El amor se comunica rebajándose, no imponiéndose

En la homilía de la Misa de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en San Pedro.

«El amor, la vida se comunican rebajándose y no imponiéndose. No hay otro tesoro más precioso que debamos custodiar los cristianos». Así resumió el cardenal Mauro Gambetti, arcipreste de la basílica vaticana y vicario general del Papa para la Ciudad del Vaticano, la primera enseñanza de Cristo a nosotros sus discípulos, al concluir su homilía en la misa de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, presidida en San Pedro, en el altar de la Cátedra. El cardenal franciscano recordó que Jesús, «cuando habla de ser elevado, alude siempre a su elevación en la cruz, es decir, a su abajamiento, porque es allí donde resplandece el amor de Dios por el hombre».

La invitación a la fraternidad en el Encuentro Mundial del sábado

También subraya que al compartir en la Eucaristía su Cuerpo como alimento bajado del cielo, todos somos hermanos, como se dirá en el Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana del sábado. Y si «deseamos de verdad una vida plena, atendamos a la invitación de Jesús: ¡levántate, come y camina!… el camino es largo, siempre somos caminantes», pero no solos, o «Notalone!», el lema del evento del 10 de junio.

Oraciones por la pronta recuperación del Papa

En la colecta de apertura, el cardenal Gambetti pidió oraciones para recordar al Papa Francisco, hospitalizado en el Hospital Gemelli de Roma, e invitó a rezar por su salud. También en una de las oraciones de los fieles se reza para que Francisco, hospitalizado desde ayer en el Gemelli tras una operación abdominal, se recupere lo antes posible. En su homilía, comentando el pasaje del Evangelio de Juan en la liturgia de esta solemnidad, el arcipreste de la basílica vaticana recuerda que en el cuarto Evangelio, «Jesús revela el don de sí mismo en el pan y el vino eucarísticos no en una última cena, sino inmediatamente después de la multiplicación milagrosa de los panes».

Las palabras de Jesús: Yo soy el pan vivo, bajado del cielo

El cardenal subrayó a continuación que el tema de la comida es fuertemente simbólico. «Si en un sentido lo que comemos y bebemos ‘se convierte en nosotros’, en otro sentido ‘nos convertimos’ en lo que nos alimenta, le pertenecemos», porque no somos los «dueños» de la vida, sino que dependemos de lo que comemos y bebemos. Por eso, la afirmación de Jesús: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo», tiene, para Gambetti, «un alcance enorme, que abarca estos y otros significados».

En torno al altar, compartimos a Cristo que se nos ofrece

En primer lugar, el Salvador nos recuerda que «si uno come de este pan, vivirá para siempre», por lo que… «alimentarse del cuerpo y de la sangre de Cristo es establecer una comunión plena, reconocer su divinidad inmersa en la fascinante carne humana». En torno al altar, además, los cristianos «somos todos comensales, compartimos al mismo Señor que se nos ofrece», y con él sus enseñanzas, «su presencia constante, sus gestos fraternos, sus silencios y sus recuerdos». Así, la comunidad eclesial que celebra la presencia del Señor «se convierte, paso a paso, en morada inmanente del Eterno, para que el mundo viva, para que todos seamos hermanos, como intentaremos decir el próximo sábado en el Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana».

A los hombres no nos gusta rebajarnos

¿Por qué entonces, se pregunta el vicario del Papa para la Ciudad del Vaticano, a pesar de desear la vida, la vida eterna, y la comunión con los demás, «nos cuesta reconocer el camino de Dios que se revela en el pan vivo, descendido del cielo?» El principal obstáculo, para Gambetti, reside probablemente en el verbo que caracteriza «la acción de Dios: abajarse para comunicar amor». Nosotros, explica, «aunque queremos la vida y deseamos el amor, no nos gusta rebajarnos. Pensamos siempre en términos de grandeza, mundanos: vivir para nosotros corresponde al movimiento de tomar posesión -nutrir se interpreta como abarcar, engullir, no como recibir y transformar-, de dominar, de prevalecer». En particular, «para nosotros los hombres», la autoafirmación «es una cuestión de elevación, de no desdeñar matar para ser reconocido en su papel». Jesús, en cambio, recuerda el cardenal, «cuando habla de elevación, alude siempre a su ser elevado en la cruz, es decir, a su abajamiento, porque es allí donde resplandece el amor, en particular el amor de Dios por el hombre».

