• John 15:18-21
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos advierte sobre la esperada persecución. Pero no tengan miedo porque en Jesucristo estamos conectados al poder mismo de Dios, que está aquí y ahora creando el universo. No importa cuánta violencia y caos están ocurriendo, tenemos un lugar seguro.
Cuán maravillosamente Jesús expresa esto: “No temas a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. El cuerpo pasa, pero el alma, ese lugar donde estás en contacto con el Dios vivo, dura para siempre. Así que pon tus miedos en el orden correcto: “Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena”.
Ahora piensen en los santos, especialmente en los mártires. Podrían definirse como aquellos seres humanos raros que priorizaron correctamente sus miedos.
¿De quién tenían miedo? No de aquellos más malvados a su alrededor. Más bien, temían a Dios.
Se preocuparon, no por lo que la gente quería que hicieran, sino por lo que Dios quería que hicieran.
Ninguna de estas grandes figuras vivió una vida serena, una vida libre de preocupaciones, amenazas y persecuciones. En cambio, encontraron coraje en la lucha. Y ese coraje los llevó a través de la negatividad.
¿cuál es el espíritu del mundo? ¿Qué es esta mundanidad, capaz de odiar, de destruir a Jesús y sus discípulos, es más, de corromperlos y corromper a la Iglesia? (…) La mundanidad es una cultura; es una cultura de lo efímero, una cultura de la apariencia, del maquillaje, una cultura de “hoy sí, mañana no, mañana sí y hoy no”. Tiene valores superficiales. Una cultura que no conoce la fidelidad, porque cambia según las circunstancias, lo negocia todo. Esta es la cultura mundana, la cultura de la mundanidad. Es una cultura de usar y tirar, según la conveniencia. Es una cultura sin lealtad, no tiene raíces. Pero es una forma de vida, un modo de vivir también de muchos que se llaman cristianos. Son cristianos pero son mundanos. (Homilía Santa Marta, 16 mayo 2020)
Nuestra Señora de Fátima
Memoria Litúrgica, 13 de mayo
Por: n/a | Fuente: Cristiandad.org
La Santísima Virgen María se manifestó a tres niños campesinos
Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María de Fátima, en Portugal. En la localidad de Aljustrel, la contemplación de la que, en el orden de la gracia, es nuestra Madre clementísima, suscita en muchos fieles, no obstante las adversidades, la oración por los pecadores y la profunda conversión de los corazones.
En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130 kilómetros al norte de Lisboa, casi en el centro de Portugal. Hoy Fátima es famosa en todo el mundo y su santuario lo visitan innumerables devotos.
Allí, la Virgen se manifestó a niños de corta edad: Lucía, de diez años, Francisco, su primo, de nueve años, un jovencito tranquilo y reflexivo, y Jacinta, hermana menor de Francisco, muy vivaz y afectuosa. Tres niños campesinos muy normales, que no sabían ni leer ni escribir, acostumbrados a llevar a pastar a las ovejas todos los días. Niños buenos, equilibrados, serenos, valientes, con familias atentas y premurosas.
Los tres habían recibido en casa una primera instrucción religiosa, pero sólo Lucía había hecho ya la primera comunión.
Las apariciones estuvieron precedidas por un «preludio angélico»: un episodio amable, ciertamente destinado a preparar a los pequeños para lo que vendría.
Lucía misma, en el libro Lucia racconta Fátima (Editrice Queriniana, Brescia 1977 y 1987) relató el orden de los hechos, que al comienzo sólo la tuvieron a ella como testigo. Era la primavera de 1915, dos años antes de las apariciones, y Lucía estaba en el campo junto a tres amigas. Y esta fue la primera manifestación del ángel:
Sería más o menos mediodía, cuando estábamos tomando la merienda. Luego, invité a mis compañeras a recitar conmigo el rosario, cosa que aceptaron gustosas. Habíamos apenas comenzado, cuando vimos ante nosotros, como suspendida en el aire, sobre el bosque, una figura, como una estatua de nieve, que los rayos del sol hacían un poco transparente. «¿Qué es eso?», preguntaron mis compañeras, un poco atemorizadas. «No lo sé». Continuamos nuestra oración, siempre con los ojos fijos en aquella figura, que desapareció justo cuando terminábamos (ibíd., p. 45).
