Texto del Libro – El diario de Santa Faustina

Una visión de la Santísima Virgen.  Entre una gran claridad vi a la Santísima Virgen con una túnica blanca, ceñida de un cinturón de oro y unas pequeñas estrellas, también de oro, en todo el vestido y las mangas a triangulo guarnecidas de oro.  Tenía un manto de color de zafiro, puesto ligeramente sobre los hombros, en la cabeza tenía un velo liviano transparente, el cabello suelto, arreglado espléndidamente y una corona de oro que terminaba en pequeñas cruces.  En el brazo izquierdo tenía al Niño Jesús.  Nunca antes he visto a la Santísima Virgen bajo este aspecto.  Luego me miró con ternura y dijo:  Soy la Madre de los sacerdotes.  Después puso a Jesús en el suelo, levantó la mano derecha hacia el cielo, y dijo:  Oh Dios, bendice a Polonia, bendice a los sacerdotes.  Y otra vez se dirigió a mí:  Cuenta a los sacerdotes lo que has visto.  (154) Decidí decirlo al Padre [388] en la primera ocasión, pero yo misma no logré comprender nada de esa visión.

Reflexión: Santísima Virgen

Una visión de la Santísima Virgen. Entre una gran claridad. Vi a la Santísima Virgen con una túnica blanca ceñida de un cinturón de oro y unas pequeñas estrellas. 

La devoción a la Santísima e inmaculada Virgen María es consecuencia rigurosa de la fe en Jesucristo, Nuestro Salvador. El culto de María fluye del amor a Jesús, su divino hijo.

Porque, ¿Cómo adorar a Jesucristo sin honrar a quien nos lo ha dado? ¿Cómo amar a Jesús sin amar a María, divina y cariñosísima madre suya, a la que tanto amó él mismo? La devoción a María es, por tanto deber filial de todo cristiano. Grande y universal es su culto en la iglesia. María se quedó en la tierra por espacio de veinticuatro años después de la ascensión de Jesús. El cenáculo donde Jesucristo instituyó: la divina Eucaristía y donde fijó su primer sagrario fue su vivienda.

El mejor modelo de acción de gracias lo encontraremos en María recibiendo al verbo en su seno.

La vida interior de María consiste en el amor a su divino hijo, amor que le hace compartir todos sus pensamientos, sentimientos y deseos. Pero donde el alma de María se mostraba en toda su plenitud, era en la perfección de su conformidad con Jesús, en el Santísimo Sacramento. María es la llena de gracia. El Espíritu Santo reina en su espíritu y en su corazón y dirige todos y cada uno de los pensamientos y afectos. Él es el ser de María y María no es nada por sí misma sino que es el Espíritu Santo que la cubre y la envía revistiendo cada una de sus facultades con los rayos de su gracia y de su amor. “He aquí la esclava del Señor”

Dios te bendiga y te proteja.

Santa Faustina, ruega por nosotros.

Amén.

Dr. Victor Arce