Somos caminantes, pero no estamos solos

Jesús, concluye Gambetti, «nos invita a permanecer en este movimiento de descenso para ser testigos de su amor» entre los hombres. No es fácil. «Pero si realmente deseamos una vida plena, escuchemos la invitación de Jesús: ¡levántate, come y camina!… el camino es largo, somos siempre caminantes, pero no estamos solos». El amor, la vida, son las últimas palabras de su homilía, «se comunican abajándose y no imponiéndose. No hay otro tesoro más precioso que debamos custodiar los cristianos».

Las bienaventuranzas contienen la “carta de identidad” del cristiano ―es nuestro carnet de identidad―, porque dibujan el rostro de Jesús, su forma de vida.(…) Jesús empieza a enseñar una nueva ley: ser pobre, ser manso, ser misericordioso… Estos “nuevos mandamientos” son mucho más que normas. De hecho, Jesús no impone nada, pero revela el camino a la felicidad ―su camino― repitiendo ocho veces la palabra “bienaventurados” ·. (…) ¿Pero qué significa la palabra “bienaventurado”? ¿Por qué cada una de las ocho bienaventuranzas comienza con la palabra bienaventurado? La palabra original no indica a alguien que tiene el estómago lleno o que se divierte, sino una persona que está en una condición de gracia, que progresa en la gracia de Dios y que progresa por el camino de Dios: la paciencia, la pobreza, el servicio a los demás, el consuelo… Los que progresan en estas cosas son felices y serán bienaventurados. (…) Las bienaventuranzas te llevan a la alegría, siempre; son el camino para alcanzar la alegría. (Audiencia General, 29 enero 2020)

Matthew 5:1-12

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús sube a una montaña y se sienta a enseñar. En el Antiguo Testamento, encontramos a Moisés, el gran maestro, que también sube a una montaña para recibir la Ley y luego se sienta a enseñarla. Sin embargo, Jesús no está recibiendo una ley; Él está dando una Ley.

El teólogo N.T. Wright ha señalado que el Antiguo Testamento es esencialmente una sinfonía inacabada. Es la articulación de una esperanza, pero sin la realización de la misma. Así, en cumplimiento de toda la historia de Israel, Jesús comienza las enseñanzas básicas con las Bienaventuranzas, un nombre que proviene del sustantivo latino beātitūdō, que significa “feliz” o “bendecido”.

A través de una serie de paradojas, sorpresas y contradicciones, Jesús comienza a establecer un universo al revés. ¿Cómo debemos entenderlo? Una clave es la palabra griega makarios, traducida como “bendito” o “feliz” o tal vez incluso “afortunado”, que se usa en el comienzo de cada una de las Bienaventuranzas.

Y así, “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Podríamos decir: “Qué suerte tienes si no eres adicto a las cosas materiales”. Aquí Jesús nos dice cómo conseguir nuestro deseo más profundo, que es el deseo de Dios y no de cosas pasajeras que solo traen consuelo temporal.

León III, Santo

XCVI Papa, 12 de junio

Martirologio Romano: En Roma, en la basílica de San Pedro, san León III, papa, quien coronó como emperador romano al rey de los francos, Carlomagno, y se distinguió por su defensa de la verdadera fe y de la dignidad divina del Hijo de Dios ( 816).

Breve Biografía

Fecha de nacimiento desconocida; murió en 816. Fue elegido el mismo día que fue enterrado su predecesor (26 de diciembre de 795), y consagrado al día siguiente.

Es bastante probable que esta prisa fuera debida a un deseo de los romanos de evitar cualquier interferencia por parte de los francos en su libertad de elección. León era romano, hijo de Aciupio e Isabel. En el momento de su elección era cardenal de Santa Susana, y aparentemente también “vestiarius”, o sea jefe del tesoro pontificio (o guardarropa).

