poder estable y de larga duración. Sorprendentemente Salomón no quiere nada de eso sino que pide a Dios que le dé sabiduría. El Señor concede a Salomón lo que le pide y no sólo sabiduría sino también riqueza y prosperidad. Es lo que leemos en la primera lectura de este domingo (1Re 3, 5.7-12).
Los capítulos del 3 al 11 del Primer libro de los Reyes pueden leerse como el cumplimiento de la promesa de Dios hecha en Salomón. Podemos observar varios tipos de sabiduría. Hay un tipo de sabiduría que podríamos calificar de política y social. La encontramos en los capítulos 5 y 10 y hace referencia a la organización administrativa del reino, a las relaciones y tratados internacionales y al intercambio cultural entre el que sobresale la conocida y famosa visita de la reina de Saba (10,1-13) ). Otro tipo de sabiduría es la que podríamos calificar de enciclopédica. Ésta se nota cuando el redactor del texto da noticia de los conocimientos que Salomón tenía sobre plantas y animales (5,9-14). Otro tipo de sabiduría es la ligada a la construcción del templo. Cabe recordar que a la construcción del templo el autor le dedica una parte muy extensa (6-8) de los capítulos 3-11. Por último está la sabiduría jurídica. Si alguna cualidad debe ser propia del rey es administrar con justicia. Es una cualidad propia del rey ideal. Esto es lo que pide el orante del salmo 72, curiosamente atribuido a Salomón y que parece un calco del reino descrito en 1Re,3-11: “Dios mío, da al rey tu derecho, dale tu rectitud. ¡Que gobierne con justicia tu pueblo, que sea recto con los humildes!” (Sal 72,1-2). La descripción gráfica de lo que dice el salmo y de la sabiduría jurídica de Salomón la encontramos en el episodio de las dos prostitutas que ambas reclaman ser la madre del hijo vivo (3,16-28).
Como ha podido verse el texto bíblico se recrea al magnificar la sabiduría de Salomón rozando casi la desmesura. Una sabiduría que sobrepasa las sabidurías de todos los tiempos y todos los lugares tanto es así que sabios y reyes vienen de todas partes para escucharla (10,1-13). La sabiduría de Salomón se ha convertido en referente en la literatura bíblica que le hace autor de Proverbios, Cántico de los cánticos, Sabiduría y algún salmo. La literatura apócrifa extra bíblica lo hace autor de los Salmos de Salomón y las Odas de Salomó. El reconocimiento de su sabiduría llega hasta el Nuevo Testamento: “La reina del país del sur… vino del otro jefe del mundo para escuchar la sabiduría de Salomón” (Mt 12,42).
Pero de poco le sirvió tanta sabiduría, a finales de sus días Salomón se abandonó a los dioses extranjeros iniciando la trayectoria idolátrica de la mayoría de los reyes de Israel y Judá que acabaría con el trágico final del exilio en Babilonia Domingo 17 durante el año. 30 de Julio de 2023.
St. Ignatius of Loyola
REFERENCIAS BÍBLICAS
Matthew 13:31-35
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús describe el poder transformador del Reino de Dios al compararlo con una semilla de mostaza y con levadura. La Iglesia es el Cuerpo de Jesús, el organismo vivo que mantiene presente la voluntad y mente de Cristo en el mundo. Es Su amor hecho carne a lo largo de los siglos, Sus manos, pies, ojos y corazón.
Todos somos, a través del bautismo, miembros de ese Cuerpo, por lo tanto, orgánicamente estamos relacionados con Él y entre nosotros mismos. Nuestro propósito es Su propósito: llevar el amor no violento y perdonador de Dios a un mundo hambriento, ir a los lugares más oscuros en busca de pecadores, ser a la vez juez y portador de salvación.
La responsabilidad de la Iglesia no es tanto hacerse accesible al mundo, sino más bien transformar el mundo. Es la semilla de mostaza, la levadura. En los términos de San Agustín, es la Ciudad de Dios abriéndose camino dentro de la Ciudad del Hombre.
Cuando somos más auténticamente nosotros mismos, encarnando el espíritu de Jesús, o mejor aún, siendo Su Cuerpo, somos más persuasivos y convincentes. Cuando conformamos lo que falta en los sufrimientos de Cristo ejercemos nuestra misión adecuadamente.
Ignacio de Loyola, Santo
Memoria Litúrgica, 31 de julio
Fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas)
Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio de Loyola, presbítero, quien, nacido en el País Vasco, en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios († 1556).
