Texto del Libro – El diario de Santa Faustina

Cuando viene el capellán con el Señor Jesús, hay momentos en los cuales me envuelve una muy viva presencia de Dios y el Señor me muestra su santidad y entonces veo el más pequeño polvillo en mi alma y, antes de cada Santa Comunión, desearía purificar mi alma.  Pregunté al confesor, y contestó que no es necesario confesarme antes de cada Santa Comunión.  La Santa Comunión elimina estas pequeñeces y es una tentación pensar en la confesión en el momento de recibir la Santa Comunión.  No he continuado explicando más el estado de mi alma, porque no era mi director espiritual sino sólo un confesor [392].  Y este conocimiento no me ocupa tiempo por ser más rápido que un relámpago, incendia en mí el amor, dejando el conocimiento de mí misma…

Reflexión: El confesor

Antes de cada Santa Comunión desearía purificar mi alma. Pregunté al confesor y contestó que no es necesario confesarme antes de cada Santa Comunión, desearía purificar mi alma.

El confesor, los sacerdotes ejercitan este poder no en virtud propia sino en nombre de Cristo. In persona christi, como instrumentos en manos del Señor.

“Jesús nos identifica consigo en el ejercicio de los poderes que nos confirió”, decía San Juan Pablo II a los sacerdotes que nuestra personalidad es como si desapareciese delante de la suya, ya que él es quién actúa por medio de nosotros. Es el propio Jesús quien, en el sacramento de la penitencia, pronuncia la palabra autorizada y paterna: tus pecados te son perdonados. Oímos a Cristo en la voz del sacerdote. Jesús nos dice que ha venido para eso: para perdonar, para redimir para liberarnos de esa lepra del pecado. El confesor es, pues, el ministro de la justicia de Dios, el guardián de la ley divina.

Debe asegurar su cumplimiento y castigar las infracciones so pena de ser un ministro infiel y de tomar en el purgatorio o en el infierno el lugar del pecador injustamente absuelto. El confesor tiene que juzgar y para esto tiene que conocer la naturaleza y el número de cada una de las faltas. Por eso es necesario confesarse con verdad y sinceridad según nuestra conciencia.

El confesor es, sobre todo, ministro de la misericordia. Tanto como juez es padre, es divino médico de nuestras almas. Jesús ha puesto entre sus manos todas las gracias de la redención. Le tiene dado el poder de devolver la vida a nuestras almas, por lo que debemos acudir a Él con la confianza que da la fe. Debemos evitar toda relación natural y humana con el confesor, porque ya no es Él sino Cristo en persona.

Desearte un lindo día. El Señor de la misericordia te conceda un buen confesor a tí y tu familia.

Dios te bendiga y te proteja.

Santa Faustina, ruega por nosotros.

Amén.

Dr. Victor Arce