Junto con la carta dirigida a Carlomagno en la que le informaba de que había sido elegido papa por unanimidad, León le envió las llaves de la confesión de San Pedro y el estandarte de la ciudad. Esto lo hizo para mostrar que consideraba al rey franco el protector de la Santa Sede. A cambio recibió de Carlomagno cartas de felicitación y una parte considerable del tesoro que el rey había tomado a los ávaros. La adquisición de esta riqueza fue una de las causas que permitieron a León ser un gran benefactor de las iglesias e instituciones de caridad de Roma.

Empujados por los celos, por la ambición o por sentimientos de odio y venganza, un cierto número de parientes del Papa Adriano I urdieron un plan para hacer a León indigno de ejercer su sagrado oficio. Con ocasión de la procesión de las Grandes Letanías (25 de abril de 799), cuando el papa se dirigía hacia la Puerta Flaminia, fue repentinamente atacado por un grupo de hombres armados. Fue arrojado al suelo, donde intentaron arrancarle la lengua y sacarle los ojos. Después de un tiempo sangrando en la calle, fue trasladado por la noche al monasterio de San Erasmo, en el Celio. Allí, de una manera al parecer bastante milagrosa, recuperó el uso total de los ojos y la lengua. Huyendo del monasterio, se trasladó, acompañado de muchos romanos, a la corte de Carlomagno. Fue recibido por el rey franco con todos los honores en Paderborn, a pesar de que sus enemigos habían llenado los oídos del rey de maliciosas acusaciones contra él.

Después de unos meses de estancia en Alemania, el monarca franco le envió con una escolta de vuelta a Roma, donde fue recibido con gran demostración de júbilo por todo el pueblo, tanto naturales como extranjeros.

Los enemigos del papa fueron juzgados por los enviados de Carlomagno y, como no fueron capaces de probar la culpa de León ni la inocencia de ellos mismos, fueron enviados como prisioneros a Francia (Reino de los francos). Al año siguiente (800) Carlomagno en persona fue a Roma, y el papa y sus acusadores fueron puestos frente a frente. Los obispos reunidos declararon que no tenía derecho a juzgar al papa; pero León, por su propia voluntad, con el objetivo, como dijo, de disipar cualquier sospecha en las mentes de aquellos hombres, declaró bajo juramento que era totalmente inocente de los cargos que se habían presentado contra él.

A petición suya, la pena de muerte emitida contra sus principales enemigos fue conmutada por una sentencia de exilio.

Unos días después, León y Carlomagno volvieron a reunirse. Fue el día de Navidad en San Pedro. Después de leer el Evangelio, el papa se acercó a Carlomagno, que estaba de rodillas ante la Confesión de San Pedro, y le colocó una corona en la cabeza. Inmediatamente la muchedumbre reunida en la basílica pronunció el siguiente grito: “¡A Carlos, el más pío Augusto, coronado por Dios, a nuestro grande y pacífico emperador, larga vida y victoria!” Por este acto, resurgió el Imperio de Occidente y, al menos en teoría, la Iglesia declaró que el mundo estaba sujeto a un solo poder temporal, como Cristo lo había hecho sujeto a un solo poder espiritual. Se entendió que la primera obligación del nuevo emperador era ser el protector de la Iglesia romana y de la Cristiandad contra los paganos. Con la vista puesta en la alianza entre Oriente y Occidente bajo el efectivo gobierno de Carlomagno, León se esforzó en promover el proyecto de un matrimonio del emperador con la princesa de Oriente Irene. Sin embargo, el destronamiento de ésta (801) impidió que este excelente plan pudiera ser llevado a cabo. Unos tres años después de la partida de Carlomagno de Roma (801), León volvió a cruzar los Alpes para verle (804). Según algunos, fue a discutir con el emperador la división de sus territorios entre sus hijos. En cualquier caso, dos años después fue invitado a dar su aprobación a las previsiones del emperador para la mencionada partición. Actuando igualmente en armonía con el papa, Carlomagno combatió la herejía del adopcionismo que había surgido en España, pero fue algo más allá que su guía espiritual cuando deseó provocar la inserción general del “Filioque” en el Credo de Nicea.