El hecho se repitió tres veces, siempre, más o menos, en los mismos términos, entre 1915 y 1916.
Llegó 1917, y Francisco y Jacinta obtuvieron de sus padres el permiso de llevar también ellos ovejas a pastar; así cada mañana los tres primos se encontraban con su pequeño rebaño y pasaban el día juntos en campo abierto. Una mañana fueron sorprendidos por una ligera lluvia, y para no mojarse se refugiaron en una gruta que se encontraba en medio de un olivar. Allí comieron, recitaron el rosario y se quedaron a jugar hasta que salió de nuevo el sol. Con las palabras de Lucía, los hechos sucedieron así:
… Entonces un viento fuerte sacudió los árboles y nos hizo levantar los ojos… Vimos entonces que sobre el olivar venía hacia nosotros aquella figura de la que ya he hablado. Jacinta y Francisco no la habían visto nunca y yo no les había hablado de ella. A medida que se acercaba, podíamos ver sus rasgos: era un joven de catorce o quince años, más blanco que si fuera de nieve, el sol lo hacía transparente como de cristal, y era de una gran belleza. Al llegar junto a nosotros dijo: «No tengan miedo. Soy el ángel de la paz. Oren conmigo». Y arrodillado en la tierra, inclinó la cabeza hasta el suelo y nos hizo repetir tres veces estas palabras: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». Luego, levantándose, dijo: «Oren así. Los corazones de Jesús y María están atentos a la voz de sus súplicas». Sus palabras se grabaron de tal manera en nuestro espíritu, que jamás las olvidamos y, desde entonces, pasábamos largos períodos de tiempo prosternados, repitiéndolas hasta el cansancio (ibíd, p. 47).
En el prefacio al libro de Lucía, el padre Antonio María Martins anota con mucha razón que la oración del ángel «es de una densidad teológica tal» que no pudo haber sido inventada por unos niños carentes de instrucción. «Ha sido ciertamente enseñada por un mensajero del Altísimo», continúa el estudioso. «Expresa actos de fe, adoración, esperanza y amor a Dios Uno y Trino».
Durante el verano el ángel se presentó una vez más a los niños, invitándolos a ofrecer sacrificios al Señor por la conversión de los pecadores y explicándoles que era el ángel custodio de su patria, Portugal.
Pasó el tiempo y los tres niños fueron de nuevo a orar a la gruta donde por primera vez habían visto al ángel. De rodillas, con la cara hacia la tierra, los pequeños repiten la oración que se les enseñó, cuando sucede algo que llama su atención: una luz desconocida brilla sobre ellos. Lucía lo cuenta así:
Nos levantamos para ver qué sucedía, y vimos al ángel, que tenía en la mano izquierda un cáliz, sobre el que estaba suspendida la hostia, de la que caían algunas gotas de sangre adentro del cáliz.
El ángel dejó suspendido el cáliz en el aire, se acercó a nosotros y nos hizo repetir tres veces: «Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo…». Luego se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia; me dio la hostia santa y el cáliz lo repartió entre Jacinta y Francisco… (ibíd., p. 48).
El ángel no volvió más: su tarea había sido evidentemente la de preparar a los niños para los hechos grandiosos que les esperaban y que tuvieron inicio en la primavera de 1917, cuarto año de la guerra, que vio también la revolución bolchevique.
El 13 de mayo era domingo anterior a la Ascensión. Lucía, Jacinta y Francisco habían ido con sus padres a misa, luego habían reunido sus ovejas y se habían dirigido a Cova da Iria, un pequeño valle a casi tres kilómetros de Fátima, donde los padres de Lucía tenían un cortijo con algunas encinas y olivos.
Aquí, mientras jugaban, fueron asustados por un rayo que surcó el cielo azul: temiendo que estallara un temporal, decidieron volver, pero en el camino de regreso, otro rayo los sorprendió, aún más fulgurante que el primero. Dijo Lucía:
A los pocos pasos, vimos sobre una encina a una Señora, toda vestida de blanco, más brillante que el sol, que irradiaba una luz más clara e intensa que la de un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesada por los rayos del sol más ardiente. Sorprendidos por la aparición, nos detuvimos. Estábamos tan cerca que nos vimos dentro de la luz que la rodeaba o que ella difundía. Tal vez a un metro o medio de distancia, más o menos… (ibíd., p. 118).
