Matthew 13:10-17

En el Evangelio de hoy, Jesús nos explica que habla en parábolas para desconcertar a las multitudes que “miran, pero no ven y oyen pero no escuchan ni entienden”. Las parábolas de Jesús son a menudo ejercicios cuyo propósito es desconcertar y confundir al oyente, anulando sus expectativas y alterando las convicciones teológicas.

Dios es justo, pero a la luz de la parábola del dueño de la viña, uno se da cuenta que la noción ordinaria de justicia solo indica vagamente cómo es la justicia divina. Dios es compasivo, pero después de escuchar la historia del hijo pródigo, uno sabe que la compasión divina supera infinitamente al más radical amor humano.

¿Pero por qué el Dios bíblico es tan evasivo? Porque Él ha traído a la existencia todo el universo finito. Dios debe ser otro de manera que trascienda todos y cada uno de los modos descubribles dentro de la creación.

Matthew 13:18-23

En el Evangelio de hoy Jesús nos explica la parábola del sembrador. Esta parábola recuerda a otra conocida historia de Jesús: la del buen pastor y la oveja perdida. 

“¿Quién entre ustedes”, Jesús pregunta, “si tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió?” ¿Podemos imaginarnos a los pastores escuchando a Jesús sacudiendo sus cabezas? ¡Ningún pastor sería tan tonto! Lo cual es justo el punto: el amor de Dios es tan extravagante que rompe todas nuestras categorías de lo que es razonable.

Uno de nuestros pasatiempos favoritos es establecer límites al amor de Dios. Decimos que Dios ama a quienes lo aman o que Dios ama a quienes van a la iglesia correcta o siguen las doctrinas correctas.

Pero Dios no siembra solo en el suelo que es receptivo, también siembra en todas partes, incluso en aquellos lugares que son menos receptivos. 

«“Es un corazón misericordiado y misericordioso”. Es así: experimenta los beneficios que la gracia tiene sobre su herida y su pecado, siente cómo la misericordia pacifica su culpa, inunda con amor su sequedad, reaviva su esperanza. Por eso, cuando, al mismo tiempo y con la misma gracia, perdona al que tiene alguna deuda con él y se compadece de los que también son pecadores, esta misericordia arraiga en una tierra buena, en la que el agua no se escurre sino que da vida. En el ejercicio de esta misericordia que repara el mal ajeno, nadie mejor que el que tiene fresca la sensación de haber sido misericordiado en el mismo mal para ayudar a curarlo. Mírate a ti mismo; recuérdate de tu historia; cuenta tu historia, y en ella encontrarás tanta misericordia».

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).

La tierra buena

Santo Evangelio según san Mateo 13, 18-23. Viernes XVI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias porque me has querido traer hoy a este momento de intimidad contigo. Tú me conoces mejor que nadie. Sabes lo débil y frágil que soy. Ayúdame. Creo en ti, Jesús, pero ayúdame a creer cada día más y que esa fe se traduzca en obras concretas que me lleven a parecerme más a ti. Confío en ti, pero ayúdame a entender que puedo abandonarme en tus manos sin temor alguno; dame la confianza que necesito para saber ver tu amor también en los momentos difíciles y confiar que lo que Tú quieres para mí, realmente es lo mejor. Te amo, Jesús, pero ayúdame a dejarme amar por ti. Enséñame a recibir tu amor y a transmitirlo a los demás; que todo aquél que se cruce conmigo, pueda ver en mí un poco del amor que nos tienes. Gracias, Jesús.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 18-23

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Escuchen ustedes lo que significa la parábola del sembrador. A todo hombre que oye la Palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino. Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la Palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la Palabra, sucumbe. Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la Palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas, la sofocan y queda sin fruto. En cambio, lo sembrado en tierra buena, representa a quienes oyen la Palabra, la entienden y dan fruto; unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta».  Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús, hoy en este evangelio me explicas el significado de la parábola del sembrador. Tú hablas de los tipos de corazón con los que se puede acoger tu palabra. Lo que se me hace curioso Jesús, es que quieras sembrar también en terrenos que pueden parecer poco propicios. Aunque el sembrador sepa que es muy difícil que crezca su semilla en esos terrenos duros, pedregosos y llenos de espinas, aun así no deja de esparcir la semilla. A pesar de todo, el sembrador confía en que esa tierra, que hoy no es más que piedras y abrojos, algún día, con trabajo y amor, puede llegar a ser un hermoso vergel.

Mi corazón es una tierra compuesta de piedras, espinas, pájaros y tierra fértil. Sabes que me tiran los placeres, que soy más propenso a la ira que al perdón, que tengo muchos defectos contra los he luchado por largo tiempo sin haber conseguido apenas nada… pero Tú eres el mejor hortelano y confías en mí. Tú puedes transformar mi corazón de piedra en uno de carne; Tú puedes saciar toda la sed de felicidad que tiene mi corazón, Tú puedes hacer de mí un santo. Confías en mí. No esperas a que mi vida sea perfecta para comenzar a sembrar en mi alma tu maravilloso amor. Me quieres y confías en mí. Gracias, Jesús, por tu inmenso amor y tu infinita confianza. Ayúdame a no defraudarte, Jesús. No quiero estorbar tu obra en mí. Dame la gracia de no estorbar tu trabajo en mi alma para que pueda dar los frutos de santidad que esperas de mí.