No obstante, los dos actuaron de consuno cuando hicieron a Salzburgo la sede metropolitana de Baviera y cuando Fortunato de Grado fue compensado por la pérdida de su sede de Grado con la entrega de la de Pola. La acción conjunta del Papa y el Emperador se sintió incluso en Inglaterra. Gracias a ella, Eardulfo de Northumbria recuperó su reino y se resolvió la disputa entre Eambaldo, arzobispo de Cork, y Ulfredo, arzobispo de Canterbury.

Sin embargo, León tenía muchas relaciones con Inglaterra por su cuenta. Bajo su mandato, el sínodo de Beccanceld (o Clovesho, 803) condenó el nombramiento de laicos como superiores de monasterios. De acuerdo con los deseos de Etelardo, arzobispo de Carterbury, León excomulgó a Eadberto Praen por usurpar el trono de Kent; además, retiró el palio que había sido concedido a Litchfield, autorizando la restauración de la jurisdicción eclesiástica de la Sede de Canterbury “como lo había establecido San Gregorio Apóstol y patrono de los ingleses”. León también fue llamado para solventar las diferencias entre el arzobispo Ulfredo y Cenulfo, rey de Mercia. Muy poco se sabe acerca de las diferencias entre ellos, pero, quienquiera que fuera el más culpable, lo cierto es que el arzobispo fue el que más sufrió. Parece que el Rey indujo al Papa a suspenderle en sus funciones episcopales y a mantener el reino bajo una especie de interdicto durante seis años. Hasta la hora de su muerte (822), el ansia de oro provocó que Cenulfo continuara la persecución del arzobispo. Lo mismo hizo con el monasterio de Abingdon: hasta que no recibió una gran suma de dinero de su abad, no decretó la inviolabilidad del monasterio, actuando, como declaró, a petición del señor apostólico y muy glorioso Papa León.

Durante el pontificado de León III, la Iglesia de Constantinopla se encontraba en una situación de tensión. Los monjes, que prosperaban durante este periodo bajo la guía de hombres como San Teodoro el Estudita, sospechaban de lo que ellos concebían como los principios laxos de su patriarca Tarasio, y se oponían vigorosamente a la malvada conducta de su emperador Constantino VI. Con el propósito de ser libre para casarse con Teodota, el soberano se había divorciado de su mujer, María. Aunque Tarasio condenó la conducta de Constantino, rehusó, emperador, para evitar males mayores, a excomulgarle. Por haber condenado su nuevo matrimonio, Constantino castigó a los monjes con las penas de prisión y destierro. Afligidos, los monjes pidieron ayuda a León, como hicieron cuando fueron maltratados por oponerse a la arbitraria rehabilitación del sacerdote a quien Tarasio había degradado por casar a Constantino con Teodota. El Papa replicó, no sólo con palabras de alabanza y ánimo, sino también con el envío de ricos presentes; y, tras la llegada de Miguel I al trono bizantino, ratificó el tratado entre Carlomagno y él para asegurar la paz entre Oriente y Occidente.

El Papa y el Emperador de los francos actuaron conjuntamente, no sólo en la última operación mencionada, sino en todos los asuntos de importancia. Siguiendo el consejo de Carlomagno, León, para rechazar las violentas incursiones de los sarracenos, mantuvo una flota, de suerte que la línea costera era regularmente patrullada por sus navíos de guerra. No obstante, debido a que no se consideraba competente para mantener a los piratas musulmanes fuera de Córcega, confío la protección de la isla al Emperador. Apoyado por Carlomagno, fue capaz de recuperar una parte del patrimonio de la Iglesia romana en los alrededores de Gaeta, y pudo administrarlo de nuevo a través de sus párrocos. Pero cuando murió el gran Emperador (28 de enero de 814), los malos tiempos volvieron a León. Una nueva conspiración se formó contra él, pero en esta ocasión el Papa fue informado de ella antes de que llegara a un punto crítico. Ordenó que los cabecillas de la conspiración fueran detenidos y ejecutados. Apenas se había eliminado esta conspiración cuando un grupo de nobles de la Campania se levantaron en armas y se dedicaron al pillaje por toda la región. Estaban preparándose para marchar sobre la misma Roma cuando fueron derrotados por el duque de Spoleto, a las órdenes del Rey de Italia (Langobardía o Lombardía). Las enormes sumas de dinero que Carlomagno entregó al tesoro papal permitieron a León llegar a ser un eficaz protector de los pobres y mecenas del arte; así, llevó a cabo obras de renovación en las iglesias de Romas e incluso en las de Ravena. Empleó el imperecedero arte del mosaico, no solamente para retratar las relaciones políticas entre Carlomagno y él mismo, sino fundamentalmente para decorar las iglesias, en particular su iglesia titular de Santa Susana. Hasta finales del siglo XVI se podía contemplar una figura de León en un mosaico de esa antigua iglesia.

