Amad a vuestros enemigos. Hoy nos haría bien (…) repetirnos a nosotros mismos estas palabras y aplicarlas a las personas que nos tratan mal, que nos molestan, que nos cuesta aceptar, que nos quitan la serenidad.
Amad a vuestros enemigos. (…) No te preocupes de la maldad de los demás, o del que piensa mal de ti. En cambio, comienza a transformar tu corazón por amor a Jesús. Porque quien ama a Dios no tiene enemigos en el corazón.
El culto a Dios es lo opuesto a la cultura del odio. Y la cultura del odio se combate enfrentando el culto a la lamentación.
¡Cuántas veces nos quejamos por lo que no recibimos, por lo que está mal! Jesús sabe que muchas cosas están mal, que siempre habrá alguien que no nos quiera, e incluso alguien que nos perseguirá. Pero nos pide sólo que recemos y amemos.
Esta es la revolución de Jesús, la más grande de la historia: la que pasa del odio al amor por el enemigo, del culto a la lamentación a la cultura del don. ¡Si pertenecemos a Jesús, este es el camino! No hay otro. (Homilía, Bari, 23 febrero 2020)
• Matthew 5:43-48
Amigos, en el Evangelio de hoy, que contiene el Sermón de la Montaña, el Señor nos ordena amar a nuestros enemigos.
¿Cuál es la prueba del amor? Jesús no pudo haber sido más claro cuando en el discurso que pronuncia la noche antes de morir dice “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Si el amor es estar dispuesto al bien del otro en cuanto otro, esta tiene que ser la expresión más plena, la última palabra, de ese amor.
Hay otra forma de probar este amor es amar a los enemigos, aquellos que no pueden o no quieren dar nada en retorno.
Esto también tiene lugar en la Cruz de Jesús.
Judios, romanos, fariseos, saduceos, y hasta sus propios discípulos —todos lo traicionan, huyen de Él, lo niegan u organizan activamente su muerte.
Y, sin embargo, estas son las mismas personas a las que ama, las mismas personas por quienes da su vida.
La prueba final es lo que hace Jesús cuando regresa de la muerte.
A las mismas personas que contribuyeron a su muerte les dice: “Shalom”.
Así es como somos amados; así es como debemos amar. Todo lo demás es secundario.
Casimiro de Polonia, Santo
Memoria Litúrgica, 4 de marzo
Príncipe
Martirologio Romano: San Casimiro, hijo del rey de Polonia, que, siendo príncipe, destacó por el celo en la fe, por la castidad y la penitencia, la benignidad hacia los pobres y la devota veneración a la Eucaristía y a la bienaventurada Virgen María, y aún joven, consumido por la tuberculosis, descansó piadosamente en la ciudad de Grodno, cerca de Vilna, en Lituania († 1484).
Etimológicamente: Casimiro = Aquel que invoca, enseña, promueve la paz, es de origen polaco
Fecha de canonización: El rey Segismundo presentó ante el Papa León X la solicitud para la canonización de Casimiro luego de haberse registrado muchos milagros por su intercesión. En 1521 dicho Papa declaró a Casimiro patrón de Polonia y Lituania, pero fue oficialmente beatificado en 1602 por el Papa Clemente VIII y por fin en 1621 su fiesta fue extendida a la Iglesia Universal.
Patrono: de Polonia, de Lituania (proclamado por el Papa Urbano VIII en 1636), de la Diócesis de Grodno (Bielorrusia), de los reyes, de los principes, de los laicos solteros, protector contra la peste.
Breve Biografía
Casimiro nació en 1458 en Cracovia. Era el tercero de los trece hijos de Casimiro, rey de Polonia. Muchos santos han salido de familias muy numerosas, y de esta clase de familias llegan a la Iglesia Católica excelentes vocaciones.
Su madre Isabel, hija del emperador de Austria, era una fervorosa católica y se esmeró con toda el alma porque sus hijos fueran también entusiastas practicantes de la religión. Ella en una carta a una amiga hace una formidable lista de las cualidades que debe tener una buena madre, y seguramente que esas cualidades fueron las que practicó con sus propios hijos.
