Al final solo quedan Jesús y la mujer, allí en el medio: «la miseria y la misericordia», dice San Agustín (In Joh 33,5). Jesús es el único sin culpa, el único que podría arrojar la piedra contra ella, pero no lo hace, porque Dios «no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (ver Ez 33,11). Y Jesús despide a la mujer con estas estupendas palabras: «Vete, y en adelante no peques más» (v. 11). Y así, Jesús le abre un nuevo camino, creado por la misericordia, un camino que requiere su compromiso de no pecar más. (…) No temamos pedir perdón a Jesús porque Él nos abre la puerta a esta vida nueva. (Ángelus, 7 abril 2019)

John 8:1-11

El Evangelio de hoy nos presenta la historia de la mujer atrapada en adulterio, que es una de las muestras más claras sobre lo que René Girard llamó el mecanismo del chivo expiatorio.

Los escribas y fariseos le traen a Jesús una mujer que habían atrapado en adulterio. ¿Dónde habrán estado y cuánto tiempo habrán esperado para atraparla? Su afán por encontrar una víctima es testimonio de la insaciable necesidad humana de los chivos expiatorios.  

La novedad del Evangelio se revela en el rechazo de Jesús de contribuir a la energía de la tormenta que se avecina: “Que el que esté sin pecado sea el primero en arrojarle una piedra”. Jesús dirige la energía de la violencia al chivo expiatorio hacia los acusadores. Él revela el peligroso secreto de que el orden inestable de la sociedad se haya basado en los chivos expiatorios. Los Padres de la Iglesia enfatizaron este punto con una clara interpretación: imaginaron que Jesús estaba escribiendo en la arena nada menos que los pecados de aquellos que amenazaban a la mujer.

Entonces vemos, en forma trascendente, el nuevo orden: “Vete, y de ahora en adelante no peques más”. La conexión entre Jesús y la mujer no es la consecuencia de la condena sino fruto del perdón ofrecido y aceptado.

Guntrano (Gontrán), Santo

Laico, 27 de marzo

Rey de Borgoña y Orleáns.

Martirologio Romano: En Chálon-sur-Saóne, en Burgundia, en Francia, sepultura de san Guntrano, rey de los francos, que distribuyó sus tesoros entre las iglesias y los pobres (593).

Breve Biografía

Era nieto de Santa Clotilde. Hermano de los reyes Charibert y Sigebert.

Sus primeros pasos del monarca no fueron los de un santo precisamente. Repudió a su primera esposa, Veneranda, luego de haberle dado sólo un heredero que murió a edad temprana. La segunda esposa, Merestrude no tuvo mejor suerte, murió poco después de su parto junto con el niño. Austrechilde, la tercera esposa, le dio dos niños que murieron jóvenes.

Guntrano, luego de estas vivencias, llegó a la conclusión de que su luto era consecuencia de los pecados cometidos, se comprometió a no caer en la tentación de cambiar de esposa en la búsqueda de un heredero, adoptando a su sobrino Chieldeberto, huérfano de uno de sus hermanos.

En su conversión al cristianismo superó así con remordimiento los actos anteriores de su vida, consagrando su energía y fortuna a construir la Iglesia.

Pacificador, protector de los oprimidos, atendía a los enfermos, tierno con sus súbditos, generoso en sus limosnas, especialmente en épocas de hambre o plaga. Obligaba al correcto cumplimiento de la ley sin favoritismos, perdonó incluso ofensas contra él incluyendo a dos que intentaron asesinarlo.

Murió el 28 de Marzo de 592, fue enterrado en la Iglesia de San Marcelo que él había fundado, su cráneo ahora se conserva en una urna de plata.

Fue declarado santo casi inmediatamente después de su muerte por sus súbditos.

De la muerte del pecado a la vida verdadera

Santo Evangelio según san Juan 8, 1-11. Lunes V de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, hoy quiero ponerme nuevamente a tus pies. Ayer, en este camino de preparación para tu Pascua, contemplaba la resurrección de Lázaro, admirándome de tu poder para devolver la vida a un muerto. Hoy quiero contemplarte salvando a una mujer de otro tipo de muerte y ofreciéndole una nueva vida. Dispón mi corazón para abrirlo y encontrarme contigo, para recibir de tus manos una vida nueva.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
De la muerte a la vida…, de la muerte del pecado a la resurrección de la vida de gracia…. Tú nos buscas, Señor, y nos das la mano para poder salir de la muerte del pecado y devolvernos la dignidad propia de los hijos de Dios.
Quiero ahondar en tu mirada y en tu corazón, Señor, en esos momentos en que unos hombres denuncian a una mujer “sorprendida en adulterio” y quieren apedrearla; quiero contemplar tu mirada dirigida hacia la mujer y hacia sus acusadores.