León III fue enterrado en San Pedro (12 de junio de 816), donde se encuentran sus reliquias, junto a las de Santos León I, León II y León IV. Fue canonizado en 1673. Los denarios de plata de León III todavía existentes llevan el nombre del Emperador además del de León, mostrando así al Emperador como protector de la Iglesia y señor de la ciudad de Roma.

¿Por qué el sufrimiento?

Santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12. Lunes X del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dios, hoy me pongo en tu presencia, con la alegría de tener esta nueva oportunidad de compartir contigo, con la alegría de gozar un nuevo día y de maravillarme con todo aquello con lo que me bendices y me muestras tu amor. Te pido me des la gracia para estar atento, recibir y comprender tus inspiraciones y ser agradecido con todo y por todos.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 1-12

En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos, puesto que de la misma manera persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Alguna vez oí decir de un amigo que sentía cierta impotencia y algunos sentimientos encontrados al escuchar la vida de algunos santos, puesto que estaban llenas de sufrimientos y sacrificios. Esta persona se preguntaba, por qué simplemente Dios no nos permite vivir «felices», o por qué para llegar al cielo tenemos que sufrir. Sus palabras no reflejaban un deseo banal o un mero capricho, esta persona, aparte de que sufría por una situación personal, sufría, también, con el hecho de no encontrarle sentido a todo aquello por lo que pasaba.

Cuando Cristo se encarnó por amor a nosotros, no lo hizo precisamente pensando en acabar con la pobreza y el sufrimiento del mundo (va más allá), de hecho, Él, también experimentó estas realidades temporales, y cuando miramos con detenimiento sus palabras en este pasaje, podemos encontrar (entre muchas otras cosas), un mensaje de paz y comprensión de parte de Él. Nos anima y nos invita a pensar como pensaría Dios, nos muestra un camino de amor que es personal, pero también, que se vive con el prójimo para sobrellevar y hacer frente a las situaciones difíciles que forman parte de nuestras vidas.

Cristo, en la cruz, redimió el sufrimiento y le dio un sentido. Él no sufrió en vano, nos muestra que, cuando llevamos nuestro dolor a Dios, y lo aceptamos y lo vemos como un medio para encontrarlo y acercarnos a Él, para aprender y crecer personal y espiritualmente, todo adquiere un tono diferente, y aquello que una vez nos prometió frente a esta multitud, se verá cumplido aquí en la tierra según su voluntad.

«Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo».

(Mensaje de S.S. Francisco, 15 de noviembre de 2020).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
El tiempo de Dios es perfecto y preciso, hagamos nuestro diálogo con Cristo, no exigiendo una respuesta inmediata, pero sí con la confianza de ser escuchados.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy en mi examen de conciencia o delante del sagrario, analizaré qué me cuesta o me causa sufrimiento en mi vida; miraré a Cristo y con esto en mis manos, se lo entregaré y le pediré que me dé la gracia para entender qué quiere con ello en mi vida y tener la seguridad que Él me acompaña, que nunca me ha dejado y nunca me dejará.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Regnum Christi México · Nardo del 12 de Junio ¡Oh Sagrado Corazón, escarnecido por nuestros pecados!

Nardo del 12 de Junio

¡Oh Sagrado Corazón, escarnecido por nuestros pecados!