Y además de la educación que le dieron sus padres, Casimiro tuvo la gran suerte de que el rey le consiguió dos maestros que eran buenísimos educadores. El Padre Juan y el profesor Calímaco. El Padre Juan era Polaco y dejó fama de ser muy sabio y muy santo, pero su mayor honor le viene de haber sido el que encaminó a San Casimiro hacia una altísima santidad. El Profesor Calímaco era un gran sabio que había sido secretario del Papa Pío II, y después estuvo 30 años en la corte del rey de Polonia ayudándole en la instrucción de los jóvenes. Calímaco dijo: «Casimiro es un adolescente santo», y el Padre Juan escribió también: «Casimiro es un joven excepcional en cuanto a virtud».
Claro está que no basta con recibir una buena educación de parte de los papás y tener buenos profesores, sino que es necesario que el joven ponga de su parte todo el empeño posible por ser bueno. Pues de los otros doce hermanos de Casimiro, que tuvieron los mismos profesores, ninguno llegó a la santidad, y algunos hasta dieron malos ejemplos. En cambio nuestro santo llegó a unas alturas de virtud que admiraron a los que lo conocieron y lo trataron.
Dicen los biógrafos de San Casimiro que su más grande anhelo y su más fuerte deseo era siempre agradar a Dios. Para eso trataba de dominar su cuerpo, antes de que las pasiones sensuales mancharan su alma. Siendo hijo del rey, sin embargo vestía muy sencillamente, sin ningún lujo. Se mortificaba en el comer, en el beber, en el mirar y en el dormir. Muchas veces dormía sobre el puro suelo y se esforzaba por no tomar licor. Y esto en un palacio real donde las gentes eran bastante inclinadas a una vida fácil y de muchas comodidades y comilonas.
Para Casimiro el centro de su devoción era la Pasión y Muerte de Jesucristo. En aquellos tiempos los maestros espirituales insistían frecuentemente en que para ser fervoroso y crecer en el amor a Dios aprovecha muchísimo el meditar en la Pasión de Jesucristo. Nuestro santo pasaba mucho tiempo meditando en la Agonía de Jesús en el Huerto y en los azotes que padeció, como también en la coronación de espinas y las bofetadas que le dieron a Nuestro Señor. Ratos y ratos se estaba pensando en la subida de Jesús al Calvario y en las cinco heridas del crucificado, y meditando en el amor que llevó a Jesús a sacrificarse por nosotros. Le gustaban los cristos muy sangrantes, y ante un crucifijo se quedaba tiempos y tiempos meditando, suplicando y dando gracias.
Otra gran devoción de Casimiro era la de Jesús Sacramentado. Como durante el día estaba sumamente ocupado ayudando a su padre a gobernar el Reino de Polonia y de Lituania, aprovechaba el descanso y el silencio de las noches para ir a los templos y pasar horas y horas adorando a Jesús en la Santa Hostia.
Sus preferidos eran los pobres. La gente se admiraba de que siendo hijo de un rey, nunca ni en sus palabras ni en su trato se mostraba orgulloso o despreciador con ninguno, ni siquiera con los más miserables y antipáticos. Un biógrafo (enviado por el Papa León X a recoger datos acerca de él) afirma que la caridad de Casimiro era casi increíble, un verdadero don del Espíritu Santo. Que el amor tan grande que le tenía a Dios, lo llevaba a amar inmensamente al prójimo, y que nada le era tan agradable y apetecible como la entrega de todos sus bienes en favor de los más necesitados, y no sólo de sus bienes materiales, sino de su tiempo, sus energías, de su influencia respecto a su padre y de su inteligencia. Que prefería siempre a los más afligidos, a los más pobres, a los extranjeros que no tenían a nadie que los socorriera, y a los enfermos. Que defendía a los miserables y por eso el pueblo lo llamaba «el defensor de los pobres».
Su padre quiso casarlo con la hija del Emperador Federico, pero Casimiro dijo que le había prometido a la Virgen Santísima conservarse en perpetua castidad. Y renunció a tan honroso matrimonio.
Los secretarios y otras personas que vivieron con Casimiro durante varios años estuvieron todos de acuerdo en afirmar que lo más probable es que este santo joven no cometió ni un solo pecado grave en toda su vida. Y esto es tanto más admirable en cuanto que vivía en un ambiente de palacio de gobierno donde generalmente hay mucha relajación de costumbres. La gente se admiraba al ver que un joven de veinte años observaba una conducta tan equilibrada y seria como si ya tuviera sesenta.
A su padre el rey le advertía con todo respeto pero con mucha valentía, las fallas que encontraba en el gobierno, especialmente cuando se cometían injusticias contra los pobres. Y el papa atendía con rapidez a sus peticiones y trataba de poner remedio.
