Al comienzo de febrero, la Iglesia de los Estados Unidos de América celebra la semana de las Escuelas Católicas. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para elogiar a las escuelas Católicas e invitar a todos —Católicos y no Católicos por igual— a apoyarlas. Asistí a instituciones educativas gestionadas por la Iglesia desde primer grado hasta postgrado, Estoy convencido, especialmente ahora, que cuando la filosofía secularista, materialista domina nuestra cultura, se necesita inculcar el ethos Católico.
Efectivamente, la Misa y los sacramentos, las clases de religión, la presencia de sacerdotes y monjas (un poco más frecuentes en mis primeros años de formación), fueron marcas distintivas de las escuelas Católicas a las que asistí, así como también la prevalencia de los símbolos Católicos e imágenes de santos.
Es seguro que no existen las matemáticas “Católicas”, pero ciertamente existe un modo Católico de enseñar matemáticas. En su famosa alegoría de la caverna, Platón mostró que las matemáticas son el primer paso para salir de una visión puramente materialista del mundo. Cuando alguien capta la verdad incluso de la ecuación más simple, o de la naturaleza de un número, o de una fórmula aritmética compleja, ha dejado atrás, en un sentido muy auténtico, el reino de las cosas pasajeras y ha entrado en un universo de realidad espiritual. El teólogo David Tracy ha señalado que en la actualidad la experiencia más común de lo invisible se obtiene a través de la comprensión de las abstracciones puras de la matemática y la geometría. Cuando se enseñan apropiadamente, las matemáticas, por lo tanto, abren la puerta a las experiencias espirituales más elevadas que ofrece la religión, hacia el reino invisible de Dios.
Interpretamos todo —política, arte, cultura, etc.— desde el punto de vista del sacrificio del Hijo de Dios.
De un modo similar, no existe una física o biología “Católica” peculiar, pero sí existe un abordaje Católico de esas ciencias. Ningún científico podría siquiera empezar su trabajo a menos que creyera radicalmente en la inteligibilidad del mundo —esto es, el hecho de que cada aspecto de la realidad física está marcado por un patrón comprensible. Esto es cierto para todo astrónomo, químico, astrofísico, psicólogo o geólogo. Pero esto conduce prácticamente de forma natural a la pregunta: ¿De dónde vienen estos patrones inteligibles? ¿Por qué está el mundo tan señalado por patrones de orden, armonía y racionalidad? Hay un artículo maravilloso escrito por el físico del siglo XX Eugene Wigner que se titula “La irracional efectividad de las Matemáticas en las Ciencias Naturales”. El argumento de Wigner es que no podría ser una mera casualidad que las más complejas matemáticas describan el mundo físico. La respuesta de la gran tradición Católica es que esta inteligibilidad proviene, de hecho, de una gran inteligencia creativa que sostiene al mundo. La gente que practica las ciencias, por lo tanto, no debería tener problemas en creer que “en el principio existía la Palabra”.
Tampoco existe una historia “Católica”, aunque existe efectivamente un modo Católico de mirar la historia. Típicamente, los historiadores no narran simplemente los eventos del pasado. En cambio, miran ciertos temas y trayectorias dominantes dentro de la historia. La mayoría de nosotros ni siquiera nos damos cuenta de esto porque crecimos dentro de una cultura democrática liberal, pero vemos a la Ilustración casi naturalmente como el punto de inflexión de la historia, el tiempo de las grandes revoluciones en la ciencia y la política que definieron al mundo moderno. Nadie podría dudar que la Ilustración fue un tiempo crucial, pero los Católicos no lo ven como el clímax de la historia. Nosotros sostenemos, en cambio, que el hito fundamental sucedió en una sórdida colina de Jerusalén alrededor del año 30 d. C., cuando un joven rabino fue torturado hasta su muerte por los romanos. Interpretamos todo —política, arte, cultura, etc.— desde el punto de vista del sacrificio del Hijo de Dios.
En su controversial discurso de Ratisbona en 2006, el difunto Papa Benedicto argumentó que el Cristianismo puede involucrarse en una vibrante conversación con la cultura precisamente debido a la doctrina de la Encarnación. Nosotros los Cristianos no afirmamos que Jesús fue un interesante maestro entre muchos, sino el Logos, la mente o razón de Dios, hecho carne. Por consiguiente, todo lo que está marcado por el logos o racionalidad es un pariente natural del Cristianismo. Las ciencias, la filosofía, literatura, historia, psicología —todas ellas— encuentran en la fe Cristiana, por lo tanto, un socio natural para el diálogo (¡Allí está de nuevo esa palabra!). Es esta idea básica, tan querida para el Papa Ratzinger, la que informa a las escuelas Católicas en su mejor versión. Y es por esta razón que el florecimiento de esas escuelas es importante, no simplemente para la Iglesia, sino para toda nuestra sociedad.
El profeta, el gran profeta, el mayor hombre nacido de mujer y el Hijo de Dios han elegido el camino de la humillación. Es el camino que se nos muestra a los cristianos, es el camino que debemos seguir… Cuando tratamos de ser vistos, en la Iglesia, en la comunidad, para tener un oficio o cualquier otra cosa, ese es el camino del mundo, es un camino mundano, no es el camino de Jesús, e incluso los pastores pueden experimentar esta tentación de escalar: «Esto es una injusticia, esto es una humillación, no lo puedo tolerar». Pero si un pastor no sigue este camino, no es discípulo de Jesús: es un trepador en sotana. No hay humildad sin humillación. (Santa Marta, 7 febrero 2020)
Amigos, el Evangelio de hoy narra la decapitación de Juan el Bautista ordenada por Herodes. Juan es un proto-mártir, él anticipa el martirio de muchos cristianos.
El martirio siempre ha sido un capítulo importante de la historia cristiana, desde aquellos creyentes de la Iglesia primitiva que se negaron a entregarse a los dioses paganos de Roma, hasta los grandes santos de la Edad Media como Tomás Becket y Tomás Moro, que se negaron a comprometer sus creencias para beneficiar al estado, y hasta los mártires modernos asesinados en lo que San Juan Pablo II llamó odium caritatis, “odio a la caridad”, como fue el arzobispo Oscar Romero de El Salvador.
A principios del siglo XXI, el martirio sigue siendo un hecho asombrosamente común en la vida cristiana. Una estimación del número de mártires cristianos asesinados cada año está entre los ochenta y cien mil – es decir que hay un nuevo mártir entre un rango de cada cinco minutos a una hora.
El ejemplo de los mártires lleva a la gente a preguntarse qué es lo que conduce a tantas personas a realizar este último sacrificio. Uno de los Padres de la Iglesia, Tertuliano, ha dicho que “la sangre de los mártires es semilla para la Iglesia”, y es uno de esos casos raros donde una máxima teológica encuentra realmente confirmación empírica.