Fecha de beatificación: 27 de julio de 1609 por el Papa Pablo V
Fecha de canonización: 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV
Breve Biografía
San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo.
Un poco de historia
Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.
Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. Estuvo a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo para el resto de su vida.
Durante su recuperación, quiso leer novelas de caballería, que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés, comenzó a leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”.
Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho: la Madre de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús.
Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación. Con el tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los pensamientos del mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. Decidió seguir el ejemplo de los santos y empezó a hacer penitencia por sus pecados para entregarse a Dios.
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir peregrinando hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en España. Ahí decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de los alrededores, orando.
Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual y pasó al profundo goce espiritual, siendo un gran místico.
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran necesarios los estudios.
Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y santificarse.
A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió estudiando siete años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para poder mantener sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida cristiana. En esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de teología. Motivados por lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto de castidad, pobreza y vida apostólica, en una sencilla ceremonia.
San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas de vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de salud y regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola.
Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se encontraban en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al Papa. Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Paulo III convirtió a dos de ellos profesores de la Universidad. A Ignacio, le pidió predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar al pueblo. Los demás compañeros trabajaban con ellos.
El Papa Pablo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes. Fueron ordenados en Venecia por el obispo de Arbe el 24 de junio. Ignacio celebrará la primera misa en la noche de Navidad del año 1538. En ese tiempo se dedican a predicar y al trabajo caritativo en Italia.
Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540. Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría sujeto al Papa.
La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para la única y verdadera Iglesia de Cristo.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios y universidades de muy alta calidad académica.
Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los jesuítas.
Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por Gregorio XV.
¿Qué nos enseña su vida?
- A ser fuertes ante los problemas de la vida.
- A saber desprendernos de las riquezas.
- A amar a Dios sobre todas las cosas.
- A saber transmitir a los demás el entusiasmo por seguir a Cristo.
- A vivir la virtud de la caridad ya que él siempre se preocupaba por los demás.
- A perseverar en nuestro amor a Dios.
- A ser siempre fieles y obedientes al Papa, representante de Cristo en la Tierra.
Oración
Virgen María,
ayúdanos a demostrar en nuestra vida de católicos convencidos,
una profunda obediencia a la Iglesia y al Papa,
tal como San Ignacio nos lo enseñó con su vida de servicio a los demás.
Amén.
La semilla del Reino
Santo Evangelio según san Mateo 13, 31-35. San Ignacio de Loyola
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Un día colocaste una semilla muy pequeña en mí, Señor.
Muchos sembradores han pasado por mi vida. Tantas semillas han caído en mi corazón. Algunas han crecido sin yo darme cuenta. Otras las he cultivado yo mismo. Otras más han sido otros quienes las han hecho crecer. A veces son semillas de virtud, semillas de ilusiones, semillas de miedos, de traumas, de deseos. Unas han dado árboles frondosos, otras espinas. Algunas han muerto ya, otras están naciendo. De entre todas las semillas, sin embargo, hay una especial. Es la mejor. Incluso si aún es pequeña. Se llama la semilla del Reino. De un Reino de amor. Del Reino de Cristo. Ella no es sólo deseo, no es sólo ilusión, no es sólo incertidumbre; es todo eso y mucho más. Es aquella que da vida. Es aquella que pide mucha agua, mucho esfuerzo, mucho espacio en el corazón… pues es la única que lo llenará plenamente. La semilla es verdadera. Existe en mí, Dios la ha colocado.
Señor, ¿cómo la he cultivado?, ¿cómo te he dejado cultivarla? Una vez más renuevo mi confianza en ti y me entrego nuevamente a ti sabiendo que harás fructificar la semilla del Reino que has sembrado en mí.
«Somos pecadores, viene de ahí, pero tenemos un horizonte grande— [esta actitud] es precisamente el acto de fe en la potencia del Señor: el Señor puede, el Señor es capaz. Y nuestra pequeñez es la semilla, la pequeña semilla, que después germina, crece, el Señor la riega y sale adelante. Pero el sentido de pequeñez es precisamente el primer paso de confianza en la potencia de Dios. Id, seguid adelante por este camino».
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de febrero de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré una revisión de mis actitudes ante la gracia de Dios para descubrir algún deseo en mi corazón que quizá no corresponde al Amor. Si descubro en mí algún deseo noble y bueno, ¿lo puedo llevar adelante y hacer crecer? Te pido la gracia, Señor, de poder mirar mi corazón con sinceridad y confianza.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Ignacio de Loyola, un loco de amor por Jesucristo
Un infatigable peregrino; un buscador incansable de la voluntad de Dios.