La Señora habló con voz amable y pidió a los niños que no tuvieran miedo, porque no les haría ningún daño. Luego los invitó a venir al mismo sitio durante seis meses consecutivos, el día 13 a la misma hora, y antes de desaparecer elevándose hacia Oriente añadió: «Reciten la corona todos los días para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra».
Los tres habían visto a la Señora, pero sólo Lucía había hablado con ella; Jacinta había escuchado todo, pero Francisco había oído sólo la voz de Lucía.
Lucía precisó después que las apariciones de la Virgen no infundían miedo o temor, sino sólo «sorpresa»: se habían asustado más con la visión del ángel.
En casa, naturalmente, no les creyeron y, al contrario, fueron tomados por mentirosos; así que prefirieron no hablar más de lo que habían visto y esperaron con ansia, pero con el corazón lleno de alegría, que llegara el 13 de junio.
Ese día los pequeños llegaron a la encina acompañados de una cincuentena de curiosos.
La aparición se repitió y la Señora renovó la invitación a volver al mes siguiente y a orar mucho. Les anunció que se llevaría pronto al cielo a Jacinta y Francisco, mientras Lucía se quedaría para hacer conocer y amar su Corazón Inmaculado. A Lucía, que le preguntaba si de verdad se quedaría sola, la Virgen respondió: «No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios». Luego escribió Lucía en su libro:
En el instante en que dijo estas últimas palabras, abrió las manos y nos comunicó el reflejo de aquella luz inmensa. En ella nos veíamos como inmersos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al cielo y yo en la que se difundía sobre la tierra. En la palma de la mano derecha de la Virgen había un corazón rodeado de espinas, que parecían clavarse en él. Comprendimos que era el Corazón Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, y que pedía reparación (ibíd., p. 121).
Cuando la Virgen desapareció hacia Oriente, todos los presentes notaron que las hojas de las encinas se habían doblado en esa dirección; también habían visto el reflejo de la luz que irradiaba la Virgen sobre el rostro de los videntes y cómo los transfiguraba.
El hecho no pudo ser ignorado: en el pueblo no se hablaba de otra cosa, naturalmente, con una mezcla de maravilla e incredulidad.
La mañana del 13 de julio, cuando los tres niños llegaron a Cova da Iria, encontraron que los esperaban al menos dos mil personas. La Virgen se apareció a mediodía y repitió su invitación a la penitencia y a la oración. Solicitada por sus padres, Lucía tuvo el valor de preguntarle a la Señora quién era; y se atrevió a pedirle que hiciera un milagro que todos pudieran ver. Y la Señora prometió que en octubre diría quién era y lo que quería y añadió que haría un milagro que todos pudieran ver y que los haría creer.
Antes de alejarse, la Virgen mostró a los niños los horrores del infierno (esto, sin embargo, se supo muchos años después, en 1941, cuando Lucía, por orden de sus superiores escribió las memorias recogidas en el libro ya citado. En ese momento, Lucía y sus primos no hablaron de esta visión en cuanto hacía parte de los secretos confiados a ellos por la Virgen, cuya tercera parte aún se ignora) y dijo que la guerra estaba por terminar, pero que si los hombres no dejaban de a ofender a Dios, bajo el pontificado de Pío XII estallaría una peor.
Cuando vean una noche iluminada por una luz desconocida, sabrán que es el gran signo que Dios les da de que está por castigar al mundo a causa de sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de la persecución a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, quiero pedirles la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la comunión reparadora los primeros sábados. Si cumplen mi petición, Rusia se convertirá y vendrá la paz. Si no, se difundirán en el mundo sus horrores, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia… Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y se le concederá al mundo un período de paz… (ibíd., p. 122).
Después de esta aparición, Lucía fue interrogada de modo muy severo por el alcalde, pero no reveló a ninguno los secretos confiados por la Virgen.