Meditación: Señor…en la oscuridad del Getsemaní, la Luz de Tu Presencia. Señor…que sentías en aquella brisa fría la cercanía de Tu agonía. Señor…te veo arrodillado y orando, Tu respiración se acelera…puedo sentir el dolor de Tu Corazón, de ese Corazón que en ese instante sintió todos los pecados, los más sucios, los más inmundos, los cometidos y por cometer. Señor, allí Tu Corazón se atravesó. Pobre Mi Señor, el Puro, el Santo, soportando y sintiendo cada pecado. Señor…estás llorando…Sangre. Señor, de Tu Santa Frente cual pequeños rubíes gotas de Sangre caen. ¡Oh Señor perdón!, perdón por las espinas de mis pecados y las de mis hermanos, perdón Señor porque continuamos tu martirio…perdón Padre porque a pesar de habérnoslo dado, al Sacrificio de Tu Hijo lo hemos olvidado.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Trabajemos con humildad haciendo un examen de conciencia, recordando y meditando los pecados capitales: soberbia, vanidad, avaricia, gula, lujuria, envidia, ira.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

Nardo del 13 de Junio

¡Oh Sagrado Corazón, obediente hasta la muerte!

Meditación: La oscuridad del Huerto parece que se hace más espesa…y allí Tu Figura excelsa, mi Pobre Jesús, agoniza. La Sangre Bendita cae sobre la roca fría, y hasta parece una alegoría, el corazón del hombre endurecido cual piedra fría, y sobre él cae el Sudor y el Llanto Santo que del pecado nos limpia. Como amoroso y dolorido canto te oigo decir: «Padre, si es posible que pase de Mí éste Cáliz, pero que se haga Tu Voluntad y no la Mía». La Oblación de Amor ya ha sido dada…se entrega el Hijo…se desgarra el Padre… «por Amor, a Su propio Hijo entregó». La Voluntad de Nuestro Unico y Trino Dios es dar todo por amor. Si, por amor a esta pobre criatura que soy yo, que tantas veces lo negó, que solo quiere bien vivir, y que me sirvan a mí, que no me importa conocerlo y que con mis miserias y egoísmos he construido ídolos en el lugar del Santo Templo.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Pidamos al Señor vivir cumpliendo Su Santa Voluntad, y aprender a amar. Leamos y reflexionemos la Primera Carta a los Corintios, 13.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

Cristo es el verdadero médico de la humanidad

Cristo es la mano de Dios dirigida a la humanidad, para que pueda salir de las arenas movedizas de la enfermedad, dijo el Papa

VATICANO

Ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI exhortó a los presentes a tener siempre claro que el verdadero médico de la humanidad es Cristo mismo.

Al introducir la oración mariana, el Santo Padre recordó la celebración, de la Jornada Mundial de los Enfermos (JME), y afirmó que “la enfermedad es una dimensión típica de la condición humana”.

A continuación citó al santo de Hipona, San Agustín, quien dice: “¡Ten piedad de mí, Señor! Mira: no te escondo mis heridas. Tú eres el médico, yo soy el enfermo; tú eres misericordioso, yo el mísero”.

“Cristo -dijo el Pontífice- es el verdadero ‘médico’ de la humanidad, que el Padre celeste ha enviado al mundo para curar al hombre, marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y por sus consecuencias”.

El Papa explicó que allí “está concentrada toda la historia de la salvación: aquel gesto de Jesús, que extiende la mano y toca el cuerpo herido de la persona que lo invoca, manifiesta perfectamente la voluntad de Dios de sanar a su criatura caída, restituyéndole la vida ‘en abundancia’, la vida eterna, plena, feliz”.

“Cristo es ‘la mano’ de Dios dirigida a la humanidad, para que pueda salir de las arenas movedizas de la enfermedad y de la muerte, ponerse en pie sobre la roca firme del amor divino”, dijo el Papa.

Benedicto XVI confió a “María Salus infirmorum a todos los enfermos, de modo especial a aquellos que, en todas partes del mundo, además de la falta de salud, sufren también la soledad, la miseria y la marginación”.

Mercedes de Jesús Molina, la rosa de la educación

Renunció a una vida de lujos y privilegios para fundar el primer instituto educativo femenino en su natal Ecuador

Hoy en día la palabra feminismo se dice mucho, pero pareciera entenderse poco. Mucho menos creo que haya gente a la que pudiera parecerle que en la Iglesia católica existen verdaderos ejemplos de mujeres que lucharon por mejorar la vida de otras.