Es verdad, se ha escrito mucho sobre la vida y obra de San Ignacio de Loyola, más nunca suficientemente. Cada uno de nosotros los jesuitas podríamos, con todo derecho, decir quién es Ignacio para cada uno. También todas las personas, hombres y mujeres, que hoy se nutren de la espiritualidad ignaciana podrían compartir quién es Ignacio y qué ha significado en su vida.
Podríamos empezar por identificarlo como aquel caballero y gentilhombre, el cortesano, el aguerrido, el herido de Pamplona, el buscador, el místico, el contemplativo, el enamorado, el compañero, el maestro de la sospecha y del discernimiento, el hombre de los Ejercicios Espirituales… hasta el fundador y Padre de la Compañía de Jesús. Y es que la biografía de San Ignacio de Loyola es tan amplia y diversa que podemos encontrar en él a un santo bien humano en cuya vida cualquiera de nosotros puede verse reflejado y sentirse identificado.
Por ejemplo, personalmente, recuerdo que antes de entrar a la Compañía a mí me conmovió mucho la elocuente honestidad con la que define gran parte de su vida en su Autobiografía “Hasta los veintiséis años fue un hombre dado a las vanidades del mundo”. Esa sola frase me hizo sentirme atraído por su historia y su persona hasta llevarme a tocar las puertas de la Orden.
No obstante, en la medida en que le he conocido más profundamente, me ha seducido mucho más su faceta de peregrino, tal y como él se define a sí mismo en sus escritos espirituales. Un infatigable peregrino; un buscador incansable de la voluntad de Dios que, seducido completamente por su “Criador y Señor”, era muy sensible a los movimientos del buen Espíritu en su interior. Así nos lo cuenta Jerónimo Nadal, uno de los primeros jesuitas:
El maestro Ignacio encaminó su corazón hacia donde lo conducía el Espíritu y la vocación divina; con singular humildad seguía al Espíritu, no se le adelantaba; y así era conducido con suavidad a donde no sabía. Aquel peregrino era un loco de amor por Jesucristo. Desde que Dios entró en su corazón comenzó a recorrer los caminos de Europa buscando el mejor modo de amar y servir. La pasión de su vida fue buscar y encontrar a Dios en todas las cosas.
Ese cojo peregrino de Loyola que, gracias a su dolorosa herida sufrida en Pamplona, pudo hacer un alto en su vida para encontrarse cara a cara consigo mismo y preguntarse con toda franqueza qué es lo que realmente quería para su vida y abrirse así a la gracia del Señor. Ese peregrino nos enseña que el seguimiento del Señor Jesús es un camino de suavidad que implica un hondo conocimiento de uno mismo y conocer internamente el corazón de Cristo para dejarse conducir “sabiamente ignorante” hacia los horizontes más insospechados de nuestros propios deseos y anhelos. San Ignacio no es un místico que vaya por el camino de las nadas; al contrario, Ignacio es un místico del todo. No le tiene miedo a la fuerza de su imaginación para recrear las escenas del Evangelio en sus propias contemplaciones. La espiritualidad que nos ha heredado es una espiritualidad sensual que, por medio de la aplicación de los sentidos, nos enseña que podemos rastrear la presencia de Dios en todas las cosas creadas sobre la faz de la tierra porque no hay ninguna división entre lo sacro y lo profano, todo y todos somos motivo de encuentro con Dios, por eso nos invita constantemente a: “encontrar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. Sin división y sin confusión.
Un peregrino metido hasta las entrañas en los “negocios” prácticos de este mundo, pero con un corazón grande y una amplia mirada para contemplar con asombro la belleza cautivadora de la creación, al punto de amar apasionadamente a este mundo y a esta vida nuestra. Así nos lo cuenta Diego Laínez, otro de los primeros jesuitas:
Ignacio se subía a la azotea por la noche, de donde se descubría el cielo libremente; allí se ponía en pie, y sin moverse estaba un rato con los ojos fijos en el cielo; luego, hincado de rodillas, hacía una adoración a Dios; después se sentaba en un banquillo, y allí se estaba con la cabeza descubierta, derramando lágrimas hilo a hilo, con tanta suavidad y silencio, que no se le sentía ni sollozo, ni gemido, ni ruido, ni movimiento alguno del cuerpo.