El 13 de agosto, la multitud en Cova era innumerable: los niños, sin embargo, no llegaron. A mediodía en punto, sobre la encina, todos pudieron ver el relámpago y la pequeña nube luminosa. ¡La Virgen no había faltado a su cita! ¿Qué había sucedido? Los tres pastorcitos habían sido retenidos lejos del lugar de las apariciones por el alcalde, que con el pretexto de acercarlos en auto, los había llevado a otro lado, a la casa comunal, y los había amenazado con tenerlos prisioneros si no le revelaban el secreto. Ellos callaron, y permanecieron encerrados. Al día siguiente hubo un interrogatorio con todas las de la ley, y con otras amenazas, pero todo fue inútil, los niños no abandonaron su silencio.
Finalmente liberados, los tres pequeños fueron con sus ovejas a Cova da Iria el 19 de agosto, cuando, de repente, la luz del día disminuyó, oyeron el relámpago y la Virgen apareció: pidió a los niños que recitaran el rosario y se sacrificaran para redimir a los pecadores. Pidió también que se construyera una capilla en el lugar.
Los tres pequeños videntes, profundamente golpeados por la aparición de la Virgen, cambiaron gradualmente de carácter: no más juegos, sino oración y ayuno. Además, para ofrecer un sacrificio al Señor se prepararon con un cordel tres cilicios rudimentarios, que llevaban debajo de los vestidos y los hacían sufrir mucho. Pero estaban felices, porque ofrecían sus sufrimientos por la conversión de los pecadores.
El 13 de septiembre, Cova estaba atestada de personas arrodilladas en oración: más de veinte mil. A mediodía el sol se veló y la Virgen se apareció acompañada de un globo luminoso: invitó a los niños a orar, a no dormir con los cilicios, y repitió que en octubre se daría un milagro. Todos vieron que una nube cándida cubría a la encina y a los videntes. Luego reapareció el globo y la Virgen desapareció hacia Oriente, acompañada de una lluvia, vista por todos, de pétalos blancos que se desvanecieron antes de tocar tierra. En medio de la enorme emoción general, nadie dudaba que la Virgen en verdad se había aparecido.
El 13 de octubre es el día del anunciado milagro. En el momento de la aparición se llega a un clima de gran tensión. Llueve desde la tarde anterior. Cova da Iria es un enorme charco, pero no obstante miles de personas pernoctan en el campo abierto para asegurar un buen puesto.
Justo al mediodía, la Virgen aparece y pide una vez más una capilla y predice que la guerra terminará pronto. Luego alza las manos, y Lucía siente el impulso de gritar que todos miren al sol. Todos vieron entonces que la lluvia cesó de golpe, las nubes se abrieron y el sol se vio girar vertiginosamente sobre sí mismo proyectando haces de luz de todos los colores y en todas direcciones: una maravillosa danza de luz que se repitió tres veces.
La impresión general, acompañada de enorme estupor y preocupación, era que el sol se había desprendido del cielo y se precipitaba a la tierra. Pero todo vuelve a la normalidad y la gente se da cuenta de que los vestidos, poco antes empapados por el agua, ahora están perfectamente secos. Mientras tanto la Virgen sube lentamente al cielo en la luz solar, y junto a ella los tres pequeños videntes ven a san José con el Niño.
Sigue un enorme entusiasmo: las 60.000 personas presentes en Cova da Iria tienen un ánimo delirante, muchos se quedan a orar hasta bien entrada la noche.
Las apariciones se concluyen y los niños retoman su vida de siempre, a pesar de que son asediados por la curiosidad y el interés de un número siempre mayor de personas: la fama de Fátima se difunde por el mundo.

Entre tanto las predicciones de la Virgen se cumplen: al final de 1918 una epidemia golpea a Fátima y mina el organismo de Francisco y Jacinta. Francisco muere santamente en abril del año siguiente como consecuencia del mal, y Jacinta en 1920, después de muchos sufrimientos y de una dolorosísima operación.
En 1921, Lucía entra en un convento y en 1928 pronuncia los votos. Será sor María Lucía de Jesús.
Se sabe que, luego de concluir el ciclo de Fátima, Lucía tuvo otras apariciones de la Virgen (en 1923, 1925 y 1929), que le pidió la devoción de los primeros sábados y la consagración de Rusia.