Casimiro llegó lo mismo que San Luis Gonzaga, San Gabriel de la Dolorosa, San Estanislao de Koska, San Juan Berchmans, y Santa Teresita de Jesús, a una gran santidad, en muy pocos años.
Se enfermó de tuberculosis, y el 4 de marzo de 1484, a la corta edad de 26 años, murió santamente dejando en todos los más edificantes recuerdos de bondad y de pureza. Lo sepultaron en Vilma, capital de Lituania.
A los 120 años de enterrado abrieron su sepulcro y encontraron su cuerpo incorrupto, como si estuviera recién enterrado.
Ni siquiera sus vestidos se habían dañado, y eso que el sitio donde lo habían sepultado era muy húmedo.
Sobre su pecho encontraron una poesía a la Sma. Virgen, que él había recitado frecuentemente y que mandó que la colocaran sobre su cadáver cuando lo fueran a enterrar.
Esa poesía que él había propagado mucho empieza así:
Cada día alma mía, di a María su alabanza. En sus fiestas la honrarás y su culto extenderás, etc., etc.
Hasta después de muerto quería que en su sepulcro se honrara a la Virgen María a quien le tuvo inmensa devoción durante toda su vida.
San Casimiro trabajó incansablemente por extender la religión católica en Polonia y Lituania, y estas dos naciones han conservado admirablemente su fe católica, y aún en este tiempo cuando las gentes ven que está en peligro su religión, invocan al santo joven que fue tan entusiasta por nuestra religión.
Y él demuestra con verdaderos prodigios lo mucho que intercede ante Dios en favor de los que lo invocan con fe.
Oración
Dios todopoderoso,
sabemos que servirte es reinar;
por eso te pedimos nos concedas,
por intercesión de san Casimiro,
vivir sometidos a tu voluntad en santidad y justicia.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Palabras exigentes
Santo Evangelio según san Mateo 5, 43-48.
Sábado I de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
Sigo meditando tu Palabra, este Sermón de la Montaña que me sigue confrontando el corazón para que sea de carne, que sea de amor a Dios y al prójimo, que sea como el tuyo.
Desde la pobreza de mi vida, clamo a ti Señor: ¡Dame un corazón de carne! ¡Dame un corazón semejante al tuyo!
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 43-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Palabras exigentes, ¿quién podrá vivir esto? También dijiste “nada es imposible para Dios”. Sé Tú, Señor, quien transforme mi corazón para vivir esto que pides. Tú eres la fuente del amor, sólo experimentándote a ti podré conocer cómo es el amor.
En medio de estas palabras exigentes, me hablas de un premio: “si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?”. Sí, hay un premio cuando se ama, el premio es vivir la experiencia de la libertad de los hijos de Dios: “Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.
¡Qué libertad tan grande la de vivir sin rencores ni juicios! ¡Qué libertad tan grande la de poder hacer siempre el bien independientemente de cómo sea recibido! ¡Qué libertad tan grande hay en orar por los enemigos, porque lejos de amargar nuestra vida nos dan oportunidad de imitar a Dios que hace el bien a todos!
Si, palabras exigentes, pero palabras de vida y de libertad interior.
Toma, Señor, mi corazón de piedra, infunde en él tu Espíritu para que sea un corazón de carne, un corazón vivo y humanizado, que sepa vivir con libertad, como hija tuya o hijo tuyo, haciendo siempre el bien.
«La misericordia se expresa, sobre todo, con el perdón: no juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, no obstante, recuerda a los discípulos que para tener relaciones fraternales es necesario suspender los juicios y las condenas. Precisamente el perdón es el pilar que sujeta la vida de la comunidad cristiana, porque en él se muestra la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado en primer lugar». (S.S. Francisco, Catequesis del 21 de septiembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezar un misterio del Rosario por esas personas que yo considero que me hacen un mal, por esas personas que hacen mal a otros y pedir para ellas la gracia de la experiencia de la misericordia de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Hacia la perfección humana
Hay que actuar ahora con la mirada puesta en la meta definitiva.
Cada día empezamos a caminar. Prepararse, poner orden en la ropa y los libros, tomar algo de café, pan y mermelada, acomodarse la camisa, ajustarse bien los pantalones.
Luego, la salida a la oficina, la llegada, poner orden entre papeles o ficheros. Horas y horas para trabajar, entre saludos, mensajes por el móvil, miradas por la ventana, atención al reloj.