Un peregrino que nos enseña que para ser contemplativos no hay que fugarnos del mundo, sino habitar en él, porque es posible ser verdaderamente contemplativos en la acción. Asimismo, nos comparte que, aunque la soledad y el silencio son indispensables para el encuentro con Dios, también en la comunidad, especialmente en las necesidades de nuestros hermanos y hermanas, podemos contemplar una presencia claramente divina. En medio del ruido y del caos de las ciudades podemos escuchar la voz silenciosa del Señor que nos invita constantemente a “en todo amar y servir”, no como una frase piadosa o un atractivo eslogan de un gran colegio o universidad jesuita, sino como un horizonte real de posibilidades abiertas y concreciones de realización infinitas.
Debo aceptar que, como buen jesuita, cuando hablo de San Ignacio me suelo desbordar porque es nuestro padre y maestro. Sin embargo, quisiera cerrar este texto diciendo que lo que más me cautiva de Ignacio es que es un peregrino delicadamente sensible y con los pies bien puestos sobre esta bendita tierra nuestra. Cuando contemplo sus alpargatas con las que caminó y recorrió tantos y tantos caminos, no puedo más que inclinarme reverente; y con mi corazón conmovido, parece que escucho su tierna voz recordándome al oído aquello de que “el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras” [EE,230]. Por eso, termino este escrito utilizando sus propias palabras, esas que solemos repetir constantemente a modo de oración preparatoria cada vez que hacemos Ejercicios Espirituales: Concédenos Señor “que todas nuestras intenciones, acciones y operaciones estén puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina voluntad”.
¿Tienes un amigo ateo?
3 pilares sobre los que se debe forjar una amistad entre un católico y un ateo
Conozco a mi mejor amiga desde que cursábamos el primer grado en el colegio. Desde siempre hemos tenido maneras muy diferentes de ver la realidad. Ella está a favor del aborto y piensa que la castidad es una idea medieval. Yo creo que la vida humana debe respetarse desde la concepción y procuro, si la gracia de Dios me sostiene, por supuesto, llegar virgen al matrimonio.
Ella recupera su paz interior practicando yoga o meditación budista. Yo la encuentro cuando rezo el rosario o visito el Santísimo. Ella no recuerda cuando fue la última vez que pisó una iglesia y yo, no puedo pasar un domingo sin ir a Misa y comulgar.
Las diferencias también nos han hecho inseparables
Las conversaciones más profundas, sobre nuestras alegrías, tristezas, miedos y sueños, tienen lugar durante incontables horas en nuestros restaurantes favoritos de la ciudad.
Delante de ella, no me da vergüenza mostrarme tal y como soy, con todo lo sensible, dramática, redundante y hasta mal educada que puedo ser algunas veces.
Como diría Antoine de Saint-Exupéry: «Junto a ella no tengo que justificarme ni defenderme, no tengo que demostrar nada (…) más allá de mis torpes palabras, por encima de los juicios que puedan desorientarme, ella ve en mí, simplemente, a una persona».
Hace un rato, le pregunté por WhatsApp por qué, según ella, nuestra amistad siempre se ha mantenido libre del miedo a ofendernos por el choque de nuestras opiniones y creencias. Sobre todo ahora que ya no somos unas niñas. En una nota de voz, comenzó contándome que acababan de enseñarle sobre el Concilio Vaticano II, en un curso obligatorio de teología en la universidad.
A pesar de todos los argumentos que sostiene en su contra, dijo que admiraba que la religión católica fuera la primera en dar un paso hacia la reconciliación con las demás, e incluso, con aquellos que, como ella, no terminan de creer en Dios.
«Tú eres de ese tipo de creyentes, —dijo ella para mi gran sorpresa—. No me excluyes por pensar distinto. Para ti, que sea diferente, no significa que sea mala. Me encanta conversar contigo porque nos nutrimos mutuamente de distintos puntos de vista. Creo que no llegamos a ofendernos porque, más allá de la religión, compartimos los mismos principios y valores o, como se dice en ética, el mismo código de conducta.
Al final, somos almas buenas que quieren lograr lo mejor para la humanidad. Y no sé, para mí siempre va a ser más lo que nos une. Siempre vas a estar cerca de mi corazón… porque sí. Te quiero. Eres mi amiga y te acepto como eres». Sin darme cuenta, cuando terminé de escucharla, estaba derramando unas cuantas lágrimas.