En Fátima las peticiones de la Virgen han sido atendidas: ya en 1919 fue erigida por el pueblo una primera modesta capilla. En 1922 se abrió el proceso canónico de las apariciones y el 13 de octubre de 1930 se hizo pública la sentencia de los juicios encargados de valorar los hechos: «Las manifestaciones ocurridas en Cova da Iria son dignas de fe y, en consecuencia, se permite el culto público a la Virgen de Fátima».
También los papas, de Pío XII a Juan Pablo II, estimaron mucho a Fátima y su mensaje. Movido por una carta de sor Lucía, Pío XII consagraba el mundo al Corazón Inmaculado de María el 31 de octubre de 1942. Pablo VI hizo referencia explícita a Fátima con ocasión de la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II fue personalmente a Fátima el 12 de mayo de 1982: en su discurso agradeció a la Madre de Dios por su protección justamente un año antes, cuando se atentó contra su vida en la plaza de San Pedro.
Con el tiempo, se han construido en Fátima una grandiosa basílica, un hospital y una casa para ejercicios espirituales. Junto a Lourdes, Fátima es uno de los santuarios marianos más importantes y visitados del mundo.
Echar un vistazo al cielo
Santo Evangelio según san Juan 15, 18-21.
Sábado V de Pascua
Por: Adrián Olvera, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Me basta estar en tu presencia, Señor… Hay muchas cosas en mi cabeza, el ruido de mi día… No importa, sólo quiero estar en tu presencia.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 15, 18-21
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si el mundo los odia, sepan que me han odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero el mundo los odia porque no son del mundo, pues al elegirlos, yo los he separado del mundo. Acuérdense de lo que les dije: ‘El siervo no es superior a su señor’. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho de mis palabras lo harán de las de ustedes. Todo esto se lo van a hacer por mi causa, pues no conocen a aquel que me envió”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Las cosas hermosas de la vida nos invitan espontáneamente a mirar hacia arriba… a echar un vistazo al cielo. Una canción, un momento, un paisaje, un recuerdo, nos quitan muchas veces el aliento; nos dejan el pensamiento en blanco y nos hacen desear un «no sé qué» que quisiéramos obtener.
Por otra parte las cosas que no son tan hermosas nos roban un grito… nos siembran dudas y expresamos: ¡por qué pasa esto!
En las dos situaciones algo muy dentro de nosotros busca emprender el vuelo.
¿Qué sería una alegría si no hay alguien con quien compartirla? ¿Qué sentido tendría el dolor si no hubiera nadie que lo consolara, que lo sanara? Qué sería la vida sin la esperanza de poseer aquel «no sé qué» que se desea… ¿Qué sería, Señor?
Gracias, Señor, por esta espontánea invitación de mirar al cielo. Por permitirme admirarme de la belleza de este mundo que me lleva a preguntarme: si esto es bello, ¿cuán bello serás Tú?
Gracias, también, por permitirme experimentar el dolor pues, de igual manera, me hace preguntarme: si el dolor es así de grande, ¿cuánto no será el consuelo que Tú quieres darme?
Finalmente, gracias por me has «separado del mundo», estoy aquí mas no soy de aquí. Estoy aquí mas soy de ti…El «no sé qué» de mi vida sin duda… eres Tú.
«A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a aprovechar las ocasiones que el Señor nos ofrezca para pasar el umbral de la puerta de la fe y entrar así en un ancho camino: es el camino de la salvación capaz de acoger a todos aquellos que se dejan incluir por el amor. Es el amor que salva, el amor que ya en la tierra es fuente de bienaventuranza de cuantos, en la mansedumbre, en la paciencia y en la justicia, se olvidan de sí mismos y se entregan a los demás, especialmente a los más débiles».
(Ángelus de S.S. Francisco, 21 de agosto de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un momento de oración preguntarme: ¿qué es lo que más deseo en mi vida? Ver si en ese deseo está Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Virgen de Fátima: «Una Señora más brillante que el sol»
Aquella brillante Señora dijo a los niños que era necesario rezar mucho
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«En Fátima ocurrió una intervención divina a través del rostro materno de María que dio un mensaje de parte de Dios para la humanidad del siglo XX, un mensaje que es una palabra profética en sí mismo». Era el 13 de mayo de 1917.