Los escribas y fariseos te llevaron a esta mujer (a la que seguramente ellos mismos habían lastimado) para ponerte a prueba. Tú prefieres no mirarlos, tú prefieres abrir una puerta al reconocimiento de sus propios pecados, al arrepentimiento, al camino de salvación, a través del perdón de los pecados de esta pobre mujer. Tú nos abres la puerta a todos para que nos arrepintamos…, pero no todos acogemos este perdón.

Señor, tu miraste profundamente a esta mujer, tocando su corazón, y le ofreciste el perdón. Ella acogió esta salvación y recibió una nueva vida. En cambio, los escribas y fariseos no fueron capaces de reconocer sus pecados y huyeron sin el perdón que les daría una nueva vida…. ¡Cuánta tristeza en tu corazón, Señor, pues rechazaron la salvación que les ofrecías!

Dios mío, tú nos ofreces la salvación, pero sólo la aprovecha quien, con un corazón humilde, la acoge y se deja transformar por ella. Señor, quiero abrir mi corazón para que me redimas de mi propio pecado y pueda recibir la salvación que me alcanzaste con tu Pasión, Muerte y Resurrección. Quiero aprovechar estos días de Cuaresma, para encontrarme con tu amor, tu perdón y tu redención.

«Jesús apela a la conciencia de aquellos hombres: ellos se sentían “paladines de la justicia”, pero Él los llama a la conciencia de su condición de hombres pecadores, por la cual no pueden reclamar para sí el derecho a la vida o a la muerte de los demás. En ese momento uno tras otro, empezando por los más viejos, es decir, por los más expertos de sus propias miserias, todos se fueron, renunciando a lapidar a la mujer. Esta escena también nos invita a cada uno de nosotros a ser conscientes de que somos pecadores, y a dejar caer de nuestras manos las piedras de la denigración y de la condena, de los chismes, que a veces nos gustaría lanzar contra otros. Cuando chismorreamos de los demás, lanzamos piedras, somos como estos».

(S.S. Francisco, Ángelus del 7 de abril de 2019).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Al prepararme para la confesión de este tiempo, me pondré bajo la mirada de Cristo, mi Redentor, para dolerme por el dolor que le he causado, descubrirme amado y perdonado por su amor infinito y acoger humildemente su salvación.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Opinar y juzgar no son lo mismo; ¡no juzguemos!

No asumamos el papel de juez

Se nos recuerda: no debemos juzgar a otros, sobre todo si juzgamos sin conocer motivos, atenuantes y sin examinar si estamos siendo objetivos. La común precipitación para condenar a otros sin reflexionar el caso, hace mucho daño, a ellos y al propio juzgador espontáneo. Igualmente a los que repiten juicios que oyeron o leyeron sin que les conste nada.

Reflexión

Pero, podemos decir: ¿qué debo pensar, hacer o decir cuando sé que alguien hace algo que está mal? Si la “evidencia” me indica que se ha cometido una falta, un delito, un pecado… ¿no puedo juzgar lo que veo? La respuesta es: ¡No, no tenemos derecho!

Es verdad que podemos conocer actos indebidos que parecen cometidos por una persona, ¿cómo podemos entonces cerrar la mente para no pensar en ello, es decir, para no juzgar? No podemos evitar la reflexión sobre un acto, pero es posible ponernos límites, pues hay que distinguir entre opinar y juzgar. Lo primero es parte de un proceso, que debemos detener antes de juzgar.

No asumamos el papel de juez. El juez revisa un caso, las acusaciones, las pruebas de cargo y de descargo y con su conocimiento y experiencia (que debe tener), llega a una conclusión, y dicta sentencia. Esa sentencia es absolutoria o condenatoria. Si es condenatoria, porque está convencido que se violó la ley, ejerce el poder recibido para condenar y con ello aplicar una pena. Pero, algo más, el juez no es el verdugo.

Lo que hace el juez, como resultado de su análisis de causas, es lo que nosotros no podemos hacer: condenar y penalizar. Esta es la diferencia entre opinar y juzgar. Muchas veces acusamos y de una misma vez condenamos a alguien por un hecho indebido que parece haber cometido; pero, ¿tenemos todos los elementos para opinar, y para juzgar?

Los casos en que se acusa y juzga a inocentes por faltas que no cometió, son demasiado frecuentes. Lo más grave es que cuando juzgamos a alguien, no solamente nos quedamos con el juicio y su condenación, sino que en cuanto podemos lo gritamos a los cuatro vientos: que todos lo sepan. Que al responsable lo señale el mundo, lo humille, lo condene, le dé la espalda; y luego, en muchas ocasiones, resulta que es inocente o no es tan culpable, y es muy tarde para rectificar.

