John 2:13-22

Amigos, cuando leemos el pasaje del Evangelio de hoy no debería sorprendernos que Jesús, llegando al punto culminante de Su vida, llegue al Templo y todo termine en un alboroto. Él no estaba comportándose como un agitador. Él estaba corrigiendo el uso del Templo para así entonces corregir al pueblo de Israel.

Cuando fue presionado para que diera una señal, dijo que destruiría el Templo y lo reconstruiría en tres días. Estaba hablando, como nos dice Juan, del templo de Su Cuerpo. Estaba diciendo que el antiguo Templo, que había cumplido su propósito relativamente bien, ahora daba paso a un nuevo y definitivo. Su propio Cuerpo, Su propia Persona, es el lugar donde la divinidad y la humanidad se encuentran, y ese es el lugar de correcta alabanza. 

La vida no en la búsqueda de nuestras ventajas e intereses, sino por la gloria de Dios que es el amor. (…) Es común, de hecho, la tentación de aprovechar las buenas actividades, a veces necesarias, para cultivar intereses privados, o incluso ilícitos. Es un peligro grave, especialmente cuando instrumentaliza a Dios mismo y el culto que se le debe a Él, o el servicio al hombre, su imagen. Por eso Jesús esa vez usó «las maneras fuertes», para sacudirnos de este peligro mortal. (Ángelus, 4 marzo 2018).

Dedicación de la Basílica de Cristo Salvador

Fiesta Litúrgica, 9 de noviembre

Fiesta de la dedicación de la basílica lateranense, construida por el emperador Constantino en honor de Cristo Salvador como sede de los obispos de Roma, cuya anual celebración en toda la Iglesia latina es signo del amor y de la unidad con el Romano Pontífice.

Es la catedral del Papa que, al tomar posesión de ella, muestra el supremo poder o potestad eclesiástica de Roma y del mundo

Basílica significa: «Casa del Rey»

De varias maneras se suele denominar este templo: Basílica «Constantiniana,»Del Salvador» y «De San Juan de Letrán». Es la catedral del Papa que, al tomar posesión de ella, muestra el supremo poder o potestad eclesiástica de Roma y del mundo; por ello a esta basílica se llama a sí misma en la escritura de su fachada «madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe».

El nombre de Letrán le viene del palacio que tenían los «Laterani» en el monte Celio desde el siglo I a quienes la autoridad confiscó sus bienes por atreverse a conspirar contra Nerón. Parece ser que pasó a ser propiedad de Fausta, la esposa de Constantino; aconsejada, según dicen, por Osio de Córdoba, lo donó a los Papas para su residencia habitual, como de hecho lo fue a través de bastantes siglos hasta el periodo de Aviñon.

Pero la longa historia no muy probada o la leyenda une esta basílica a la familia imperial también por otros motivos. Parece ser que el emperador que legalizó a la Iglesia contrajo el terrible e incurable mal de la lepra y fue curado milagrosamente por san Silvestre; en agradecimiento por la recuperación de la salud, entregó los terrenos necesarios para construirla y se prestó a dar la ayuda económica pertinente. Esta es la razón de llamarla también «Constantiniana».

Se sabe que ya en el año 313 hubo en ella un sínodo porque la esposa de Constantino lo cedió al papa Milcíades; que el papa Dámaso fue ordenado en ella y que se dedicó el día 9 de Noviembre del año 324, dándole Silvestre el título de «El Salvador», hasta que en el siglo XIII se le añadieran los de San Juan Bautista y de San Juan Evangelista.

Este augusto templo ha sido la sede de muchos concilios -más de veinticinco- desde el siglo IV al XVI y, de ellos, cinco han sido ecuménicos.

Allí se firmó, ya en tiempos más cercanos, el Tratado de Letrán, el 11 de marzo de 1929, con el que Pío XI logró la libertad del papa de todo soberano temporal y con ello el libre ejercicio de su misión evangelizadora, firmándolo con Mussolini.

Esta basílica podría contar una larga serie histórica de virtudes, pero también habla de sacrilegios, saqueos, incendios, terremotos e incluso el abandono de sus papas sobre todo el tiempo del destierro de Aviñon. Buscando un sentido a esos hechos, uno se pregunta si no serán las fuerzas del infierno que se ponen de pie, rabiosas, con la intención de acabar con el templo de piedras que es símbolo del poder espiritual supremo e indefectible en la Iglesia. También hay que decir que tanto el Renacimiento como el barroco dejaron en ella su huella artística perenne y restauradora, y que Sixto V y León XIII la hicieron realmente suntuosa, por no hablar de que hasta allí fue Francisco de Asís en 1210 a solicitar del Papa Inocencio III la aprobación de su Orden.

Cuando con su consagración se dedica a Dios y a su culto, se indica que pasa a ser propiedad y sede de la Majestad divina; con esa ceremonia se indica que pasa a ser «la morada de Dios entre los hombres».

A los católicos, mirándola a ella, se nos hace próximo el misterio de la salvación, pareciéndonos actual aquella escena evangélica en la que Jesucristo llamó a aquel Zaqueo, agarrado a la rama de la higuera, que se siente interpelado por Dios para habitar en su casa y comer con él a pesar de ser sólo un pobre publicano despreciable y pecador.

Es como si el mismo Dios quisiera darnos a entender que, por medio de todo el culto que allí se realiza la Misa, que es el sacrificio redentor de la Cruz, con los sacramentos, con la escucha de su palabra que se hace actual por la predicación-, quisiera recordarnos su vehemente deseo a los hombres de incorporarnos a Él haciéndonos piedras vivas, bien unidas por la caridad, de su Esposa mística -la Iglesia-como las piedras físicas se unen en la construcción material de la basílica. De hecho, esta idea ya está expresada en el Apocalipsis cuando presenta a la Nueva Jerusalén.