Y la verdad es que hay muchísimas, entre ellas, la beata Mercedes de Jesús, quien abogó por la educación de las niñas desfavorecidas de su natal Ecuador.

Nació el 24 de septiembre de 1828 en Baba (hoy día, en la provincia de Los Ríos) en el seno de una familia económicamente privilegiada. Pero cuando tenía tan sólo dos años, su padre falleció.

Pudo tener buenas institutrices y su madre le ensañaba a rezar y los principios de la doctrina cristiana.

Sin embargo, cuando Mercedes tenía 15 años, ella también falleció, y se fue a vivir con una entrañable amiga de la familia.

Una mujer con personalidad

De buenos valores, adinerada, huérfana y bonita, era considerada un muy buen partido, y por eso muchos galanes merodeaban su casa y la idea de ese amor la ilusionaba.

Ella finalmente aceptó a uno de sus pretendientes, pero entonces sufrió un accidente a caballo que le fracturó un brazo.

En la convalecencia, leyó la biografía de la beata Mariana de Jesús (ahora ya santa), también ecuatoriana, y sintió el llamado de Dios.

A punto de casarse a los 21 años, decidió cancelar la ceremonia para atender su llamado religioso.

Donó todos los bienes que había heredado de sus padres a los más pobres y se dedicó a ayudarlos, empezando por un orfanato, donde quiso repartir su cariño y protección.

Rosal florido

Se entregó definitivamente al Señor (hasta quiso llevarlo junto a su nombre): hizo voto de castidad y tomó el camino de la oración, la penitencia, el ayuno, la mortificación y la oración.

Le inspiraba mucho la manera que su compatriota Mariana de Jesús profesaba su amor y obediencia a Dios, incluyendo sus disciplinas extremas.

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Un día, estando en oración contemplativa, Mercedes sintió la manifestación de Dios en un rosal florido diciéndole que fundara un colegio religioso, el cual terminó convirtiéndose en el primer instituto de educación para las mujeres en una época donde este privilegio sólo lo tenían los varones.

Misión en el Amazonas

Pero antes tenía otra misión en el camino del Señor. Mercedes se fue al oriente ecuatoriano para extender el reino de Dios al pueblo indígena amazónico de los Shuar acogiendo la invitación de un grupo de padres jesuitas.

Fue toda una odisea llegar allí. De hecho, se convirtió en una de las primeras mujeres (algunos dicen que fue la primera) en adentrarse en esta zona selvática del Amazonas.

Allí se dedicó por tres años a atender a los enfermos de viruela de la tribu cuando la epidemia explotó.

Sin embargo, no sólo los atendió con sus manos, también les dio consuelo espiritual a través de una admirable labor de catequesis, aunque desconocía su lengua.

Incluso, se les pidió a ella y a los padres que se retiraran de la zona ante la magnitud de la epidemia. Pero Mercedes solicitó quedarse en la misión hasta que pasara la emergencia, y así fue.

Fundadora

Luego regresó a Cuenca, donde fundó el orfanato Beata Mariana de Jesús, donde fue madre y maestra de niñas en situación de riesgo.

Pero su destino final era Riobamba, donde el 14 de abril de 1873 fundó la primera congregación religiosa ecuatoriana femenina con el nombre de Mariana de Jesús, de la que ella misma adoptó los votos junta a otras tres hermanas:

«Y así quedó plantado el rosal, como un don de Dios para la iglesia y para el mundo, y bajo la promesa de un fecundo crecimiento«.

Sin embargo, el obispo de la ciudad consideró que ella no era apta para dirigirla y nombró a otra hermana.

Mercedes aceptó la decisión e igual trabajó incansablemente como maestra, enfermera, portera y todo lo que se necesitara.

Toda una vida de penitencias, sufrimientos y sacrificios hicieron estragos en su salud física y el 12 de junio de 1883 fue llamada por el Señor, dejando toda una herencia espiritual y un admirable ejemplo de incansable búsqueda de la voluntad de Dios.

El papa Juan Pablo II la beatificó el 1 de febrero de 1985 durante su visita a Guayaquil. Sus restos descansan en Riobamba, en la misma casa donde siguen funcionando sus Marianitas, que florecieron como las famosas rosas ecuatorianas en primavera.