Llega el momento del regreso. Nuevas rutinas, despedidas, desplazamientos. Al final, las últimas noticias, los mensajes pendientes, el ruido de los vecinos, las farolas en la calle.
Las actividades se suceden. En muchas de ellas afrontamos metas pequeñas. Un trabajo concluido llena de satisfacción. Un asunto pendiente a veces se convierte en agobiante, sobre todo si otros esperan la respuesta.
Otras veces, las metas tienen más envergadura. Buscar un nuevo trabajo, tomar la decisión para el lugar de veraneo, aceptar o rechazar un préstamo complicado, encontrarse con un médico que impondrá una nueva terapia.
¿En qué momento podemos decir que ha terminado la carrera, que hemos llegado a la meta decisiva? Todas las opciones parecen paradas provisionales: sirven para un tiempo concreto, y luego nos lanzan a nuevos objetivos.
En el fondo de tantas decisiones, brilla confusamente la idea de una perfección completa, de un lugar para el descanso definitivo. Intuimos que eso no puede ocurrir en esta tierra, donde todo lo que llega al final termina y pasa.
Entonces, ¿habría una meta definitiva? ¿Será la muerte, que todo engulle, que borra deudas y deja pendientes amistades y promesas? ¿O hay que reconocer que existe un Dios Padre, un cielo eterno, un lugar de plenitud y dicha?
La perfección humana implica mirar más lejos de los mil avatares de nuestra existencia incierta.
Porque solo tras la muerte es posible llegar a un lugar definitivo, de plenitud y dicha sin medida.
Vale, entonces, actuar ahora con la mirada puesta en esa meta definitiva. Lo demás, incluso lo que parece bello y agradable, quedará en el camino. Tras la frontera de la muerte inician, para quien ha sabido amar y pedir perdón, la plenitud y la dicha verdaderas.
San Casimiro, el pacífico y joven patrono de Polonia y Lituania
Miembro de la familia real en el siglo XV, se distinguió por su bondad y su rectitud, a los 13 años hizo voto de castidad
Casimiro nació en Cracovia, entonces capital del reino de Polonia, en el año 1458. Su padre era el rey Casimiro IV Jagellon y su madre Isabel de Habsburgo de Hungría.
Tras la muerte del rey de Hungría, padre de Isabel, esta junto con su hermano y de acuerdo con la nobleza decidieron que Casimiro ocuparía el trono en vez de Matías Corvino, a quien detestaban porque no combatía al invasor turco.
Casimiro solo tenía 13 años, pero había dado muestras de bondad y prudencia, y había hecho ya voto de castidad.
Pero el consejo eclesiástico de Esztergom se enteró de la operación política e informó al nuevo rey Matías. El obispo, en cambio estaba a favor de Casimiro.
Matías envió a dos nobles para que solventaran pacíficamente la disputa y así fue: el bando de Casimiro retiró sus aspiraciones.
Entre 1479 y 1483, Casimiro sustituyó a su padre ausente en los asuntos de gobierno del país y fue ejemplar en esta tarea.
Sin embargo, cuando estaba de viaje en Grodno (Lituania), cayó enfermo de tuberculosis y falleció el 4 de marzo de 1490. Su cuerpo reposa en la catedral de Vilnius.
Santo patrón
San Casimiro es patrono de Polonia y Lituania, donde se celebra su fiesta cada 4 de marzo.
Oración de san Casimiro a la Virgen
San Casimiro compuso una oración a la Virgen, la rezó a diario y pidió que la colocaran sobre su corazón en su tumba. Es la que sigue:
«Alma mía, tributa homenajes diarios a María,
solemniza sus fiestas y celebra sus virtudes resplandecientes.
Contempla y admira su augusta divinidad y proclama su dicha como Virgen y Madre.
Hónrala a fin de que te libre del peso de tus pecados;
invócala para que no te veas arrastrado por el torrente de las pasiones.
Oh María, honor y gloria de todas las mujeres.
Tú a quien Dios ha elevado sobre todas las criaturas,
escucha, Virgen misericordiosa, los votos de los que no cesan de alabarte.
Pide para que goce de la paz eterna
y que no tenga la desgracia de ser presa de las llamas del fuego eterno.
Pide que sea casto y modesto, dulce, y bueno,
piadoso, prudente, recto y enemigo de la mentira».