El problema de juzgar, que no de hacerse de una opinión, es que una vez que señalamos al culpable y resulta que no lo es, entonces la soberbia nos impide rectificar. Después del grito de ¡culpable! Nos quedamos callados.

Cuando juzgamos, y dictamos nuestra personal sentencia, olvidamos el caso de la mujer adúltera del Evangelio: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El problema es que la soberbia de constituirnos en jueces del actuar de los demás, nos impide reconocer, ante los demás, nuestro error, inclusive nos negamos a considerar la posibilidad de habernos equivocado.

Los juicios y penalizaciones han llevado a la gente a cometer delitos para “castigar” al culpable. Las chusmas son azuzadas para que agredan, apedreen y hasta quemen y maten a supuestos culpables: “justicia” por propia mano. Tan grave pecado e injusticia cometen quienes hacen el juicio y condenan como quienes los asumen y participan como verdugos en la ejecución de la condena. Una chusma fue azuzada para que gritara que se crucificara a un justo y se liberara a un delincuente, y así Pilatos, lavándose las manos, envió a Jesús a morir en el Calvario.

Insisto, entre opinar y juzgar hay, aunque no lo parezca, una gran distancia. La vida está llena de juicios precipitados, de acusaciones que pasan de boca en boca o son publicadas “para que todo mundo se entere”. Son los chismes, la maledicencia, la difamación, la calumnia. Lo más notorio es precisamente la precipitación, que no da tiempo a conocer más sobre el caso. La acusación, el juicio y la condena, se hacen en un solo acto.

Esto no se puede hacer; es más, un juez profesional no lo hace; toma su tiempo, pero los juzgadores sociales se sienten Dios: no tienen que pensar nada, allí está “la prueba”, y sin pensarlo acusan ante quien quiera escucharles o leerles, su juicio. ¿Y la sentencia y el castigo? Como verdugos, denigrar “al culpable” o culpables, ¡que lo sepan todos! Y así se corren las voces, y hasta se acusa y señala a alguien de oídas, porque se sabe “de buena fuente” que es culpable.

Primero que todo, un principio general de Derecho es la presunción de inocencia, y segundo, que el presunto responsable tiene derecho a defenderse, a dar su versión y presentar lo que se llama pruebas de descargo, a su favor.

Así, cuando nos parece evidente que alguien ha actuado mal, lo primero que se debe hacer es no precipitar conclusiones; hay que saber más, y aún es posible que la verdad de los hechos nunca la lleguemos a conocer. Así que en vez de lanzar condenas, sentencias al aire, guardemos nuestras opiniones, y no las convirtamos en acusaciones públicas o nos nombremos verdugos. Muchas buenas honras y famas han sido mancilladas, y luego no hay vuelta atrás, los daños hechos no se reparan. Y no sirve decir “es que yo pensé… yo creí…”

No nos arroguemos en jueces, no lo somos. Y recordemos que como juzgamos, también somos juzgados. El ofrecimiento de Jesús: no juzguéis y no seréis juzgado, tan maravilloso, debe ser aceptado. Evitemos juzgar, aunque algo nos parezca mal, no cometamos ese pecado.

Ruperto, el santo que dio nombre a Salzburgo

Este misionero de Baviera generó riqueza para todos con la explotación de la sal y evangelizó en el área del Danubio

San Ruperto de Worm (o san Ruperto de Salzburgo) procedía de una importante familia noble del medio y alto Rhin. Un antepasado suyo fue san Ruperto de Bingen.

Junto con otros misioneros, llegó a Baviera en el año 697. Se presentó al duque Teodo, que era pagano, y le pidió permiso para evangelizar.

Teodo accedió y Ruperto hizo un intenso trabajo de cristianización en el área del río Danubio. Fue obispo de Worm. Sus sermones lograban conversiones y se produjeron curaciones milagrosas que hicieron crecer su fama.

Puso el nombre de Salzburgo a la ciudad que luego sería famosa por ser donde nació y murió Mozart. Allí hizo construir ocho edificios para obras religiosas y varios templos.

San Ruperto intuyó las posibilidades de progreso material de la gente de la zona gracias a las fuentes de agua salada que había.

Hizo que se explotaran para obtener la sal, que era una materia prima valorada, y logró generar riqueza, además de los bienes espirituales que aportaba como evangelizador.

Santo patrón

San Ruperto es patrono de Salzburgo.

Oración

Dios y Señor nuestro, que con tu amor a tus hijos quisiste que san Ruperto anunciara a los pueblos la gran riqueza que es Cristo:

Permítenos, por su intercesión, crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y vivir siempre según las enseñanzas del Evangelio, fructificando con toda clase de buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.