Y ¿por qué no decirlo? La Basílica, con su grandeza y su miseria, es también un símbolo de la Iglesia de todos los tiempos donde hubo, hay y habrá persecuciones y flaquezas, intereses humanos y divinos, política, arte, espíritu, dogma y santidad.

9 de noviembre: un día de fiesta… ¿por un edificio?

Anthony Majanlahti / Flickr

Kathy Schiffer – publicado el 09/11/15

Hoy el mundo católico celebra la dedicación de la basílica de san Juan de Letrán

Hoy, 9 de noviembre, celebramos la naturaleza física de nuestra fe al conmemorar la fiesta de San Juan de Letrán – un día festivo no dedicado a un santo, sino a un edificio sacro.

Localizado en Roma, el nombre completo de la iglesia en cuestión es Archibasílica papal de san Juan de Letrán, pero normalmente se la llama con el nombre más breve, y a veces confuso, de San Juan de Letrán.*

(*El nombre es confuso porque nunca existió un “San Juan de Letrán”. “San Juan” es el nombre de la iglesia, y durante los siglos se ha referido tanto al Bautista como al Evangelista. Y “Letrán” se refiere al lugar donde está construida, lo que una vez fue la propiedad de una rica familia romana, los Laterani – de la que hablaremos en seguida).

Mucha gente cree que San Pedro es “la iglesia del Papa”, pero no lo es. San Juan de Letrán es la catedral de la diócesis de Roma, que el Papa preside como obispo.

Cada 9 de noviembre, celebramos su dedicación por el papa Silvestre I en el año 324 d.C., cuando se convirtió en la primera iglesia en la que los cristianos podían hacer culto en público.

Una basílica antiquísima

El edificio actual dedicado ese año fue después destruido, y hubo varias reconstrucciones. La estructura actual fue erigida por el Papa Inocente X en 1646, y ha sobrevivido hasta ahora.

San Juan de Letrán es notable por ser la iglesia más antigua de Occidente, así como por su papel significativo en la historia de la Iglesia. En ella se han celebrado cinco concilios ecuménicos, están enterrados 28 papas, y la tradición afirma que los relicarios del altar principal contienen las cabezas de san Pedro y san Pablo.

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Hasta el papado de Aviñón en el siglo XIV, los papas en realidad vivían allí, y sólo se trasladaron al Vaticano al regresar a Roma y encontrar San Juan de Letrán en mal estado.

Hay muchas iglesias históricamente importantes de la fe católica, algunas de las cuales también tienen sus propios días de conmemoración (Santa María la Mayor, el 5 de agosto, y los SS. Pedro y Pablo el 18 de noviembre). Pero sólo San Juan de Letrán tiene su propio día de la fiesta, como los santos cristianos y eventos milagrosos como la Inmaculada Concepción, la Asunción, la Ascensión y Pentecostés.

Fiesta por un edificio

Entonces, ¿cómo pudo un edificio tener su propio día de la fiesta, y por qué éste? Después de todo, el nombre de San Juan de Letrán procede en sus orígenes de un palacio construido para la rica familia Laterani, antes de que Constantino pusiera sus manos sobre él y, un tiempo después, lo donara a la Iglesia.

¿Cómo puede un lugar con un pedigrí no enraizado en la fe, sino en el exceso egoísta y materialista, volverse tan importante para el pueblo de Dios que lo celebramos cada año con su propia fiesta?

Pues tiene que ver con la historia de la redención. Por lo menos a cierto nivel, San Juan de Letrán es la historia de cómo Dios puede usar cualquier cosa y cualquier persona para glorificarlo y lograr sus fines. Incluso un castillo ostentoso construido para una sola familia en la cima de un imperio cuya decadencia provocó su perdición.

Al celebrar la transformación de un símbolo de la dominación secular en un lugar santo, se nos recuerda nuestra propia conversión – de pueblo propiedad del mundo, a hijos y herederos de Dios.

Lo físico importa

Pero no es este el único legado de san Juan de Letrán. Al celebrar la dedicación de la cátedra del Obispo de Roma, afirmamos nuestra unidad como católicos romanos, y proclamamos una vez más el primado del Papa sobre los demás obispos.

No sólo eso, sino que recordamos también la importancia de nuestras propias iglesias locales. Para los católicos, nuestras catedrales y parroquias no son «sólo» edificios… son casas espirituales de los fieles, lugares de descanso y restauración, de dónde venimos para ser gestados (bautismo, catequesis, confirmación), alimentados por la Eucaristía, y sanados (la reconciliación).

Además, son como una casa física de Nuestro Señor, pues Él está oculto en el Sagrario, expuesto para nuestra adoración, o para ser sacrificado en la Misa para nuestro alimento espiritual y físico bajo la apariencia de pan y vino.

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Como católicos, nuestra fe es física. La enseñanza de la Iglesia influye en la forma como vivimos nuestras vidas, hacemos actos físicos como hitos de nuestra fe, y bendecimos rutinariamente simples objetos. Creemos que si Dios puede cambiar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de su hijo amado, Él puede usar nuestras pertenencias físicas cotidianas para que nos ayuden a lo largo de nuestro viaje espiritual.

¿Qué mejor manera de celebrar nuestra fe viva y física que honrando su hogar físico –San Juan de Letrán, la catedral de Roma?