La amistad no dede tener condiciones
Cuántas veces, los que creemos en Dios, nos cohibimos de ser transparentes con lo que pensamos ante nuestros amigos ateos, agnósticos o anti Iglesia, por miedo a ofenderlos. Acabamos en pleitos terribles con ellos, porque no quieren aceptar las enseñanzas y verdades de fe. A veces, olvidamos que la amistad debe ser auténtica y libre de condiciones, no un contrato social con cláusulas por cumplir, sobre qué se debe hacer o decir. Por otro lado, como diría Juan Pablo II, «… la Iglesia no está llamada a imponerles la fe a los que no creen, sino a proponérsela desde el amor y la caridad».
Tal como lo hizo Jesús. Creo que, si queremos vivir nuestras creencias sin miedo ante aquellos amigos que no las comparten, hay tres aspectos que no podemos olvidar.
1. La humildad
Las personas no creen en Dios por incontables motivos, pero creo que el más significativo en nuestros tiempos, es el que menciona un apartado de la constitución pastoral Gaudium et Spes, justamente del Concilio Vaticano II: «…en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión».
Basta con ver las noticias en Estados Unidos, Europa o América Latina. Las denuncias contra sacerdotes, por perpetrar abusos físicos, psicológicos y sexuales contra niños y adultos inocentes, son incontables. Reconocidos políticos, que asistieron a procesiones o marchas y se dejaron fotografiar con niños pobres u obispos, mostrándose como fervorosos creyentes, hoy enfrentan juicios serios, porque usaron el poder para satisfacer sus ambiciones y llenarse los bolsillos de dinero, de la mano con la corrupción.
También, estamos los creyentes que, siendo desconocidos para la opinión pública, terminamos causando el mismo escándalo. Sobre todo cuando nos golpeamos el pecho cada domingo en misa, jactándonos de que Dios existe y es amor, mientras en lo cotidiano de cada día, miramos por debajo del hombro a los marginados o a quienes no nos agradan por ser diferentes.
Por supuesto que hay honrosas excepciones de creyentes ejemplares. Pero necesitamos ser humildes para aceptar que nuestros amigos y todos aquellos que no creen en Dios, han encontrado en nuestros pecados e incoherencias, razones de peso para alejarse de Él o no tener la intención de conocerlo.
2. El respeto
Los padres conciliares nos enseñan que nuestros amigos o cualquier persona que no crea en Dios, merece nuestro respeto siempre. El hecho de no ser creyentes o no aceptar las verdades de fe, no disminuye su dignidad como personas, porque es el mismo Dios quien la sostiene y la vuelve invaluable. En la Gaudium et Spes, también aseguran que cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo.
Esto no significa volvernos indiferentes a la verdad para complacer a quienes no la aceptan o no la conocen, sino anunciarla de forma más saludable, para que no la sigan menospreciando. Además, hace poco, en una carta sobre la esperanza, el Papa Francisco dejó muy claro que tener siempre el valor de la verdad, no nos hace superiores a nadie:
«Aunque fueras el último en creer en la verdad, — nos exhortó el Sumo Pontífice —, no te apartes de la compañía de los hombres. Respetar implica también no juzgar ni condenar al otro. Es entender que cada persona tiene una historia personal (muchas veces dolorosa) que los llevó a expulsar a Dios de sus pensamientos y acciones. Estar en desacuerdo con ellos no nos da ningún derecho a rechazarlos, porque a los ojos del Padre, tanto creyentes como no creyentes, somos infinitamente valiosos, aun cuando nos alejamos de Él».
3. El amor
Nuestros verdaderos amigos —sean ateos, agnósticos o anti Iglesia—, sabrán aceptar una parte tan importante de nuestra vida como es la fe. No porque estén de acuerdo con ella, sino porque nos aman, tal y como somos.
Lo que más me conmueve en una amistad, es ser testigo de cómo el amor nunca se detiene, a pesar de los obstáculos que se puedan presentar. Para mí, es un reflejo vivo de cómo Dios nos ama y, por consiguiente, de cómo estamos llamados a amar, sobre todo a quienes no lo conocen.
Hacer apostolado no solo significa lograr que nuestros amigos que no creen en Dios, se conviertan. Es también —y por sobre todas las cosas— amarlos incondicionalmente y hasta el extremo, incluso si eligen rechazar la fe. Jesús nos dio el ejemplo al entregar su vida en la cruz también por ellos, aunque no creyeran en Él ni aceptaran sus enseñanzas.
Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Jn 15,13) y amarlos como Él lo hizo, es la prueba viviente que les daremos sobre la existencia de un Dios que los ama a ellos también.