«“Es un corazón misericordiado y misericordioso”. Es así: experimenta los beneficios que la gracia tiene sobre su herida y su pecado, siente cómo la misericordia pacifica su culpa, inunda con amor su sequedad, reaviva su esperanza. Por eso, cuando, al mismo tiempo y con la misma gracia, perdona al que tiene alguna deuda con él y se compadece de los que también son pecadores, esta misericordia arraiga en una tierra buena, en la que el agua no se escurre sino que da vida. En el ejercicio de esta misericordia que repara el mal ajeno, nadie mejor que el que tiene fresca la sensación de haber sido misericordiado en el mismo mal para ayudar a curarlo. Mírate a ti mismo; recuérdate de tu historia; cuenta tu historia, y en ella encontrarás tanta misericordia».

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a ser sembrador de la alegría del evangelio entre los que me rodean.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¡Tú tienes que dar fruto!

No te resignes a ser del montón, lucha por ser diferente

El evangelio es punzante. Los flojos le caen mal a Dios; los zánganos que chupan y no producen son execrables. El árbol que no da fruto termina en el fuego convertido en leña.
¡Tú tienes que dar fruto! Te matas a ti mismo cuando, día a día, un omnipotente egoísmo prevalece como rey de tu vida. ¡Cuántos de los que escuchan son pámpanos y nada de uva! Prepárense para el hacha, y luego para el fuego.

Lástima de vidas jóvenes que a sí mismas se condenan a la hoguera. Tarde, demasiado tarde, lamentarán el haber convertido la primavera de la vida en gélido invierno.
No todos son así. Felicito a los que no se resignan a ser del montón, basura junto al camino; felicito a los que luchan por ser diferentes, los que van aferrados a un alto ideal. Hay muchos aquí, y no serán cortados, porque están destinados a producir abundante fruto. Les podará el buen jardinero para que produzcan más.
Ojalá que todos quisieran ser así, a través, quizás, de una inyección de vigor, de entusiasmo por vivir en plenitud.
Cristo quiere injertar en tus estériles ramas nueva savia de vida; déjate cortar las ramas estériles; déjate podar para dar fruto.

Decimos mucho ¡Amén! pero… ¿Sabes qué significa?

Debemos estar conscientes de lo que estamos diciendo cuando la repetimos tanto

La palabra “Amén” la encontramos por primera vez en el primer libro de las Crónicas:

Alaben al Señor porque es bueno. Porque es eterna su misericordia. Digan: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y júntanos de entre las naciones, a fin de celebrar tu nombre santo y tener nuestra gloria en alabarte. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, desde siempre hasta siempre: Que todo el pueblo diga: Amén. Aleluya. Todo el pueblo contestó «Amén» y alabó a Yavé. (1Cron 16, 34-36)

Me entró la curiosidad hace poco de contar las veces que usamos la palabra “Amén” ya sea en nuestro lenguaje con Dios o en nuestras oraciones que acaban siempre con esa antigua palabra. Me di cuenta que son muchas las veces que la utilizamos, pero ¿Qué significa?, ¿De dónde proviene?, ¿Cuándo decirla?…

Amén es una palabra aramea, de la lengua que hablaba Jesús, y significa la  fuerza, la firmeza, la solidez, la estabilidad, la duración, la credibilidad, la fidelidad, la seguridad total… Y suele traducirse como “ASÍ SEA”.

En los tiempos bíblicos cuando se hablaba en arameo si una persona decía “Amén” quería decir que hablaba con seriedad. Era casi un juramento.

Desde niños se nos ha enseñado que cuando terminemos una oración digamos Amén, al hacerlo le estamos pidiendo a Dios que lo que dice e implica esa oración se haga realidad en cada aspecto de nuestra vida.

Pero no es tan simple, debemos estar conscientes de lo que estamos diciendo cuando la repetimos tanto.  Decir Amén implica un gran compromiso, es hacer una profesión de fe, es decirle a Dios que sí, que estamos de acuerdo con todo lo que Él nos dice, es repetirle una y otra vez que le vamos a ser fieles, es asegurar nuestra esperanza.

Es triste que al momento de orar es como si estuviéramos conversando con alguien y al terminar ya no es necesario seguir con esa conversación, porque ya dijimos amén.

Recuerda que no es necesario estar en la iglesia de rodillas para conversar con el Señor, podemos hacerlo durante el día en nuestras tareas diarias. El Amén es solamente el “así sea” y no el despedir o dejar de hacer lo que estaba haciendo, sobre todo cuando oramos.

“En efecto, todas las promesas de Dios encuentran su «sí» en Jesús, de manera que por él decimos «Amén» a Dios, para gloria suya.” (2Cor 1,20)

– A ti que lees ésta pequeña reflexión: “Dios te bendiga”… creo que responderás con “Amén”

Nota del editor: Debo agregar que el uso del “Amén” debe ser exclusivo para los momentos de oración, el uso y abuso que se da a ella en las redes sociales, tan sólo para indicar que estamos de acuerdo con o nos gusta algo, es mal usarla, haciéndolo así no damos la Gloria a Dios a la que se refiere San Pablo, al contrario estamos desvalorizando aquella fe que decimos profesar.