Los protagonistas son tres niños. Lucía de Jesús, más tarde religiosa del Carmelo de Santa Teresa en Coimbra, Francisco y Jacinta Marto, tres pequeños pastores que cuidaban un rebaño en Cova da Iría, hoy Diócesis de Leiría-Fátima.
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Alrededor del mediodía, vieron una luz brillante; pensando que era un relámpago y decidieron marcharse, pero más abajo otro relámpago iluminó el espacio y vieron encima de una pequeña encina, donde se encuentra ahora la Capilla de las Apariciones, una «Señora más brillante que el sol»; que de sus manos pendía un rosario blanco.
Aquella brillante Señora dijo a los niños que era necesario rezar mucho y los invitó a volver a Cova da Iría durante otros cinco meses consecutivos, en los días 13 a la misma hora.
«Estas apariciones fueron preparadas por las apariciones de Anjo da Paz, como decía la hermana Lucía, preparó a los niños a entrar en el misterio de Dios y después comprenderían que de parte de Dios venía un mensaje encomendado a ellos».
En la última aparición del 13 de octubre, estando presentes cerca de 70.000 personas, la Virgen les dijo que era la «Señora del Rosario» y que hicieran allí una Capilla en su honor.
El Milagro del Sol
En seguida, un fenómeno en el cielo convenció a los presentes del milagro prometido pues el sol, pareciéndose a un «disco» de plata, se le podía mirar sin dificultad alguna y giraba sobre sí mismo como si fuese una rueda de fuego que fuera a precipitarse sobre la tierra.
«El mensaje tiene muchos aspectos, pero ella sintetizó aquello que comúnmente es conocido como el secreto de Fátima».
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Según explica monseñor Marto el mensaje de Fátima tiene tres aspectos: la visión del infierno como advertencia a la humanidad de sacudir las consciencias, la devoción al inmaculado corazón de María, y la presencia de sufrimientos, persecuciones y martirios en la Iglesia.
Es un mensaje de esperanza y perseverancia en medio de las dificultades en el mundo. De acuerdo al Documento oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Sor Lucía tenía claro que «el objetivo de todas las apariciones era el de hacer crecer siempre más en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Todo el resto era sólo para conducir a esto» (Comentario teológico al tercer «secreto» de Fátima)
El 13 de octubre de 1930 el Obispo de Leiría declaró dignas de fe las apariciones y autorizó el culto de Nuestra Señora de Fátima.
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Esperanza también para los musulmanes
El 28 de abril de 1919 se inició la Construcción de la Capilla de las Apariciones. Este santuario también atrae a personas de otros credos.
En el mundo islámico, por ejemplo, Fátima es la hija de Mahoma, de la cual el profeta escribe: «Tú serás la mas bendita entre todas las mujeres del paraíso, después de María».
Algunas interpretaciones aseguran que María escogió ser conocida como Nuestra Señora de Fátima para dar esperanza al pueblo musulmán, que ocupó los territorios de Portugal durante siglos.
Fue también un 13 de mayo de 1981 cuando Mehmet Ali Ağca atentó contra Juan Pablo II en Roma. El Papa ofreció la bala que le traspasó el cuerpo en señal de agradecimiento a la Virgen por salvarle la vida.
La beatificación de dos videntes de Fátima, Francisco y Jacinta Marto tuvo lugar el 13 de mayo de 2000 en Fátima.
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El papa Benedicto XVI autorizó abreviar el plazo canónico para el inicio de las diligencias para la apertura del proceso de beatificación de Lucía de Jesús, que tomó el nombre hermana Maria Lucia del Corazón Inmaculado.
Oración
«Oh, Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, Reina del Rosario, dulce Virgen de Fátima me consagro a tu Inmaculado Corazón para estar plenamente disponible y consagrado al Señor. Acepta por favor, tenerme bajo tu protección maternal, defenderme contra los peligros, ayudarme a vencer las tentaciones, a huir de los pecados, y te suplico que veles de la pureza de mi cuerpo y de mi alma.
Que tu Inmaculado Corazón sea mi refugio y el camino que conduce a Dios. Dame la gracia de rezar y sacrificarme por el amor de Jesús, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos en contra de tu Inmaculado Corazón. Confiando en ti y en unión con el Corazón de tu Divino Hijo, quiero vivir para la Santísima Trinidad en quien creo, adoro, espero y amo. Que así sea».